martes, 3 de septiembre de 2019

SEGUNDA TARDE TAURINA DE LA FIESTA DE SANTA ROSA EN CHIQUIÁN - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)

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FIESTA DE SANTA ROSA EN CHIQUIÁN
 
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03 DE SEPTIEMBRE
 
SEGUNDA TARDE TAURINA

Día de los comisarios
 
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Por Armando Alvarado Balarezo
 
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La corrida es organizada por la Municipalidad Provincial de Bolognesi y los comisarios (donantes de toros bravos). Desde muy temprano el Capitán, su comitiva, ídem el Inca y su séquito, visitan la casa de los comisarios para continuar con la Pinquichida. Al mediodía el pueblo asiste a las casas de funcionarios para el convite respectivo, banquete en los que se consume hasta la última gota del licor y las jaratantas que quedan.
 
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En esta corrida la asistencia de público es menor, pues muchos visitantes retornaron a sus lugares de procedencia la noche anterior. En contadas ocasiones la cantidad se mantiene o es superada, máxime cuando cae fin de semana y acuden presurosos muchos paisanos de los poblados cercanos. También depende de los toros y toreros que lleven al ruedo la autoridad edil y los comisarios. Si el toro deja regados a su paso: chalinas, ponchos, sombreros, capas, pañuelos y cuerpos tendidos con los brazos en cruz, las pallas cantan "Viva, viva Comisario", y la banda, para no quedarse atrás, entona la mejor melodía de su repertorio.
 
 


 
Después de la corrida, casi a oscuras, se inicia el lento movimiento de camiones y minibuses; se desarman las palincas y viene la marcha de las sillas, sogas, bancas y pellejos, mientras muchos borrachitos 'heridos de muerte', más por el 'racumín' ingerido que por los pitones de los bravos, duermen adormecidos en algún lugar de la plaza, sin llanques, poncho, sombrero y ni un sol en los bolsillos que los alumbre en retorno a casa. A partir de este momento comienza el desfile de vehículos por la ceja de Caranca con destino a Huaraz, al norte del país y a Pativilca, Barranca, Huacho, Chancay y Lima. Muchos rostros soñolientos y media centena de corazones nostálgicos deambulan como fantasmas por el pueblo, la mayoría con la barba crecida, los labios reventados por el calor de estómago de tanto libar chinguirito, y algunos sin haberse cambiado de ropa durante la festividad. Un inesperado bebé nacerá nueve meses después, muchos planes para el próximo año, promesas, juramentos y nuevas historias de amor sobre el confidente quicuyo bajo la luna de Cochapata.
 
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¿Pero qué hacíamos muchos niños traviesos durante las corridas cuando la plaza era techada? Algo fantástico, pero de 'mal de ojo': recorríamos debajo de las palincas levantando la mirada hacia el ralo entablado de palos que nos permitía ver lindos encantos lampiños de coloridos faldellines. A la mañana siguiente, el 'santo orzuelo' adornaba los párpados.

Después de la primera corrida me quedaba en la plaza de toros con mi hermano Felipe a cuidar los camiones de papá. Hacían lo propio Tocho, Iván y Papi Robles, los nietos de don David Aldave Proaño de Jupash, entre otras perlas con quienes detonábamos las bombardas que quedaron regadas intactas después de la Entrada y la primera corrida. Con certeza más de uno perdió el miedo con el estruendo del primer petardo, encendido que repetíamos hasta que se agoten todas las bombardas. En las palincas los comuneros calentaban la noche con chinguirito embriagador  y las caricias de una damisela en celo, entre el pellejo y la jerga.

Cerca de la medianoche recreábamos una menuda corrida donde Patuco Allauca Calderón hacía de 'nunatoro' utilizando dos avellanas difuntas como cuernos y un pedazo de pellejo sobre el hombro. Los novilleros en miniatura que más se lucieron a inicios de los sesentas fueron: Genaro Aldave 'Lulu Lapicho', Carlos Palacios 'Cañita', Adolfo Calderón 'Lipat', Manuel Alvarado 'Sapra mañuco junior', Antonio Núñez 'Anchita', Aniceto Carhuachín 'Añico', Milo Alvarado 'Pichinita', Miguel Ramírez 'El cuye', Héctor Jacinto Robles 'Tocho' y su hermano Iván Filomeno quien años más tarde ingresaría por la puerta grande a las ligas mayores de la tauromaquia provinciana. Después del entretenimiento taurino dormíamos soñando con una manoletilla o una chicuelilla, dependiendo del estado del coso.
 
