Danilo Sánchez Lihón
Tal en tu aliento cambian
de agujas atmosféricas los vientos
César Vallejo
1. Su ritmo
y su danza
El hombre andino tiene en el viento un aliado para la cosecha como para la siembra.
Y para la trilla en que se ventea el grano de trigo, de cebada y de arveja al viento.
Y el viento es una exhalación, una deidad, un ímpetu imprescindible.
Porque todo en este mundo de estrellas y cometas, de pálpitos, oráculos y corazonadas está hecho de viento.
La
semilla tiene viento, cuál es el de la mano del hombre que la deja caer
en el surco con su pulso, su latido, su ritmo y su danza. ¡Que la danza
también es viento!
Ese viento que se acuna, que se duerme en la semilla, luego nace, echa hoja, tallo y pétalo.
Y en ella cuaja el fruto, y en él la ilusión que también es viento.
2. Quienes
lo sienten
Y los frutos cuando se saborean, sean el maíz, la berenjena o algún tomatillo extasiado.
Tienen en su centro el viento de las llanuras, las quebradas y las colinas.
Viento que es a la vez gemido y, además, ruego. Pero que igualmente es grito, proclama y que arde en el fuego.
En
las parvas de trigo, de arveja o cebada hay un momento, cuando el
trabajador rural ventea con su horqueta las gavillas, en que el viento
repentinamente cesa.
Se va, se aleja hacia las cimas o desciende hacia las ensenadas de los ríos.
Y
los primeros quienes lo sienten son los caballos que sujetos por las
riendas trizan las espigas desenvainando el grano. Y desaceleran
entonces el paso y hasta se detienen.
3. Hacia
lo lejos
Y
es que el viento juguetón cansado de soplar separando el cereal del
rastrojo, se aleja a corretear suelto por lomas y barrancos.
Entonces
la esposa del labriego –indoblegable cuando de hacer la tarea se trata–
sube con su racimo de hijos a la piedra más grande que hay cerca de la
parva.
Tiene que ser mujer la que lo requiera sino el viento no escucha.
Y con voz aguda, la más afilada y en punta que puedan hacer con sus gargantas siderales, lo llaman y convocan otra vez:
– ¡Viento! ¡Viento! ¡Vientoooooo!
El
grito por lo punzante, urgente y familiar de las voces de la mujer y
los niños alcanza al viento en cualquier pampa dando unos cuantos tumbos
hacia lo lejos, tropezándose en algunos juncos, espinos y tacuaras.
4. Voces
inocentes
Se lo ve tambalearse y le gritan entonces con toda la fuerza del corazón, citándolo con sus voces cristalinas:
– ¡Vientooooooooo! ¡Vientoooooooo! ¡Apúrate! ¡No seas holgazán! ¡Ven! ¡Trabaja con nosotros! –Le gritan.
Y
otra vez llega correteando tan cerca que los niños le han cogido de un
borde de su poncho transparente, y lo tumban haciendo que dé vueltas.
Y,
¡cosa curiosa!, entonces vuelve al instante. ¡Yo lo he visto y lo he
sentido! Empieza primero una brisa fresca y luego sopla ululante como un
ventarrón con todo el aire de sus pulmones estelares.
Y, es más, a veces con tanto empuje –cuando se enoja– que quita el sombrero a la mujer y hace rodar a los niños por el suelo.
Pero las más de las veces son obedientes a esas voces inocentes de la madre y los hijos.
5. Al borde
de los océanos
Vuelve
entonces a la parva a hacer volar la espiga que el padre, el esposo o
el hermano campesino echa lo más alto que puede, hacia el cielo azulino
cargado de nubes blancas
Haciendo
que otra vez se vaya esparciendo en el redondel el grano núbil. Y allí
empieza otra vez el quebrar de vainas, tallos y envolturas con el pisar
de los caballos y burros que dan vueltas y vueltas.
Como si jugaran al tiovivo de los parques de diversiones. Y surge un vaho a manantiales desbocados y a tierra desflorada.
Así, el padre de familia va obteniendo el fruto bruno-amoroso del trigo, o el verde-fuente de la arveja.
O
el amarillo–plata de la cebada, que luego alimentan la mesa aldeana y
que luce también en la mesa de los señores de la comarca. Y de la gente
que vive en las ciudades, sea en los valles de los andes o al borde de
los océanos.
6. Dormido
entre los pétalos
¡Ah el viento de mi pueblo!
El viento que brama por las pampas, que baja y sube por las hondonadas y las cumbres.
Que es el mismo que se adelgaza, entreteje sus manos y su cabellera celeste entre los ramajes tiernos.
¡Y luego juega –oh, perdón–, ¡trabaja!, juguetón y solidario con hombres, mujeres y niños en las parvas!
Como pronto se desbarranca indomable y fiero por abismos, peñolerías y bajíos.
Es el mismo que se tiende, se place y se recuesta quedándose profundamente dormido entre los pétalos de las flores.
Es el mismo viento con que se reza y se clama porque se revierta y se sane alguna herida.
7. A lo alto
de un balcón
Viento
trémulo de una confesión de amor mientras los enamorados se miran a los
ojos que se estremecen con el viento en donde los ojos se posan.
Viento de los suspiros, de las quejas y los reproches.
Es
el mismo viento del adiós del amado que anuncia su partida, y el mismo
donde anuncia su regreso a la comarca y a la casa desde donde partiera.
Viento de las canciones con que una madre acuna al hijo tierno en sus mecidas y arrumacos.
Viento que emerge del corazón, se afina en las gargantas y se expande hacia lo alto de un balcón de antepecho en las serenatas.
Viento de las cementeras, de las trillas y las parvas de mi tierra.