martes, 31 de octubre de 2017

EN EL DÍA DE LA CANCIÓN CRIOLLA: LOS TROVADORES CHIQUIANOS - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)




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C H I Q U I Á N 
 
 "Los trovadores del ayer" 

 Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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Uno de los más grandes trovadores de los últimos tiempos fue el maestro, compositor y cantante César Vicuña Romero, de palpitante recuerdo y mensaje de amor por Chiquián y su cielo azul.
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Nuestro amigo Huayco heredó el talento de su querido padre don Feliciano Vicuña, reconocido guitarrista del barrio de Quihuillán. Al igual que él, su hermano Oshva cultiva el arte musical desde niño.
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Los domingos a las 9 de la mañana, en el Cono Norte limeño, la prodigiosa voz de Oshva encoge y estira como fuelle de acordeón las hebras telúricas del corazón, cuando abre el programa radial “Por las rutas de Chiquián y los pueblos de la provincia de Bolognesi”, con la canción Laguna de Conococha del bardo aijino Jacinto Palacios Zaragoza: "...eres la fuente de agua tranquila, aquí te traigo, aquí dejo mis amores y mis canciones...".
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El legado de Huayco no sólo inmortaliza su nombre, también torna eterno el sentimiento chiquiano hecho melodía y verso. Allí radica el valor espiritual y cultural de su repertorio, que ya viene hallando difusión a través de los intérpretes, músicos y compositores bolognesinos que actualmente brillan en el corazón del Perú profundo: Nieves, Eva y Reyda Alvarado, Julia Garro, Consuelo Valderrama, Judith Balarezo, Norka Alvarado, Chole Zúñiga, María Díaz, Chopa Rivera, Graciela Allauca, Mirtha Garro, Alicia Ramírez, Julia Palma, Carmelino Carrillo, Carlos Oro, Romeo Reyes y sus retoños, Efraín Vásquez,  Pedro Miranda, “Yoga” Rivera, "Pacho" Díaz, Miguel Ramírez, Gilbert Alejos, "Pepe" Alva, Alfonso Aranda, Walter Jaimes, José Jiménez, "Pepe" Perfecto Calderón, Llucu Orduña, Bonifacio Gamarra, Pablo Aldave, entre otros paisanos de voz y trino sonoro. También los conjuntos y orquestas: Brisas del Yerupajá, Melodías de Bolognesi, Luis Pardo, Los Andes de Bolognesi, Chiquián y Luz radiante de Bolognesi, entre otros.
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A escala internacional: Roby Alva Ibarra, autor con Herberto Aldave del Castillo y Macollado Vásquez Veramendi, de la canción "Aguas de Usgor", llevó a USA en los albores del Tercer Milenio, el verbo florido y la dulce melodía de nuestra querencia.
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Armando "Zeta" Zarazú Aldave (guitarra, mandolina y charango), es el máximo exponente chiquiano en la promoción y difusión de la música andina en el difícil mercado norteamericano, mediante su importante organización folklórica "MESTIZO MANTA"  (Tushurushun), con amplios espacios ganados a pulso en las páginas rojiblancas de la Internet, donde las canciones: "Quisiera quererte, "El Obrero", "El cóndor pasa", "Cuando florezca el chuño", entre otras maravillas latinomericanas, se van ubicando en el sitial que les corresponde junto a nuestra sabrosa gastronomía peruana, bajo el dicho milenario: "No sólo de pan vive el hombre".
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Desde épocas ancestrales la tierra chiquiana es rica en costumbres, usos y tradiciones. También es cuna de excelentes trovadores, siendo dos de sus más connotados baluartes: Pedro Bernardo “Bellota” Escobedo Luna y Calixto "Cañita" Palacios Carrillo.
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Ambos hicieron famosa la canción “Cañita huayta sin corazón”, del bardo de Jircán CPC. Aún resuenan en las calles de Oropuquio la potente voz de Bellota y las mágicas notas de la guitarra de Cañita: Si quieres ser buen jinete ponte a amansar potrancas”, cantaba el primero, “después cabalga a pelo por las faldas de Cochapata” remataba el segundo con alegría.

