sábado, 23 de enero de 2016

SENSIBLE FALLECIMIENTO DEL DILECTO CIUDADANO CHIQUIANO NICANOR FUENTES PARDO "NICA"



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  RECUERDOS
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CHIQUIÁN: Cielo azul

30 de agosto en soledad,
con el ala rota una vez más,
horizonte incierto, cielo azul,
fuegos artificiales, Salva fugaz,
vuelve la noche, con su negro tul.

Toca la banda, hasta el amanecer,
por las callecitas del viejo hogar,
horizonte incierto, cielo azul,
ausencia triste, lejana estás,
sueño distante, coplas de ayer.

Tardecita fría, de paisaje gris,
ya mi alma mira desde el dintel;
en nocturno cielo, la quena llora,
y junto a ella, una guitarra implora
porque un corazón, dejó de latir.

Nalo AB - 15651
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PASAJERO DEL TIEMPO 
 
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
 
Bajo los párpados para soñar despierto, y sobrevuelo Chiquián con el pensamiento...

Busco por todos lados, mas no encuentro a mis amigos. Unos están en el cielo, otros en el mundo esparcidos. En el jirón Leoncio Prado la oscuridad rasga mi pecho, pues muchos vecinos se han ido, y por más que en los rostros de sus hijos se reflejan, no late ese sentimiento telúrico tan arraigado en los viejos, y me siento forastero en mi propia tierra.
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En este agonizante mutismo de un barrio otrora alegre, el llanto se esconde en mis pupilas, con un rayo de luz que me invita un acre trago de nostalgia. Fantasía gris de un tiempo que se va haciendo ceniza; no sé si fatigado por el paso de los años, o curvado por el peso de los sueños truncos, en un batir de alas agoniza, como los ojos que perdieron la facultad de llorar, como los labios secos que se olvidaron de besar, como las manos cuajadas de venas moradas, como una laguna congelada en mil sollozos, como un cortejo de almas en un viernes cansado de vivir, como aquella golondrina de verano que se marchó para no volver, o el presagio que envuelto en un gemido, adivina que muy pronto será la rígida manecilla de un reloj fenecido.


Ya es medianoche y veo pasar por la acera a un viejo vecino con su poncho de neblina. Va murmurando sobre el paso del tiempo que en la noche esconde sus horas vacías. Entonces vienen a mi mente los versos que buscan tierra de sepulcro en un paraíso de torcazas hartas de volar, y barquitos de maguey anclados a la vera de Maraurán, aguardando a sus capitanes que descansan en paz.

En el rostro del vecino querido veo incontables surcos que el arado de la vida ha labrado. Tiene la mirada con nubes nacaradas que flotan donde duermen sus recuerdos. Sólo atino a contemplarlo a través de dos lágrimas que ruedan para regar la tierra generosa de mis viejos.


Ya está amaciendo, y el anciano sigue andando empujado por el viento para nunca más volver, como avanza el tiempo sin retroceder, mientras las sombras aguardan con sus brazos de hielo.

No sé qué es lo que lo sostiene en pie, mas lo contemplo en silencio y llegan a mi memoria aquellos pilares de carne, pellejo y huesos que sustentaron mi barrio colmado de Yerupajá, tardes de toros al son de la banda y trotes de caballos en el empedrado, aquellos cascos, que así como labran caminos, también se detienen para siempre.


No escucho risas, golpes de canga ni huaynos en el vecindario, sólo un pichuichanca invidente que no sabe de Sol, de Luna ni de estrellas, trina en el alero un canto de esperanza, hurgando un poco más de tiempo, como las hilachas de la memoria colectiva que el tiempo desovilla a falta de una rueca que las hile hasta convertirlas en poncho, en cuya trama nadie falte ni sobre.

Son las 6 de la mañana, me persigno e ingreso a casa. En mi pequeña biblioteca reviso mis viejos cuadernos, y en sus hojas pálidas de años y lejanía, dejo mis lágrimas otoñales recordando a mis vecinos y amigos. Junto a los cuadernos, en un candelabro lleno de gotas endurecidas de dos cirios consumidos, reposan los recuerdos de largas horas de angustia de mi madre por el esposo viajero.

