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RECUERDOS
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CHIQUIÁN: Cielo azul
30 de agosto en soledad,
con el ala rota una vez más,
horizonte incierto, cielo azul,
fuegos artificiales, Salva fugaz,
vuelve la noche, con su negro tul.
Toca la banda, hasta el amanecer,
por las callecitas del viejo hogar,
horizonte incierto, cielo azul,
ausencia triste, lejana estás,
sueño distante, coplas de ayer.
Tardecita fría, de paisaje gris,
ya mi alma mira desde el dintel;
en nocturno cielo, la quena llora,
y junto a ella, una guitarra implora
porque un corazón, dejó de latir.
Nalo AB - 15651
con el ala rota una vez más,
horizonte incierto, cielo azul,
fuegos artificiales, Salva fugaz,
vuelve la noche, con su negro tul.
Toca la banda, hasta el amanecer,
por las callecitas del viejo hogar,
horizonte incierto, cielo azul,
ausencia triste, lejana estás,
sueño distante, coplas de ayer.
Tardecita fría, de paisaje gris,
ya mi alma mira desde el dintel;
en nocturno cielo, la quena llora,
y junto a ella, una guitarra implora
porque un corazón, dejó de latir.
Nalo AB - 15651
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PASAJERO DEL TIEMPO
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Bajo los párpados para soñar despierto, y sobrevuelo Chiquián con el pensamiento...
Busco por todos lados, mas no encuentro a mis amigos. Unos están en el cielo, otros en el mundo esparcidos. En el jirón Leoncio Prado la oscuridad rasga mi pecho, pues muchos vecinos se han ido, y por más que en los rostros de sus hijos se reflejan, no late ese sentimiento telúrico tan arraigado en los viejos, y me siento forastero en mi propia tierra.
Busco por todos lados, mas no encuentro a mis amigos. Unos están en el cielo, otros en el mundo esparcidos. En el jirón Leoncio Prado la oscuridad rasga mi pecho, pues muchos vecinos se han ido, y por más que en los rostros de sus hijos se reflejan, no late ese sentimiento telúrico tan arraigado en los viejos, y me siento forastero en mi propia tierra.
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En este agonizante mutismo de un barrio otrora alegre,
el llanto se esconde en mis pupilas, con un rayo de luz que me invita un
acre trago de nostalgia. Fantasía gris de un tiempo que se va haciendo
ceniza; no sé si fatigado por el paso de los años, o curvado por el peso
de los sueños truncos, en un batir de alas agoniza, como los ojos que perdieron
la facultad de llorar, como los labios secos que se olvidaron de besar,
como las manos cuajadas de venas moradas, como una laguna congelada en
mil sollozos, como un cortejo de almas en un viernes cansado de vivir,
como aquella golondrina de verano que se marchó para no volver, o el
presagio que envuelto en un gemido, adivina que muy pronto será la
rígida manecilla de un reloj fenecido.
En el rostro del vecino querido veo incontables surcos que el arado de la vida ha labrado. Tiene la mirada con nubes nacaradas que flotan donde duermen sus recuerdos. Sólo atino a contemplarlo a través de dos lágrimas que ruedan para regar la tierra generosa de mis viejos.
No sé qué es lo que lo sostiene en pie, mas lo contemplo en silencio y llegan a mi memoria aquellos pilares de carne, pellejo y huesos que sustentaron mi barrio colmado de Yerupajá, tardes de toros al son de la banda y trotes de caballos en el empedrado, aquellos cascos, que así como labran caminos, también se detienen para siempre.
Son las 6 de la mañana, me persigno e ingreso a casa. En mi pequeña biblioteca reviso mis viejos cuadernos, y en sus hojas pálidas de años y lejanía, dejo mis lágrimas otoñales recordando a mis vecinos y amigos. Junto a los cuadernos, en un candelabro lleno de gotas endurecidas de dos cirios consumidos, reposan los recuerdos de largas horas de angustia de mi madre por el esposo viajero.