El bordón de las guitarras y el cantar de los troveros anunciaban en las cantinas chiquianas una noche de farra bajo la luz de un lamparín mortecino, mientras el chinguirito caía como cascada por las sedientas gargantas de la grata concurrencia, que no se cansaba de aplaudir y acompañar con un par de cucharas achatadas. "No enciendas tu lamparín cuando otro ilumina tu camino, no gastes mecha por gusto", cantaba con sentimiento Bellota.
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Pero no solamente las cantinas se constituían en los lugares preferidos, también se sumaban las casas solariegas de los amigos y familiares donde la "chicha con punto" corría en jarras rebosantes de espuma, sobre todo si la música de fondo estaba a cargo de Ritmo Andino de Huasta. Los viajes de excursión con las guitarras en bandolera al interior de la provincia, un compromiso de "fútbol macho" en Huallanca, Recuay, Ocros, Huaraz, Carhuaz, Yungay, Huari y Caraz, o un amado zaguán elegido para una serenata, fueron los marcos perfectos para soñar despierto con las pallas de Umpay, de Tulpajapana y de Racrán.
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Durante el funcionamiento de la Escuela Normal Mixta de Chiquián, el quinteto "Las Taviesas" llevó nuestro canto a otros departamentos, en las voces de: Carmen Escobedo, Zoila Ramos, Luchi Pacora, Fabia Alvarado y Nelly Rivera.
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Además de los nombrados, los chiquianos que cultivaron el arte de interpretar, guitarra en mano, huaynos y valsecitos en el siglo XX, fueron: María Maldonado, Zoila Núñez, Amina Rayo de Aldave, Elsa Navarro, Pedro Zubieta Calderón, Eusebio Anzualdo, Hortencio Balarezo Lavado, Alberto Núñez Arévalo, Lucnardo Díaz, Rómulo Toro, los hermanos Porfirio, Achico, José y Germán Romero Yabar, este último, autor de la música y letra de “Carhuaspunta escorzonera”, en quechua y castellano, matizados de sana picardía, como estos versos que cantaba sonriente:
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 “Quizá mi canto no salga sabio porque el chinguirito partió mi labio, mas no espero que rían todos, alguien tiene que llorar recordando a una roqueñita ingrata que le robó el shonqon, y disculpen que de tanto licor mi canto suene a responso. Rompe las viejas cuerdas punteando y no ajustando las clavijas, sino busca quién te enseñe a templar, antes de volverlo a intentar”.
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También ajustaron la cintura de ardiente madera al son de nuestra querencia: Lorenzo Yabar, el “Chino” Benito Calderón con su cautivadora canción “Neblina Blanca”, Pasión y Alejandro Aldave, Pedro Loarte Cano, Hernán Reyes Aguirre, Bernardo Arellano, el zurdo Máximo Calderón Cerna y su hijo Adolfo, Alberto Turco, Cástulo Rivera, Teófilo Núñez Romero, Loli Romero Moreno, el compositor Alejandro Yábar Alva, Herberto Aldave del Castillo, Romeo Reyes Gamarra, Pablo Martín Vásquez Veramendi, Alberto Carrillo Ramírez, Abasalón Álvarez, Felix “Sopita” Moran Moreno, Solio y Leonidas Bolarte Pardavé, Armando, Adolfo “Apopo” y Santiago Alvarado Montoro, los hermanos Juan, José “Shacui” y Apolinario “Puco” Montoro Ramírez de trino amable y versos alegres: “No cacarees como gallina, mejor canta como zorzal y deja que brote el llanto como agua de manantial, para que gima la prima y llore la segunda. Apúrate shay, brindemos con chicha en porongo junto al fogón donde burbujea el mondongo”.
 
