HOLA SHAY:
Fue un viernes gris de febrero en los albores de la década del sesenta. La noche anterior mi primo Luchu Allauca nos había narrado relatos de almas penitentes en la vereda de la cuadra, y no tuve más remedio que acostarme y despertar de madrugada con ánimas del Purgatorio rondando la habitación.
A las 7 de la mañana el aguacero arreciaba incontenible, zapateando sin cesar sobre la calzada empedrada del jirón Leoncio Prado de Jircán; mas tenía que ir al horno de mi abuelita Victoria, por panes crocantes para el desayuno familiar.
Cuando caminaba bajo los aleros de la calle Leoncio Prado, una ráfaga de viento "me jugó una mala pasada", haciendo que la densa cortina de lluvia pareciera un fantasma a punto de alcanzarme y llevarme antes de tiempo al Purgatorio para que se purifique mi alma, por lo que aceleré el paso e ingresé atropelladamente a la tienda de Tía Dolorita (María Dolores Aguirre Novoa), que en ese momento acomodaba caramelos de leche en un recipiente de vidrio ovalado. Ella trató de serenarme con palabras tiernas, mientras le explicaba asustado el motivo de mi ingreso intempestivo. Tía Dolorita salió a la puerta para ver al "fantasma" y retornó sonriendo al mostrador, sacó un cuaderno de pasta marrón, tomó un lápiz, y en un papel transcribió dos renglones de una hoja del cuaderno, y me dio el papel.
Leí lo escrito:
"Cuando veas un gigante, examina antes la posición del Sol; no vaya a ser la sombra de un pigmeo". NOVALIS*.
Después habló sobre dicho pensamiento universal y antes de que yo saliera de su tienda, hizo una señal de la Cruz en mi frente.
Así era Tía Dolorita, un ser humano nacido para enseñar con torrencial abundancia sin pedir nada a cambio. Ni un centavo recibió de las arcas del Estado por sus más de 50 años de magisterio viviente.
Hoy, que el pueblo bolognesino celebra el 118 Aniversario del Natalicio de una de las más GRANDES MAESTRAS DE ESCUELA, comparto un fragmento de su fructífera Hoja de Vida.
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Mi primer día de clases fue un domingo hermoso, lleno de gozo:
Ha pasado más de medio siglo, sin embargo, los hechos que evoco laten frescos en la memoria, pues desde su partida a la Mansión Celestial el domingo 22 de noviembre de 1981, su enseñanza se mantiene incólume en el tiempo. Un tiempo infinito donde tía Dolorita, como pasajera privilegiada de la nave del Maestro de Maestros, gira eternamente en CHIQUIÁN, en un pacto de fe con Santa Rosa, San Francisco de Asís y Nuestro Señor de Conchuyacu. Cierro los ojos y me veo disfrutando mi infancia en un vergel de azules mariposas que salen de sus manos generosas.
Por todo ello, la necesidad de perennizar el recuerdo de nuestros maestros cobra cada vez mayor sentido, pues son modelos ideales para nuestra tierra, no por la búsqueda romántica de ejemplos a seguir, sino porque nos permite extraer enseñanzas de las décadas de oro del MAGISTERIO CHIQUIANO, como cimiento de aprendizaje del educando.
Parafraseando a la investigadora Sonia Ibarra: los maestros locales sobreviven en los escritos de sus pupilos, aquí y en otras latitudes. A mayor información, mayor legitimidad como MAESTRO, porque cuando el recuento es breve, breve es también el recuerdo o pequeño el grupo empeñado en mantenerlo vivo. Esto nos hace reflexionar: o han escaseado los maestros destacados o si se han dado, su labor ha sido callada y poco valorada. De allí la paradoja universal: "no distingue ser un buen Maestro encerrado en las aulas, pues las paredes congelan y torna más ingrata la tarea magisterial".
Ella redactaba cartas y telegramas para los moradores de los pueblos vecinos que visitaban Chiquián. Muchos no sabían leer ni escribir y tenían que contarle al detalle lo que debía contener la misiva. Cuando al finalizar leía el contenido, no se dejaban esperar lágrimas de emoción o risas, tanto de ella como del oyente. Una verdadera depositaria de penas y alegrías que compartía con paciencia infinita, exquisita redacción e impecable caligrafía.
