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EL HIJO DEL RELÁMPAGO
EL HIJO DEL RELÁMPAGO
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Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
"Debe
ser el hijo del relámpago como dices, y qué bueno que cubriste la
entrada de la cuevita con tu ponchito, así no sentirá frío el pequeño
relámpago. Ya
cuando sea grande, cada vez que llueva con rayos y truenos, te agradecerá
enviándote señales de bengala. De madrugada
iré a Sapahuaín. Mañana después del desayuno vas a la cueva y traes tu
ponchito".
Tomé desayuno, y a las 8 de la mañana en punto llegué al desfiladero contiguo a la cueva. Mi ponchito no estaba colgado donde lo dejé. Con cierto temor me acerqué a la entrada que estaba iluminada por la luz matinal. Para mi dicha el ponchito aguardaba dentro, bien dobladito.
No sé a ciencia cierta si la imaginación me hizo percibir el bello fulgor en la cueva, cuando tronaba el firmamento y caían rayos en los cerros ásperos.
No sé si la melodía de luz fue del lamparín a carburo de un minero que entró a la cueva para protegerse de la lluvia.
No sé si mi abuelita, camino a Sapahuaín, descolgó el poncho y lo dejó dobladito dentro de la cueva. Nunca me lo dijo, por más que imploré días enteros. Lo cierto es que, 11 lustros después, faltando un año para celebrar su siglo de vida, me dijo que no me interrumpía cuando le narraba mis experiencias infantiles, porque la fantasía, como buen aliado de la inocencia, nutre el alma del niño, y que por nada del mundo debemos arrancarle la imaginación si no queremos que crezcan antes de tiempo. Finalmente, con una sonrisa en los labios, me relató esta breve historia:
Camino
a Tinya los perfiles de un bosque de rocas llenan de asombro a los viajeros,
por las enigmáticas crestas que coronan sus cimas. En una
de las paredes del lado sur hay una pequeña cueva formada por la unión
de dos moles de piedra, cavidad donde de niño me guarecía de la lluvia.
Un atardecer, muy nublado, temeroso del estallido de los truenos que advertían un fuerte aguacero, corrí a tientas buscando la cuevita; de pronto el fulgor de una descarga eléctrica en el horizonte me permitió ubicar el sendero que conduce a ella.
Al dar la vuelta un recodo quedé fascinado viendo la cuevita iluminada por un resplandor de vistosos colores. Nunca había visto un espectáculo de luces tan bello lejos del cielo. "Debe ser un relámpago pequeño que se ha extraviado en su primera tormenta cósmica y ha llegado sin querer al suelo", pensé, pues mi abuelita Catita, años atrás, me había dicho que el relámpago, a diferencia del rayo, no topa la superficie terrestre.
Disfruté un par de minutos de la mágica luminosidad; luego, para evitar que el pequeño relámpago detecte mi presencia y huya, me acerqué con cuidado, casi rampando, y con mi poncho de lana cubrí lo más rápido que pude la entrada. "Mañana temprano lo llevaré a casa, para que ilumine de noche la habitación mientras leo los libros que he traído de Chiquián", cavilé, y emprendí el retorno con las primeras gotas de lluvia cayendo del cielo.
Minutos después, en Tupucancha, le comenté a mi abuelita lo que vi y sentí en el bosque de rocas; claro, obviando mi deseo de traer al pequeño relámpago a casa. Ella permaneció callada, sólo asentía con la cabeza para confirmar algo; pero antes de dormir se despidió así:
Un atardecer, muy nublado, temeroso del estallido de los truenos que advertían un fuerte aguacero, corrí a tientas buscando la cuevita; de pronto el fulgor de una descarga eléctrica en el horizonte me permitió ubicar el sendero que conduce a ella.