 
TOROS Y NOVILLEROS

Los toros 
 
 
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Los bóvidos que salen al ruedo chiquiano provienen de las ganaderías enclavadas en las estribaciones del Jirishanca y la puna bolognesina a más de 4,500 metros de altura. Algunos comisarios llevan novillos de casta a pedido de los novilleros profesionales contratados. En los años de mayor realce de la fiesta brava chiquiana (décadas del 50 y 60), brillaron con luz propia los astados de don Pedro Gamarra, cuya ganadería se hallaba alrededor de la laguna de Jahuacocha, en plena cordillera Huayhuash. También de las familias Bustamante y Pozo de Huallanca; de don Ernesto Vásquez en las alturas de Yanashalash, y del profesor Manuel Roque en Pache, ambas en Aquia. 



 
Comentan los expertos chiquianos: "Detrás de estos ágiles y fuertes toros obran muchos años de labor del ganadero, amén de los callados parajes donde el toro pasea calmo su bravura. La madre por instinto oculta a los ojos humanos la ralea de su cría. Con el paso de los meses los juegos entre los becerros advierten al criador la casta de los pequeños; es cuando empieza su cuidado entre el frío y la soledad de la llanura". Parafraseando a los duchos criadores de toros bravos de Pachapaqui: "El trapío, el color, la bravura, el poder y demás características de los toros, dependen del lugar de procedencia, en una suerte de 'contagio' con el medio natural". Después de un trabajo paciente del criador, a los cuatro años el toro está listo para realizar una buena faena.
 

 
 
Muchas veces llegan al ruedo animales toreados. Son los llamados matreros, jugados, traicioneros o mañosos, porque van directamente a la persona, dejando cuerpos, ponchos y sombreros regados a su paso, con su respectivo tributo de sangre, manteniendo en vilo a propios y extraños. Unos dicen que a los toros les llama la atención el color encarnado, provocándoles conductas violentas frente al capote o la muleta. Otros dicen que ven en blanco y negro solamente. En sí no hay nada científicamente demostrado; lo cierto es que cargan contra el movimiento, y eso lo sabe todo el mundo.

 


Cuando estos toros se emplazan nadie se anima a moverlos ni siquiera con madrineras, varas, cabestros y sogas. Es usual ver toros distraídos y remolones que parecen yuntas (domésticos) o animales criados para carne, motivando que la tarde sea sosa y aburrida con bostezos en las palincas y los camiones.



 
La llegada de los toros es un espectáculo aparte. Los comisarios, asistidos por personas expertas, dan el alcance a los arreadores, previniendo a los chacareros y caminantes durante el recorrido. Una vez en la periferia del pueblo son llevados a los potreros, donde permanecen con vigilancia hasta el día de la corrida. No faltan las 'voladas' alertando que los toros se han escapado, generando desconcierto en la población, sobre todo en los niños paseanderos.
 
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Nuestros novilleros
 
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Muchos fueron los aficionados chiquianos que con capote en mano, castilla, ponchos, chalinas, sacos, camisas, casacas, pañuelos y pañolones, demostraron sus dotes de torero. Entre los herederos de Manolete que vi torear en el monumental de Jircán, descollaron: Valerio Aldave 'Muchqui', Crisólogo Ramírez 'Quishula', Manuel Vicuña y su hijo Aparico 'El flaco Apacho', Manuel Castillo 'El chino', Pablo Márquez 'El terror de Chivis', Moisés Aldave 'Moichi', Pablo Vásquez 'Macollado', Iván Robles "Cuay" y Víctor Rafael Morán 'El trucha', quienes daban clases de tauromaquia andina bajo los acordes de un pasodoble con sabor a huayno, que entonaban las bandas de músicos. 
 
 
 "El Trucha" de blanco y negro, escoltado por Efra Vásquez y Pacho Díaz
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La presencia de estos buenos novilleros era esperada por el pueblo, sobre todo de 'El Trucha' porque su muleta lamía una y otra vez los costillares del toro, ahogando de emoción las gargantas femeninas en las palincas. Por su temple y coraje, "El Trucha", a mi criterio, es el diestro que más parecido tiene con Palomo Linares, aquel lidiador de toros fallecido en Madrid el 24 de abril de 2017, tres días antes de cumplir 70 años de vida. Descansa en paz, Palomo.
 
