“AL INDIO QUE ES COMO MI HERMANO”
Por Daniel Parodi
A Ezio Parodi Marone, bachiche peruanísimo que detestaba el racismo
Corría
julio de 1987 y al terminar el ciclo de cachimbos nos fuimos al Cusco
con toda la patota de la Universidad a conocer, divertirnos y cometer
uno y mil excesos juveniles. Fue así que nos encontrábamos en una
chingana tomando cerveza cuando en eso los parroquianos del lugar nos
comenzaron a increpar: que blanquitos, que limeñitos, que pituquitos
etc. El tono de las voces se levantaba rápidamente, tanto como se
enrarecía el ambiente.
Entonces no se me ocurrió nada mejor que pararme y ponerme a cantar y así empecé: “Ven acá mi compañera, ven oh mi dulce andarita…”; son los primeros versos del Canto a Luis Pardo, que me enseñara mi padre, tema que él cantaba como un himno con sus amigos en su cumpleaños, a vivas y aguardientosas voces, en el cenit de la jarana, a las 4 de la mañana; eran las voces que me levantaban de la cama cuando tenía 5,6,7,8 años. Era la canción que tanto me impresionaba por su final: “Si han de matarme en buena hora, pero mátenme de frente…”. ¿Por qué van a matar a ese hombre, papá?
Y yo seguía cantando parado frente a mis amigos en la chingana del Cusco hasta que llegó la parte más social del Canto a Luis Pardo y entonces volteé hacia los cusqueños que hace minutos nos agredían: “por eso yo quiero al niño, amo y respeto al anciano, al indio que es como mi hermano, le doy todo mi cariño, no tengo el alma de armiño cuando veo que se explota, toda mi cólera brota y la impotencia me indigna, cual una araña maligna que hoy aplasto con mi bota…”.
Mientras cantaba el silencio era absoluto y máxima la tensión, se trataba de un desafío, todos pendientes de lo que cantaba y del mensaje que quería trasmitir. Al terminar se produjo un estallido de júbilo de todos los parroquianos, acabamos abrazados, las mesas se confundieron, los cusqueños nos cantaban “La flor de la canela”, como queriendo complacernos de esa manera. Sin duda, uno de los momentos más emocionates de mi vida.
He querido contarles esta anécdota por el debate sobre el racismo que ha desatado “La Paisana Jacinta”. No voy a tomar posición sobre el programa pero sí quiero señalar que el racismo no se combate solamente teniendo una posición crítica frente a él, sino enfrentándolo y enfrentarlo supone romper el hielo, poner la otra mejilla, ser sencillo, tener gestos. Los gestos, cuánto creo en ellos, somos un pueblo sencillo, lindo, que espera gestos y buena voluntad, algunas veces se trata simplemente de eso.
Hace unos años, el Estado le pidió perdón a los afrodescendientes debido a la esclavitud y se inauguró un magnífico museo dedicado a su aporte en la construcción de la peruanidad, lo que me pareció una excelente iniciativa pero ¿y el mundo andino? ¿cuándo le hemos pedido perdón por el racismo, por el gamonalismo, por las levas forzadas, por la contribución indígena, por tanto abuso y despojo? ¿Cuándo, como Estado y como nación, le hemos dado su lugar, le hemos dicho eres el origen y tronco fundamental de la peruanidad? ¿Cuándo hemos tomado seriamente el quechua y aplicado políticas análogas a las del catalán en Barcelona o el vasco en Euskadi? Y la lista sigue y sigue. Inclusión es igualdad de oportunidades, qué duda cabe, pero también atañe la dimensión subjetiva de lo gestual y lo emotivo, que es tan o más esencial que las banderas políticas que se levantan en su nombre. ..
Entonces no se me ocurrió nada mejor que pararme y ponerme a cantar y así empecé: “Ven acá mi compañera, ven oh mi dulce andarita…”; son los primeros versos del Canto a Luis Pardo, que me enseñara mi padre, tema que él cantaba como un himno con sus amigos en su cumpleaños, a vivas y aguardientosas voces, en el cenit de la jarana, a las 4 de la mañana; eran las voces que me levantaban de la cama cuando tenía 5,6,7,8 años. Era la canción que tanto me impresionaba por su final: “Si han de matarme en buena hora, pero mátenme de frente…”. ¿Por qué van a matar a ese hombre, papá?
Y yo seguía cantando parado frente a mis amigos en la chingana del Cusco hasta que llegó la parte más social del Canto a Luis Pardo y entonces volteé hacia los cusqueños que hace minutos nos agredían: “por eso yo quiero al niño, amo y respeto al anciano, al indio que es como mi hermano, le doy todo mi cariño, no tengo el alma de armiño cuando veo que se explota, toda mi cólera brota y la impotencia me indigna, cual una araña maligna que hoy aplasto con mi bota…”.
Mientras cantaba el silencio era absoluto y máxima la tensión, se trataba de un desafío, todos pendientes de lo que cantaba y del mensaje que quería trasmitir. Al terminar se produjo un estallido de júbilo de todos los parroquianos, acabamos abrazados, las mesas se confundieron, los cusqueños nos cantaban “La flor de la canela”, como queriendo complacernos de esa manera. Sin duda, uno de los momentos más emocionates de mi vida.
He querido contarles esta anécdota por el debate sobre el racismo que ha desatado “La Paisana Jacinta”. No voy a tomar posición sobre el programa pero sí quiero señalar que el racismo no se combate solamente teniendo una posición crítica frente a él, sino enfrentándolo y enfrentarlo supone romper el hielo, poner la otra mejilla, ser sencillo, tener gestos. Los gestos, cuánto creo en ellos, somos un pueblo sencillo, lindo, que espera gestos y buena voluntad, algunas veces se trata simplemente de eso.
Hace unos años, el Estado le pidió perdón a los afrodescendientes debido a la esclavitud y se inauguró un magnífico museo dedicado a su aporte en la construcción de la peruanidad, lo que me pareció una excelente iniciativa pero ¿y el mundo andino? ¿cuándo le hemos pedido perdón por el racismo, por el gamonalismo, por las levas forzadas, por la contribución indígena, por tanto abuso y despojo? ¿Cuándo, como Estado y como nación, le hemos dado su lugar, le hemos dicho eres el origen y tronco fundamental de la peruanidad? ¿Cuándo hemos tomado seriamente el quechua y aplicado políticas análogas a las del catalán en Barcelona o el vasco en Euskadi? Y la lista sigue y sigue. Inclusión es igualdad de oportunidades, qué duda cabe, pero también atañe la dimensión subjetiva de lo gestual y lo emotivo, que es tan o más esencial que las banderas políticas que se levantan en su nombre. ..
Fuente:
Por cortesía de Felipe Alvarado Balarezo
Chiquián, cuna de Luis Pardo - Mario Rodríguez Castro