Bebo un sorbo de agua con sabor a cuntu añejo, y un pensamiento errante me aprieta el alma. Entonces, parafraseando un pensamiento milenario, declamo: "¡Qué terrible será ser eterno cuando todos se hayan ido!. Gracias a Dios nadie puede con el límite... y la vida se va en un sueño con los carruajes del silencio, pues aún no se ha inventado algo que detenga el fin"...
Abro los ojos; y aquí, en el cementerio de Chiquián, yace un viejo poema cubierto de pétalos blancos...
Tulpajapana, 02 NOV 2003
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NO PREGUNTES POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS; DOBLAN POR TI Y POR MÍArmando Alvarado Balarezo (Nalo)
“Curiosa es nuestra situación de hijos de la Tierra. Estamos por una breve visita y no sabemos con qué fin, aunque a veces creemos presentirlo. Ante la vida cotidiana no es necesario reflexionar demasiado: estamos para los demás. Ante todo para aquellos de cuya sonrisa y bienestar depende nuestra felicidad; pero también para tantos desconocidos a cuyo destino nos vincula una simpatía”. Albert Einstein (Mi visión del mundo)
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La
mañana del martes 17 de octubre de 1961, me encontraba cogiendo agua
en el pilón del barrio poco antes de asistir a la escuelita 378 de
Quihuillán, donde cursaba el 4to. de Primaria; de pronto, en
circunstancias que convergían en la esquina los señores Manuel Roque
Dextre y Teófilo Salas Rivera, doblaron las campanas de la iglesia
matriz de Chiquián, anunciando un deceso, motivando que mi cuerpo se escarapele,
pues los camiones de mi padre y el de su compadre Segundo Robles
Valverde, que debieron llegar de madrugada, no asomaban por la ceja de
Caranca. Don Teófilo preguntó:- ¿Por quién doblarán las campanas, Manuelito?
- Doblan por ti y por mí, hermano del alma. Le contestó compungido.
Don Manuel, persona muy instruida, otrora presidente de la Federación de Estudiantes del Perú, y reconocido poeta, al notar que su respuesta inquietó sobremanera a don Teófilo, le comentó que los versos “No preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti” corresponden al fragmento “POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS” del poeta inglés John Donne (1572 / 1631), fragmento que tres siglos después inspiró la novela del mismo nombre, del escritor americano Ernest Hemingway (1899/ 1961), fruto de sus experiencias como corresponsal en la guerra civil española.
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Dicha novela empieza así:“Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si se tratara de un legendario monte, o de la casa solariega de uno de tus amigos o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”. John Donne.
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Esquina chiquiana, escenario de la experiencia de vida
Doña María Gamarra de Calderón, quien retornaba del mercado de abastos, acercándose a los dos señores, les comunicó muy apenada:
- Mañuquito, Tiuchito, ha muerto nuestro amigo Shaprita.
Oír el sobrenombre, tantas veces escuchado en Chiquián y los pueblos aledaños, hizo llaga en mi alma para siempre, al interpretar en carne viva el mensaje del poeta metafísico John Donne, pues mi querido amigo Manuel Ñato Allauca partió antes de tiempo. Ser humano muy laborioso fue Shaprita, cuyo aporte era de suma importancia para el pueblo, sobre todo su fraterno afán de fecunda generosidad con los turistas, las amas de casa y los niños que lo teníamos como valioso ejemplo de vida. Dos horas después arribaron mi padre y su compadre Segundo, se habían quedado varados cerca del puente Mellizo (Mayorarca), por la rotura del eje delantero de un camión minero, en una angosta pendiente. Al día siguiente, miércoles 18 de octubre de 1961, el pueblo chiquiano decretó tarde no laborable, para acompañar al paisano querido hasta su última morada, al compás de la Marcha Fúnebre de Morán, entonada por la banda de músicos de la solidaria familia Aldave Montoro. Ese día, hasta los niños vestimos de luto.
