ALBINA ALDAVE ALVA
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Hoy,
martes 18 de octubre de 1977, Lima despertó perfumada de incienso,
procesión y turrón. Estamos en el Mes Morado, mes del Señor de los Milagros. En unas horas mi hermano Felipe se graduará
de Ingeniero.
Asoma a la memoria el día que Felipe salió de Chiquián con su maletita reventando de cancha, shinti e
ilusiones, para estudiar en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe. Todos nos abrazamos y
lloramos durante la despedida en nuestra casita tarapaqueña del barrio de Jircán.
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Qué
lejana parece hoy la mañana cuando desde Umpay vi la estela de polvo que dejó el carro en la curva de Caranca, nublando
mis ojos de nostalgia. Mi corazón, mi pequeño corazón a las justas
resistió el viaje de mi hermano.
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Pasaron
los años... y en el verano de 1971 Felipe ingresó a la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos, donde estoy iniciando mi segunda carrera.
Cuánta agua ha pasado bajo el Puente del Ejército, cuántas veces lo hemos cruzado juntos, camino a la urbanización Ingeniería. Cuántos recuerdos vienen y van como las olas del mar…
Cuánta agua ha pasado bajo el Puente del Ejército, cuántas veces lo hemos cruzado juntos, camino a la urbanización Ingeniería. Cuántos recuerdos vienen y van como las olas del mar…
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Antigua Plaza de Armas de Chiquián - Foto: Román Palacios
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De
niños, cada dos días, mi mamá encendía una vela a las cuatro y media
de la madrugada (en ese entonces Chiquián no contaba con luz
eléctrica), y se ponía a bordar manteles o zurcía nuestras ropitas,
mientras esperaba impaciente el sonido del claxon del camión de
papá, anunciándonos su llegada desde el paraje de Yuragalpa. Mi hermano
y
yo, cuidando que ella no lo notara, nos despertábamos a la misma hora y
encendíamos una vela en el cuarto que compartíamos. Allí leíamos página a
página hermosos libros de diferentes autores peruanos y extranjeros; así, en el silencio de la
madrugada aprendimos amar con
ternura a los benditos libros nuevos y usados que papá nos traía de Lima envuelto
en su poncho habano, símbolo de la confraternidad chiquiana, que años después abrigó a José María Arguedas
durante un viaje madrugador de Supe a Lima en el camión de papá.
También
aprovechábamos de ese preciado tiempo que nos regalaba la madrugada
para hablar bajito. Felipe me contaba lo mucho que aprendía de su
maestra ALBINA ALDAVE ALVA,
y lo feliz que se sentía compartiendo el Segundo Año “B” con sus
amigos: Vicente Palacios Romero, Cuco Lastra Espinoza, Hugo Durand
Silva, los hermanos Lucho y Carlos Rueda Balarezo, Leoncio Rivera Arana,
Miguel Allauca Laura, Mario Yabar Lemus, Coco Saldívar Alva, Mario
Díaz Valderrama, Francisco Carbajal Larrea, Víctor Gaitán Jaimes,
Florentino Ramírez Ñato, Javi Zubieta Aldave, Dioge Bolarte Camones,
Kique Pardo Cáceres, Avelino García Ortega, Bruno Lázaro Ranírez, Iván
Leoncio Bolarte Sánchez, Kique Minaya Torres, Jesús Gervacio Castillo,
Germán Pérez Lazo, Carlos Gamarra Calderón, Carlos Reyes Gamarra,
Geroncio Antaurco Carmen, Adrián Teófilo Romero Gaitán, Eusebio Ramírez
Ortega, Alberto Reyes García y Florentino Ramírez Ñato.
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En cuanto volvía a sonar el claxon, esta vez en la curva de Caranca, dormíamos unos minutos más, arropados por la
tranquilidad de tener a papá en casa, lejos del intrincado camino ancashino que trepaba Trinchera como culebrita de arcilla la cordillera de los Andes,
tan angosto y abrupto hasta el gélido Mojón en aquel entonces, y que de ahí
hasta Chiquián todavía persiste el rudo agobio durante la travesía.
Oprime mi pecho el recuerdo de lo ocurrido para nuestras vidas el lunes 23 de diciembre de 1963. El día anterior llovió duro y parejo en Chiquián, pero no el 23. En horas de la tarde un grupo de maestros jugaron un partidito de fútbol en el estadio de Jircán. Al culminar el encuentro, don Fabián Cano Osorio, Director del 378, se acercó a mamá que estaba parada a mi lado en la puerta de la casa, y entablaron este diálogo:
- Felicitaciones doña Jesús, su hijo Felipe ha ocupado el primer puesto en su aula.
- Por favor don Fabián, no se burle, si tiene 13 en la libreta. Mis dos sobrinos tienen 17 y 18 ellos estudian en la Pre 35, y sólo uno de ellos ha obtenido diploma en aprovechamiento.