Confeccionaba guirnaldas para los difuntitos, especialmente los primeros días de noviembre. En las fiestas patronales preparaba bellas coronas para el Capitán y su comitiva. Asimismo los ramilletes de flores que orlaban las orejas de las jóvenes pallas.
Con el crochet confeccionaba finos gorritos para los recién nacidos. A las bebitas les hacía los agujeritos para los aretes con destreza y cuidado. A falta de médicos y enfermeras atendía a las personas que acudían por una receta casera aprendida de sus ancestros y de los libros y revistas que se agenciaba en Lima. También proporcionaba modelos de esquelas, oficios, solicitudes, tarjetas, discursos, recetas culinarias de potajes dulces y salados, tanto costumbristas como criollos; en especial: tamales, salchicha huachana, chicharrones, fritangas y las aromáticas mushingas métricas o morcillas negras y blancas.
Su tienda era muy visitada por sus cientos de ahijados de Chiquián y los pueblos aledaños, así como de sus amigas de generación, entre ellas, las señoras Guillermina Ibarra, Victoria Montoro, María Sánchez, Zoila y Juanita Espejo, Natividad Calderón, Natalia Castillo, Catita Calderón, Oñaca Ñato, Victoria Palacios, Emiliana Cerrate, Gliceria Espinoza, Esther Romero e Irene Moncada, con quienes compartía un cafecito caliente y olorosas jaratantas.
Asimismo recibía durante el día a los padres de familia que iban a conocer el avance del aprendizaje de sus hijos. Era habitual escuchar yaravíes arequipeños, pasodobles, valsecitos criollos, huaynos ancashinos y declamaciones poéticas en su casa, previa “caspiroleta” a base de clara de huevo, limón y azúcar para afinar la voz.
Fue la precursora en BOLOGNESI de las tardes de velada (teatro), en las que brillaron sus sobrinos Romeo y Lucho Reyes, así como de los bailes andaluces donde se lucían Mery Romero y sus compañeras de colegio. Romeo y Lucho eran duchos en artes de magia con calavera, sombrero y conejo, bajo la absorta mirada de los chiuchis y de las personas que Tía Dolorita cobijó bajo su techo: su sobrino Hernán Reyes Aguirre, un excelente Maestro Rural y sus hijos. También Alberto Turco Aguirre, Luz Romero Milla, Zoila Reyes Aguirre, Isaías Támara Ortega, Claudio Carvajal Larrea, entre otros seres humanos que siguieron sus venerables huellas.
DESCANSE EN PAZ ILUSTRE MAESTRA
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GRANDES MAESTROS:
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NOVALIS (2 MAY 1772 / 25 MAR 1801), cuyo nombre real era Georg
Friedrich Philipp Freiherr von Hardenberg, fue un poeta y pensador
alemán, que murió muy joven (28 años) a causa de la tuberculosis; sin
embargo, el autor de "Himnos a la noche", nos ha dejado un importante legado escrito.
Con mi mayor afecto,
Con mi mayor afecto,
Nalo Alvarado Balarezo
La Vergne, 28 de marzo de 2020
GRANDES MAESTROS:
MARÍA DOLORES AGUIRRE NOVOA
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María Dolores Aguirre Novoa
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
En CHIQUIÁN,
pueblo de belleza seductora, alumbrada
por ninacurus en las noches sin Luna, y de sol radiante durante el día, la
vida discurre bucólica y soñadora a fines del siglo XIX, destilando el
perfume de los tiempos. Las calles
empedradas con aroma a lluvia, las angostas aceras de lajas, un pilón en cada barrio y una
guitarra que deja oír las notas de un huayno con sabor a escorzonera,
fueron el común denominador en la tierra del GRAN LUIS PARDO, revolucionario social hecho leyenda.
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En este cautivador icono del Perú profundo, el lunes 28 de marzo de 1892, vio la luz primera MARÍA DOLORES AGUIRRE NOVOA,
en el hogar de don Ángel Aguirre y doña Epifanía Novoa.
El paisaje
chiquiano en el mes de marzo es hermoso bajo un bruñido cielo. Nuestro
bello Yerupajá de impecable blancura, la cascada de Putu cristalina y
pura, junto al señero Capillapunta; los ondulantes potreros de
Parientana esmaltados de verde, los sembríos de diferentes matices en
las faldas de Cochapata; y los bosques de eucaliptos arrullados por el
viento en Huancar, formaron el marco perfecto para este grato
acontecimiento.
