viernes, 6 de abril de 2018

LOS AMANTES - POR NALO ALVARADO BALAREZO



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LOS  AMANTES
 
Por Nalo Alvarado Balarezo 
 
Sabía que existían dos o tres por ahí, pero desconocía que hubiesen brotado más. Durante mis años escolares veía uno que otro en la puerta de las cantinas, observando de reojo a los chupacañas que achicaban la bomba en la lata de urea. Con ellos me cruzaba en los caminos de herradura que conducen a los poblados cercanos: siempre discretos, a menudo de aspecto viril, hasta usaban espuelas para avivar el trote de sus jamelgos.
 
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Hace unos meses retorné al pueblo para tomar fotografías de huertos caseros, y de paso recoger hojas lanceoladas en Obraje para mi tesis sobre horticultura. 
 
Mientras esperaba el carro en el poblado de Conococha el frío calaba los huesos hasta el tuétano. 
 
A las 3 de la tarde llegó un microbús repleto de pasajeros, por lo que tuve que abordarlo a empujones y resignarme a viajar de pie, casi encorvado.

Íbamos tiritando de frío, menos dos en la última fila, que estaban con casacas de invierno extremo. El mayor de 35 años aprox., iba con la cabeza apoyada al hombro de su compañero, un efebo de 20 abriles.
Ambos lucían bigotes e iban callados, mirando la paja brava ondeando con el viento helado de la puna.

Cuando cruzábamos el paraje de Mojón, el carro hizo un movimiento brusco al dar pase a un convoy minero de Antamina. La pareja intercambió una sonrisa fugaz, como beso robado en una procesión, como dos recién salidos del armario. 
 
Ya en Huacacorral pude confirmar mis sospechas, pues no pudieron ocultar sus manos entrelazadas con los tumbos que daba el carro en cada curva, y en los puentes de madera, sobre todo en el de Upayacu que rechinó bizarro.

A punto de bajar del vehículo en el fundo Obraje para iniciar el recojo de hojas y tomar fotos, me pregunté: ¿cuántas almas congeladas en el tiempo darían cualquier cosa por estar en el lugar de estos supersónicos, brindándose calor a miles de metros de altura?.
 
Parado en la entrada de Obraje, seguí con la mirada el recorrido del micro. Pasando el puente del río Aynín hizo un alto en la curva. Allí descendió la pareja y tomados de la mano caminaron en ascenso por el desvío afirmado. El carro continuó hacia Aquia.
 
Durante el recojo de hojas recordé: que en lo alto de un cerro desde donde se divisa el valle de Florida, vive un chinaco jubilado de 89 años. Hoy, a pesar de su cuerpo casi paralizado por la artritis, sigue labrando la tierra con la ayuda de su ahijado, un joven jornalero carnal que lo acompaña en la soledad de su lecho. 

Los lugareños comentan que en sus años juveniles fue el jinete más diestro de la comarca, y que ninguna fémina se resistía a las punteadas que daba a las cuerdas verticales. 55 años después alegra su vivir con las caricias que de noche le brinda su ahijado Celso Racuana, antes de ingresar a un sueño del que teme no despertar. Él sabe que sus paisanos no ven con buenos ojos la sodomía, por eso no frecuenta el poblado.

En cualquier momento Avelino Lahuita no verá más la luz del día. Sólo su joven amante llorará su ausencia y lo enterrará en algún lugar, donde una cruz de madera de un cajón de fruta, marcará la fosa donde yacen sus despojos...
 
 
 
Huaraz, 11 de noviembre de 1981
 
Fuente:
 
Relatos del más acá", de Nalo Alvarado - Ediciones "Cachicada" 1981
 
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