LAS SIETE PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ
Por Olimpio Cotillo Caballero
Por Olimpio Cotillo Caballero
El
hombre, por ser hombre. Por tener poder de raciocinio, levanta su
mirada al infinito cielo, para buscar una vez más, el origen y nunca el
final de lo desconocido.
Un mar de incertidumbre, un universo hasta hoy, inexplicable, pero con ribetes de nuevos descubrimientos que cada vez conducen a la hechura de un Dios omnipotente y omnipresente.
Jesús, el hijo de Dios hecho hombre, no reparó un instante en invocar sus benévolas determinaciones en pleno sacrificio. Desde su trance camino al Gólgota, hasta la entrega de su vida en la cruz.
Este sacrificio, narrado anticipadamente desde el tiempo de los evangelistas, condujo a Jesús a su martirologio por redimir a los hombres de sus pecados.
Pero, la grandeza de Cristo el redentor, radica en la nobleza y entrega total de su vida, pues, aun estando en la cruz, sintetizó su vida de grandeza infinita al pronunciar siete frases inmortales:
1.- “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Cualquier otra persona, en las circunstancias en que se encontraba Jesús, clavado en la cruz por culpas ajenas, hubiera pedido fuerzas a alguien más poderoso que él, para bajar y vengarse, para exterminar a sus esbirros. Para enseñarles a que no hagan lo que a ellos no les gustaría que le hagan.
Pero no, Jesús enseñó a los hombres a perdonar a sus ofensores, a quienes se burlaron de él, a quienes le flagelaron y le coronaron de espinas, a quienes le hicieron cargar la cruz y lo crucificaron y aún, recurrió ante su Padre a pedirle a que los perdone porque estaban confundidos, influenciados por los sumos sacerdotes, los fariseos y quizás el dinero de los poderosos o la indecisión de las autoridades.
2.- “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Estaba Jesús clavado en la cruz entre Dimas, llamado andinamente “el buen ladrón” y Gestas, conocido como el “mal ladrón”.
Es entonces que Gestas le dice a Jesús:
-Bájate de la cruz. Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros. A lo que Dimas le recrimina:
-¡Gestas, no blasfemes, no dudes del poder de Dios, regocíjate de la gloria que te cabe por morir al lado del Mesías verdadero! ¡Nosotros, a la verdad, aquí estamos sufriendo el castigo afrentoso de la cruz con justicia, pues pagamos la pena que merecen nuestros delitos! ¡Más Jesús no ha hecho daño a nadie!... Señor, acuérdate de mí, cuando estés en tu reino.
Fue cuando Jesús, fatigando por el dolor intenso le dice: “!Dimas!...En verdad te digo…que hoy estarás conmigo en el paraíso.
3.- “Madre, he ahí a tu hijo, hijo, he ahí a tu madre”.
María, conocida en algunos lugares como la “Virgen Dolorosa por tener atravesado el corazón con siete puñales equivalente a igual número de los más grandes sufrimientos por lo que ocurren ante sus ojos de ver a Jesús, su amado hijo, llevado de Caifás, Anás y Pilatos para que determinen su condena, de ser clavado en la cruz. En esos momentos, María “oye un ruido seco, desgarrador, espantoso. Es el clavo, el terrible martillazo y su sonido seco, aterrador, llega hasta el corazón de María, desgarrando su corazón, como la punta de un puñal”.
Jesús, desde la cruz, logra ver a sus pies bañada en lágrimas a su Madre María y a Juan, su discípulo bienamado que sufren lo indecible. Impotentes. Ofreciéndole únicamente las lágrimas, única arma del sosiego y la desesperanza. Entonces concentra sus fuerzas y logra decirle a María: “Madre, he ahí a tu hijo” y luego mira a Juan y le dice: “he ahí a tu madre”.
Un consuelo de un moribundo para que mengüen el dolor y la pena.
4.-Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?
Jesús vino a la Tierra como Dios y como hombre. Como Dios estaba cumpliendo la misión encomendada por su Padre. Pero como humano, siente desfallecer y se cree abandonado, solo en la tierra ante la mirada de quienes sentían compasión y hasta quizás piedad por un hombre injustamente condenado. Por otros masoquistas que inexplicablemente se regocijan de su sufrimiento y de su sangre.
Y por quienes simplemente veían un espectáculo y su ignorancia no les permitía ver los verdaderos motivos del suplicio de Jesús.
Como hombre y como humano, Jesús tuvo que recurrir ante Dios para pedirle un consuelo una muestra de ayuda: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?.
5.- “Tengo sed”
Los labios resecos, el paladar quemante, el sudor frío y el dolor más intenso, sufre Jesús. Es entonces que clama “Tengo sed”. Uno de los soldados romanos, empapa un pedazo de esponja con vinagre y luego de atravesarla en la punta de la lanza, pone atrevidamente en la boca de Jesús, quien al sentirlo, rechaza instintivamente. Pero Jesús, tenía sed de amor, sed por redimir a los hombres. En fin, sed por dar saber a todos.
Quizás tenía la intención de dar agua a los desiertos. En un instante recordó el pozo de la Samaritana que vio cuando pasaba con su cruz a cuestas.
Aveces en un trance, el hombre tiene sed de sed y ¿por qué no Jesús en el vía crisis?.
6.- “Todo está consumado”
Jesús, siente aproximarse la hora de su muerte. Desfallece porque sus últimas energías se agotan. Se le nubla la visión y todo se pone negro.
Divisa en la rendija de su último pensamiento una luz de esperanza, y siente que todo está consumado. La voluntad de Dios se ha cumplido en él conforme a las sagradas escrituras.