Bebo un sorbo de agua con sabor a cuntu añejo, y un pensamiento errante me aprieta el alma. Entonces, parafraseando un pensamiento milenario, declamo: "¡Qué terrible será ser eterno cuando todos se hayan ido!. Gracias a Dios nadie puede con el límite... y la vida se va en un sueño con los carruajes del silencio, pues aún no se ha inventado algo que detenga el fin"...


De pronto asoman como aves temporarias las palabras de mi viejo amigo Panchito Gonzáles, que vienen desde Marián, HUARAZ: "Nacer o morir, ¿Un mismo significado?.. morir y nacer, interrogante sin respuesta. ¿La partida será el encuentro? ¡He ahí el misterio de la vida¡... el palpitar se detiene y las arterias son caminos desiertos... el soplo ha desaparecido. Y así, una y otra vez la Fábula de Higinio: “La tierra pide lo que es suyo y el alma al infinito, va en pos de una nueva creación". Sí, ayer llegó el final; la razón y el sentimiento en su lucha tenaz no llegaron a ningún acuerdo, pero triunfó el corazón:.. “Hay que llorar por los seres que se alejan de nuestro lado para siempre, pues son nuestra razón de existir, amor de amores, pena de penas, se diluye en un segundo y todo se acaba”.

Abro los ojos; y aquí, en el cementerio de Chiquián, yace un viejo poema cubierto de pétalos blancos...

Tulpajapana, 02 NOV 2003


Cementerio de Chiquián


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NO PREGUNTES POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS; DOBLAN POR TI Y POR MÍ

Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

“Curiosa es nuestra situación de hijos de la Tierra. Estamos por una breve visita y no sabemos con qué fin, aunque a veces creemos presentirlo. Ante la vida cotidiana no es necesario reflexionar demasiado: estamos para los demás. Ante todo para aquellos  de cuya sonrisa y bienestar depende nuestra felicidad; pero también para tantos desconocidos a cuyo destino nos vincula una simpatía”. Albert Einstein (Mi visión del mundo)
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La mañana del martes 17 de octubre de 1961, me encontraba cogiendo agua en el pilón del barrio poco antes de asistir a la escuelita 378 de Quihuillán, donde cursaba el 4to. de Primaria; de pronto, en circunstancias que convergían en la esquina los señores Manuel Roque Dextre y Teófilo Salas Rivera, doblaron las campanas de la iglesia matriz de Chiquián, anunciando un deceso, motivando que mi cuerpo se escarapele, pues los camiones de mi padre y el de su compadre Segundo Robles Valverde, que debieron llegar de madrugada, no asomaban por la ceja de Caranca. Don Teófilo preguntó:

- ¿Por quién doblarán las campanas, Manuelito?

- Doblan por ti y por mí, hermano del alma. Le contestó compungido.

Don Manuel, persona muy instruida, otrora presidente de la Federación de Estudiantes del Perú, y reconocido poeta, al notar que su respuesta inquietó sobremanera a don Teófilo, le comentó que los versos “No preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti” corresponden al fragmento “POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS” del poeta inglés John Donne (1572 / 1631), fragmento que tres siglos después inspiró la novela del mismo nombre, del escritor americano Ernest Hemingway (1899/ 1961), fruto de sus experiencias como corresponsal en la guerra civil española.
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Dicha novela empieza así:

“Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si se tratara de un legendario monte, o de la casa solariega de uno de tus amigos o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”. John Donne.
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Esquina chiquiana, escenario de la experiencia de vida

Doña María Gamarra de Calderón, quien retornaba del mercado de abastos, acercándose a los dos señores, les comunicó muy apenada:

- Mañuquito, Tiuchito, ha muerto nuestro amigo Shaprita.