Por
éso y por mucho más, cada vez que muere un ser vivo, sé que algo de mí se
desprende, y así será hasta el final de mis días, porque gracias a dicha
experiencia aprendí que soy parte indisoluble de las obras de Dios,
nuestro Creador: la Naturaleza y el Cosmos. Nadie, como bien lo señala
John Donne, es una isla, por tanto, ningún ser humano merece vivir ni
morir aislado. Al respecto, el poeta español Antonio Machado, nos dice: “A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd”,
de ahí que el lugar mas cálido para el reposo sea el corazón humano,
porque en el recuerdo y la esperanza anida el misterio de la eternidad,
tal como reza el proverbio de Facundo Cabral: “No
perdiste a nadie: el que murió, simplemente se nos adelantó, porque
para allá vamos todos. Además lo mejor de él, el amor, sigue en tu
corazón”, sin olvidar en cada momento del día las palabras de Jesús: "Yo soy la resurección, y la vida. Aquel que crea en Mí, aunque muera, vivirá."
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Desde los albores de la Humanidad todas las puertas del mundo han sido tocadas por el ala de la muerte, para las que se construyan ahora y después, es cuestión de tiempo solamente. Al respecto, cuentan que: “Un monje tenía siempre una taza de té al lado de su cama. Por la noche, antes de acostarse, la ponía boca abajo y, por la mañana, le daba la vuelta. Cuando un novicio le preguntó perplejo acerca de esa costumbre, el monje explicó que cada noche vaciaba simbólicamente la taza de la vida, como signo de aceptación de su propia mortalidad. El ritual le recordaba que aquel día había hecho cuanto debía y que, por tanto, estaba preparado en el caso de que le sorprendiera la muerte. Y cada mañana ponía la taza boca arriba para aceptar el obsequio de un nuevo día. El monje vivía la vida día a día, reconociendo cada amanecer que constituía un regalo maravilloso, pero también estaba preparado para abandonar esté mundo al final de cada jornada”. Estas y otras reflexiones que navegan en la Internet me inspiraron a escribir la hilachita:
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EN CUALQUIER MOMENTO
La puerta de la vida se cierra, la sangre detiene su curso y el alma vuela como hoja quebradiza en el éter. Abajo los cardos siguen floreciendo en la redondez del mundo.
Todo acaba tras el último aliento, sólo lágrimas de congoja y plegarias a Dios corren en pos de la Resurrección.
Después quedan los recuerdos, y poco a poco el viento del olvido va borrando del mapa el único camino que no conduce a Roma, sino a la tumba.
Ignoro quién sobrevivirá y quién será el ausente en aquel momento. ¿Lo sabes tú?. Mientras tanto, ama y goza la vida segundo a segundo, por ventura divina.
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Confieso,
no me ha sido nada fácil aceptar la muerte de mis seres queridos:
abuelitos, mamá, papá, tíos, primos, sobrinos, maestros, compañeros de
estudio, trabajo y de ocio, coterráneos y entrañables amigos. Solamente
el honrar su recuerdo, compartir experiencias similares con fe y
esperanza, entender que empezamos a morir desde que nacemos y dejar
brotar las emociones contenidas, han hecho que no sea el muerto en vida
del poema de Becquer, sino que viva cada día como si fuera el último,
apreciando segundo a segundo lo bella que es la existencia terrena, en
armonía plena con la creación del Altísimo.
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En casos muy dolorosos un abrazo a tiempo es mejor que mil palabras, sin perder de vista el mensaje de San Agustín: "Cuando
tenga que dejarte por un corto tiempo, por favor, no te entristezcas,
ni derrames lágrimas, ni te abraces a tu pena a través de los años. Por
el contrario, empieza de nuevo con valentía y con una sonrisa por mi
memoria y en mi nombre y haz todas las cosas igual que antes, no
alimentes tu soledad con días vacíos sino llena cada hora de manera
útil. Yo estaré cerca de ti y nunca tengas miedo de morir porque yo
estaré esperándote en el cielo".
