Capitanía de Patuco - Jircán
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PATUCO:
CON LOS COLORES DEL CAHUIDE
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
PATROCINIO ALLAUCA CALDERÓN, más conocido como PATUCO DE JIRCÁN, es un ancashino campechano
entregado a las causas populares, empresario de larga data con resistentes
raíces telúricas, CAHUIDISTA CIENTO POR CIENTO, benefactor y funcionario en las
fiestas costumbristas y cívicas (Chiquián y Lima), socio fundador de programas radiales e impulsor
de instituciones representativas de nuestro pueblo en el Cono Norte
limeño. En fin, un ser humano singular, por quien tengo el mayor cariño, y admiro su calidez solidaria desde niño.
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Residimos con Patuco y mis hermanos casi tres quinquenios en el barrio chiquiano de Jircán, cuando con muchos chiuchis
de la cuadra 1 de Leoncio Prado, iniciamos nuestras experiencias de vida. Cuando enhebramos los
primeros sueños adolescentes, cuando descubrimos los sagrados valores de la familia y
la amistad, cuando en la diáfana mirada de los vecinos, que hoy nos
iluminan con su ejemplo desde el cielo, brillaban miles de luceros de
esperanza por un Chiquián con caminos abiertos al porvenir de todos;
aquellos vecinos que vivían y ayudaban a vivir a los demás en franca confraternidad diaria.
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Patuco nos enseñó:
que echar simiente al surco y dejarla a su suerte no garantiza buena
cosecha. Se necesita cultivar la planta de sol a sol, así
como para cosechar buenas amistades primero se tiene que dar amistad
sincera, porque amistad que no se brinda con amor verdadero, se va como el agua
por las rajaduras de un cuntu viejo.
"Nunca saquen
conclusiones apresuradas, tampoco intenten inflar un shulaco para que
parezca una iguana, pues lo único que conseguirán será reventar al
shulaco en la primera inflada. Todo en su justa medida, el que nació
para panzón, aunque lo fajen con fleje". Nos recalcaba en los días
de la infancia, cuando la única impresora era el papel calco y el
borrador de tinta líquida más que borrar traspasaba la hoja del
cuaderno.
Recuerdo como si fuera ayer sus frases: "Nunca
frenen sus sueños. Tienen que dejar huella profunda. No
lloren por gusto, como plañideras de velorio que ni siquiera conocieron
en vida al difunto. Manténganse alerta, siempre en movimiento, un paso
atrás, sólo como el puma para saltar con mayor impulso la honda zanja".
"Una cosa es tener sueño y otra
tener un sueño por realizar, pues el "un" marca la diferencia entre la
ociosidad y el
éxito".
Muchas veces afloraba su picardía, sobre todo a la hora de los juegos nocturnos. Decía:
"Dejen de jugar al médico y a la enfermera, mejor jueguen al papá y a
la mamá, y sigan practicando con la prima, la amiga o la vecina, pero
sin olvidar ponerse el milagroso pucash, salvo que quieran convertirse en la oveja negra del vecindario". Dicen,
no me consta todavía, que hasta el propio diablo fue derrotado por
Patuco en un duelo por el corazón de la musa más esquiva de Umpay. Es
decir, una envidiable máquina humana en la ciencia del amor, una de las
más difíciles entre las ciencias naturales.
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Gracias a Patuco aprendí que la vida es
como una película,
que puede ser en blanco y negro o a colores; película larga o en cortometraje,
todo depende cómo la filmemos con la videograbadora del alma. También
aprendí que para ser feliz, solamente tenemos que compartir el pan nuestro de cada día con lo demás. "Dejen de compararse con los que más tienen, es mejor compararse con los que nada tienen si quieren valorar la vida que nos ha dado Dios",
nos repetía una y otra vez en las veredas del barrio a los niños
oyentes, barrio amado donde sólo crecen buenas hierbas los 365 días del
año.
En el telar donde se entretejen los recuerdos de los chiuchis
de Jircán y de los buenos amigos chiquianos, emerge permanentemente la
imagen señera de Patuco, como las narraciones de estas dos direcciones
electrónicas, por ejemplo. Hacer clic en:
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SAFARI DE ALTURA EN CHIQUIÁNNECESITO UN CABALLO
"La vida toma examen escrito antes de darnos lecciones orales", nos dijo Patuco la vez que ingresó a la universidad para estudiar Administración de Empresas. Hoy, cuatro décadas después, su pensamiento sigue intacto, pues la vida primero pide pruebas claras, luego vienen las clases al aire libre o en recinto cerrado.