Algunos años de la década del sesenta nos visitó el torero 'Cabrera', a quien veíamos caminando acompañado del formidable profesor de Educación Física Arturo Jo López, entrañable amigo de nuestros padres, con los años uno de los más prósperos comerciantes de telas en Huaraz.
 
 
Ancashinos: Carmelino Carrillo Barrenechea, 
Marcelo Cerrate Ángeles y Arturo Jo  López
(Chiquián 2010). Foto: Nalo
 
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La mañana del 3 de setiembre de 1977, contemplando el armado de palincas en el ruedo de Jircán, mi padre me comentó: que durante la segunda corrida, a finales de los años 20, ingresó el último toro de la tarde con una potencia tal, que puso en vilo a los asistentes. Días antes el toro había llegado de Yanashallash (Pachapaqui, Aquia), escoltado por un harén de caderonas madrineras.
 
 


 
El toro tenía un trapío nunca antes visto en Chiquián: media tonelada de peso, pelaje chivillo brillante, cabeza erguida, rabilargo, ojos encendidos como chispas de pira, gemelos descolgados sin modestia alguna, cuernos brochos muy afilados, abundante pelo rizado en la frente y prominentes músculos en la joroba y el cuello.

El toro dio una vuelta en el ruedo como empujado por un tifón y se paró en el centro, mostrando a los cuatro tendidos su recia estampa espartana. Su presencia era tan avasalladora, que durante unos minutos el silencio fue sepulcral. Ni un espontáneo, de los cientos que estaban parados debajo de las palincas, se animó a retarlo. De pronto salieron del lado sur los conocidos novilleros: Luis Marzano (Lucho de Alcococha), Valerio Calderón (Muchqui de Oropuquio) y David Aldave (Lapicho de Jupash). Los tres hicieron delirar al público con su arte taurino, entre oles estentóreos que incitaron un pasodoble en la palinca del nuevo capitán de la fiesta, donde estaba apostada la banda de músicos. Las pallas cantaban emocionadas: "Viva, viva comisario”, batiendo al viento sus pañuelos de colores.

El toro jugaba limpio en el ruedo, incrementando segundo a segundo su impulso de embiste, haciendo que los tres novilleros pasen de la valentía a la temeridad. De repente el toro se paró en seco al escuchar gritos altisonantes tras la barrera norte. 
 
Olvidándose de los novilleros el toro corrió resoplando y bramando áspero, irrumpiendo debajo de las palincas como un torbellino de humo. El griterío de los borrachos fue tan desgarrador, que la banda de músicos enmudeció. ¡Ahurasilo shay, el toro está endemoniado, nos va a matar a todos, es el mismo Satanás en persona, un cuerpo sin alma!, se escuchaba en los tendidos de sogas, pellejos y maderas. Las abuelitas imploraban ¡Jesús!, apretando sus crucifijos. Más de un shaplaco se hizo la pila y algo más...
 
 

 
La incertidumbre recién cesó cuando el toro apareció de nuevo en el ruedo y se fue directamente al toril que ya tenía la puerta abierta.

Aquella tarde inolvidable nadie resultó herido, ni siquiera con un chichón, aunque dicen que a tres tuvieron que sacarle el susto con cuy cutucho al ungüento.
 
Todos coincidieron que el toro jugaba limpio, y que irrumpió en las palincas sólo para escarmentar a los borrachos que estaban perturbando la faena de los mejores novilleros del Yerupajá.

Entrada la noche el futuro capitán contrató dicho toro para la primera corrida del año siguiente, pagando, además, un seguro de vida por el animal, garantizando así su presencia en el ruedo de Jircán el día fijado.

Horas antes de retornar a los pastizales de Yanashallash, el dueño del toro se enteró de que el capitán quería darle una sorpresa al pueblo chiquiano, implantando por primera vez el “toro de muerte”, con un matador contratado de Acho, y que esta suerte recaería en su ya famoso torito. El dueño meditó nostálgico, pues como hombre de palabra tenía que volver al año siguiente con el toro. 
 
¿Qué hizo el dueño para evitar que sacrifiquen al torito?: durante los meses siguientes lo entrenó para que no embista en la corrida; es decir, que se comporte como una yunta.

