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La Vergne, 5 de octubre de 2016
"La mano de DIOS guía el pulso del cirujano.
Los MEDICOS son los apóstoles de la salud".
Armando Alvarado Montoro
HOLA SHAY:
Un día como hoy, de 1981, me invitaron a participar de una ceremonia por el DÍA DE LA MEDICINA PERUANA, en Huaraz. Durante los actos celebratorios, un joven médico huarino leyó el relato que transcribo líneas abajo. Corresponde al escritor ancashino TEÓFILO MAGUIÑA CUEVA.
Después de las actividades protocolares me acerqué a saludar al médico disertante, quien luego de una breve charla me obsequió dicho relato, que desde entonces pende como una oración de sacrificio y fe, en un lugar muy especial de mi biblioteca:
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EL SACRIFICIO DE CARRIÓN.
EL SACRIFICIO DE CARRIÓN.
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- ¡Amigos, procuren terminar la obra!... ¡Creo que las fuerzas me abandonan!
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Sudoroso,
afiebrado, pálido y sin poder disimular el dolor que lo iba acercando a
la muerte, un joven nacido en Cerro de Pasco, consciente de lo que
está sucediendo, refleja en su mirada un brillo de infinita
satisfacción no exenta de tristeza.
- ¡Sí Daniel, pero tú tienes que levantarte!
Y mientras el tibio sol se desparrama por las calles y plazas de la capital peruana, varios médicos y estudiantes de medicina con sus mandiles blancos entran y salen de la habitación, en la clínica Maisón de Santé, donde está el enfermo, se miran con preocupación y conversan en voz baja...
Por aquel tiempo se construía el ferrocarril al centro del país, y en la zona de Surco y Matucana una extraña enfermedad diezmaba a los operarios. “Por cada durmiente que se coloca se pierde un trabajador”, se quejaban los ingenieros. La enfermedad denominada “Fiebre de la Oroya”, desconcierta a los facultativos tanto del país como del extranjero, debido a las variantes de su proceso: a una etapa de fiebre intermitente acompañada de sudores fríos y dolores insoportables en las coyunturas, sobrevenía la anemia y después la muerte; pero no en todos los casos, a otros pacientes les brotaba botones verrugosos por todo el cuerpo y sanaban... El quid de la cuestión estaba en saber si este mal y la verruga eran distintas o una enfermedad similar con manifestaciones diferentes.
Y Daniel Carrión, alumno del sexto año de medicina en San Fernando, decidió estudiar la enfermedad en su cuerpo. Sus catedráticos y compañeros trataron de hacerle desistir abundando en los peligros a quienes se exponía; pero el joven cerreño, con la convicción de un hombre predestinado, distinto, les recalcó:
- ¡La muerte no me da miedo, pues hay que poner algo de nuestra parte para que la medicina avance. Pase lo que pase quiero inocularme¡
Y el 27 de agosto de 1885, su maestro y amigo, el doctor Evaristo Chávez, estrujando su alma cumplió el encargo y le inoculó la sangre extraída de un tumor verrugoso a una paciente del Hospital Dos de Mayo. Desde ese instante, el propio Daniel comenzó a auto-observarse y anotar minuciosamente todo lo que iba sintiendo. Después de diez días principió el martirio que se prolongaría durante cuatro interminables semanas: fiebre, mareos, sudor, dolores intensos, sobre todo en las coyunturas de sus extremidades.
Nadie podía detener los minutos irreversibles, sólo un milagro. Sus compañeros y maestros trataban de forjarse una ilusión. Daniel tenía que salvarse. Pero él, que estaba clavado en la cruz de su propio sacrificio, lo presentía y tratando de consolar a sus amigos decía:
- ¡No me arredra la muerte, hasta cierto punto es hermosa, dadme un cigarrillo, por favor!
El péndulo inexorable poco a poco fue acercándose al final. El cinco de octubre tendría que ser. A las once de la noche. Daniel Alcides Carrión, más que un niño y más que un hombre, cerró los ojos, cumpliendo lo que dijera antes de la inoculación.
- Si muero, que importa mi existencia si con ella puedo aliviar en algo los padecimientos de la humanidad.
