miércoles, 7 de septiembre de 2016

LOS NIÑOS QUE JUEGAN CON MUÑECAS NO VAN AL CIELO - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)



LOS NIÑOS QUE JUEGAN CON MUÑECAS NO VAN AL CIELO

Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)


Una tarde, cuando retornábamos de la escuela, mi amigo Toribio tropezó y cayó. El llanto por el dolor no se hizo esperar, razón suficiente para acompañarlo a su casa. En su habitación, sobre un ropero estaban sentadas 2 muñecas: una rubia y una morena. "No pienses mal, las muñecas son de mi hermana, estoy ocupando su cuarto desde que se fue a Lima, a estudiar", me dijo.

Su papá, maestro rural en el interior de la provincia, volvía al pueblo cada fin de mes. Durante el día su mamá atendía un puesto en el mercado de abastos. El cuarto de Toribio daba a un patio al que se ingresaba por un callejón sin puerta.
 
A la mañana siguiente fui a pedirle su pelota para jugar fulbito con un grupo de amiguitos. Atravesé el callejón y toqué la puerta de su cuarto. Toribio no abrió. Pensando que estaba dormido oteé por la cerradura. La ranura solamente permitía ver a las dos muñecas sobre el ropero. De pronto ingresó Toribio por el callejón, y atendió mi pedido.

El domingo entrante volví por un nuevo préstamo, pues Toribio era uno de los dos niños que tenían pelota en el pueblo. El otro niño no lo prestaba. En circunstancias que me acercaba al cuarto escuché un ruido en el interior, toqué la puerta una y otra vez sin hallar respuesta. Entonces puse el ojo en la cerradura, sólo la muñeca rubia estaba en el ropero. El ruido debe haberlo provocado un ratón, pensé, y me marché.
 
El domingo siguiente volví a tocar la puerta del cuarto, Toribio tampoco abrió; oteé nuevamente por la cerradura. En esta oportunidad sólo la morena estaba en el ropero, ¿Y la rubia?, me pregunté turbado, sobre todo al recordar las palabras del sacristán durante las actividades preparatorias para la Primera Comunión: “Los niños que juegan con muñecas no van al cielo”. Con esta advertencia en mente, al finalizar las clases del día, seguí a Toribio hasta su casa. Tan pronto entró a su dormitorio y cerró la puerta, caminé de puntillas y miré por la cerradura. Solamente la rubia estaba sobre el ropero.

Con mil sospechas martillando mis sienes, medité: Tengo que hablar con su mamá, no es bueno que Toribio juegue con muñecas como las niñas... Cuando cavilaba, una luz de esperanza hizo que notara una grieta en la ventana de madera del cuarto. Me acerqué a la grieta. El dominio visual del cuarto era total. Esta escena disipó mis temores:

Toribio tomó del ropero a la rubia y la puso al filo del catre con las piernas en "V", cerró los ojos y pasó su dedo cordial por el paraíso vertical, una y otra vez.
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Cusco, 7 setiembre de 1975

Fuente:

Libro de bolsillo "Relatos del más acá" de NAB - Ediciones Cachizada 1981.
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