Mamá Eni y sus alumnos
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MAMÁ ENI
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
El 4 de julio de 1921, nació en Chiquián una hermosa niña a quien mi abuelita Catita llamó por primera vez: ERNESTINA. Una niña que nació para ser buena hija, hermana cariñosa, esposa abnegada, madre adorada, vecina ejemplar y maestra maravillosa.
Mamá Eni nació un día lunes, a la hora que tañen presurosas las campanas llamando a clases, de allí su sensibilidad y su ternura para con sus alumnos, porque solamente quien posee ese binomio de vida en su corazón y su alma, cumple a cabalidad el legado magisterial del Nazareno.
En sus ojos buenos no solamente cabía el Perú, también cabía el Universo entero: la historia de la Humanidad, la belleza incontrastable de la Madre Tierra y del Cosmos, la esperanza y la fe inquebrantable de los pueblos a lo largo y ancho del planeta.
Una mujer de hierro forjado que convertía un lugar baldío en huerto florido; haciendo que el hambre y la sed de aprender nutra la mente del niño con razonamientos sanos; haciendo que el frío en los cerros escarpados de Pocpa, Puscayán, Canis, Roca, Ticllos y Pampa de Lampas Alto, duela menos. Mujer que abría los ojos muy de madrugada para seguir andando, y a paso firme sembrar conocimiento de primera mano en la vía dolorosa del magisterio rural donde escasea la información impresa. El niño, tanto en Áncash como en Lima, fue siempre el centro de sus afanes cotidianos. “La infancia es única e irrepetible en la vida del ser humano”, nos recordaba constantemente. Mamá Eni escribió la historia de vida que leemos hoy, y que leerán mañana en el libro de la existencia los hijos de nuestros hijos, y así sucesivamente a través de los siglos.
Mamá Eni representa a muchos maestros anónimos que entregaron la energía de sus mejores años a la noble tarea educadora en el Ande perpetuo. Un bello referente para las generaciones presentes y futuras de maestros. Personas como ella son poseedoras de un alma fuerte, almas que levantan polvo al caminar sin desmayo, y dejan profundas huellas en duro suelo, como profundas son las raíces de los que son forjados con amor inquebrantable por los más necesitados.
Han pasado 32 largos años desde la última vez que sentí sus manos hacendosas alisando mis cabellos; y como ayer, siento su aliento de vida, porque ella fue, es y seguirá siendo fuente de ternura y amor eterno, más allá de la muerte. Recuerdo sus palabras en Tupucancha de mis años primeros: “Tienes que prepararte para la vida hijito. La vida no es jugar todo el santo día; el juego es un buen inicio, pero el camino de la vida es duro, y tenemos que estudiar y trabajar de sol a sol para ser cada día mejores personas, mejores ciudadanos, cada vez más solidarios, cada vez más humildes, como las espigas del Señor que están al alcance de todos”. En sus brazos, en los de mi madre adorada y en los de nuestras santas abuelitas, me crié con mis hermanos. A los varoncitos nos enseñó a montar a caballo, a contar con los deditos y a no temer a los difuntitos; e hizo diestras en trencitas, en tejido y zurcido invisible a las mujercitas. De ahí que siempre la llamamos: Mamá Eni. Cierro los ojos y en el ecran retráctil del recuerdo está en Puscayán, sentadita en un cuncu de piedra con su espaldita pegada a una pared de adobe crudo, bajo un humilde techo de paja, oteando a la distancia todos los caminos que conducen hacia Dios.
Hoy, 28 de noviembre de 2015 sus restos han sido trasladados del cementerio El Ángel a los Jardines del Buen Retiro de Puente piedra, y ya está más cerca de sus seres amados, de su barrio, de su querido Cono Norte y de su pueblo natal. Hoy siento desde Nashville que la luz divina enciende nuevamente sus mejillas, que su corazón vuelve a latir vigoroso, que sus manos acarician nuestros cabellos, que sus ojitos negros nos miran con ternura, que su voz nos alienta con dulzura a la forja diaria, como lo hiciera con amor supremo hasta sus últimos días de vida.
En sus ojos buenos no solamente cabía el Perú, también cabía el Universo entero: la historia de la Humanidad, la belleza incontrastable de la Madre Tierra y del Cosmos, la esperanza y la fe inquebrantable de los pueblos a lo largo y ancho del planeta.