Pasaron 364 días y llegó la primera tarde de toros en el ruedo de Jircán. El capitán anunció montado en su caballo la salida del “toro de muerte”, haciendo hincapié que se trataba del toro de Yanashalash que jugó limpio el año anterior.  Los chiquianos se miraron sorprendidos por el anuncio, no podían creer lo que estaban oyendo, y empezaron las rechiflas y los reclamos a viva voz en los tendidos. Todos recordaban al torito que no lastimó a nadie a pesar de su bravura. El público no quería verlo sacrificado. ¡Indúltenlo, indúltenlo, somos un pueblo pacífico! fue el pedido general.
 
Los organizadores de la corrida no atendieron el pedido popular, y el torito salió a su encuentro con el estoque de la muerte. Salió con la misma fuerza de un año antes, pero esta vez ataviado con una moña rojiblanca en la frente rizada y una enjalma grana en el lomo, con el nombre del capitán en letras de oro. Dio dos vueltas limpiando la plaza y se detuvo en el centro del ruedo. 
 
Durante un lapso no se atrevieron a torearlo, ni siquiera el matador contratado hizo acto de presencia. 
 
Sorpresivamente ingresó bailando un borrachito longevo, motivando que el público grite de pavor: ¡lo va a destripar, sáquenlo por favor...!. El toro ni se movió. Permaneció parado como un corderito del Portal de Belén. 
 
El torito de Yanashallash se estaba jugando la vida, segundo a segundo, y tenía que neutralizar sus agallas con la mayor tolerancia del mundo. 
 
El borrachito se fue acercando a las filudas astas blandiendo su pijsha de lana y lo pasó una y otra vez por el hocico del toro, que continuaba imperturbable. Luego le arrancó la moña de un tirón y siguió bailando feliz.
 
Observando la docilidad del torito, poco a poco los espontáneos empezaron a rodearlo hasta tocarle el pelo rizado de su frente y retirarle la enjalma del lomo; inclusive se acercó un perrito y lamio los labios del torito. El toro ni siquiera resoplaba. Y continuó respirando sereno hasta torcer el destino que le fijó el capitán de la fiesta un año antes. 
 
 

 
Finalmente los organizadores de la corrida no tuvieron otra salida que soltar tres vacas madrineras.

Cuando el toro estaba retornando al toril con las madrineras, Lucho Marzano, Muchqui Valerio y David Lapicho rieron dichosos, mostrando sus capotes al matador de Acho, y el público aplaudió de pie. El torito estaba a salvo, pronto volvería a respirar el aire puro de los deshielos de Yanashallash.

Culminada la corrida el dueño se acercó al capitán para devolverle su dinero, y éste, espetó: ¡quédate con la plata, pero llévate tu toro doméstico, no lo quiero ver ni en pintura! 
 
Esa misma noche el criador y su toro retornaron a Yanashallash; él se convirtió en el ganadero más próspero de la región, y el torito pasó el resto de su larga vida como padrillo, perpetuando el linaje de su raza en las heladas morrenas de Pachapaqui.
 
 

 
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Viene a mi mente la fiesta de Santa Rosa del 62, cuando con mis primos Eduardo 'Fraca' Dextre Balarezo, Lucho, Carlos y Chechi Rueda, acariciábamos la idea de ver lidiando en la plaza de toros de Jircán a 'Ushuncu' Oswaldo Rosales Padilla, de quien habíamos oído hablar sobre su cualidad de matador en el coso de Acho; hasta que un día se hizo el 'milagro' y arribó a Chiquián al finalizar la Entrada, con el ómnibus de la empresa Landauro.
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Al mediodía del 2 de septiembre (primera corrida), visitamos la casa de mi tío Calixto Vicuña Calderón donde pernoctó 'Ushuncu', y para nuestra sorpresa lo hallamos sacando de una pequeña maleta un traje de luces. Una vez que todas las prendas estaban sobre la silla empezó a vestirse.
 