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TÍA DOLORITA,
como la llamábamos con amor y gratitud sus alumnos de la “Academia Preparatoria
para el Jardín de la Infancia y la Primaria”, trabajó muy jovencita como maestra en
Huayllacayán (Bolognesi). Después de un corto tiempo retornó a Chiquián para
administrar la bodega de su tío Juan Sánchez Dulanto, ser humano muy querido, generoso y respetado por todos. En el ínterin
se enamoró de un joven criandero, y desde aquel entonces vivió entre
Chiquián y Cachirpayoc (cercano al pueblo de Cajacay), atravesando a
caballo los fríos parajes de Toca, Pampa de Lampas Alto, Shajsha,
Alalaj Machay, Tinya, Cuta Tinya y el río Vado, ruta de viaje de su
primo materno Luis Pardo Novoa.
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Academia Preparatoria para el Jardín de la Infancia y la Primaria, de Tía Dolorita
Con
el paso de los años fundó la escuela particular “Nuestra Señora del
Perpetuo Socorro” en su casita del Jr. Comercio con Leoncio Prado, que hoy
conserva con cariño su amado sobrino Romeo Reyes Gamarra. Los
recuerdos de mis
vacaciones escolares bajo su estela luminosa mantienen presente su fisonomía: de baja estatura,
tez clara, constitución regular y un peinado sencillo con un moñito
atrás. Vestía con suma pulcritud, además de un trato fino y agradable.
Con ella uno podía platicar horas de horas sin sentir cansancio,
porque su conversación era amena, salpicada de consejos y adornada con
anécdotas de hombres y mujeres célebres del mundo entero.
A
las ocho de la mañana iniciaba su labor. Sentada en una silla
dominaba con la mirada al grupo de niños. Su método, la claridad y
la sabiduría campesina, eran las características principales de sus clases. Ningún
ruido se oía en el salón. Ni el más travieso se atrevía a interrumpirla
cuando hablaba. Cada vez que salíamos airosos de una suma, resta,
división o multiplicación en el pequeño pizarrín, una ligera
inclinación de cabeza, acompañada de una dulce sonrisa, era nuestro mejor
regalo, estímulo que nutría el alma de los niños como el pan nuestro de cada día.
Tía
Dolorita, al igual que los Maestros: José Antonio Encinas, José
Portugal Catacora, Ernestina Yábar de Calderón, Juan Aldave Oyola, León Tolstói, Rabindranath
Tagore, Domingo Faustino Sarmiento y Almafuerte (Pedro Bonifacio
Palacios, quien vendió su cama para poder comprar el ataúd para su
alumno muerto), entrañan la trascendencia de lo eterno en el apostolado
magisterial, siempre poniendo al niño por sobre todas las cosas,
siguiendo las enseñanzas de Jesús. Son los sembradores de ideas, más que
de conceptos cuadriculados; son los que despiertan el cerebro de sus
alumnos antes de que asome la lengua por los labios; son los que sacuden la modorra
ciudadana, aquella incubadora de la ignorancia popular que aterra; son poseedores de una
auténtica sensibilidad, de profundo sentido humano; por eso su recuerdo
se agiganta con el correr de los años, hacia un futuro sin final.
Mi primer día de clases fue un domingo hermoso, lleno de gozo:
Nunca
antes estuve en un aula techada. Todo mi aprendizaje había sido al aire
libre, con mis maestros: Abraham, el venerable vagabundo de las playas de
Barranca; y en Chiquián, mis abuelitos, mis
padres y mis tíos Eni, Albi, Betty, Fidel y Pablito, también gracias a mis primeros guías en los caminos del ayer: Manuel "Shaprita" Ñato Allauca y Doroteo "Indio peruano" Rodríguez Minaya.
En ese entonces la casa donde vivía con mis padres y hermanos estaba
ubicada en el jirón Comercio, a unos metros de la Academia de Tía Dolorita. Todas las mañanas,
antes de las 8, me apostaba en la puerta de mi casa para ver ingresar a la academia a los
pequeños alumnos, todos ellos mayores que yo; ídem al mediodía para
verlos salir. Entraban sonrientes y salían sonrientes. Con esta
motivación en mente le pedí a mamá que me matricule en la academia de Tía Dolorita. Así lo hizo,
ese mismo sábado.