Una mujer de hierro forjado que convertía un lugar baldío en huerto florido; haciendo que el hambre y la sed de aprender nutra la mente del niño con razonamientos sanos; haciendo que el frío en los cerros escarpados de Pocpa, Puscayán, Canis, Roca, Ticllos y Pampa de Lampas Alto, duela menos. Mujer que abría los ojos muy de madrugada para seguir andando, y a paso firme sembrar conocimiento de primera mano en la vía dolorosa del magisterio rural donde escasea la información impresa. El niño, tanto en Áncash como en Lima, fue siempre el centro de sus afanes cotidianos. “La infancia es única e irrepetible en la vida del ser humano”, nos recordaba constantemente. Mamá Eni escribió la historia de vida que leemos hoy, y que leerán mañana en el libro de la existencia los hijos de nuestros hijos, y así sucesivamente a través de los siglos.
Mamá Eni representa a muchos maestros anónimos que entregaron la energía de sus mejores años a la noble tarea educadora en el Ande perpetuo. Un bello referente para las generaciones presentes y futuras de maestros. Personas como ella son poseedoras de un alma fuerte, almas que levantan polvo al caminar sin desmayo, y dejan profundas huellas en duro suelo, como profundas son las raíces de los que son forjados con amor inquebrantable por los más necesitados.
Han pasado 32 largos años desde la última vez que sentí sus manos hacendosas alisando mis cabellos; y como ayer, siento su aliento de vida, porque ella fue, es y seguirá siendo fuente de ternura y amor eterno, más allá de la muerte. Recuerdo sus palabras en Tupucancha de mis años primeros: “Tienes que prepararte para la vida hijito. La vida no es jugar todo el santo día; el juego es un buen inicio, pero el camino de la vida es duro, y tenemos que estudiar y trabajar de sol a sol para ser cada día mejores personas, mejores ciudadanos, cada vez más solidarios, cada vez más humildes, como las espigas del Señor que están al alcance de todos”. En sus brazos, en los de mi madre adorada y en los de nuestras santas abuelitas, me crié con mis hermanos. A los varoncitos nos enseñó a montar a caballo, a contar con los deditos y a no temer a los difuntitos; e hizo diestras en trencitas, en tejido y zurcido invisible a las mujercitas. De ahí que siempre la llamamos: Mamá Eni. Cierro los ojos y en el ecran retráctil del recuerdo está en Puscayán, sentadita en un cuncu de piedra con su espaldita pegada a una pared de adobe crudo, bajo un humilde techo de paja, oteando a la distancia todos los caminos que conducen hacia Dios.
Hoy, 28 de noviembre de 2015 sus restos han sido trasladados del cementerio El Ángel a los Jardines del Buen Retiro de Puente piedra, y ya está más cerca de sus seres amados, de su barrio, de su querido Cono Norte y de su pueblo natal. Hoy siento desde Nashville que la luz divina enciende nuevamente sus mejillas, que su corazón vuelve a latir vigoroso, que sus manos acarician nuestros cabellos, que sus ojitos negros nos miran con ternura, que su voz nos alienta con dulzura a la forja diaria, como lo hiciera con amor supremo hasta sus últimos días de vida.
Gracias a Mama Eni, amo y admiro desde pequeño nuestras culturas milenarias, de cuyos legados nos nutrimos los habitantes de la Tierra. Entre las culturas altamente civilizadas me habló de la Cultura Maya, cuyo santuario arqueológico de CHICHÉN ITZÁ visité hace unos años en su homenaje, mítica zona, Patrimonio de la Humanidad y una de las Nuevas Maravillas del Mundo, al igual que Machu Picchu. Mamá Eni no solamente me habló del vasto territorio Maya, que abarcaba lo que ahora se conoce como Yucatán, Chiapas, Campeche, Quintana Roo y Tabasco en México, y los territorios actuales de Guatemala, Belice, Honduras y El Salvador, sino también de su florecimiento en las ciencias y las artes humanas. Ella estaba convencida de que los mayas no desaparecieron, como lo señalan creencias generalizadas. Para comprobarlo me bastó abrir bien los ojos y aguzar los oídos. Paso a paso por Yucatán y Quintana Roo, sentí el gran corazón de los Mayas latiendo en cada uno de los habitantes, cuya heredad cultural mantienen incólume, como en el Perú hacemos lo propio con el legado de nuestro Gran Imperio de los Incas.