Oír el sobrenombre, tantas veces escuchado en Chiquián y los pueblos aledaños, hizo llaga en mi alma para siempre, al interpretar en carne viva el mensaje del poeta metafísico John Donne, pues mi querido amigo Manuel Ñato Allauca partió antes de tiempo. Ser humano muy laborioso fue Shaprita, cuyo aporte era de suma importancia para el pueblo, sobre todo su fraterno afán de fecunda generosidad con los turistas, las amas de casa y los niños que lo teníamos como valioso ejemplo de vida. Dos horas después arribaron mi padre y su compadre Segundo, se habían quedado varados cerca del puente Mellizo (Mayorarca), por la rotura del eje delantero de un camión minero, en una angosta pendiente. Al día siguiente, miércoles 18 de octubre de 1961, el pueblo chiquiano decretó tarde no laborable, para acompañar al paisano querido hasta su última morada, al compás de la Marcha Fúnebre de Morán, entonada por la banda de músicos de la solidaria familia Aldave Montoro. Ese día, hasta los niños vestimos de luto.
 
Por éso y por mucho más, cada vez que muere un ser vivo, sé que algo de mí se desprende, y así será hasta el final de mis días, porque gracias a dicha experiencia aprendí que soy parte indisoluble de las obras de Dios, nuestro Creador: la Naturaleza y el Cosmos. Nadie, como bien lo señala John Donne, es una isla, por tanto, ningún ser humano merece vivir ni morir aislado. Al respecto, el poeta español Antonio Machado, nos dice: “A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd”, de ahí que el lugar mas cálido para el reposo sea el corazón humano, porque en el recuerdo y la esperanza anida el misterio de la eternidad, tal como reza el proverbio de Facundo Cabral: “No perdiste a nadie: el que murió, simplemente se nos adelantó, porque para allá vamos todos. Además lo mejor de él, el amor, sigue en tu corazón”, sin olvidar en cada momento del día las palabras de Jesús: "Yo soy la resurección, y la vida. Aquel que crea en Mí, aunque muera, vivirá."
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En estos últimos días han fallecido diez paisanos bolognesinos de gran valía. Hace un año, el 10 de febrero emprendió el Gran vuelo en Lima el escritor Luzuriaguino Guido Vidal Rodríguez, y al día siguiente 11 como hoy, también falleció en Lima, uno de mis amigos más amados, Hugo Nicanor Vilca del Castillo, nacido en Huari. Tengo la certeza de que por dichas pérdidas doblaron las campanas en Bolognesi, Mariscal Luzuriaga y Huari, como expresión de luto colectivo que mantienen y mantendrán eternamente nuestros pueblos fraternos, por más lejos que sus hijos pierdan la vida.

Desde los albores de la Humanidad todas las puertas del mundo han sido tocadas por el ala de la muerte, para las que se construyan ahora y después, es cuestión de tiempo solamente. Al respecto, cuentan que: “Un monje tenía siempre una taza de té al lado de su cama. Por la noche, antes de acostarse, la ponía boca abajo y, por la mañana, le daba la vuelta. Cuando un novicio le preguntó perplejo acerca de esa costumbre, el monje explicó que cada noche vaciaba simbólicamente la taza de la vida, como signo de aceptación de su propia mortalidad. El ritual le recordaba que aquel día había hecho cuanto debía y que, por tanto, estaba preparado en el caso de que le sorprendiera la muerte. Y cada mañana ponía la taza boca arriba para aceptar el obsequio de un nuevo día. El monje vivía la vida día a día, reconociendo cada amanecer que constituía un regalo maravilloso, pero también estaba preparado para abandonar esté mundo al final de cada jornada”. Estas y otras reflexiones que navegan en la Internet me inspiraron a escribir la hilachita:
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 . EN CUALQUIER MOMENTO

La puerta de la vida se cierra, la sangre detiene su curso y el alma vuela como hoja quebradiza en el éter. Abajo los cardos siguen floreciendo en la redondez del mundo.

Todo acaba tras el último aliento, sólo lágrimas de congoja y plegarias a Dios corren en pos de la Resurrección.