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Chiquián, una vez más la banca vacía...
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HOLA SHAY:
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El lunes 27 de noviembre de 1939 se fundó bajo el ala entusiasta de un grupo de jóvenes chiquianos: el "CLUB ATLÉTICO TARAPACÁ”,
nombre que simboliza el valor de un heroico puñado de soldados
peruanos que lograron la más célebre hazaña militar en bien de la
Patria. Aquel día nuestra tierra renovó su espíritu deportivo para
continuar irradiando su calidad futbolística a lo largo y ancho de
Áncash y Huánuco.
Esta pléyade de talentosos jugadores, benefactores, dirigentes e hinchas, que hicieron posible su nacimiento, fueron: (en orden alfabético): Abel, Alberto, Alejandro, Anatolio, Antonio, Apolinario, Arcadio, Armando, Artidoro, Arturo, Belisario, Benjamín, Bonifacio, Calixto, Carlos, César, Crisólogo, Daniel, Elías, Ernesto, Eusebio, Félix, Felipe, Germán, Gregorio, Gudberto, Hernán, Hortencio, Jacobo, Jorge, José, Juan, Icha, Leonidas, Luis, Magno, Manuel, Mario, Mateo, Moisés, Oscar, Pedro, Perico, Raúl, Rómulo, Rubén, Segundo, Sulpicio, Teobaldo, Teófilo, Víctor, Virgilio y William, entre otros paisanos que pusieron la primera piedra (Fuente: Armando Alvarado Montoro).
Aquellos pioneros jugaban como buenos hermanos, sin falsos egos, envidias, desavenencias banales ni pregones de éxitos fugaces. No habían macheteros tampoco cirujanos canilleros, sólo los impulsaba a compartir una pelota con tiento en la cancha, disfrutando al máximo con sana picardía para el deleite del público asistente..
Esta pléyade de talentosos jugadores, benefactores, dirigentes e hinchas, que hicieron posible su nacimiento, fueron: (en orden alfabético): Abel, Alberto, Alejandro, Anatolio, Antonio, Apolinario, Arcadio, Armando, Artidoro, Arturo, Belisario, Benjamín, Bonifacio, Calixto, Carlos, César, Crisólogo, Daniel, Elías, Ernesto, Eusebio, Félix, Felipe, Germán, Gregorio, Gudberto, Hernán, Hortencio, Jacobo, Jorge, José, Juan, Icha, Leonidas, Luis, Magno, Manuel, Mario, Mateo, Moisés, Oscar, Pedro, Perico, Raúl, Rómulo, Rubén, Segundo, Sulpicio, Teobaldo, Teófilo, Víctor, Virgilio y William, entre otros paisanos que pusieron la primera piedra (Fuente: Armando Alvarado Montoro).
Aquellos pioneros jugaban como buenos hermanos, sin falsos egos, envidias, desavenencias banales ni pregones de éxitos fugaces. No habían macheteros tampoco cirujanos canilleros, sólo los impulsaba a compartir una pelota con tiento en la cancha, disfrutando al máximo con sana picardía para el deleite del público asistente..
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Si
bien es cierto que su brillante historia está jalonada de décadas
cosechando copas y gallardetes, dentro y fuera de Bolognesi; también es
cierto que los primeros años no fueron nada fáciles para ellos, pues
tenían que darle forma y consistencia al equipo. Además, los adversarios
de talento, humanidad y gran entrega que tuvieron, fueron forjados en el calor de
la misma fragua deportiva.