 
Quizá algunos trinos andariegos que sobrevivieron al compás de los recuerdos hasta finales del siglo XX, ya están sumergidos en las aguas del Tercer Milenio, y sólo el eco está flotando en el aura con la sinfonía de los grillos que nos recuerdan a Pisana María. Todo depende de nosotros para que no desaparezcan en el naufragio que antecede al olvido, como aquel viejo pichuichanca que por dormilón cayó al Aynín y sucumbió en el turbulento lecho del río sin hallar una mano que le salve la vida. Recopilemos y cantemos lo escrito por nuestros recordados compositores, démosle el fresco soplo de la brisa sin menguar en el intento; sólo así, este fecundo arroyo de leyenda murmurará con mayor vigor la melodiosa armonía de la guitarra chiquiana.
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El arpa trae a la memoria nombres de grata añoranza, unos ya tocan las erguidas cuerdas en el cielo, otros continúan deleitándonos con sus abrigadores gorjeos: Florentino Aldave Calderón, pródiga vena musical heredada por su hijo Alejandro Aldave Montoro y sus nietos Carlos y Juvilio Alvarado; José "Patriarca" Ramos, Julia Ramírez de Pardo, David “Lapicho” Aldave del barrio de Jupash, Demetrio Calderón, Pedro Gamarra, Eleuterio Palacios, Estanislao y Miki Zubieta, “Garash” Lorenzo Padilla, "El satanás del arpa", "Anacleto Pachapleto", Oscar Ríos, Marcos Gamarra, Toribio Moreno y José Jaimes, sentados o parados se yerguen como los más respetados cultores de las cuerdas verticales en pleno huayco migratorio del siglo XX.

Muchas veces escuché tocar el arpa a nuestro recordado paisano Maurelio Reyes Anzualdo, amigable vecino en mi edad primera. Sus sanas ocurrencias que fueron bautizadas como “santas conejadas”, pasan de boca en boca como sus ricas roscas bañadas durante las tertulias de agosto jaranero. Don Maurelio relataba: "Cierta vez un arpista fue descubierto despanzando a una perrita, para convertir sus tripas en cuerdas y su pellejo en roncadora de pregonero. Su apenada dueña al observar el triste cuadro sólo atinó a recoger los restos del animalito en su lliclla, lo sepultó en su chacra y lloró días enteros sobre la tumba del pobre cachorrito".
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En la mandolina hicieron furor en los cuarentas, cincuentas y sesentas: Ernestina Yábar Calderón, Amina Rayo de Aldave, Martina Yábar de Minaya, César "Shimilán" Figueroa Cuentas, Alejandro Yábar Alva, Eleodoro Gamarra Salinas, Pedro Loarte Cano, Cástulo Rivera, Felipe Ramírez Gamarra, Francisco Alva Palacios, Antonio Zúñiga Alva, Zenobio Garro Aldave, José Morán Ramírez y Cesareo Calderón.
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Antonio Padua Toro, roncadora en mano anunciaba el reparto de agua por las calles de Chiquián. En la caja y el píncullo brilló Imicho Ríos, hoy sigue sus pasos Domingo Guzmán Rivera. En píncullu y quena aportaron su arte: Máximo Bravo, Pedro Moreno Vásquez y Ildefonso Garro, los hermanos: Jesús, Simón y Victor Hugo Aldave Rayo. En rondín: Pilico Gamarra, Abel Alvarado Montoro, Graciano Zubieta Carhuachín. En concertina: Perfecto Bolarte Calderón. En acordeón: Rubén Barrenechea Núñez, Alejandro Aldave Montoro y su esposa Amina Rayo, Carlos y Jubilio Alvarado Aldave, Luis Alva Aldave y Teódulo Zubieta. En saxofón: Juan Vicuña, Manuel Alvarado y Carlos Alvarado Aldave, uno de los más grandes músicos y compositores chiquianos de todos los tiempos. En bandoneón: Teódulo Zubieta. En castañuelas: Gutberto Gutiérrez Quiroz.
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En el violín marcaron época: Juan y Valerio Jaimes, Julio Carhuachín, Guillermo Zubieta, Manuel Quispe Hinostroza, Teodomiro Carrillo, Carlos Gamarra y Eleodoro Gamarra Salinas. El último de los nombrados, gran maestro chiquiano, daba conciertos a puerta cerrada en su florida residencia del Jirón Tarapacá. Escuchar la melodía de la canción “Dolores” era el goce general de los concurrentes, mientras el profesor Gamarra sudaba frío y bajaba cada vez con mayor fuerza el mentón para ahogar el llanto del violín plañidero y evitar que se deshidrate. En sordina: Arturo Alvarado Aldave y Celedonio Maldonado son los más afamados cultivadores.
 