Después quedan los recuerdos, y poco a poco el viento del olvido va borrando del mapa el único camino que no conduce a Roma, sino a la tumba.

Ignoro quién sobrevivirá y quién será el ausente en aquel momento. ¿Lo sabes tú?. Mientras tanto, ama y goza la vida segundo a segundo, por ventura divina.
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Confieso, no me ha sido nada fácil aceptar la muerte de mis seres queridos: abuelitos, mamá, papá, tíos, primos, sobrinos, maestros, compañeros de estudio, trabajo y de ocio, coterráneos y entrañables amigos. Solamente el honrar su recuerdo, compartir experiencias similares con fe y esperanza, entender que empezamos a morir desde que nacemos y dejar brotar las emociones contenidas, han hecho que no sea el muerto en vida del poema de Becquer, sino que viva cada día como si fuera el último, apreciando segundo a segundo lo bella que es la existencia terrena, en armonía plena con la creación del Altísimo.
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En casos muy dolorosos un abrazo a tiempo es mejor que mil palabras, sin perder de vista el mensaje de San Agustín: "Cuando tenga que dejarte por un corto tiempo, por favor, no te entristezcas, ni derrames lágrimas, ni te abraces a tu pena a través de los años. Por el contrario, empieza de nuevo con valentía y con una sonrisa por mi memoria y en mi nombre y haz todas las cosas igual que antes, no alimentes tu soledad con días vacíos sino llena cada hora de manera útil. Yo estaré cerca de ti y nunca tengas miedo de morir porque yo estaré esperándote en el cielo".

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  Chiquián, una vez más la banca vacía...

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A TRES BANDAS:
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  CHARLANDO CON ANTUCO
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Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
 
"Los recuerdos de la infancia
no envejecen"
Aralba
Te cuento:
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Mientras saboreaba un papa cashqui mañanero, recordé los albores de la década del sesenta, cuando de incógnito escuchaba en el billar de don Cali Durand, los comentarios de Antuco Bravo, Pogoncho Padilla, Milo Barrenechea, Cancho Ramos y Pepe Lavado, sobre los triunfos del pecoso nadador mollendino Juan Carlos Bello Angosto, más conocido como Jhonny Bello. 
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Antuco decía: "Jhonny nada todos los estilos, desplazándose por la piscina como trucha, de punta a punta, llevándose todas las medallas olímpicas". En tanto don Cali, recostando sus codos sobre el mostrador, afilaba su lengua con los ribetes del cuello de su poncho. Luego de unos segundos se acerca al grupo, y dice: “esas son coj... cholos; en mis tiempos yo nadaba contra la corriente como salmón, de un solo tranco desde Obraje hasta Tallenga, sino pregúntenles a los viejos carcacinos y aquinos, que al verme nadando a pelo sobre el lomo del Aynín, me aplaudían desde sus chacras. Jhonny Bello es un ultu a mi lado”.
 
Otro día, cuando comentaban sobre los goles de cabeza del cerebral Toto Terry, don Cali ingresó de lleno a la conversación: “Para rechazar de mocha un centro del Olaya, saltaba tan alto que aprovechaba para ver si los burros de “Papaseca” estaban haciendo daño en mi alfalfar de Pacra. Consulten con mi amigo Tuntu, él les confirmará”.
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Estos “angelitos”, un poco picones, provocaron a don Cali, preguntándole en coro: ¿y su hijo Panchito juega al fútbol tan bien como UD.?. Don Cali Durand sin inmutarse contestó: “cómo ustedes saben, el hijo del bailarín siempre sale rengo, y mi heredero no ha roto la regla, con decirles que cree que la pelota es cuadrada”, y se rieron a carcajadas dejando el taco junto a las bolas. Qué inocentes fueron aquellos tiempos de adolescentes vaqueros.
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Una mañana arribaron al 'taco' cuatro jóvenes truchadores, con la noticia de que el flaco Nica Fuentes Pardo había cogido una trucha de 47.5 centímetros, en el paraje de Conay; don Cali, abriendo una vieja libretita de apuntes le pidió a Cancho que leyera:

- 87.9 centímetros don Cali.
 
