sábado, 22 de diciembre de 2018

FELIZ NAVIDAD FAMILIA ANCASHINA - POR AIVIL Y DULY


BENDITA NAVIDAD

Por Aivil Alitana

Navidad es Luz de Vida, que nace y renace,
es principio y renovación constante,
es la presencia del Creador en cada ser,
es fe que madura y esperanza que viene de Dios.

La Navidad es paz que nutre el alma, siempre,
y la verdad que brota del Amor Supremo.
Es el encuentro y el reencuentro con Jesús.

La Navidad endereza caminos torcidos,
es puente seguro sobre río embravecido,
es faro que guía al peregrino de vuelta a casa,
porque la Navidad reúne, convoca y congrega.

Navidad es compartir valores en el hogar,
es alimentar el espíritu de los niños,
haciendo que comprendan y amen
el verdadero espíritu de la Navidad:
la presencia del Salvador en nuestras vidas.

Navidad es trasmitir amor por los demás,
más allá de los nombres y  apellidos,
allende los mares y las fronteras.
En navidad no hay enemigos,
ni tienen cabida la envidia,
 el rencor, la maldad ni la cizaña

Navidad no solamente es estirar la mano
para recibir. También es tenderla para dar,
convirtiendo las lágrimas en sonrisas,
cambiando el orgullo por el perdón.

Navidad no es orar por un regalo caro,
es compartir felicidad con los necesitados
es rezar con devoción por la salud
y el bienestar del mundo entero.

Navidad es  volver a vivir nuestra niñez
para ver a Jesús en cada ser humano;
es abrir todas las ventanas del corazón
para que ingrese la Luz Divina a plenitud.
 
 

LA NAVIDAD

Por Duly Esquerre Espinoza
 
En la Navidad celebramos el nacimiento de Jesús. Celebramos el triunfo de la luz sobre la oscuridad. La presencia de los pastores con sus cánticos, sonrisas y oraciones llena de algarabía el divino acontecimiento. Los Reyes Magos guiados por la Estrella de Belén llegan con sus regalos y reconocen como rey de reyes a Jesús. Con los años el árbol de Navidad se convirtió en símbolo universal. El árbol fue decorado en el siglo XVI en Alemania, siendo Martín Lutero uno de los primeros iniciadores de esta costumbre.

La Navidad significa unión, reencuentro, reconciliación, paz y amor. No hay nada más hermoso que el día navideño. Los niños esperan su llegada con ansias, porque en este día la vida discurre dulce y dichosa, de ahí la importancia de enseñarles que las nobles acciones traen recompensa, y que los regalos, por más pequeñitos que estos sean, son premios al buen comportamiento y a las buenas notas en la escuela. En esta fecha unos encuentran paz interior, otros sanan sus heridas, pero todos alaban a Dios, nuestro creador. Es un día para evocar en familia las navidades de la infancia. Recordar a los abuelitos que ya están en el cielo, a los buenos vecinos, a nuestro pueblo…

De niña pasé la Navidad con suma alegría junto a mis amados padres, José Mercedes y Amelia, y a mi querido hermano Celso, en mi barrio San Carlos, de suelo muy llano, al norte de la ciudad de Chiclayo. Con los años el barrio se convirtió en el distrito José Leonardo Ortiz (5 de febrero de 1966). Hoy es el distrito de mayor densidad poblacional de la zona. Viví 30 años en la cuadra 23 de la Av. Balta, desde que llegué de mi natal Talara.
En Navidad mis visitas a la casa de mi vecinita Olga se hacían más frecuentes, ella era muy linda y amorosa, fue mi compañerita de juegos en la infancia; con el paso del tiempo llegó a ser directora de un colegio, hasta que un día la encontraron sin vida en su casita. Ella nunca se casó, vivía sola.