Gracias a los relatos de mamá Eni, tuve sueños mágicos en la infancia, sueños que se van haciendo realidad, porque en los recuerdos de la niñez siempre asoman las imágenes queridas de las personas que nos enseñaron a ser mejores seres humanos y mejores ciudadanos. Deuda de gratitud que generalmente queda pendiente hasta la hora final, pues mucho tardamos en darnos cuenta del inmenso valor que tuvieron en nuestras vidas.
Por eso subrayo, que una de las personas que iluminó mi camino cognoscitivo, al igual que el camino de mis hermanos, fue Mamá Eni. Sus consejos a tiempo, sus palmaditas en el hombro para animarnos en la tarea cotidiana, su paciencia infinita a la hora de enseñarnos las primeras letras y llevarnos de la mano por el angosto sendero de la lectura, en un país donde se brinda poca importancia a los libros en el desarrollo humano.
Glaciar Tucu Chira y la Pampa de Lampas.
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Su embrión magisterial fue la Pampa de Lampas Alto, inhóspito lugar bolognesino donde tuvo que construir e implementar a pulso el aula para sus pequeños alumnos, apoyada en sus valores existenciales bien cimentados desde su infancia en Chiquián y Tupucancha, valores a los que rindió fidelidad durante su largo apostolado rural.
Roca (Foto: Marcos Calderón).
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Con los años, dejando todo listo para una nueva preceptora, se trasladó a Pocpa iniciando un nuevo periplo, y así sucesivamente: Carcas, Ticllos, Roca, Canis, Llaclla, Pancal y finalmente Quisipata, hermoso pueblito a orillas del río Aynín, donde se jubiló el 31 de julio de 1970, pero de manera oficial solamente, pues continuó con su tarea promotora en su barrio de Lima, donde fundó el Club Deportivo Cultural Unión Monterrey, en cuya gestión se construyeron canchas de volei, fulbito y de fútbol. Siempre requerida por los padres de familia de menores recursos para que brinde educación inicial gratuita, aprovechando las horas que su esposo estaba en su centro de labores y sus hijos en la universidad, aunque en ocasiones un lápiz en la mesita de la sala o una hoja escrita con trazos infantiles delataba su noble labor educadora.
Su sueño muchos años acariciado fue desempeñar el cargo de Estandarte en la fiesta de Santa Rosa en Chiquián, sueño que su querida hija Nancy Calderón Yábar de Cuadros, cumplió el 2008, junto a su papá Pablo, su hermana Durid, la esposa de su hermano Pablín, y sus primas de las alas: paterna y materna.
Ticllos (Foto: Marcos Calderón)
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Mamá Eni, como maestra rural por excelencia, laboró bajo el sistema de educación unitaria; es decir, enseñaba en una misma aula a alumnos de diferentes grados, edades y necesidades de aprendizaje, que complementaba con excursiones vivenciales, juegos al aire libre, talleres de música, carpintería, cocina, costura, canto y teatro.
También impulsó huertos escolares y caseros, así como tareas de alfabetización de adultos. Sus consejos a las parejas jóvenes no se dejaban esperar, a quienes enseñaba a sembrar productos de pan llevar y a criar animales de tiro para las labores agrícolas, así como de carne y leche con el concurso y el permanente apoyo material y espiritual de su amado esposo Pablo, quien la acompañó en los lugares donde trabajó.
También impulsó huertos escolares y caseros, así como tareas de alfabetización de adultos. Sus consejos a las parejas jóvenes no se dejaban esperar, a quienes enseñaba a sembrar productos de pan llevar y a criar animales de tiro para las labores agrícolas, así como de carne y leche con el concurso y el permanente apoyo material y espiritual de su amado esposo Pablo, quien la acompañó en los lugares donde trabajó.
Mamá Eni, alumnos y padres de familia a más de 4 mil m.s.n.m.
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Muchas veces fue tentada para enseñar en el radio urbano, pero se negaba a los requerimientos, enfatizando que su labor aguardaba en los lugares olvidados. Mujer campechana, de chispa contagiante y poseedora de un gran corazón, madrina de muchos de sus alumnos, a los que guió hasta el último aliento.