- Este alevín, es el que malogra mi colección de pesca en el Aynín -retrucó don Cali

Una noche, mientras don Cali cosía un paño roto por la impericia de Lalo Dextre Balarezo en el taqueo con efecto, nos comentó que, durante la fiesta patronal de un pueblo de Huanuco envolvió con un pase de verónica al toro más bravo de la tarde, y lo desapareció del ruedo sin necesidad de sombrero ni varita mágica ante el asombro de los tendidos, y que para no ser linchado salió escondido bajo su poncho usando sus clavículas como percha.
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Otra noche, cuando mirándose a los ojos Lipat de Jircán y Genaro de Jupash jugaban: 'el que pestañea pierde', don Cali se les acercó diciéndoles: 'en mis tiempos todos tenían terror de jugar conmigo "el que pestañea pierde", no porque los dejaba virolos, sino porque con los ojos cerrados derretía los adoquines de hielo de los raspadilleros'.
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Cierto día de aquellos sesentas, Antuco y su patas sacaban cuentas para la pachamanca del 7 de Junio en el empinado Jaracoto: 20 kilos de papas de roca, 3 manojos de chinchu y uno de muña, 77 ocas, 24 choclos, 173 habas, 2 brazuelos de cordero de la carnicería de Moshongo, 2 moldes de queso de Cutacarcas, una gallina del corral de Uchcu Pedro, 5 cuyes y 2 conejos paseanderos del escribano Crisólogo, un chanchito polanchín del “Coso”, etc., etc.; es decir, todo fiado y “prestado” de algún dueño descuidado. Don Cali que estaba atento a estos cálculos de arte culinario, les dijo: “son minucias lo que están sumando, en mis tiempos metíamos al horno: papas, habas, choclos, quesos y cuyes por camionadas, más 5 reses y media manada de borregas, pastor y todo”. 
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También registra mi 'disco duro', episodios donde estos “llameros cholitarios” entrenaban para jinetes montando becerros en el corral de don Aurelio Garro Calderón, y amansando caballos y burros en un potrero de Unsucocha, con la complicidad del papá de los hermanos Churchil de Cochapata, muy afecto a ellos. De allí se desplazaban al Pesebre, donde esperaban impacientes que la camionetita de Landauro arranque su motor de medio pony de fuerza y empiece a trepar tosiendo la planta eléctrica, momentos en que Antuco, Pogoncho, Milo y Cancho, montaban al vuelo al brioso “alemán” y salían al galope. Pasaban Chicchó, Caranca y finalmente llegaba el caballo resoplando a Matarrajra, y saludaban al chofer y a los pasajeros con una sonrisa cachacienta
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Que yo recuerde Landauro nunca los alcanzó, menos la tortuga roja de don Benja. El único carro que una vez logró pasarlos antes de llegar a Caranca, fue el camión “fantasma” del verdugo de los eucaliptos Domingo Morales, sólo que cien metros después se fue al abismo, retornando a su aserradero, junto a Picush, en tiempo record.
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Ya por las noches estos traviesos legionarios iban al “Coso”, de donde sacaban a hurtadillas un par de burros dañeros y se ponían a buscar entierros por Racrán hasta la medianoche, emulando a Juan Sánchez Dulanto, y de paso hacían su mercado nocturno “de la chacra a la olla” llenando sus alforjas con habas, choclos y dos atados de alfalfa para el brioso “alemán”.
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Una mañana que Antuco, Pogoncho, Cancho y Milo, caminaban hondilla en mano por Lirioguencha, vieron a un gallo carioco paseándose orondo por el tejado de la familia Durand Espejo. 
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Milo, sin pensarlo dos veces, aguzó su puntería y de un certero tiro de guijarro derribó al “cuello rojo” que cayó fulminado, con la cabeza y cresta partida como purojsha reventada. Luego, presa en mano, se fueron caminando de puntillas al Baratillo, donde la cocinera de Cleofé García les preparó escabeche y caldo. 