Doy una mirada al pasado y recuerdo aquellos años de finales de década de los 50 e inicio de los 60, donde se yerguen las figuras señeras de cuatro jugadores excepcionales que dejaron huella imborrable en el piso de cascajo del estadio de Jircán:
Doy una mirada al pasado y recuerdo aquellos años de finales de década de los 50 e inicio de los 60, donde se yerguen las figuras señeras de cuatro jugadores excepcionales que dejaron huella imborrable en el piso de cascajo del estadio de Jircán:
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GUDBERTO IBARRA LOZANO (GUDBI):
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De
impecable capacidad defensiva como zaguero y gran fortaleza en la
marcaje zonal, confianza en el repliegue, gallardía y gran sentido de
anticipación, salida clara y frontal, garra y entrega total, de
excelente visión de juego e imparable shot. Por
precaución, antes de seguir leyendo, apártese de la pantalla o puede caerle un puntazo de Gudbi, que juega un partido de
final de campeonato en el cielo, con sus compañeros del Tarapacá.
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ANATOLIO CALDERÓN PARDO (ANACHO):
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Buen
toque, fuerza y coraje como descendiente de Luis Pardo, habilidad y
pegada, inteligencia de gran nivel, marca, puntería, atento al juego y
jugador
versátil que podía desempeñarse en cualquier lugar de la cancha, hizo
goles de magnífica factura. Pieza clave en el equipo, de rápida definición dentro del área.
Considerado una pesadilla por los contendores de turno, más de uno imploró a Papalindo y a Santa Rosita para que no llegue a tiempo al terreno de juego.
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GUDBERTO GUTIÉRREZ QUIROZ (BLAKAMAN):
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Portero
elástico que tapaba más que "sotana", de manos ágiles, fuertes y seguras que no
necesitaban guantes, de impresionantes reflejos y nervios de acero durante los
penales y los tiros libres. Seguro entre los tres palos, un felino en los despejes aéreos con sus puños de lloque, imbatible portero. Magistral en los saques, la dirección y la colocación
de los defensas en los tiros libres. Su gran sentido de anticipación
evitó goles cantados en coro, manteniendo invicta su valla por largas
temporadas.
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ARTURO BARRENECHEA NÚÑEZ (PAPASECA):
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Cintura
de goma, canillas eléctricas en el juego de candela, de velocidad
envidiable, saltos con impulso y cuarto, y amagues que dejaba birolo al
rival, "lo ha hipnotizado shay",
era el comentario en las tribunas de piedra, champa y tierra. Vivaz en los
cambios de ritmo, habilidoso, inquieto e imparable en el dribling, un definidor cabal, un hacedor de
estragos en la defensa rival, a muchos dejó sentados en el piso con sus quicas modelo pinquichida, siempre haciendo de las suyas con su risa cachacienta para sacar de quicio al contrincante. ¡¡¡¡¡AURASILO!!!
(ahora sí) era el grito chiquiano desgarrador que manaba volcánico de
la barra oponente cada vez que corría como huayco arrasador hacia el
arco. Ser humano que fuera del estadio alegraba a sus amigos con su
chispa innata, se consagró en Huaraz con un gol de palomita torcaza casi de media cancha, que todos vieron menos el árbitro que ya había sido aceitado con su caliche y su chancay de yapa.
Pero no solamente el Tarapacá brilló en el deporte "rey", también lo hizo en vólei, donde figuras como nuestra recordada Chuli Garro Montoro, hermana del formidable jugador de fútbol "Pollito", lució en alto el gallardete tarapaqueño. De la hinchada ni qué decir, todos brindaban lo suyo: masajes, banderolas, naranjas, concordias, cantos, alegría por un holgado triunfo, un nudo marino en la garganta en un partido de pronóstico reservado y una hidalga tristeza frente a una derrota que nunca falta en el campo de carretillas, huachas, trancas y artilleros.