 
Muchos trocitos de inspiración de los viejos trovadores de Jircán hallaron abrigo en los corazones amigos. Entre ellos: “Nunca hallarás buena comida donde ladren perros flacos”. “Busca la vaca que más rumia, es la que da mejor nata”. “Por andar persiguiendo a una viuda, aprendí a rezar el rosario y me convertí en el más devoto del sagrario”. “Hoy que los años salpican su melancolía, dime algo bonito palomita”. ”Quien vive como ermitaño tiene poco que contar, anda acompáñame un rato y te enseñaré a cantar”. “Si te dicen que tocas regular, es porque eres el mejor de los peores, es tiempo que cambies de oficio y cantes con los maestros, y serás el mejor de los cantores”. “Entre los pichuichancas sólo cantan los machos, las hembritas mueven sus pestañas como olas y los neutros menean sus colas”. “Compositor, regálame un huayno de esperanza que estabilice la balanza, con el peso de tu voz atravesando mi garganta”. “Chiuchi, si no naciste para volar como tinyaco, por gusto miras el cielo, mejor repta como shulaco”. Pastorita, ojitos de capulí, rompe las paredes de tu choza fría y ven con el viento amigo a mis brazos”. “Cholita, déjame creer, aunque sea por unos segundos, que los niños huérfanos y sin hogar son actores solamente; déjame creer que la lluvia es un fenómeno natural y no el llanto de las madrecitas que lloran en el cielo”. “El odio es malo, carcome el alma y te lleva a un lugar baldío”. “Cantemos juntos, así viviremos en el corazón de los paisanos y dejaremos de ser forasteros en nuestra propia tierra”. “Linda chiquiana, deja de llorar, las lágrimas cicatrizan las heridas y yo prefiero sangrar”. “Ayer me dijo doña Juliana que no canta bien el que tiene ganas, sino el que sabe cantar”. “El gemido del aire es como un abrazo al vacío, una lágrima que cae en silencio enjugando el verbo amar sobre la tumba fría”. “El recuerdo de tus besos son como bandadas de torcazas que vuelan arrulladas por un coro de jilgueros...”.
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Entendidos en la materia comentan que la musa de los troveros chiquianos es el aire puro que respiran, el paisaje que admira absorto el turista, su dicha, su dolor, su risa, su llanto, el recuerdo del primer amor y la esperanza de volverla a ver en la fiesta de Santa Rosa, apretando su rosario; es el pregonero que anuncia con su bombo el agua para las sedientas sementeras; las serenatas, los juegos infantiles, las fiestas costumbristas, los potajes, las danzas, los monumentos arqueológicos, la flora, la fauna, las procesiones; las tardes de fútbol, de Entrada y de toros; las huaylisheadas, las pinquichidas, el agudo canto de las pallas al ritmo del arpa, del violín y la trompeta con sordina; el desgarrado retumbar de la avellana en Capillapunta, los fuegos artifíciales al compás de la banda de Mangas. En fin, es la arcilla donde se forja el espíritu telúrico, por eso le cantan al río, a la cascada, a los nevados, al patito de la laguna, a las faldas de Cochapata, al cerrito de Huayalpampa, a la linda chiquiana, a Jaracoto, a la bella capuliñahui, al maíz, al trigo, al anciano, al bandolero, a la gente de bien, a la noche de Salva como subraya en su canción "Mi recuerdo" el escritor y compositor Mario Reyes Barba.
 
 
Más que derramando lenguaje florido, los chiquianos cantan con el corazón, como decía con nostalgia nuestro recordado amigo del alma Moshongo Romero, hecho que se hace patente en el breve relato y los dos poemillas escritos al fragor de las tensas cuerdas con una moña rojiblanca en las clavijas, durante mis visitas a Chiquián en Julio Patriótico:
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SERENATA DE CUMPLEAÑOS

Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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El pueblo duerme adormecido después de un largo día de aguacero con rayos, truenos y relámpagos.
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Un joven enamorado esconde su raída guitarra bajo el poncho habano y sale de puntillas de su casa para darle una serenata a su amada. Ella cumple 18 abriles, fecha propicia para ingresar a las grandes ligas de la serenata chiquiana.