El lunes sería mi primer día de clases de acuerdo a lo
previsto, pero no fue así, pues el domingo desperté sumamente
emocionado, asistí a la Misa de 7, tomé desayuno, convencí a mamá, y con el pecho henchido de
anhelo enrumbé hacia la academia, solo.
Recuerdo claramente esa mañana de cielo azul y calles limpias, Tía Dolorita ni
se inmutó al verme frente al mostrador de olorosos caramelos, apretando un cuaderno y un lápiz bien afilado; por el
contrario, se alegró sobremanera. Aquel
domingo se pasó volando con la novela "CORAZÓN" de Edmundo de Amicis,
que Tía Dolorita me narró durante el día, con media hora de refrigerio que ella proveyó. Fueron tan gratas las vivencias de
Enrique en su escuelita de Turín (Italia), que al día siguiente, lunes, estuve parado
frente a la puerta de la Academia, antes de que cante el gallo.
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* * *
Ha pasado más de medio siglo, sin embargo, los hechos que evoco laten frescos en la memoria, pues desde su partida a la Mansión Celestial el domingo 22 de noviembre de 1981, su enseñanza se mantiene incólume en el tiempo. Un tiempo infinito donde tía Dolorita, como pasajera privilegiada de la nave del Maestro de Maestros, gira eternamente en CHIQUIÁN, en un pacto de fe con Santa Rosa, San Francisco de Asís y Nuestro Señor de Conchuyacu. Cierro los ojos y me veo disfrutando mi infancia en un vergel de azules mariposas que salen de sus manos generosas.
Sus palabras y
obra, al igual que las de mi Maestro Juan Aldave Oyola en la escuelita 378 de Chiquián, son aliento
permanente en mi andar cotidiano; de ahí que, en momentos que acariciamos
nuevos sueños para nuestra Patria Chica, renuevo mi agradecimiento a
quien sembrara en mí, un ferviente amor por la lectura como un desafío a la adversidad, y
me enseñara a rezar y a ungir las cosas con melodías del alma.
También porque gracias a ella aprendí a escribir sin temor lo que
pienso, a expresar abiertamente mi sentir, y por inculcarme un
espíritu telúrico de curiosidad por la información de pueblo, hacer
acopio de ella y utilizarla en la narrativa de jora, oquitas, mashuitas y trigo.
Por todo ello, la necesidad de perennizar el recuerdo de nuestros maestros cobra cada vez mayor sentido, pues son modelos ideales para nuestra tierra, no por la búsqueda romántica de ejemplos a seguir, sino porque nos permite extraer enseñanzas de las décadas de oro del MAGISTERIO CHIQUIANO, como cimiento de aprendizaje del educando.
Recorrer
las huellas de aquellos seres humanos que influyeron en la vida
educativa de cada época es un reto para todos los alumnos: niños,
jóvenes y viejos. En este camino encontramos una gran muestra que
sobrevive en la memoria colectiva, expresando la impecable imagen del
MAESTRO entregado por completo a su labor educadora.
Parafraseando a la investigadora Sonia Ibarra: los maestros locales sobreviven en los escritos de sus pupilos, aquí y en otras latitudes. A mayor información, mayor legitimidad como MAESTRO, porque cuando el recuento es breve, breve es también el recuerdo o pequeño el grupo empeñado en mantenerlo vivo. Esto nos hace reflexionar: o han escaseado los maestros destacados o si se han dado, su labor ha sido callada y poco valorada. De allí la paradoja universal: "no distingue ser un buen Maestro encerrado en las aulas, pues las paredes congelan y torna más ingrata la tarea magisterial".
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Las
semblanzas y fotografías de antaño dibujan a los maestros con terno y
corbata, y a las maestras con cuello alto, manga larga y pelo sujeto
con una peineta. Un elemento básico era la intachable moralidad que
los constituía en un ente ejemplar en todo momento y circunstancia.
Los hallamos como elementos que rigen el proceso educativo, modelos y
guías espirituales del estudiante.