Al dar la vuelta un recodo quedé fascinado viendo la cuevita iluminada por un resplandor de vistosos colores. Nunca había visto un espectáculo de luces tan bello lejos del cielo. "Debe ser un relámpago pequeño que se ha extraviado en su primera tormenta cósmica y ha llegado sin querer al suelo", pensé, pues mi abuelita Catita, años atrás, me había dicho que el relámpago, a diferencia del rayo, no topa la superficie terrestre.
Disfruté un par de minutos de la mágica luminosidad; luego, para evitar que el pequeño relámpago detecte mi presencia y huya, me acerqué con cuidado, casi rampando, y con mi poncho de lana cubrí lo más rápido que pude la entrada. "Mañana temprano lo llevaré a casa, para que ilumine de noche la habitación mientras leo los libros que he traído de Chiquián", cavilé, y emprendí el retorno con las primeras gotas de lluvia cayendo del cielo.
Minutos después, en Tupucancha, le comenté a mi abuelita lo que vi y sentí en el bosque de rocas; claro, obviando mi deseo de traer al pequeño relámpago a casa. Ella permaneció callada, sólo asentía con la cabeza para confirmar algo; pero antes de dormir se despidió así:
Tomé desayuno, y a las 8 de la mañana en punto llegué al desfiladero contiguo a la cueva. Mi ponchito no estaba colgado donde lo dejé. Con cierto temor me acerqué a la entrada que estaba iluminada por la luz matinal. Para mi dicha el ponchito aguardaba dentro, bien dobladito.
No sé a ciencia cierta si la imaginación me hizo percibir el bello fulgor en la cueva, cuando tronaba el firmamento y caían rayos en los cerros ásperos.
No sé si la melodía de luz fue del lamparín a carburo de un minero que entró a la cueva para protegerse de la lluvia.
No sé si mi abuelita, camino a Sapahuaín, descolgó el poncho y lo dejó dobladito dentro de la cueva. Nunca me lo dijo, por más que imploré días enteros. Lo cierto es que, 11 lustros después, faltando un año para celebrar su siglo de vida, me dijo que no me interrumpía cuando le narraba mis experiencias infantiles, porque la fantasía, como buen aliado de la inocencia, nutre el alma del niño, y que por nada del mundo debemos arrancarle la imaginación si no queremos que crezcan antes de tiempo. Finalmente, con una sonrisa en los labios, me relató esta breve historia:
"Durante
mi infancia en Tupucancha, Luis Pardo visitaba la casa, y al calor de
las rajas de leña nos relataba sus experiencias de vida. Él, a pesar de ser
todo un jovencito, tenía el alma de niño. Recuerdo que una vez nos
comentó, que descendiendo las alturas de Toca con su caballo color
limón, el trueno descargó toda su furia sobre el glaciar Tucu Chira,
anunciando la llegada de la lluvia a la Pampa de Lampas Alto. El frío era
insoportable en esos momentos, por lo que sacó un cigarrillo del
bolsillo de su camisa, pero por más que buscó la cajita de fósforos no
la encontró; para su buena suerte pasó un rayo casi rosándolo y
aprovechó para encender su cigarro", y se rió a carcajadas mi linda abuelita de los ojos pícaros.
Fuente:
Relatos de la Puna
Fuente:
Relatos de la Puna
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Queridos
amigos y familiares. Mis plegarias por los ausentes y un fuerte abrazo
a los presentes: Caty Alvarado Balarezo, Hilda Alvarado Astete, Zoila
Manuela Alva Aldave, Leonidas Bolarte Pardavé, Miguel Barrenechea
Ibarra, Adolfo Alvarado Montoro, Carlos Ruiz Alvarado, César Alva Reyes y
Edgar Raúl Durand Silva. Mañana 9 apagan velitas: Nelly Aguero Alva,
Fernando Ramírez Aranda y Jorge Manuel Barrenechea Blas. El 10 de agosto
vieron la luz primera en Chiquián: Tomasa Ramírez Torres, Luis Reyes Bazán, Lorenzo Alvarado Cruz y Lorenzo Romero Moreno.
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Nalo
Chiquián, cuna de Shapra