jueves, 6 de febrero de 2020

EN EL DÍA MUNDIAL DE LA PACHAMANCA - POR JORGE VÁSQUEZ VERAMENDI

LA PACHAMANCA
 
Por Jorge Vásquez Veramendi
 
 

Llega a mi memoria la cosecha de papas en Huacacorral, tierras de la ex Comunidad de Indígenas de Chiquián, que por esos tiempos daban camionadas de tubérculos para el pueblo. En realidad, era una fiesta comunal.

- Alista tu hondilla shay, que mañana vamos temprano a la cosecha.

- Eeeennnn, con la puntería que tienes, no le das ni a tu vaca.

- La otra vez le di a una tortolita y a un pajarito al mismo tiempo.

- Entonces no lo saco, porque si no me lo matas jaja.

Bueno, para mi familia era un paseo. Mi papá siempre alistaba su carpa y las frazadas, mi mamá se encargaba de la comida. Después de cargar las cosas sobre los burros, patitas para que te quiero, rumbo a la chacra, en el camino todos cantábamos de alegría, sólo de vez en cuando se escuchaba:

- Estás llevando los limones, ¿no?

- Sí.

- ¿Y el rocoto?

- También.

- ¿No te olvidas de nada?

- Ya no friegues, camina...

En cuanto llegábamos armábamos la carpa en una parte plana y todos a buscar leña para los días que permaneceríamos en el lugar, y desde luego, también para las fogatas, ya por las noches terminada la cena nos sentábamos en círculo a contar cuentos, uno a uno desaparecíamos agobiados por el cansancio y el sueño que de improviso lo perdías por el sonido de la escopeta de papá que cazaba por los alrededores. Él retornaba al amanecer con unas buenas perdices.

- Qué rico caldo comeremos hoy.

- Si pues hermanita.

No éramos los únicos. Parecía como si todo el pueblo estuviera allí.

- ¿Y cómo amanecieron?

- ¡¡Bien gracias!!, ¿y ustedes?

- Todo bien, nos vemos más tarde.

- Claro, visítame, no te olvides.

De todos lados se escuchaba: buenos días, buenos días, buenos días, hasta el eco te saludaba, la humareda de los fogones de piedra se iba al cielo y los brazos fuertes de los peones destrozaba la tierra en busca del fruto querido.

- Busquen piedras para el horno, yo cavaré el hoyo.

Y a pircar con mucho esmero. Piedra sobre piedra se armaba el horno. Una vez terminado:
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- Si quieren se pueden parar encina.

- ¿Y si se cae?

- ¡Qué se va a caer!, si lo he pircado yo.

- Ya cállate y busca espina para poner en las piedras blancas que con el calor revientan, y atizar se ha dicho.

Las primeras papas cosechadas rápidamente se lavaban y las poníamos en los huecos del horno para sacar cada uno nuestro cuay (papa reventada). El pobre cuay salía más negro, pero a medida que lo raspabas en una piedra encontrabas que estaba bien cocinadito, con un poco de rocoto molido y una rebanada de queso ¡¡qué delicia!!.

A las once el horno estaba en su punto, se le tumbaba y limpiándolo bien, en el fondo primero las papas, luego piedras calientes, encima las carnes, luego más piedras, encima las yerbas (Chinchu y muña), las habas, los choclos y las ocas, en la puerta del horno la olla de barro con pedazos de queso con perejil y muña, todo se cubría con costales y tierra encima hasta que no escape nada de vapor.

- Este horno se parece al Chinaco.

- ¿Por qué?

- Está que pierde gases.

- No ya, es igualito a mi compadre.

- ¿A cuál compadre?

- Ya tú sabes quién, su nombre empieza con ...

A los 45 minutos se destapaba el horno y el aroma te rompía el tuétano con sus olores y sabores, y la tripa comenzaba un concierto en espera de su papita bien pilta (reventada), cada uno con su plato esperando ser servido y luego de sentarse sobre una piedra ¡a comerrrrr!!!, en un par de minutos no quedaba ni rapín para el perro.

- ¡Amigo, amigo!

- ¿Qué pasa?

- No tendrás un rocotito, que mi Filiberta se ha olvidado traer en su jacu.

- Sí, aquí hay un poco, trae tu platito.

- ¿Tan poquito?

- Pica diez veces, de entrada y salida.

- ¿Cómo es eso?

- Cuando escuches aullar a tu perro te darás cuenta, por si las moscas recoge yerbas para el emplasto.

- ¿Para qué?

- Para que le des aire al pobre chihuahua.

Las cosechas duraban de tres a cuatro días, tiempo en el que llevábamos a Chiquián las cargas con los burros, que en las bajadas terminaban con los costales en la panza porque no estaban bien sujetas, otros agarraban caminos equivocados y teníamos que alcanzarlos corriendo para corregirlos, no faltaban los abusivos que al ver que éramos niños pequeños a propósito les pegaban a los burros para que tiren la carga o les hincaban con penca.

- Ya caraj. -con cólera por todo lo que acontecía, alistabas tu hondilla con un buen cuylumpi (bellota) y lo arrojabas donde le cayera a cualquiera de los burros.

El regreso sí que era todo un juego al aire libre. Con tu burrito preferido hacías carrera con el más pintadito y no importaba si ganabas o perdías, el asunto era divertirse.

¡¡Qué niñez tan feliz!! .... tiempos que no volverán...

31 OCT 2007
 
 
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