lunes, 3 de abril de 2017

LA LAGUNA - POR ÁNGEL GAVIDIA (LIBRO: AQUELLOS PÁJAROS)


LA LAGUNA

Descomunal, amenazante, vivía entre la niebla, arriba, en la puna, encima del caserío. Era negra, quieta, como tarántula disponiéndose al salto. Nadie tocó sus aguas o, mejor dicho, nadie sobrevivió para contarlo.

Los pastores la conocían bien y la evitaban. Los caminantes eran sus víctimas más fáciles.

Bramaba o cantaba y, hasta dicen que a veces, cuando elegía a un niño, imitaba a las campanas de Belén.

Por las buenas o las malas, con frondosas matas de ichu, con la engañosa posición del sol o la densidad de la neblina, la laguna llamaba y ya no era posible detenerse.

Una de las últimas en escuchar su voz fue una pastora que se perdió con todo su rebaño. Jacinto estaba a mitad de faena cuando se enteró. No se sabe por qué tomó la decisión. Lo cierto es que desunció sus bueyes, se enjuagó la boca y entró en su casa como un endemoniado. Escogió el mejor látigo y desempolvó un machete de su padre. Su mujer creyó que iba a matar a alguien, “grave habría sido la ofensa” pensó, “no vayas Jacinto… tus hijos…tus padres ya están viejos” suplicó en vano. Jacinto ya estaba trepando la cuesta.

— ¡Puta!
le dijo, desgarrando la piel de la laguna a latigazos.

— ¡Sale, carajo!
gritó, mientras el agua se retiraba en estampida, como la fuga de millones de truchas.

Las nubes se ennegrecieron aún más. Jacinto hacía retumbar su látigo esparciendo chispas.

— ¡Maldecida, no te corras, sale!
—gritó casi clamando, abriéndose paso entre truenos y relámpagos.

Entonces el agua regresó con fuerza arrastrando a Jacinto que, machete en mano, golpeaba buscando el corazón de la laguna. El agua fue arrastrando piedras, chozas, árboles, destruyendo el caserío. Jacinto rodaba gritando y golpeando aun cuando sólo era una masa de carne mezclada horriblemente. Después, el agua fue aquietándose y su bramido se hizo más pequeño como animal que va llegando a su último estertor. Al final, quedó un hilillo de agua discurriendo apenas y un machete sujeto a algo parecido a un brazo que temblaba.

La gente retornó de los cerros con el tiempo y en el lecho de la laguna muerta se asentó la nueva población.

De Aquellos pájaros de Ángel Gavidia