- No tengo explicaciones para dichos promedios, pero 13 es la máxima nota que pone la maestra Albina Aldave. En el 378 aun no tenemos presupuesto para diplomas. 10 alumnos del salón repiten de año, uno de ellos es sobrino de la maestra. Ella es muy justa.
- Gracias don Fabián, que Dios bendiga a la Maestra Albina Aldave.
Mientras escuchaba cabizbajo el diálogo, dos lágrimas -una de dicha y otra de dolor- humedecieron mis pupilas, pues Felipe, diez días antes había sido “desterrado” a la Puna para hacerle compañía a la neblina, llevando como equipaje: mi único libro, legado de mi hermana Mirtha, y todos mis cuadernos del Cuarto Año de Primaria que le heredé en vida antes de su partida. Felipe, por alguna razón que no comprendí ese día, no levantó la mirada cuando mamá lo reprendió por el 13. Quizá no comprendí, porque mis bajas calificaciones de alumno promedio eran costumbre secular en casa.
A las 8 de la noche mi papá Armando llegó de Aquia, y todos cenamos callados: mis padres, mis dos hermanitas de 5 y 3 añitos y yo. Mi hermana mayor había viajado una semana antes a Lima, para pasar sus bien merecidas vacaciones en casa de unos familiares del ala materna.
Oprime mi pecho el recuerdo de lo ocurrido para nuestras vidas el lunes 23 de diciembre de 1963. El día anterior llovió duro y parejo en Chiquián, pero no el 23. En horas de la tarde un grupo de maestros jugaron un partidito de fútbol en el estadio de Jircán. Al culminar el encuentro, don Fabián Cano Osorio, Director del 378, se acercó a mamá que estaba parada a mi lado en la puerta de la casa, y entablaron este diálogo:
- Felicitaciones doña Jesús, su hijo Felipe ha ocupado el primer puesto en su aula.
- Por favor don Fabián, no se burle, si tiene 13 en la libreta. Mis dos sobrinos tienen 17 y 18 ellos estudian en la Pre 35, y sólo uno de ellos ha obtenido diploma en aprovechamiento.
- No tengo explicaciones para dichos promedios, pero 13 es la máxima nota que pone la maestra Albina Aldave. En el 378 aun no tenemos presupuesto para diplomas. 10 alumnos del salón repiten de año, uno de ellos es sobrino de la maestra. Ella es muy justa.
- Gracias don Fabián, que Dios bendiga a la Maestra Albina Aldave.
Mientras escuchaba cabizbajo el diálogo, dos lágrimas -una de dicha y otra de dolor- humedecieron mis pupilas, pues Felipe, diez días antes había sido “desterrado” a la Puna para hacerle compañía a la neblina, llevando como equipaje: mi único libro, legado de mi hermana Mirtha, y todos mis cuadernos del Cuarto Año de Primaria que le heredé en vida antes de su partida. Felipe, por alguna razón que no comprendí ese día, no levantó la mirada cuando mamá lo reprendió por el 13. Quizá no comprendí, porque mis bajas calificaciones de alumno promedio eran costumbre secular en casa.
A las 8 de la noche mi papá Armando llegó de Aquia, y todos cenamos callados: mis padres, mis dos hermanitas de 5 y 3 añitos y yo. Mi hermana mayor había viajado una semana antes a Lima, para pasar sus bien merecidas vacaciones en casa de unos familiares del ala materna.
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Durante
la noche no pude conciliar el sueño, sobre todo porque en el silencio
nocturno la conversación de mis padres se oía clara, como con altavoz inalámbrico. Estaban muy
apenados por el "destierro" de mi hermano. Ya en el desayuno nos dieron la feliz
noticia de que pasaríamos la Navidad con Felipe. Ñatos de risa alistamos nuestras
cosas y, a las 9 de la mañana, surcamos Caranca. Íbamos cantando villancicos navideños y huaynitos ancashinos,
llevando como regalo una pequeña matraca de madera para el
primer alumno, que no esperaba la sorpresa.
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Arribamos
antes del mediodía a Tupucancha en plena granizada de diciembre. Mi mamá fue la
primera en bajar del camión. Ante nuestro asombro corrió al encuentro
de Felipe que salió de la casona al escuchar los ladridos de “Vilca”, y el llanto
de todos bañó de dicha la Puna..
Lima, 22 OCT 1977
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Dilecta Maestra Albina Aldave Alva, doña Ela García de Reyes, prima Marleni Alvarado Vicuña y amigo Miguel Ramírez Vicuña. Que Dios los bendiga con muchos años más de vida para felicidad de la familia chiquiana.
GRANDES MAESTROS CHIQUIANOS, EN QUIHUILLÁN |