Antes de expirar en brazos de sus seres amados les recordó que ese día era el santo de su prima Mechi, no por casualidad, sino porque estaba atenta a los onomásticos y llegaba con el alba a cantar las mañanitas a la casa de los 'cumpleañeros', cargando su invalorable termo con ponche.
La noticia de su deceso me cayó como un baldazo de agua helada cuando me encontraba en las alturas de Yanama, de cara al imponente Huandoy ancashino. A mi retorno a Huaraz, tres días después, hallé bajo la puerta de mi habitación una carta de ella, escrita cuatro días antes de fallecer, donde entre otras líneas de amor maternal, me aconsejaba escribir sobre mis vivencias. De ahí que en mi pequeña obra escrita, late el corazón de mamá Eni en cada línea, sobre todo en la faceta de su fecunda tarea magisterial, como estos párrafos que fluyen al pie:
La noticia de su deceso me cayó como un baldazo de agua helada cuando me encontraba en las alturas de Yanama, de cara al imponente Huandoy ancashino. A mi retorno a Huaraz, tres días después, hallé bajo la puerta de mi habitación una carta de ella, escrita cuatro días antes de fallecer, donde entre otras líneas de amor maternal, me aconsejaba escribir sobre mis vivencias. De ahí que en mi pequeña obra escrita, late el corazón de mamá Eni en cada línea, sobre todo en la faceta de su fecunda tarea magisterial, como estos párrafos que fluyen al pie:
Maestros chiquianos
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En los bellos caminos del pasado se perfila la sacrosanta imagen de nuestros MAESTROS DE PRIMARIA. Y si acercamos el oído a la brisa del tiempo, percibimos con claridad meridiana su enseñanza..
Escuela 352 de Chiquián
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Ellos fueron los que descubrieron en nosotros ese destino desafiante que va más allá de la infancia para hacernos seres humanos de provecho. Son los que nos prepararon para la vida y moldearon nuestro carácter, frecuentemente inquieto y lleno de preguntas. Es la misma persona, hombre o mujer, que escogió para nosotros los números primos, los colores del arco iris y los relatos de Paco Yunque, El Perro Leal, Pisana María, El Caballero Carmelo, del Niño Goyito... Son los que nos enseñaron a honrar la Cultura Peruana y a nuestros Símbolos Patrios, izando al tope la Bandera Nacional.
Maestros Chiquianos en Huasta
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Ella o él, dignos apóstoles del saber, abrieron las ventanas a nuestra imaginación y nos hablaron de un Perú de ensueño, al que debemos cuidar y defender con nuestra vida. Son los seres humanos que nos hablaron de la raza Inca y sus obras en bien de la Humanidad. Ellos dibujaron más allá de nuestra imaginación los valiosos recursos naturales y las ricas manifestaciones culturales con que contamos a raudales; y sobre todo, nos hablaron de DIOS, creador de los ríos, de los grillos, de los hermosos nevados, de la abeja laboriosa, de los sembríos, del rocío, de la lluvia, del trueno, del relámpago y los rayos, del Sol y la Luna, de la luz y la oscuridad, del pasado, del presente y del futuro; siempre infaltables de enero a diciembre.
Mi modesto homenaje a los maestros de Abelardo Pardo Lezameta, San Miguel de Corpanqui, Cajacay, Huasta, Pacllón, La Primavera, Aquia, Colquioc, Huayllacayán, Huallanca, Canis, Antonio Raymondi, Mangas, Ticllos y Chiquián; y en sus personas, a todos los hombres y mujeres que trabajan tras cada campanada con paciencia infinita la arcilla que será grano de trigo o espiga. Mi admiración por los maestros que hacen de la educación su actividad vital que trasciende al tiempo, iluminando los valores y el buen humor para compartir amor.
Mi admiración por los maestros que tienen paciencia y carácter, porque su labor es arte de orfebre, como se hace arte la voz interior del poeta cuando describe la Creación Divina. No hay mejor forma de aprender que enseñando. Enseñando, que sus alumnos son la biografía del maestro y el maestro la radiografía de sus alumnos, como reza un pensamiento ancestral.