En la Navidad, mi hermano Celso y yo, recibíamos juguetes y ropita. Cositas, que en complicidad con papá y mamá, le habíamos pedido al Niño Jesús, en dos cartas que dejábamos en el Nacimiento. Las cartas las escribíamos con sumo cuidado, dos o tres borradores previos era lo usual, procurando que estén limpias de errores y sin ajaduras. Lindos recuerdos que hoy colman mi mente. El 24 de diciembre, entrada la noche, los niños del barrio recorríamos las calles visitando los nacimientos hasta la hora de la Misa de Gallo en la parroquia de San Carlos. Orábamos en cada nacimiento visitado y recibíamos caramelos. Los niños llevábamos pequeñas imágenes hechas de yeso: de la Sagrada Familia, de los pastores, de los Reyes Magos, y animalitos. Un hecho marcó mi vida, tenía en ese entonces nueve años. Aquella noche fui la encargada de llevar al Niño Jesús en su cunita. Todo iba bien a pesar de la oscuridad en las calles de tierra, hasta que ingresamos a una de las casas y el Niño no estaba en la cunita. Me sentí desfallecer. No sabía qué hacer, lloré, me desesperé, imploré perdón… Mis amiguitas y amiguitos me animaron y salimos a buscar al Niño. Yo iba llorando. Celso fue corriendo a traer una vela de la casa. Después de una hora de búsqueda ubicamos al niño. Su ropita estaba maltrecha y su carita de polvo. No sé cuántas veces oré para que me perdone el Niño. La siguiente Navidad llevé una pequeña ovejita solamente. Mi hermano Celso llevó al Niño Jesús en su cunita. Él tuvo más cuidado que yo.

Nuestros regalos consistían en pelotas, trompos, boleros y carritos para los varoncitos. Las niñas recibíamos muñequitas, juegos de té y yaxes (yases, yackes, matatenas, jacks, etc., en otras latitudes). El 25 los niños del barrio jugaban en la calle, en cambio las niñas jugábamos en nuestras casas, siguiendo las recomendaciones de nuestros padres. Recuerdo que en la Navidad nos vestían con la mejor ropa que teníamos. Mis padres decían que Jesús merecía todo el respeto y la veneración posible.

La Navidad es un día para celebrar: reír, cantar, bailar, saborear ricos potaje, abrir regalos... También para reflexionar y orar, pero sobre todo para compartir con los demás. Mil bendiciones para todos.

Lince, diciembre de 2018
 
 
 

MI PEQUEÑA CHACRITA

Por Aivil Alitana 
 
Qué provinciano que radica en lugares remotos, no extraña la chacrita que nutrió su niñez. Una chacrita multiusos: propia (por sucesión de herencia), parcela comunal, chacrita arrendada o prestada por sus generosos dueños, máxime en un pueblo que se sustenta en la agricultura y la ganadería en menor escala desde tiempos inmemoriales. En mi infancia las chacras eran de todos los niños. Nadie nos impedía el ingreso. En ellas jugábamos aspirando el aroma de las plantitas bendecidas por la lluvia, sobre todo en los meses de barbecho, cuando el terreno descansa calmo hasta la próxima siembra. En ellas hacíamos nuestras tareas escolares los fines de semana al abrigo de un rugoso molle. También fueron los altares de los primeros juramentos con fragancia de manzanilla, cuando la luna se posaba en la palma de la mano, y escenario natural de los primeros sueños contemplando el horizonte. Quién no recuerda las pajchas de piedra con sus pupilas de agua clara al borde del camino. Caminos recorridos en ese entonces por los arrieros y chacareros, hoy son ignorados.

En tiempos de siembra salíamos de madrugada, cuando el pueblo dormía bajo cielo constelado. Caminábamos callados, sintiendo el latido de cada corazón en las callecitas de tierra. Todos íbamos contentos: llevando el fiambre, los utensilios de cocina, la simiente y los instrumentos de labranza. Llegábamos a Chacuas, nuestra pequeña chacrita, con el primer clarín del gallo dando paso a la aurora. “Peligro”, que durante todo el recorrido había caminado dormitando en silencio, en Chacuas ladraba y corría dando saltos a su antojo, más despierto que nunca. Papá Estanislao, asistido por Abelardo, sujetaba el arado al yugo con cautela para no dañar la brillosa piel de los bueyes fraternos. Mamá Valeriana, junto a una pirca hacía brotar calor rojísimo del fogón de leña, anunciando un rico choclito con queso, cachizada, humitas, papitas sancochadas y ají con chincho molido en batán, todo en un mantel de lino al ras del suelo apisonado. Yo improvisaba un florerito con tallitos de ruda y hierba buena. Nunca vi un yuntero tan cariñoso con los toritos como papá, jamás los obligaba a roturar la tierra más allá de sus fuerzas. Papá, como todo experto en el buen manejo de las tierras de cultivo, me enseñaba a tomar el timón del arado con sumo cuidado, a fin de no herir en demasía el vientre de la tierra en celo, y así protegerla de la erosión. La mano izquierda en el timón de madera y la derecha tomando una vara delgada para animar la faena, era lo usual en la preparación del terreno. Después mamá me animaba a echar la semilla santa en el surco, sintiendo correr el sudor en mis trencitas negrísimas. Abelardo era un formidable guía, con el sol tostando su frente de pequeño gañán. La yunta de erguidas astas, con sus colas alejaban de sus torneados lomos a los intrusos mosquitos. Todos participábamos felices del ritual de siembra, en contacto familiar con la Pachamama que nos daba el sustento de sus entrañas. Entrada la noche retornábamos a Cajacay, cuando las horas rodaban apacibles en Ramada, felices de haber comulgado con la creación de Dios, en nuestro paraíso cerca del cielo.

