LOS
NIÑOS QUE JUEGAN CON MUÑECAS NO VAN AL CIELO
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Una
tarde, cuando retornábamos de la escuela, mi amigo Toribio tropezó y cayó. El llanto por el dolor no se hizo esperar, razón
suficiente para acompañarlo a su casa. En su habitación, sobre un
ropero estaban sentadas 2 muñecas: una rubia y una morena. "No pienses mal, las muñecas son de mi hermana, estoy ocupando su
cuarto desde que se fue a Lima, a estudiar", me dijo.
Su
papá, maestro rural en el interior de la provincia, volvía al pueblo
cada fin de mes. Durante el
día su mamá atendía un puesto en el mercado de abastos. El cuarto de
Toribio daba a un patio al que se ingresaba por un callejón sin puerta.
A la mañana siguiente fui a
pedirle su pelota para jugar fulbito
con un grupo de amiguitos. Atravesé el callejón y toqué la puerta de su cuarto, sin hallar respuesta. Pensando que
estaba dormido oteé por la cerradura. La ranura solamente permitía ver a las dos muñecas sobre el ropero. De pronto ingresó
Toribio por el callejón, y atendió mi pedido.
El domingo entrante volví por un
nuevo préstamo, pues Toribio era uno de los dos niños que tenían pelota en el pueblo. El otro niño no lo prestaba. En circunstancias que me
acercaba al cuarto escuché un ruido en el interior, toqué la puerta una y otra vez,
sin respuesta alguna. Entonces puse el ojo en la cerradura, sólo
la muñeca rubia estaba en el ropero. El ruido debe haberlo provocado un ratón, pensé, y me marché.
El
domingo siguiente volví a tocar la puerta del cuarto. Al no encontrar respuesta oteé por la cerradura. En esta
oportunidad sólo la morena estaba en el ropero, ¿Y la rubia?,
me pregunté turbado, sobre todo al recordar las palabras del
sacristán durante las actividades preparatorias para la Primera
Comunión: “Los niños que juegan con muñecas no van al cielo”. Con esta advertencia en mente, al finalizar las clases del día, seguí a Toribio hasta su casa. Tan pronto entró a
su dormitorio y cerró la puerta, caminé con sigilo y miré por la
cerradura. Solamente la rubia estaba sobre el ropero.
Con
mil sospechas martillando mis sienes, medité: Tengo que hablar con su
mamá, no es bueno que Toribio juegue con muñecas como las niñas...
Cuando cavilaba, una luz de esperanza hizo que notara una grieta en la
ventana de madera del cuarto. Me acerqué a la
grieta. El dominio visual del cuarto
era total. Esta escena disipó mis temores:
Toribio tomó del ropero a la rubia y la puso al filo del catre, cerró los ojos y deslizó su dedo cordial por el paraíso vertical.
Toribio tomó del ropero a la rubia y la puso al filo del catre, cerró los ojos y deslizó su dedo cordial por el paraíso vertical.
Cusco, 7 septiembre de 1975
Fuente:
Libro de bolsillo "Relatos del más acá" de NAB - Ediciones Cachizada 1981.