"El secreto para lograr el éxito está escrito en todas partes, todos lo leen de día y de noche, pero pocos se animan a estudiar con ahínco y trabajar honradamente y sin tregua",
así se refirió cuando vio la luz su primera empresa, y qué LUZ amigos
míos, nos iluminó ayer y nos sigue iluminando a muchos paisanos con la
misma intensidad en las calles oscuras de la vida, porque ahora ha
hecho de su existencia un sacerdocio de fe y amor a Dios por sobre todas las cosas.
En un mundo donde abundan como galgas los filósofos de cuarta, chamanes, políticos y jueces de quinta, cuánta faltan hacen los emprendedores como Patuco.
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Que Dios te colme de bendiciones en este día de tu santo, Patuquito, y los venideros también, para felicidad de la gran familia ancashina.
Un fuerte abrazo, primo,
Nalo
Que Dios te colme de bendiciones en este día de tu santo, Patuquito, y los venideros también, para felicidad de la gran familia ancashina.
Un fuerte abrazo, primo,
Nalo
RECUERDOS
Al pie, dos cartas que no llegaron a su destino porque quedaron enganchadas en los cables telegráfricos chiquianos.
Una, en las jalcas de Toca camino a Tinya; y la otra, trepando Cachichurana rumbo a Capellanía.
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Lima 26 de agosto 1996.
HOLA SHAY:
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Hace unos meses estuve recordando con nuestro paisano Víctor Damián Núñez, en su casa de Fort Lauderdale (Florida, USA), acerca de una de las obras cumbres de la literatura universal: LA ODISEA, de Ulises, mientras Penélope, Telémaco y el fiel "Argos", esperaban su regreso. Comentábamos, cómo luego de muchas vicisitudes y placeres mundanos Ulises cayó de rodillas y lloró de amor al contemplar su querida Ítaca. Con seguridad, esos mismos sentimientos son los que nos acarician el alma, cuando acortando distancias tras largas ausencias arribamos a nuestra Patria chica.
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Gracias a estos recuerdos homéricos hoy he vuelto a reafirmar que el amor puro es esa Ítaca de Ulises; y Chiquián, el más bello punto de encuentro en el corto camino de la existencia. El amor puro también es como el río Aynin o las cascadas de Usgor y Putu, cuyas aguas cristalinas que volverán convertidas en aguacero, irán primero al mar abrevando campos sedientos a su paso; como todo lo que es grato en un sueño se diluye al despertar, sin embargo queda su dulzor durante el nuevo día.
Gracias a estos recuerdos homéricos hoy he vuelto a reafirmar que el amor puro es esa Ítaca de Ulises; y Chiquián, el más bello punto de encuentro en el corto camino de la existencia. El amor puro también es como el río Aynin o las cascadas de Usgor y Putu, cuyas aguas cristalinas que volverán convertidas en aguacero, irán primero al mar abrevando campos sedientos a su paso; como todo lo que es grato en un sueño se diluye al despertar, sin embargo queda su dulzor durante el nuevo día.
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Muchas veces en mis desvaríos juveniles me sentí eterno, porque creí
haber aprendido el arte del olvido, pero bastaba contemplar una
fotografía chiquiana en blanco y negro, escuchar una melodía de banda o de arpa,
una canción del recuerdo o leer mis primeros relatos, para pensar en mis
amigos de la infancia; y de inmediato se me desgarraban las tensas cuerdas del
corazón; entonces comprendía, cada vez más y más, el dicho popular que me
enseñaron los pastores de Tupucancha: "El Sol no muere en la noche, sólo se aleja unas horas mientras se refleja en su amada Luna".
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Muchas madrugadas en la década del ochenta e inicios del noventa, despertaba y, a través
de la ventana de la habitación exploraba lapicero en mano el confín,
y sacaba de lo más hondo del alma: hilachas y cuentos de mundos mágicos,
pero también grutas sin luz. Fueron tantas noches de insomnio
en el Sur andino, Cajamarca, Huaraz y Pampas Grande, que ahora me cuesta recordarlo todo sin perder el
aliento. Hoy, esas fuentes de donde extraía líneas de líneas ya no están
en la oscuridad, sino en el alba donde mi hambre y mi sed encuentran el
trigo y el chumpac, como en los núbiles años sesenta. No más tempestades ni covachas
de olvido, tampoco manos encallecidas tratando de abrir candados
invisibles.