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Primero su impecable camisa blanca, luego un corbatín negro y después una taleguilla, un traje color oro y grana (chaquetilla, hombreras y pantalón) que le quedaba un poco chico. Continuó con el fajín y unas medias rosadas un tanto fosforescentes.
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Recuerdo que las zapatillas negras con suela antideslizante le quedaron grandes, por lo que tuvo que rellenarlas con lana de oveja. Después de ponerse el capote de paseo, la coleta y la montera, nos pidió a los curiosos que lo dejemos solo, pues tenía que pedirle a Santa Rosita que lo proteja durante la faena que se aproximaba inexorable.
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Una hora más tarde ingresó al ruedo con una cuadrilla de matadores y subalternos, sujetando estoques y banderillas bajo los acordes del "Gato Montés", entonado por la banda de Llipa. Salió el primer toro de la tarde: un barroso de Palca que limpió la plaza de canto a canto, y como nadie se atrevió a torearlo durante tres cuartos de hora, lo tuvieron que volver al toril ante la rechifla del tendido sur donde estaban las pallas, cantando fuerte el corto estribillo ¡Viva, viva comisario!
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El segundo fue un retinto pocpino que se dio dos vueltas: libre de polvo y paja, pero para asombro de todos salió un borrachito de entre la multitud pegada como hiedra humana a las palincas y los camiones. Llamó al morlaco con el tufo, éste embistió con fuerza y se lució con tres verónicas al hilo, mas cuando estrenaba una chicuelilla, su poncho se enganchó en el pitón izquierdo y terminó parado de cabeza por una zancadilla que el mismo se puso.
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Viendo que el toro jugaba limpio salieron de su escondite los diestros del Capitán. Lo torearon uno a uno, menos 'Ushunquito' que daba aliento y consejos desde un burladero de pellejo y palos de aliso.



 
Ya cuando las sombras besaban los tendidos Norte y Noroeste, salió un jirishanquino negro enmorrillado. Un toro jugado, muy conocido por los estragos que causó días antes en los ruedos de Carcas y Huasta. Romerito el 'Quisipatino' le dio el encuentro con dos banderiilas sin arpones que impactaron en el morrillo del toro y cayeron al piso. Sonó fuerte la trompeta anunciando el cambio de tercio. Los asesores de 'Ushunquito', que se encontraban tras del burladero, le aconsejaron ingresar al ruedo. Ushunquito tomó valor, se persignó, tiró la montera hacia atrás cayendo boca arriba, señal de mala suerte; apretó fuerte la muleta de franela grana, infló su pecho y entre aplausos avanzó despacio, paso a paso, arrastrando sus zapatillas sin dejar de mirar al empitonado; de pronto calló el corazón del respetable, la muerte acechaba en las filudas astas.
 
 
 
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A unos 30 metros de Ushunquito el "matrero" empezó a rascar con furia una y otra vez el suelo de cascajo echando tierra atrás con sus pezuñas delanteras, resopló y cargó directamente hacia él, que no tuvo otra alternativa que dar media vuelta...
 
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Entre los novilleros a caballo que destacaron en las décadas del cincuenta y sesenta figuran: Manuel Pardo de Umpay, Ernesto Vásquez de Bolognesi, Arturo Barrenechea de Agocalle, Armando Alvarado de Jircán, Benjamín Robles de Simón Bolivar, el gaucho William Jara de Capellanía, Pablo Calderón y Segundo Robles de Jupash. También brillaron con luz propia los jinetes huastinos 'Eladio Gamonal' Fernández Gonzáles con su caballo moro que bailaba huaynos de Mahuay y pasodobles con banda, los hermanos Valdez, Garro y Callupe. 
 
Pero sin duda, tres fueron los espontánesos más aclamados por su gracia y agilidad, sobre todo porque ingresaban cuando el toro se emplazaba en el ruedo y no había quién se anime a torearlo:
 
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'Luclish' - Félix Ambrocio Justiniano Claudio:
 

 
 
Montaba al toro a la volada y se mantenía 1 minuto sobre sus ancas antes de saltar y seguir caminando por el ruedo 'como si nada hubiera pasado'.
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Este valeroso chiquiano de ojos almendrados, cabellos castaños, de pómulos chaposos, antes de cada faena hacia sus preparativos de rigor al igual que los diestros españoles en la Plaza Monumental de Las Venta'. Se ponía uno a uno cada componente de su indumentaria frente a un espejo, bajo la mirada de su esposa Cristina y sus retoños. Primero su cotona verde olivo de soldado de nuestro Ejército, un pantalón de bayeta modelo 'conquistador', medias de lana de su manada de la Pampa de Lampas Alto y sus cada vez más gastadas polainas de cuero, con las que tantas glorias ganó como instructor de movilizadles en la plaza de Jircán, junto al 'Indio Peruano'.