Tiempos aquellos de virginal fragancia en tierra fecunda, regada con el sudor de la frente; tiempos de tempranos cielos, de dorados ideales, de fresca flor y húmeda hierba a la vera del camino antiguo. Tiempos de pájaros sonoros augurando la venida de la lluvia.

Tiempos del rantín, del trueque y de los trabajos comunales. Tiempos donde el recurso tierra era sagrado para todos los habitantes del lugar. Tiempos del brioso “Blanco”, que relincha y trota cadencioso en los caminos de herradura; tiempos de blancas ovejitas y de vaquitas listas para el ordeño, mientras el becerrito muge transido por el destete, pegadito al chilco, al paico y a la verbenita tierna.

Tiempos cuando recorría mi chacrita con los ojos vendados, sin tropezarme ni rozar las matas de ortiga; tiempos de huanchaquitos que cantan venturosos en la fronda, mirando de reojo a las margaritas en botón, yo también cantaba en las tardes mágicas, sentada en una piedra. Tiempos de colores vivos, caminando descalza para no quebrar los brotes nuevos donde reverberan los hilos de rocío; tiempos de torcacitas en presuroso vuelo hacia el nido que cuelga en la enramada colmada de savia, donde bulliciosos pían los pichones tiernos; tiempos de luciérnagas, grillos y trinos surcando la enorme peña de granito orlado de purojshas; tiempos de floridos senderos con aroma a muña, llantén, campanilla y chavelina, junto al manantial de agua mansa y pura; tiempos de sabrosas tunas, habas, ocas y cañas, y de nuestro bello río Tingo que a la distancia baja cantando.

Tiempos de hermosas maripositas de ensueño, hijas del aire y del sol; tiempos de trilla en la era, de horquetas que ventean desnudando a las ventrudas espigas, mientras con el viento danza el grano bendito que pronto será pan; tiempos de cebadales y sotos de papas floreciendo en los camellones que corren paralelos; tiempos de calabacitas asomando maduras bajo la alfalfita olorosa; tiempos de melocotones y paltitas en Hornocoto; de magueyes empinados en la pendiente, intentando besar las nubes sin tener alas.

Tiempos del regazo amoroso de mamá cuando los jilgueros trinaban dichosos viendo el arcoíris desde el aromático cedrón; tiempos de cálido beso en la frente de papá en las crudas madrugadas de junio. Tiempos de pancas resecas que crujen en la mazorca y brotan hileras de rubios dientes apretados, que con mis pequeñas manos desgrano para la cancha. Pronto doblaron tristes las campanas por papá, y todo acabó en un instante, sólo mis lágrimas frías quedaron prisioneras en su tumba, en tanto, mamá sigue hilando plegarias con su rosario entre los dedos.

Desde aquel entonces, mi bello Cajacay del ayer, cada día me pertenece menos.  Hoy todo es luto en el cielo limeño, no hay luceros ni estrellitas, sólo la pálida luna fulgura en octubre del Señor de los Milagros, con nubes de incienso, cánticos y oraciones, como parpadea un candil en humilde choza después del aguacero. Ya no recibo los besos de papá en mi frente, y nadie enjuga el llanto que por él desbordan el alma. Hoy siento que mis fuerzas se agotan a la intemperie,  como una tarde de mayo se perdió el eco de mi voz en un abismo sin fondo.

Chacrita amada, mi mayor patrimonio rural, hoy me siento como el caminante que en la oscuridad no sabe qué vendrá mañana, y contrito se persigna mirando el cielo. Por eso mi corazón llora al recordarte, como llora la alondra dentro de una jaula.