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Tal vez en estos momentos pienses que
esta carta es una de mis locuras de chiuchi travieso, pero siéntate a
meditar en la calma de la almohada y escucha tu propia historia a
través de los latidos de tu corazón, y dime: ¿QUÉ SIENTES?. En tanto, el
alma canta en armonía con el corazón y todo es melodía a pocos días de
la fiesta de Santa Rosa, porque el llanto por el pasado indiferente no
existe más, sólo lágrimas de dicha brotan de mi pecho vibrando como
cascadas y trinos de acróbatas huínchus y saltarines pichuichancas,
que hacen de este aprendiz de vate un hombre con alas pequeñas que no
baten desaliento, sino aire puro con nuevas auroras y serenatas,
contenidas en una represa de acuarelas a punto de desbordar, como el veneciano Jupash
de los tiempos húmedos.Es medianoche, lejos de Chiquián querido, y en mi imaginación la banda de Huanri toca "30 de agosto....". Los latidos se impacientan y las pupilas destilan añoranza, porque con esa música maduró mi espíritu telúrico. Las horas pasan con áspero sabor a lejanía, raspando como cascajo el pensamiento, cual pardo piso del ruedo de Jircán que roía las rótulas de los chiuchis de antaño, cuando mirábamos la corrida de toros, arrodillados debajo de los camiones y las palincas con dueño insensible a los gritos de auxilio de los pequeños fiesteros.
Muchos recuerdos desgajan el pecho y vuelan como tinyacos por Yucyushtana, Shulu y Mishay; por eso estoy tratando de hilvanar estas líneas para después tallarlas en un aliso mental, como parte de tu vida y la mía, sólo así nuestros sentimientos no se perderán en la neblina de los años, menos en el falso aroma de un porvenir incierto que se evapora al día siguiente. Pero si quieres perderte en tu delirio con una gota de chinguirito en cada poro, no te duermas en la sombra de un raído zaguán, sino bajo la luna chiquiana que ilumina la vereda, el umbral y el portón, flotando en el aliento de tus suspiros, que son los heraldos de buenos augurios como el arcoíris que pinta de alborada "Espejito del cielo" de Hualín de Fragua.
QUERIDO SHAY:
Hoy que estamos lejos de las pallas, de la Estandarte y las mayoralas, quiero contarte que anoche le pedí al viento vespertino que me lleve a la fiesta de Santa Rosa. Pasaron los segundos con su tic tac inagotable y finalmente me quedé dormido. En mi sueño vi en el cine mudo de finales de los cincuenta, retazos de recuerdos que mi mente trataba de juntarlos, pero volaban llevándose las últimas hilachas de aquella inocencia perdida. Recuerdos que trataban de despertar como retoños de lajtash en mañanitas con rayitos de sol y gotas de shulay, implorando que no zozobren en el olvido.
También vi en mi
sueño, cómo las entumecidas alas del pensamiento se aligeraban para
bogar aires chiquianos juntos, y volver a ser los chiuchis
de antaño con el mismo sino; sólo que en cada aleteo te elevabas más
arriba de mis posibilidades, y ya la razón del vuelo no era alcanzarte
ni siquiera con la mirada, sino la ventura de encontrarte
en el próximo sueño, y mi zozobra no era ya por tu alejamiento sino por
tus
pocos ánimos de retornar y reír en Chivis con los yucyush del ayer.
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Era algo que dolía hondo, shay del alma, muy hondo y grité viendo
el Cosmos, implorando a Papalindo por los dos:
!cómo desecharte si no estás a mi lado!, !cómo alejarme más
si eres inubicable!. Fue como hallar dos iris brillando en un par
de órbitas secas; y bajo un pecho de lloque un corazón
latiendo en otros cielos. Luego vino un golpe de canga cargado de angustia, los minutos acechaban como filudas antacashas sobre un inerme trompito de maguey,
y pronto la penumbra cubriéndolo todo; entonces volví a gritar, pero esta vez aterido: ¡por qué no aprendí a ser
indiferente!!!!!, y el grito trocó en olvido, el viento dejó de
silbar huaynos y el río de la vida calló su canto de aleluya, para siempre.
Gracias a Dios esta noche volveré a soñar contigo, y ojalá te escuche decir cosas que de chiuchi
no dijiste, y que se hagan realidad los juegos infantiles que no
realizamos por falta de tiempo...
Quedan tantas cosas por hacer, que soñar no basta ¡Shay del alma!
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Tu amigo Nalo Alvarado Balarezo
Quedan tantas cosas por hacer, que soñar no basta ¡Shay del alma!
