Me
felicito haber podido superar problemas personales y participar en el acto de
Capulí el día 21 de octubre en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
El
homenaje a los luchadores revolucionarios del 65 resultó, gracias a tu empeño y
compromiso, un acontecimiento exitoso, plural y representativo.
Congratulaciones, Danilo.
Te
emito, en archivo adjunto, el texto que di lectura en San Marcos. Si lo consideran conveniente
pueden leerlo en mi nombre durante los
actos a realizarse en Trujillo y Santiago de Chuco.
Éxitos
y recibe cordiales saludos,
Walter.
Cuando se muere en
brazos
de la patria
agradecida
la muerte acaba, la
prisión se rompe
comienza al fin con el morir la vida.
José Martí
Conocí a Luis Felipe de la
Puente Uceda en Trujillo, en diciembre de 1955, el día en que volvió de Lima
tras haber estado encarcelado en la Penitenciaría Central (el Panóptico) por
conspirar como aprista contra la dictadura del general Odría.
Conocedores de su llegada
por vía terrestre, muchos trujillanos, estudiantes universitarios y obreros de
las haciendas azucareras del Valle de Chicama, llegamos en nutrida y entusiasta
manifestación hasta la Portada de Moche para darle la bienvenida.
Yo era un joven
universitario cuando vi por primera vez a Lucho (así lo llamaban sus amigos,
sus compañeros y el pueblo que lo quería y respetaba). Sonriendo, él saludaba y
abrazaba a los que lograban acercársele. Era el reencuentro con los suyos tras
el destierro y la carcelería. Han pasado 60 años y recuerdo bien aquel momento
pues marcó profundamente mi vida personal y política. Fue el inicio de una
amistad, de una identificación ideológica y de una militancia política que duró
años, vinculada al MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), la
organización que él dirigió e inscribió en la Historia del Perú y su pueblo.
Al conmemorarse el 50
aniversario de la gesta guerrillera del MIR y en mi condición de integrante de
su Dirección Nacional en los años 60 escribo estas líneas en homenaje a Luís de
la Puente Uceda y en recuerdo de lo vivido en las luchas revolucionarias de
esos años. Lucho de la Puente fue un líder excepcional y un ejemplo de
capacidad, consecuencia y honestidad. Gracias a su acertada dirección la gesta
del MIR fue una obra colectiva en la que participaron y entregaron sus
esfuerzos, su libertad y muchos su propia vida, valiosos compañeros que ya
pertenecen a la mejor historia el Perú.
En 1955 ingresé a la
Universidad Nacional de Trujillo y me incorporé a la estructura clandestina del
Comando Universitario del Apra, partido que había sido puesto fuera de la ley y
era duramente reprimido por la dictadura militar. Participábamos, desafiando a
la dictadura, en campañas exigiendo el retorno de la democracia y la libertad
de los presos políticos, especialmente de Luis de la Puente, que había sido
presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios de Trujillo, quien
cursaba el cuarto año de Derecho cuando fue apresado, en 1953, y deportado,
meses después, a México.
Lucho no se resignó al
exilio y dejó México para volver clandestinamente al Perú como integrante de un
comando subversivo aprista que conspiraba para derrocar a Odría. Delatado por
uno de los involucrados en la conspiración, fue apresado y encarcelado.
Tiempo después, el 27 de
diciembre de 1955, y gracias a las luchas del pueblo peruano contra la
dictadura, fue puesto en libertad junto con otros presos políticos de
izquierda. En este sentido, fue decisiva la gesta del pueblo arequipeño de
fines de 1955, que culminó con la renuncia del repudiado Alejandro Esparza
Zañartu, Ministro de Gobierno y Policía (ahora Ministerio del Interior) y la
liberación de todos los presos políticos.
Ya en libertad, cuando
Lucho llegó a Trujillo, afrontaba problemas muy serios de salud, en particular
una dolencia asmática y una úlcera gástrica que le dejaron las duras
condiciones que le fueron impuestas en la cárcel y que lo acompañarían hasta el
fin de sus días.
Pese a ello, se reintegró a
las actividades estudiantiles y políticas, y asumió importantes
responsabilidades como la vicepresidencia de la Federación de Estudiantes del
Perú (FEP), en 1957, en el congreso de Arequipa. Ese año viajó a Nigeria (África)
como delegado peruano a un congreso internacional de estudiantes
universitarios. Al mismo tiempo prosiguió sus estudios en la Universidad de
Trujillo y se graduó de abogado en 1958 con la tesis “Hacia la Reforma Agraria
en el Perú”. Ya como profesional se dedicó casi exclusivamente a la defensa de
los trabajadores, en especial de campesinos.
Como dirigente del Apra,
partido que en esos años levantaba banderas antiimperialistas y
antioligárquicas, Lucho logró tener ascendencia en las bases, especialmente en
sectores juveniles y de trabajadores por su capacidad, entrega y entusiasmo
para asumir las responsabilidades políticas. Resaltaba por su personalidad
carismática. Era un hombre estudioso, buen orador y agudo polemista. Se
especializó en el problema agrario y dedicó especial atención a la situación de
los campesinos pobres de las comunidades indígenas.
Era un político que exponía
sus ideas en forma directa y clara, no andaba con rodeos. Era exigente consigo
mismo y con sus compañeros, pero también fraterno y solidario. Era de los que
enseñaban y predicaban con el ejemplo. Fue implacable combatiendo las
inconsecuencias políticas, los oportunismos y las transgresiones a la
disciplina y a la ética revolucionaria.