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A las dos horas de este atentado ecológico, Milo llegó a su casa con la barriga llena. Para su sorpresa su papá Jorge lo recibió en medio del patio con las manos en la cintura, invitándolo a pasar a su despacho de abogado, y sin que se reponga del espasmo sufrido en sus fibras musculares le dio este café cargado de leyes y reflexión fraternal:
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En círculo: mi padre (sentado), 
junto a su amigo Jorge Barrenechea (de pie con sombrero)
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“Hijo mío, no hay modo de justificar como provechosa tu existencia, pues solamente te estás dedicando a matar cariocos y a montar becerros. Don Calixto Durand ha presentado una queja en papel sellado, expondiendo, que tú y tres malhechores han asesinado a uno de sus picudos que se paseaba por sus aposentos. Ha presentado como testigo a un vecino notable de Lirioguencha quien los observó durante el carioquicidio. Como este hecho atenta contra la fauna chiquiana, y viendo que un escándalo podría manchar el buen nombre de la familia, acabo de pedirle a tu mamá que haga efectiva la reparación civil con dos ponedoras y un par de cuyes de Pancal. Por tu parte, alista tus cosas que dentro de dos horas te vas a Lima con el camión de mi amigo Chuqui, a expiar tus culpas sin propinas ni encomiendas con nudo”.
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Está grabada en la memoria del pueblo chiquiano un mediodía soleado de fines de junio, cuando la plaza de Jircán fue escenario de la primera carrera de burros de la década del sesenta, organizada por la Escuela Normal Mixta en su aniversario de creación. De todos los expertos “burro cross” lograron su inscripción: Cachicho de Umpay, Ichic de Quihuillán, 'Oso júnior' de Matara, Goyo de Cochapata, Luchu de Jircán y Antuco de Agocalle. Este último, preocupado por la casta innata de los demás competidores, se puso a organizar su participación. Es así que, buscando datos escuchó por ahí, que uno de los burros de Clarita, era el más veloz del pueblo, lástima que estaba purgando condena en el Coso. Sin pensarlo dos veces pagó la fianza y durante 3 días seguidos practicó duro y parejo en el centro de entrenamiento de Unsucocha.
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Momentos previos a la carrera los jinetes se ubicaron junto al arco de la parte baja del estadio, de espaldas a Tranca, espacio fijado como partidor; y ni bien el amauta Nicanor dio la señal de partida, el burro dañero montado por Antuco salió embalado hacia el Coso, ganando por veinte cuerpos y una pértiga de yapa...
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2do. piso: billar de Don Cali
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Pero don Cali no solamente contaba increíbles sucesos de su juventud, sino también sobre su estrategia para ganar juicios sumarios con dos chatas de ron, un papel sellado, un par de timbres y media jeringa de tinta jugando al vaivén con el secante; sin embargo, como al mejor tirador se le va la paloma, una vez tuvo un traspié con sabor a urea.
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Don Cali Durand
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Resulta que, en un juicio por paternidad, envió a Barranca la muestra de orina de su patrocinada, muestra que en uno de los baches de Huacacorral se derramó; el ayudante del camión, para evitarse problemas con el dueño, llenó la botellita con su pichi y el análisis dio 'NEGATIVO'.

Aunque la criatura salió igualitito al demandado, el susodicho, amparándose en el resultado, no reconoció al sietemesino.
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Con el paso de las décadas don Cali se enteró por una carta anónima sobre el cambio de orina, lamentablemente el caso ya estaba oleado y sacramentado, sin embargo trató de persuadir al padre para que proceda a su reconocimiento, pero éste, por temor a que su warmi lo expulse del lecho de paja, no quiso firmarlo, quizá para tranquilizar su conciencia lo haga antes de estirar la pata, porque en corto tiempo la prueba de ADN será más fácil que teñirse el pelo.
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Fuente:
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Relatos Campesinos, de Aralba.