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Tu amigo Nalo Alvarado Balarezo
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Lima, 26 de agosto de 2002
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HOLA SHAY:
CHIQUIÁN CON MAYÚSCULAS, nuestra amada Patria chica, colmada de alegría y colorido como no hay dos en el Perú profundo; incontrastable villa con aroma a tierra fresca donde germinan flores y hierbabuena por doquier. Así es nuestro icono bendito, rinconcito encantado lleno de melodías, canciones, versos y pensamientos hospitalarios que caen de las nubes blancas, mostrando su saludo fraterno al arriero, al turista y al caminante.
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HOLA SHAY:
CHIQUIÁN CON MAYÚSCULAS, nuestra amada Patria chica, colmada de alegría y colorido como no hay dos en el Perú profundo; incontrastable villa con aroma a tierra fresca donde germinan flores y hierbabuena por doquier. Así es nuestro icono bendito, rinconcito encantado lleno de melodías, canciones, versos y pensamientos hospitalarios que caen de las nubes blancas, mostrando su saludo fraterno al arriero, al turista y al caminante.
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Cuando pienso en ti, tu imagen se posa
radiante en mis retinas, como las películas de cuadratura de don
Enrique de Llaclla, recrearon mis ojos en los agostos y septiembres de avellanas,
mercachifles y huaylishadas. Hoy, cada vez que con las pupilas del alma
hago "clic", te muestras huraña y luego te ocultas en las alas de una
tórtola de ensueño, que va derramando acuarelas de infinita textura sobre los campos amados.
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CHIQUIÁN,
muchas veces iluminas mi mente como ninacuru pasajero, tan
volátil como luz de alba imposible
de atrapar con las manos, es cuando el sudario de la aflicción cubre mi
ser. Lento
caminar, un descifrar de evocaciones en un gris atardecer de pronóstico
reservado.
A la medianoche mi corazón contumaz se agita como cachorro de
puma en el cenobio genitor. Entonces
retorno como el hijo pródigo al nido familiar de Jircán, con su
construcción de adobes, terrados de eucalipto y entablados de aliso;
altillos abrigados, techos ocres con canaletas para que corra cantando
de dicha el aguacerito madrugador. Hospitalaria casita de paredes
tarapaqueñas y azul vidrioso como el cielo chiquiano, corredores
repletos
de arados, racuanas, cayshis, cuntus y monturas. Cerca del fogón un
batán y dos morteros de piedra que guardan el aroma del nahuín de la última cena familiar. Dulce hogar, jardín florido, con su baranda para tomar
el sol donde duermen mazorcas de maíz, oquitas, mashuas y el trigo amigo en dorados
peroles.
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Al
fondo del
pasadizo, y pendiendo de un clavo de tres pulgadas descansa un espejo
opaco, donde en las noches de luna llena se peinan las almas de mi
abuelita y sus
adoradas hijas Jeshu y Eni. En la sala de losetas se reflejan retratos y
almanaques de décadas pasadas. Sobre un mueble de
madera y mármol reposa una Biblia y un libro de literatura entreabierto
donde se lee el poema del Mío Cid. A su costado, un poncho de vicuña
espera el retorno de Felipón.
En este ecran en miniatura, de pronto aparece la imagen materna con su vestido blanco. Está de pie en el primer descanso de la escalera que sube a las habitaciones del segundo piso. Jeshu sonríe y me muestra feliz sus rosas, claveles y azucenas, que después de su viaje eterno hace florecer con agua bendita papá Armando, para alegrar la casita donde mamá fue hija, esposa, madrecita santa, abuelita y bisabuelita amada.
Bajo los párpados y saboreo mis lágrimas, entonces empiezo a oír una canción de amor que despierta la noche con estrofas de los años felices. También vibran huaynitos con pícaras rimas, creación de los viejos aedas chiquianos. De madrugada llegan notas de esperanza en pautas donde se balancean diez ninacurus, abriendo el broche de la ilusión, que iluminó al bardo del "Culto" Alfonso Aranda Ibarra: “Me gusta la libertad porque en Chiquián nací yo”, siguiendo el credo de viejos trovadores andinos de las hermanas provincias ancahinas.
¡Es la hora de la añoranza!, hora cuando el palpitar se fragua con la quietud del alma, bajo la dulce mirada del Niño de Praga, brindándole sosiego al corazón. Y así, minuto a minuto va arribando callada la madrugada, y en algun lugar de Chiquián el mañanero asoma, erizando la piel vestida con la sola belleza de sus perímetros, lista para recibir la savia del gañan del amor. !Ahhh frenesí¡, insaciable bulimia que lo agota todo y no se harta con nada, ni nadie...