Por su manera de ser y
actuar, Lucho tuvo muchos amigos, admiradores y fieles seguidores, pero,
también, peligrosos enemigos y detractores que lo atacaron y calumniaron. En
1956, se opuso tenazmente al apoyo electoral que la dirigencia del Apra había
brindado al oligarca Manuel Prado Ugarteche para que fuera elegido como
presidente de la República, en el marco del denominado gobierno de la
“Convivencia”.
Luis de la Puente fue
varias veces sometido a procesos disciplinarios dentro del Apra y finalmente
fue expulsado junto con otros dirigentes en la IV Convención Nacional del
partido, el 12 de octubre de 1959, tras presentarse una moción, que él redactó
casi en su integridad, de análisis de la realidad nacional y de crítica a la
dirección aprista. La moción no fue debatida en el plenario. Con él fueron
expulsados ocho de los firmantes (Carlos Malpica, Gonzalo Fernández Gasco,
Manuel Pita Díaz, Luís Iberico Mas, entre otros) y, los restantes, sometidos a
disciplina con trámite de expulsión. Fue la erupción de la gran crisis
partidaria.
Ese mismo día, los
expulsados y disidentes acordamos constituir el Comité Aprista de Defensa de
los Principios Doctrinarios y de la Democracia Interna. Seis meses después, en
mayo de 1960, se toma la denominación de Apra Rebelde y, en junio de 1962, al
abandonar definitivamente los postulados apristas, y cuando se “adopta como
teoría y como método el Marxismo-leninismo” se asume el nombre de MIR,
organización que en 1965 lanza la lucha armada para la instauración del
socialismo.
En los años 50 y 60 se
daban acontecimientos extraordinarios en todos los campos en forma acelerada y
novedosa. El mundo estaba cambiando, pero los jóvenes de entonces entonaban
cantos de libertad y exigían cambios más profundos e inmediatos.
Los que vivimos esa época
bien podríamos decir con el personaje de El Aleph, de Jorge Luis Borges: “he
visto millones de actos deleitables o atroces”. Era la época de la “guerra
fría”, del macartismo y la caza de brujas, de la amenaza de la guerra atómica,
de la descolonización y de las luchas de liberación en África y Asia, así como
de la gesta heroica del pueblo vietnamita. El Perú también era marco de
importantes acontecimientos. Ante las periódicas crisis económicas y políticas
surgían remedos de gobiernos democráticos y dictaduras militares. Los campesinos
se organizaban en sindicatos para recuperar sus tierras usurpadas, la
ciudadanía hacía campañas por el rescate del petróleo y las riquezas naturales.
El MIR debía avanzar. Las
nuevas realidades exigían nuevos enfoques ideológicos y una evolución y decantación
de militantes para la lucha política revolucionaria.
En este escenario, más que
ideas preestablecidas, se debatieron
nuevas propuestas teóricas y organizativas. Todo fue revisado y todo fue
modelándose al calor de la discusión, del debate, de la lucha y práctica
política, enriquecidos con el aporte y la experiencia de nuevos compañeros como
Héctor Cordero Guevara y Guillermo Lobatón Milla, para mencionar a los que más
destacaban.
En la presentación, muy
poco difundida después, del documento Nuestra posición, en el que se recogen
los acuerdos del Pleno del Comité Central del MIR del mes de marzo de 1964, un
año y tres meses antes del inicio de la lucha armada, se dice, textualmente,
que vivíamos “un momento especial en este siglo de crisis: el momento de la
definición”. El documento detallaba los acontecimientos extraordinarios y
esclarecedores ocurridos en el periodo: la derrota del imperialismo yanqui en
Playa Girón y la autodefinición de Cuba como país socialista; el ascenso del
debate y la confrontación ideológica chino-soviética; la caída de una serie de
‘democracias representativas’ y el asesinato de John F. Kennedy. Se resaltaba
que nuestro país había vivido dos procesos electorales y la decepción
consecutiva por los resultados. En paralelo se indicaba que el MIR también
había evolucionado, “los que en él militamos sabemos en qué medida hemos
caminado acelerados y cuánto esto nos ha
costado”, que debíamos asumir la tarea revolucionaria “hoy más que nunca
obligatoria en esta hora de definición de la crisis que vive el Perú, América y
el mundo”.
El MIR, por cierto, no fue
la primera ni la única organización que puso en práctica su decisión de lograr
el poder mediante el uso de la lucha armada y de la guerra de guerrillas. No
fuimos los iniciadores. Siempre nos hemos visto como la continuidad, como parte
de un proceso histórico cargado de las antiguas y heroicas luchas de nuestros
pueblos contra la explotación, por la libertad y la justicia social. En el Perú
y en América Latina, en esa misma época, otras organizaciones revolucionarias
también lanzaron experiencias similares y muchos de sus dirigentes y militantes
lo entregaron todo por los mismos ideales.
En estas luchas hubo
aciertos y victorias, pero también deficiencias, errores y derrotas. Ahora, a
50 años de la histórica experiencia del MIR, nos corresponde, y corresponde en
particular a los jóvenes, revisarla y estudiarla, para rescatar lo mejor de su
legado, lo que nos pueda servir para continuar con el empeño de siempre: luchar
por la construcción de un mundo más justo y libre, considerando los desafíos y
exigencias actuales. La protección de la naturaleza, el respeto de la
diversidad étnica, de género, de culturas y orientaciones sexuales, debe
inscribirse en la nueva agenda revolucionaria. Seguir luchando por nuestro
hermoso sueño de justicia es el mejor homenaje que podemos rendir a los héroes
de 1965, cuya estrella nos seguirá guiando siempre.