EL HUAYCO Y EL ARROYUELO
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
La mañana está espléndida, el Sol acaricia
los mechones blancos de las montañas engendrando arroyuelos que bajan por las
cañadas. Unos reparten verdor, otros se abrazan con las lagunas.
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De pronto el cielo se torna plomizo
y empieza a llover con truenos, rayos y relámpagos: no hay arco iris. El intenso
aguacero aborta un huayco que ruge furioso en la quebrada y se desparrama
violento, arrasándolo todo. A la distancia ve que un angosto arroyuelo baja fecundando
vida, y le grita:
- ¡Hazte a un lado esmirriado arroyuelo!
Frente a la dura amenaza el arroyuelo cede su cauce y cae sobre las flores silvestres que crecen en la vega.
- ¡Hazte a un lado esmirriado arroyuelo!
Frente a la dura amenaza el arroyuelo cede su cauce y cae sobre las flores silvestres que crecen en la vega.
A unas horas de haber cesado la
lluvia, del huayco quedan: piedras, desolación y fango.
A la mañana siguiente los rayos solares convierten el fértil campo en yermo suelo. Al contemplar este cuadro devastado, las flores silvestres lloran gotas de rocío para calmar la sed en la quebrada.
A la mañana siguiente los rayos solares convierten el fértil campo en yermo suelo. Al contemplar este cuadro devastado, las flores silvestres lloran gotas de rocío para calmar la sed en la quebrada.
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"Seamos arroyuelo que
hace germinar la simiente,
nunca huayco que arrasa lo sembrado"
Aralba -
Chiquián, Perú agosto de 1983
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Fuente:
"APUNTES CHIQUIANOS PARA NIÑOS TELÚRICOS", de Aralba.
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