Muchos años de esplendor están grabados en la memoria del pueblo chiquiano. Empuje y coraje a toda prueba, desde Umpay hasta Quihuillán, desde Parientana hasta Tulpajapana. Siempre respetando la integridad física del adversario, fue y sigue siendo el norte de generaciones de tarapaqueños que se suceden desde los tiempos de los chimpunes con puente, los balones huancachos con paños cosidos a mano, blader de jebe y pichina ahorcada con tiento. Todavia resuenan los ecos de las hurras de algarabía de las barras al son de las bandas de músicos, y el grito ahogado de las tribunas cuando uno de los arcos entraba en pánico de gol por una hoja seca o un sombrerito a la pedrada.
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Pero no solamente el Tarapacá brilló en el deporte "rey", también lo hizo en vólei, donde figuras como nuestra recordada Chuli Garro Montoro, hermana del formidable jugador de fútbol "Pollito", lució en alto el gallardete tarapaqueño. De la hinchada ni qué decir, todos brindaban lo suyo: masajes, banderolas, naranjas, concordias, cantos, alegría por un holgado triunfo, un nudo marino en la garganta en un partido de pronóstico reservado y una hidalga tristeza frente a una derrota que nunca falta en el campo de carretillas, huachas, trancas y artilleros.
Muchos años de esplendor están grabados en la memoria del pueblo chiquiano. Empuje y coraje a toda prueba, desde Umpay hasta Quihuillán, desde Parientana hasta Tulpajapana. Siempre respetando la integridad física del adversario, fue y sigue siendo el norte de generaciones de tarapaqueños que se suceden desde los tiempos de los chimpunes con puente, los balones huancachos con paños cosidos a mano, blader de jebe y pichina ahorcada con tiento. Todavia resuenan los ecos de las hurras de algarabía de las barras al son de las bandas de músicos, y el grito ahogado de las tribunas cuando uno de los arcos entraba en pánico de gol por una hoja seca o un sombrerito a la pedrada.
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Cuántos chuluc (grillos) fueron sacrificados por los chiuchis vaqueros bajo el grito agorero !huisca, huisca, huisca¡, nadie lo sabe. Cuántas bombachas y calzoncillos terminaron pichidos al final de un clásico Cahuide / Tarapacá, tampoco nadie lo sabe. Cuántos goles de
chalaquita con raspada de matanca, de taco sin tiza, de puntazos sin
piedad y de cabecita con gorra incluida, están registrados en
las retinas de propios y extraños; cuántas anécdotas frotan su historia
con "Charcot", maletines y camarines al aire libre, mientras
los chiuchis nos entreteníamos dominando balones de pucash y dos curpas como arco, no aptos para chacreros.
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Las
fotos en blanco y negro donde los jugadores aparecen con gorritas de lana,
canilleras, musleras y suspensores hasta la barriga, dan cuenta de una
época de oro del fútbol macho, y que hoy, 27 de noviembre recordamos con
cariño, día que por cosas que sólo ocurre en el Perú de mis amores, no es feriado
aunque sea laborable, nos queda elevar una plegaria por los bravos
soldados peruanos que se fajaron en Tarapacá, y cantar emocionado el himno
del equipo:.
Tarapaqueño soy,
camisa verde
bien de adentro soy;
todos me quieren,
todos me odian
¡porque soy campeón!
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camisa verde
bien de adentro soy;
todos me quieren,
todos me odian
¡porque soy campeón!
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Con esta nota de gambetas y
tiros al travesaño, no de pies utilizados como bisturí ni taladro
humano, rindo mi más cálido homenaje a los valerosos soldados peruanos
que el 27 de noviembre de 1879 impregnaron de sangre, sudor y lágrimas
el campo de batalla de Tarapacá. Del mismo modo a cada uno de los
aguerridos jugadores e hinchas del oro y verde TARAPAQUEÑO
de todos los tiempos, que con su coraje, pundonor y entusiasmo,
supieron dejar en alto el glorioso nombre que adoptaron con cariño.