Mi admiración por los maestros rurales, como mi mamá ERNESTINA YÁBAR DE CALDERÓN, quien me enseñó a escribir y a leer en voz alta en Tupucancha. Ella me reveló el valor de la narrativa y la poética para el alma colectiva; y hoy, desde el cielo, junto a mis mamitas Jesús, Catita y Victoria, prenden bengalas a mi paso cuando tengo que sortear abruptos caminos en la oscuridad. Ella, gran conocedora de la realidad campesina en las altas cumbres donde el Estado ni la globalización llegan: de sus limitaciones materiales, sus creencias, sus hábitos, su trabajo sacrificado, la visión corta del futuro, pero también de su amor cristalino por la Naturaleza y su humildad que los acerca más al Creador. Su pequeña habitación con paredes de frío tapial o su choza de piedra e ichu en los lugares donde laboró, siempre estaba colmada de alumnos y padres, como una prolongación del aula. Allí, junto al fogón hermano y sentados al pie del batán que muele la ignorancia, les enseñaba a ser buenos padres y buenos hijos; también amar a Jesucristo por sobre todas las cosas y a vivir en armonía con la Pachamama que nos brinda el sustento diario sin pedirnos nada.
Mama Eni, dulce MAESTRA RURAL: de ti aprendí que para triunfar en la vida no existe fórmula mágica, sólo se necesita estudiar con ahínco, disciplina, fe y dando de sí a los demás. Gracias por haber alimentado mis fantasías y sueños con tus relatos de tierra viviente, que hasta hoy se aferran a mi espíritu, como la raíz se aferra al suelo cuando el viento de los años sopla fuerte.
Mama Eni, dulce MAESTRA RURAL: de ti aprendí que para triunfar en la vida no existe fórmula mágica, sólo se necesita estudiar con ahínco, disciplina, fe y dando de sí a los demás. Gracias por haber alimentado mis fantasías y sueños con tus relatos de tierra viviente, que hasta hoy se aferran a mi espíritu, como la raíz se aferra al suelo cuando el viento de los años sopla fuerte.
La tierna Martina, mamá Eni y Mirtha en Tupucancha
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MAMÁ ENI, 'MAESTRA RURAL'
Bendita amauta de las alturas chiquianas;
madre, hija y amiga prodigiosa
que nos diste sabiduría
y mucho amor.
En las altas cumbres fuiste ejemplo vivo
de sacrificio y perseverancia,
hilvanando de sol a sol
nuestros sueños.
Pampa de Lampas, Pocpa, Ticllos, Llaclla,
Carcas, Canis, Pancal y Quisipata
conservan tus huellas
de amor y paz.
Te veo cabalgando tu caballito pinto
con tus alforjas de ilusiones
y tus cuentos del 'perro leal'
y del 'santo caldito'.
El 24 de setiembre subiste al cielo
dejándonos el corazón entristecido,
más tu bello ejemplo
¡NO MORIRÁ!
Bendita amauta de las alturas chiquianas;
madre, hija y amiga prodigiosa
que nos diste sabiduría
y mucho amor.
En las altas cumbres fuiste ejemplo vivo
de sacrificio y perseverancia,
hilvanando de sol a sol
nuestros sueños.
Pampa de Lampas, Pocpa, Ticllos, Llaclla,
Carcas, Canis, Pancal y Quisipata
conservan tus huellas
de amor y paz.
Te veo cabalgando tu caballito pinto
con tus alforjas de ilusiones
y tus cuentos del 'perro leal'
y del 'santo caldito'.
El 24 de setiembre subiste al cielo
dejándonos el corazón entristecido,
más tu bello ejemplo
¡NO MORIRÁ!
DE NUEVO EN CARANCA...
Ya va amaneciendo...
Las ramas abanican mi rostro,
en el Yerupajá reverbera el alba.
Abajo el pueblo despierta soñoliento.
Ya va amaneciendo...
El Aynín ríe con las truchas que saltan,
florecen la cebada, el maíz y el centeno;
no hay lugar más bello que Chiquián.
Ya va amaneciendo...
Mi pecho se llena de pichuichancas;
en Quisipata mamá Eni prende el Sol
en la mente de los niños andinos.
Ya va amaneciendo...
Danza el trigo con el viento,
en Jircán mamá Jeshu espera...
las campanas van llamando a Misa.
Ya va amaneciendo...