Luego se persignaba y oraba en silencio frente a la imagen de Santa Rosa que tenía sobre la mesa de su dormitorio; se despedía de la familia y salía de su casa de Umpay, sin probar un bocado para evitar una evacuación inesperada en el ruedo.
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Con los ojos perdidos en cien faenas gloriosas circundaba Chiquián por Oropuquio, Puente Cantucho, Capulipata, Cruz del Olvido y con disimulo se ubicaba sobre una de las paredes con vista al toril para ir familiarizándose con los barrosos, los azabaches y los enjalmados del Jirishanca y las vacas machorras de Jahuacocha, populares por sus cachos doblados hacia abajo. 
 
 
Lugar desde donde Luclish estudiaba a los bravos, minutos antes de la corrida
 
 
De 4 a 6.30 de la tarde su esposa e hijos oraban por su regreso sano y salvo, acompañados por el zumbido de un gengrish (moscón agorero). Entrada la noche su hija Carmen salía a la puerta de su casa y averiguaba si su papá había sido cogido; al encontrar como respuesta una sonrisa con movimientos laterales de cabeza, corría a dar la buena nueva a su mamá y reiniciaban su dicha con shinti y mote frío que esperaban ser degustados desde el mediodía.

Que recuerde, Luclish nunca fue cogido, menos cobró un centavo por cada una de sus espectaculares faenas de rodeo al estilo mexicano; sin embargo tuvo un percance de 'mal gusto', cuando un barroso de Jahuacocha lo bañó de verde boñiga después de haber descendido a la volada de sus ancas y osar levantarle el rabo con disimulo.
 
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'El gran Arturo' - Arturo Alvarado Aldave
 
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Toreaba blandiendo sus manos al viento de cara al Yerupajá y dándole la espalda al toro, acompañado por el silencio sepulcral de los tendidos, todo ello, gracias a su experiencia lazando toros para subirlos al camión donde les ponía cabezales y los sujetaba uno a uno en los postes de la carrocería.
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Él, junto a los paisanos Manuel Roque, Ernesto Vásquez; Eusebio, Román y Baldomero Ramírez; Melchor Gamarra, Corpus Santos, Teobaldo Suárez, Cucus Pedro, Víctor Tadeo, Arturo Barrenechea, Shatanco, Carlos Núñez, Teobaldo Padilla y Mateo Gálvez, fueron los más diestros lazando bravos en las estepas y cordilleras aquinas.

'El gran Arturo', tampoco fue cogido en las plazas de toros de Jircan, Aquia, Huasta ni Carcas, donde esperaba sereno y confiado al bravo en suerte, luego le hacía una venía protocolar y cuando se aprestaba a cornearlo, con una veloz 'quica' (movimiento rápido), lo esquivaba cuantas veces quería, hasta que el toro de aburrido se iba por las palincas o los camiones buscando un lugar por donde escapar. Arturo Alvarado, Maestro chiquiano, es un virtuoso de la trompeta e integró la banda de músicos de su abuelo Florentino Aldave, pionero de las bandas musicales de la Región. 
 
 
.'Chemo' - Telmo Alvarado Montoro
 
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Desafiaba al toro con un billete verde de media libra en la mano derecha, y la izquierda metida en el bolsillo apretando un guayruro de la buena suerte. En una oportunidad le pregunté sobre su secreto para que el toro lo ignorara o pase volando por encima de su cuerpo sin tocarlo, me ilustró su temerario accionar, así:

- Tres teorías van a aclarar tus dudas. La primera: El toro no me embestía porque no me veía de lo flaco que era. La segunda: Echado en el piso, me hacía el muerto hasta que el toro pase y, la tercera, es la que mejor resultado me daba: Mostraba al toro un billete de media libra solamente, pues si le 'munapaba' de 10 para arriba de seguro me lo quitaba.
 
Fuente:

Capítulo XIV de la novela "DEL MISMO TRIGO" 1993 - Bodas de Oro del Colegio Nacional "Coronel Bolognesi" de Chiquián. En Internet desde el 2003.
 
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GALERÍA FOTROGRÁFICA

Construcción de palincas
 
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Primera tarde de toros
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Pinquichida y segunda tarde de toros
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