viernes, 6 de mayo de 2016

LA BILLA - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)


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LA BILLA

Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
 
"Quién no ha tenido
un amuleto de la suerte". 
                       Aralba

El domingo 14 de mayo de 1961, un cielo azul intenso anunciaba un hermoso Día de la Madre en Chiquián.

Cuando tomaba el sol matinal en la vereda de la cuadra, se acercó mi vecinito Uluy, proponiéndome jugar YAN-KEN-PO
 

Acerté cinco veces seguidas en el juego, motivando que Uluy diga que le estaba leyendo el pensamiento. “No te leo el pensamiento", le dije, y agregué, mostrándole una billa: “es por mi amuleto de la suerte”. Uluy tomó emocionado  la billa y la frotó en su pecho, haciéndola más reluciente todavía. 
 
Billa de acero inoxidable

Dos meses antes, el mecánico automotriz apodado “Apache”, amigo de mi padre, me había obsequiado la billa a mi paso por Barranca.

Uluy sin decir una sola palabra se fue a su casa, retornando minutos después con una caja de cartón. “En esta caja están mis mejores trofeos de juegos, te doy todo esto por la billa”, me dijo casi implorando, y acepté. 
 
En la caja había como en botica: canicas quiñadas, pushpus de varios colores y tamaños, cápsulas de semillas de eucalipto (trompitos), una hondilla sin calapa, un raído shoguet, un rondín viejísimo, una pelota de trapo más cuadrada que redonda, un gancho de pescar hecho de antacasha, medio metro de cordel y un corchito más partido que labio leporino.

Pasó rauda la semana y llegó el domingo 21. Ni bien amaneció, con su silbido característico, Uyuy me hizo saber la urgencia que tenía. Inmediatamente salí a la calle. Aquí el diálogo:

- Shay Nalo, ni bien los chiuchis del barrio me ven con la billa en la mano no quieren chuncar conmigo. Por favor devuélveme mi caja de trofeos.

- No hay problema hermano, te la devuelvo ahora mismo, pero antes déjame decirte que nadie se anima a jugar contigo, porque como la billa es de acero rompe las bolas de cristal en cada golpe. Además no te la he cambiado para que juegues con ella, sino para la suerte.

- Entonces voy a tenerla una semana como amuleto, pero si no me ayuda a ganar, te la devuelvo.

Uluy se fue destilando esperanza por los cuatro costados, y por varios días no tocamos el asunto, señal que la billa le trajo suerte hasta de sobra.

Un mes después. Fue domingo, recuerdo, Uluy  vino temprano a casa y me pidió un poco de grasa de rodaje para la carretilla de helados y raspadillas de su familia, que rechinaba. Le indiqué que pasara al depósito y que sacara de una caja de madera lo que necesitaba.

Como Uluy no retornaba del depósito, fui en su búsqueda;  y allí estaba él, limpiando con su chompa las billas cubiertas de grasa que halló en la caja.

En dicha caja habían decenas de repuestos deteriorados de los camiones de mi padre, sobre todo rodamientos de billas y polines de acero, pero ninguna billa era tan grande como la que le di por su caja de trofeos. 
 
Rodamiento de billas de acero

Al verlo muy emocionado por el hallazgo le devolví su caja de trofeos, y le pedí conservar  el amuleto,  a cambio de que las billas que limpió con su chompa las obsequie a los niños del barrio, como símbolos buena suerte en el vecindario.
 
Billas de diferentes tamaños

Uluy se puso muy contento, dejó su caja de trofeos en el piso y salió del depósito con lágrimas en los ojos, llevándose dos puñados de billas brillantes.

- Uluy, ¿y la grasa que has venido a llevar, y tu caja de trofeos? -le pregunté mientras caminaba apurado por el corredor de la casa.

- Ahorita vuelvo Nalito, voy a repartir las billas -respondió desde el zaguán sin voltear la mirada. No retornó por la grasa ni por su caja de trofeos.

Horas más tarde, durante la chuncada dominguera, todos los niños de Jircán tenían una billa de la suerte que Uluy les dio. Él estaba muy feliz, reía, saltaba y abrazaba a todos.
 
 
Fuente:
 
DIARIO DE UN TINYACO.