Es medianoche, la luna cruza solitaria por el aterciopelado cielo, acariciando con sus rayos plateados las turbias aguas de Agocalle, que bajan murmurando sobre el ripio que cubre las veredas solidarias.
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El ambiente está calmo, fresco, delicioso y poético, sólo se escucha el canto de los grillos y los ronquidos de los vecinos.

El rostro del trovador va adquiriendo un tinte de melancolía; afina con sus dedos de lajtash la guitarra y toma un cuarto de anisado hasta la última gota. Enciende un cigarrillo con temblorosa mano, da dos pitadas y tira el pucho al charco. Puntea unos segundos las rígidas cuerdas y de sus labios brota como un suspiro la primera estrofa de la canción “AGUAS DE USGOR", de Herberto Aldave, Macollado Vásquez y Roby Alva:
 
 
Aguas de Usgor, aguas hechizadas
es tu quebrada testigo mudo
de mis amores con una chiquiana
.Y repite con ondulante énfasis, cual eco que rueda tembloroso al vacío:
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de mis amores con una chiquiana 
 
La ventana del segundo piso abre sus mohídas bisagras, pero nadie asoma. En la habitación la musa se aprieta el corazón con las manos y murmura bajito: "esa voz es conocida, qué linda canción". El trovador canta enérgico, con acento apasionado. Por sus mejillas resbalan lágrimas propias de un mancebo enamorado.
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Vino el invierno y lo ha borrado todo,
fango y lodo sólo ha quedado
y agüitas turbias del recuerdo mío
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Y repite con tristeza:
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y agüitas turbias del recuerdo mío

Las cuerdas sollozan temerosas de romperse y chicotear el rostro chaposo del trovador. La emoción infla su pecho de zorzal y pasa de quinta a primera sin embrague. Su pequeña caja torácica está a punto de arrancarse en pedazos y entona quebrando su voz, la tercera estrofa:
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Ahora espero sólo primavera
para que vuelvas ¡ay golondrina!
porque tu nido aquí ha quedado
entre las ramas de un árbol caído (Bis)
 
A punto de desfallecer saca fuerzas de su atormentado corazón y arremete la fuga como toro cutucho del Jirishanca:
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Arriba bolognesino, cholo mujeriego.
abajo santarrosina, chola saca vuelta.

Este verso mordaz rompe las fibras más sensibles del corazón de su amada, haciendo trizas el aire conmovido de la habitación. La musa asoma y levanta furibunda una bacinica que reluce con la luna, y descarga toda su dorada tempestad sobre el trovador y su guitarra. Un fuerte ventanazo retumba en el vecindario, y el último trino se ahoga en Agocalle con sabor a urea.
 
 

SERENATA CHIQUIANA
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Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
 
 Surge de la niebla del pasado,
el recuerdo de cien trovadores,
que rompieron sus viejas guitarras,
bajo un nocturno firmamento.

Envueltos en ponchos habanos,
cantan al son de sus lamentos,
en dúo como buenos hermanos
entre gorgoritos y juramentos.

Con un pie sobre una piedra,
las cuerdas golpean los trastes
que los dedos van guiando,
al ritmo de la convulsa mano.

Y van pasando las horas,
entre anisados y quebrantos,
mientras la amada musa escucha
con los ojos anegados en llanto.

Pronto el rumor se cuela en el barrio
 haciendo su agosto como las arañas,
que trepan veloces las murallas
 cual ponzoñosas alimañas.

Desde entonces los gemidos brotan
de los corazones de mil ninacurus,
que escucharon el plañidero canto
de los bardos que amaron tanto.

Racrán, JUL 1978
 
 
 
GUITARRA CHIQUIANA
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  Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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Entre cuerdas y canto:
 
De fina madera y huayno,
ya no quiero oír el llanto
que tu tañido desgarra.

Hechizada y enamorada,
mentirosa y apasionada,
pena, queja y quebranto;
sangre y herida del canto.

Bordón, verso quebrado,
acordes de fiel enamorado;
más sonido que apariencia,
pulso firme de la querencia.

Refugio del amor primero,
dime: ¿dónde está la gente?,
¿dónde tu diapasón lastimero?
¿dónde el bandolero valiente?.

Yucyushtana, JUL 1977
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Fuente:
 
Novela DEL MISMO TRIGO, segunda edición 2007.