Nalo
Un trocito de la novela DEL MISMO TRIGO:
Continuando el viaje arribamos al fundo Capellanía de la familia Jara Durand, donde mi papá detuvo la marcha. Bajé a la 'volada” y puse dos “taquitos” de madera en las llantas traseras del vehículo. Ya parado sobre el lomo de la carretera de tierra muy áspera, levanté la mirada y vi el inmenso farallón rocoso de Colquimarca, de colosales rocas soldadas unas a otras como musculosos “cahuides” atrincherados en posición de ataque para triturar cuerpos vivos.
Este bosque misterioso de roca sólida, está conformado por inmensos pedrones que se asemejan a los “rascacielos” construidos a mediados del siglo XX en las playas de Ancón.
Según los expertos, en el pasado fueron cenizas volcánicas acumuladas en determinadas áreas, y que al compactarse formaron las cineritas, quedando expuestas a la acción corrosiva de los agentes geográficos para dar origen a sus caprichosas formas de variadas dimensiones. Cuando uno contempla este ramillete de piedras en el camino que nos lleva al Callejón de Huaylas, a Conchucos y al Huayhuash con escala en Chiquián, simulan monumentos descansando donde los sorprendió la noche en su ascenso a la laguna de Conococha para saciar su sed de altura. Por todo ello, tal vez un día continúen su pesada marcha, pues las mesetas de hoy, fueron enormes cerros en el pasado, y lo que ahora son cerros serán valles o abismos, como todo cambia en las ondulantes aguas del tiempo.
Late en mi mente el recuerdo de cómo estos monumentos de piedra acarician horas de horas a la neblina blanca hasta que se eleve y confunda con las aborregadas nubes, mientras encausan con sus filudos “hombros” los fuertes vientos del Ande, y con el eco salido de su duro vientre aumentan hasta en cinco veces el sonido de los truenos, en un concierto de relámpagos, rayos, lluvia y granizo perlado.
- Es doña Luisa Durand Varela, con quién tu abuelita Victoria ha vivido en Cajacay, es mamá de mi compañero del Tarapacá el 'Gaucho' William Jara, el mejor back de la región. ¿Observas ese bosque de rocas allá arriba, casi besando el cielo?, es Incahuaganga, el “Inca que llora”. Capellanía duerme mientras él vigila sin pestañear –señaló finalmente como quien intenta apagar su sed trasmitiendo sus experiencias.
Su clima es templado / frío. En este lugar se inician las heladas por el descenso de la temperatura atmosférica, debido al desplazamiento de masas de aire frío y seco de la montaña hacia el valle internadino de Raquia. Esta masa de aire helado afecta a los sembríos y se manifiesta en las noches despejadas y sin lluvia. Sus efectos son destructores cuando las áreas de cultivo no cuentan con vegetación arbórea; de ahí que esta zona sea el límite superior para las actividades agrícolas, y los pastos naturales sean el principal recurso.
También es zona de neblina que se presenta como una cortina de humo blanco que impide la visibilidad. Ésta se forma al condensarse el vapor de agua del aire al entrar en contacto con la fría superficie del suelo. Para cruzar el denso velo los choferes ruteros tienen que pegar su nariz al parabrisas, y en casos extremos sacar su cabeza por la ventanilla para ir siguiendo el recorrido de la cuneta o el borde de la vía con sus pupilas respirando fuego; es decir, con el corazón entre las pestañas y los párpados que luchan para no entregar una pestañeada de tributo al abismo.
Caminando de cuclillas por estas montañas tras las huellas de una vizcacha, un venado o un zorro, se oye el clamor de voces internas que pugnan por susurrarnos algo al oído desde el gris melancólico de sus cuevas y cornisas de tierra, cuajadas de manojos de estiletes de paja, que no saben de yunta, gañan ni sistemas de regadío, pero que Dios no los pone delante de los ojos para probar nuestra inteligencia emocional, frente a las maravillas de su creación....