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Los
datos que hablan del desempeño de Tía Dolorita en el ámbito de su
función formadora de generaciones de hombres y mujeres de bien, son
conocidos por los chiquianos en general; pero también hay datos que hablan de los
pequeños mundos que llenaban su infatigable vida: su cálida tienda que
compartía con sus clases, donde resaltaban sus ricos caramelos de
leche que endulzaban la vida de grandes y chicos. Ver con frecuencia al
Mudito de Huasta y Shaprita ingresando a su tienda, y poco después
salir sonrientes con un alfajor en la mano, pinta de cuerpo entero
su gran corazón, amén de su negocio que cada vez presentaba mayor
déficit por la larga lista de deudores, en su mayoría nobles maestros,
mal pagados, como siempre.
Ella redactaba cartas y telegramas para los moradores de los pueblos vecinos que visitaban Chiquián. Muchos no sabían leer ni escribir y tenían que contarle al detalle lo que debía contener la misiva. Cuando al finalizar leía el contenido, no se dejaban esperar lágrimas de emoción o risas, tanto de ella como del oyente. Una verdadera depositaria de penas y alegrías que compartía con paciencia infinita, exquisita redacción e impecable caligrafía.
Confeccionaba guirnaldas para los difuntitos, especialmente los primeros días de noviembre. En las fiestas patronales preparaba bellas coronas para el Capitán y su comitiva. Asimismo los ramilletes de flores que orlaban las orejas de las jóvenes pallas.
En las corridas de toros lucían de
blanco y grana sus hermosas moñas en las divisas de los bravos
jirishanquinos, así como las banderillas sin arpones, solo de maderita y papel de seda de vistosos
colores en manos del popular diestro Romerito el quisipatino.
Con el crochet confeccionaba finos gorritos para los recién nacidos. A las bebitas les hacía los agujeritos para los aretes con destreza y cuidado. A falta de médicos y enfermeras atendía a las personas que acudían por una receta casera aprendida de sus ancestros y de los libros y revistas que se agenciaba en Lima. También proporcionaba modelos de esquelas, oficios, solicitudes, tarjetas, discursos, recetas culinarias de potajes dulces y salados, tanto costumbristas como criollos; en especial: tamales, salchicha huachana, chicharrones, fritangas y las aromáticas mushingas métricas o morcillas negras y blancas.
Su tienda era muy visitada por sus cientos de ahijados de Chiquián y los pueblos aledaños, así como de sus amigas de generación, entre ellas, las señoras Guillermina Ibarra, Victoria Montoro, María Sánchez, Zoila y Juanita Espejo, Natividad Calderón, Natalia Castillo, Catita Calderón, Oñaca Ñato, Victoria Palacios, Emiliana Cerrate, Gliceria Espinoza, Esther Romero e Irene Moncada, con quienes compartía un cafecito caliente y olorosas jaratantas.
Asimismo recibía durante el día a los padres de familia que iban a conocer el avance del aprendizaje de sus hijos. Era habitual escuchar yaravíes arequipeños, pasodobles, valsecitos criollos, huaynos ancashinos y declamaciones poéticas en su casa, previa “caspiroleta” a base de clara de huevo, limón y azúcar para afinar la voz.
Fue la precursora en BOLOGNESI de las tardes de velada (teatro), en las que brillaron sus sobrinos Romeo y Lucho Reyes, así como de los bailes andaluces donde se lucían Mery Romero y sus compañeras de colegio. Romeo y Lucho eran duchos en artes de magia con calavera, sombrero y conejo, bajo la absorta mirada de los chiuchis y de las personas que Tía Dolorita cobijó bajo su techo: su sobrino Hernán Reyes Aguirre, un excelente Maestro Rural y sus hijos. También Alberto Turco Aguirre, Luz Romero Milla, Zoila Reyes Aguirre, Isaías Támara Ortega, Claudio Carvajal Larrea, entre otros seres humanos que siguieron sus venerables huellas.
Maestra Dolorita Aguirre Novoa:
Muchas
páginas harían falta para detallar su fulgente trayectoria en bien de
nuestro pueblo. Hoy sus enseñanzas son gemas que brillan en lo más
profundo de mi ser, y constituyen mis primeras lecciones de vida que
fulguran con el recuerdo de su palabra y obra. Son cascadas de
perlas impregnadas de rocío que mojan mis pupilas, como un cielo
chiquiano cuajado de estrellas que iluminan la conciencia.
..DESCANSE EN PAZ ILUSTRE MAESTRA
MARÍA DOLORES AGUIRRE NOVOA
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