7.- “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Levanta por última vez la cabeza y mirando al cielo donde está su Padre celestial exclama: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Se desprende de la vida mundana y se lo ofrece a su Padre como depositario de lo infinito, de lo perdurable en la mente de los hombres de buena fe.
Un mar de incertidumbre, un universo hasta hoy, inexplicable, pero con ribetes de nuevos descubrimientos que cada vez conducen a la hechura de un Dios omnipotente y omnipresente.
Jesús, el hijo de Dios hecho hombre, no reparó un instante en invocar sus benévolas determinaciones en pleno sacrificio. Desde su trance camino al Gólgota, hasta la entrega de su vida en la cruz.
Este sacrificio, narrado anticipadamente desde el tiempo de los evangelistas, condujo a Jesús a su martirologio por redimir a los hombres de sus pecados.
Pero, la grandeza de Cristo el redentor, radica en la nobleza y entrega total de su vida, pues, aun estando en la cruz, sintetizó su vida de grandeza infinita al pronunciar siete frases inmortales:
1.- “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Cualquier otra persona, en las circunstancias en que se encontraba Jesús, clavado en la cruz por culpas ajenas, hubiera pedido fuerzas a alguien más poderoso que él, para bajar y vengarse, para exterminar a sus esbirros. Para enseñarles a que no hagan lo que a ellos no les gustaría que le hagan.
Pero no, Jesús enseñó a los hombres a perdonar a sus ofensores, a quienes se burlaron de él, a quienes le flagelaron y le coronaron de espinas, a quienes le hicieron cargar la cruz y lo crucificaron y aún, recurrió ante su Padre a pedirle a que los perdone porque estaban confundidos, influenciados por los sumos sacerdotes, los fariseos y quizás el dinero de los poderosos o la indecisión de las autoridades.
2.- “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Estaba Jesús clavado en la cruz entre Dimas, llamado andinamente “el buen ladrón” y Gestas, conocido como el “mal ladrón”.
Es entonces que Gestas le dice a Jesús:
-Bájate de la cruz. Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros. A lo que Dimas le recrimina:
-¡Gestas, no blasfemes, no dudes del poder de Dios, regocíjate de la gloria que te cabe por morir al lado del Mesías verdadero! ¡Nosotros, a la verdad, aquí estamos sufriendo el castigo afrentoso de la cruz con justicia, pues pagamos la pena que merecen nuestros delitos! ¡Más Jesús no ha hecho daño a nadie!... Señor, acuérdate de mí, cuando estés en tu reino.
Fue cuando Jesús, fatigando por el dolor intenso le dice: “!Dimas!...En verdad te digo…que hoy estarás conmigo en el paraíso.
3.- “Madre, he ahí a tu hijo, hijo, he ahí a tu madre”.
María, conocida en algunos lugares como la “Virgen Dolorosa por tener atravesado el corazón con siete puñales equivalente a igual número de los más grandes sufrimientos por lo que ocurren ante sus ojos de ver a Jesús, su amado hijo, llevado de Caifás, Anás y Pilatos para que determinen su condena, de ser clavado en la cruz. En esos momentos, María “oye un ruido seco, desgarrador, espantoso. Es el clavo, el terrible martillazo y su sonido seco, aterrador, llega hasta el corazón de María, desgarrando su corazón, como la punta de un puñal”.
Jesús, desde la cruz, logra ver a sus pies bañada en lágrimas a su Madre María y a Juan, su discípulo bienamado que sufren lo indecible. Impotentes. Ofreciéndole únicamente las lágrimas, única arma del sosiego y la desesperanza. Entonces concentra sus fuerzas y logra decirle a María: “Madre, he ahí a tu hijo” y luego mira a Juan y le dice: “he ahí a tu madre”.
Un consuelo de un moribundo para que mengüen el dolor y la pena.
4.-Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?
Jesús vino a la Tierra como Dios y como hombre. Como Dios estaba cumpliendo la misión encomendada por su Padre. Pero como humano, siente desfallecer y se cree abandonado, solo en la tierra ante la mirada de quienes sentían compasión y hasta quizás piedad por un hombre injustamente condenado. Por otros masoquistas que inexplicablemente se regocijan de su sufrimiento y de su sangre.
Y por quienes simplemente veían un espectáculo y su ignorancia no les permitía ver los verdaderos motivos del suplicio de Jesús.
Como hombre y como humano, Jesús tuvo que recurrir ante Dios para pedirle un consuelo una muestra de ayuda: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?.
5.- “Tengo sed”
Los labios resecos, el paladar quemante, el sudor frío y el dolor más intenso, sufre Jesús. Es entonces que clama “Tengo sed”. Uno de los soldados romanos, empapa un pedazo de esponja con vinagre y luego de atravesarla en la punta de la lanza, pone atrevidamente en la boca de Jesús, quien al sentirlo, rechaza instintivamente. Pero Jesús, tenía sed de amor, sed por redimir a los hombres. En fin, sed por dar saber a todos.
Quizás tenía la intención de dar agua a los desiertos. En un instante recordó el pozo de la Samaritana que vio cuando pasaba con su cruz a cuestas.
Aveces en un trance, el hombre tiene sed de sed y ¿por qué no Jesús en el vía crisis?.
6.- “Todo está consumado”
Jesús, siente aproximarse la hora de su muerte. Desfallece porque sus últimas energías se agotan. Se le nubla la visión y todo se pone negro.
Divisa en la rendija de su último pensamiento una luz de esperanza, y siente que todo está consumado. La voluntad de Dios se ha cumplido en él conforme a las sagradas escrituras.
7.- “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Levanta por última vez la cabeza y mirando al cielo donde está su Padre celestial exclama: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Se desprende de la vida mundana y se lo ofrece a su Padre como depositario de lo infinito, de lo perdurable en la mente de los hombres de buena fe.