Daniel Alcides Carrión, con su actitud generosa y trágica, demostró que la fiebre de la Oroya y la verruga son una misma enfermedad, que no se transmite por contagio sino por inoculación. Y como él lo pidiera, en el largo camino de la ciencia, los doctores Ernesto Odriozola, Alberto Barton y Raúl Rebagliati. Entre otros, se dedicaron al estudio y tratamiento de la terrible enfermedad, que hoy por hoy está vencida, gracias a los invalorables antecedentes aportados por el Mártir. La ciencia, cuyas fronteras son más amplias que de las naciones, recordará siempre a Daniel Alcides Carrión como a uno de sus más destacados abanderados.
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JÓVENES ANCASHINOS:
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Ejemplos de hombres como DANIEL ALCIDES
(Héroe Nacional por Ley 25342), son los faros luminosos de la Tierra,
pero, ¿cuántos estamos dispuestos a sacrificarnos como él?.
Indudablemente es un reto supremo. Mas no es necesario llegar a
extremos, sino poner manos a la obra: trabajando con empeño
y estudiando con perseverancia, pues el trabajo y el estudio son los
instrumentos más idóneos para lograr el desarrollo de un pueblo, máxime
si se tiene en cuenta que eliminando sudor por la piel y evaporando
materia gris por las sienes, se mejora la salud corporal y mental.
El joven tiene que seguir sus sueños con optimismo, fe y esperanza, trabajando de sol a sol si es necesario, y estudiando con denuedo, utilizando al máximo sus facultades; siempre apostando por el Perú, empujando sin cesar el carro del progreso, sobre todo: amar a la PATRIA CHICA y por ende a la PATRIA GRANDE, como lo están haciendo muchos paisanos, aquí y en el exterior; sino caminen con su pensamiento alrededor de los formidables apellidos bolognesinos y hallarán en su memoria muchos nombres de paisanos exitosos, cristos vivientes que están construyendo un nuevo PERÚ, como lo soñaron nuestros padres y abuelitos.
No nos neguemos el orgullo de tener un pueblo con futuro, sólo así rendiremos tributo al joven estudiante de medicina DANIEL ALCIDES CARRIÓN GARCÍA y no a la bartonella bacilliformis que lo llevó al sepulcro. El joven andino es por naturaleza inteligente, creativo, capaz, pujante y productivo, razones de sobra para que se sumen con cariño a los íconos del éxito, asumiendo un rol activo en el lugar donde se encuentran, pensando y aportando en bien de nuestra santa tierra.
Mi saludo fraterno a los MÉDICOS del Perú y del Mundo, en las personas de los galenos: Durid Calderón Yabar, Verónica Murrugarra Meza, Amelia Cerrate Ángeles, Norma Bolarte Cerrate, Ana María Intili, Mariela Peña Padilla, Teodora Damián Aldave, Liliana Vásquez, Lorena Cuadros Calderón, Ángel Gavidia Ruiz, Marco Zúñiga Gamarra, Ernesto Kahan, David Eusebio Tarazona Yábar, Rodolfo Eduardo Espinoza Tarazona, Elmer Huerta Ramírez, Edmundo Torrejón Jurado, Dante Rivera Conversión, Víctor Gonzáles Guanilo, Jorge Edgar Veramendi Vernazza, Manolo Barrenechea Olivera, Oscar Torres Cerrate, Marco Antonio Ramos Vicuña, los hermanos Carrillo Ramos, Armando y Emma Extremadoyro Pardo, César Avelino Rosales Yábar, Carlos Alvarado Ñato, Máximo Paolo Allauca Moreno, Fidel Broncano Vásquez, Cástulo y Jorge Rivera Roque, Carlos Olivo Valenzuela, Rubén Alvarez Carrillo, Raúl Sotelo Casimiro, José Saldívar Alva, Juvenal Sánchez Lihón, Daniel Yábar, Marcos Matienzo Ríos, Rubén Figueroa S. Alfredo Vicuña, Robert y Edwin Torres Alvarado, Carlos Alvarado Ruíz, Marco Alvarado Anaya, Rubén Núñez Jara, y de manera muy especial a Emilio Alcalá Garro Montoro, quien mañana cumple un año más de vida en pleno ejercicio de su deber hipocrático en bien de la salud y la vida.
Nalo Alvarado Balarezo
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