Pronto llegará la aurora y la añoranza traerá el recuerdo del primer beso, cuya brasa dura toda la vida, como nunca se engarza el ala de un condór miope, que en pleno vuelo fue roto por una puntiaguda cornisa del Yerupajá; ni desaparecen del refugio las huellas de afecto de un puma de Pancal, ya que el amor de todos los padecimientos, como dicen los filósofos conchucanos, es el que más taladra la médula del espíritu. Beso con el que se entrega el latido sin preguntar ni indagar nada a la hija menor de Baltasar, con la ingenuidad del mancebo picaflor que duerme bajo la espinosa tuna, después de aspirar el ilixir de la flor de waganku; de ahí que el sentimiento vive libre, siempre iracible a la sujeción. Encerrado flaquea de tristeza como los cóndores, las huachuas y los pumas.
Está amaneciendo, y un concierto de armonías trinan en el alero que da a la calle Leoncio Prado de Jircán, como si el pulso de la madrugada que languidece, se alegrara por el canto del pichuichanca anunciando la llegada de los paisanos peregrinos. Unos minutos más y repicarán las campanas de la iglesia matriz de Chiquián como plegarias de esperanza y de fe.
El reloj marca las siete de la mañana. Es hora de escribir y hacer de cada párrafo un gorgorito de arpa, donde la pena por la familia, el amor y el amigo querido, trepide con los enormes remos de la ilusión, aquella hamaca de las ánimas nazarenas que arrulla los afectos con sus melodías divinas.
Tu amigo Nalo Alvarado Balarezo
. En este ecran en miniatura, de pronto aparece la imagen materna con su vestido blanco. Está de pie en el primer descanso de la escalera que sube a las habitaciones del segundo piso. Jeshu sonríe y me muestra feliz sus rosas, claveles y azucenas, que después de su viaje eterno hace florecer con agua bendita papá Armando, para alegrar la casita donde mamá fue hija, esposa, madrecita santa, abuelita y bisabuelita amada.
Bajo los párpados y saboreo mis lágrimas, entonces empiezo a oír una canción de amor que despierta la noche con estrofas de los años felices. También vibran huaynitos con pícaras rimas, creación de los viejos aedas chiquianos. De madrugada llegan notas de esperanza en pautas donde se balancean diez ninacurus, abriendo el broche de la ilusión, que iluminó al bardo del "Culto" Alfonso Aranda Ibarra: “Me gusta la libertad porque en Chiquián nací yo”, siguiendo el credo de viejos trovadores andinos de las hermanas provincias ancahinas.
¡Es la hora de la añoranza!, hora cuando el palpitar se fragua con la quietud del alma, bajo la dulce mirada del Niño de Praga, brindándole sosiego al corazón. Y así, minuto a minuto va arribando callada la madrugada, y en algun lugar de Chiquián el mañanero asoma, erizando la piel vestida con la sola belleza de sus perímetros, lista para recibir la savia del gañan del amor. !Ahhh frenesí¡, insaciable bulimia que lo agota todo y no se harta con nada, ni nadie...
Pronto llegará la aurora y la añoranza traerá el recuerdo del primer beso, cuya brasa dura toda la vida, como nunca se engarza el ala de un condór miope, que en pleno vuelo fue roto por una puntiaguda cornisa del Yerupajá; ni desaparecen del refugio las huellas de afecto de un puma de Pancal, ya que el amor de todos los padecimientos, como dicen los filósofos conchucanos, es el que más taladra la médula del espíritu. Beso con el que se entrega el latido sin preguntar ni indagar nada a la hija menor de Baltasar, con la ingenuidad del mancebo picaflor que duerme bajo la espinosa tuna, después de aspirar el ilixir de la flor de waganku; de ahí que el sentimiento vive libre, siempre iracible a la sujeción. Encerrado flaquea de tristeza como los cóndores, las huachuas y los pumas.
Está amaneciendo, y un concierto de armonías trinan en el alero que da a la calle Leoncio Prado de Jircán, como si el pulso de la madrugada que languidece, se alegrara por el canto del pichuichanca anunciando la llegada de los paisanos peregrinos. Unos minutos más y repicarán las campanas de la iglesia matriz de Chiquián como plegarias de esperanza y de fe.
El reloj marca las siete de la mañana. Es hora de escribir y hacer de cada párrafo un gorgorito de arpa, donde la pena por la familia, el amor y el amigo querido, trepide con los enormes remos de la ilusión, aquella hamaca de las ánimas nazarenas que arrulla los afectos con sus melodías divinas.
Tu amigo Nalo Alvarado Balarezo