GRAU DE PIE
EN EL TIMÓN
DE LA NAVE
Danilo Sánchez Lihón
1. Mar
que te nombra
Hoy es día sagrado. Hoy día se reza. Hoy cada uno de
nuestros corazones es el corazón de un Almirante.
Es Grau. Y Grau es una fe que no acabará nunca, porque
es una emoción primigenia.
Es luz que no se apaga, que vela en el horizonte, allí
te vemos. En lo más lóbrego estás tú, tú hecho Grau, vigilando sereno.
Grau es un puñado de hombres con las manos unidas en
el timón de una nave y en el mástil de una bandera.
Son aquellos que se enfrentan inclusive inermes a toda
acechanza y adversidad que en el caso del Almirante fue toda una escuadra de
barcos enemigos a los cuales hizo frente.
Y permanece invencible en el mar de nuestros
corazones. Porque su alma es inmensa como este mar que lo nombra.
Grau es una nave eterna surcando mares infinitos. Es
la nave señera de lo que somos, invicta e infalible. Porque Grau es cada uno de
nosotros y todos nosotros juntos.
2. Vuelto
al infinito
¡Don Miguel Grau! Tú fuiste generoso y en ese momento
no lo aceptamos. Ni te comprendimos. ¡Es tan difícil no sentirse indignados,
ofendidos y en todo amar!
¡Qué generosidad entre tanta infamia! Doblemente
grande para serlo. ¡Cuando es tan difícil elevarse entre tanta mezquindad,
infamia y alevosía! Qué templanza para no perder el sentido y seguir ciego o
luminoso, tendiendo la mano.
Qué magnificencia la tuya seguir socorriéndolos,
después de constatar “el repaso” que hacían con nuestros heridos. Cuando
ametrallaban a nuestros náufragos que se debatían en la olas de nuestra nave
encallada, La Independencia.
Seremos contigo generosos, obstinadamente buenos y
tozudamente fraternos. Y, ¿sabes por qué? Porque hace miles de años somos gente
de paz. Porque aquí en los vestigios arqueológicos no se encuentran armas sino
instrumentos musicales.
Pero además, porque eres guerrero de alma buena. Quien
pone nobleza en lo horrendo de la guerra. Porque salva heridos cualquiera sea
su bandera. Porque no mirabas lo contingente y eventual. Porque tienes el
rostro vuelto al infinito.
3. Rosa
de los Vientos
Y en esas condiciones resulta significativo recibir
los disparos de cañón desde los cuatro flancos que barrieron las torres del
Huáscar.
Era el tuyo un solo buque frente a cuatro blindados
que te perseguían noche y día excedidos en potencia de fuego, en velocidad y en
tamaño.
Y aun así, presentaste combate, y fuiste el primero en
abrir fuego, como que nada te arredraba.
Dieron tus cañones en el blanco, pero ningún proyectil
nuestro podía horadar ni hacer la menor mella en el blindaje enemigo.
Y hubiera sido lógico, natural y hasta conveniente en
tales circunstancias rendirte, porque era imposible una victoria o el escape.
Eso se hubiera entendido. Era razonable e incluso
calculadamente una buena estrategia. Pero en tu caso era imposible. ¡Eso,
jamás! Tu apuesta no era la conveniencia como en los otros, era esta perennidad
que te rememora y te salva.
Porque a partir de entonces la Rosa de los Vientos
viste los colores de la gloria de la bandera que tú enconadamente defiendes.
4. El don
de vida
Y pronto un disparo de artillería voló la torre de
mando y te tornaste en lo que en el fondo eras: aura, horizonte e infinito.
Entonces, uno a uno iban asumiendo el mando de la nave
esa pléyade legendaria de hombres inmortales. Y uno a uno iba cayendo.
E iban contigo convencidos. E iban contigo absolutos y
totales. ¡Oh, ínclitos guerreros! Nos han trazado el camino para sin dejar de
ser héroes ser compasivos incluso con los inicuos.
Nos enseñaron en la mañana neblinosa, pero insigne de
Angamos, que se lucha no para ganar sino para dejar ejemplo de verdad, de
coraje, de trascendencia, y sin dejar nunca de ser buenos.
Preferible haber perdido una contienda sin perder el
alma y el don de vida y trocarse en ignominia. Preferible una derrota que ganar
con iniquidad y tener el alma ennegrecida para siempre.
Y entre todos nos enseñaron a no rendirnos jamás, pese
a las adversidades.
5. Abarca
al mundo
Murieron junto a ti los primeros de tu comando: Diego
Ferré, el capitán Elías Aguirre y el Teniente Melitón Rodríguez.
Cayeron, con gravísimas heridas, el Teniente Enrique
Palacios y el capitán Melitón Carvajal.
Y el mando se fue sucediendo en esas dos horas funestas
de uno a otro héroe, hasta Pedro Gárezon, de apenas 25 años, que ordenó hundir
la nave y la bandera en el mar.
Esa fue la voluntad. Y allí, desde entonces permanece,
encendida para siempre. Desde entonces en el mar riela en cada atardecer un
mensaje de altruismo, de autenticidad y de grandeza.
Desde entonces no es un mar físico sino un estado de
alma, donde en todo instante, en la tarde y en el amanecer flamea una bandera
que abarca al mundo.
Cien hombres de fábula murieron en la cubierta del
Huáscar, aquel amanecer del 8 de octubre de 1879, inmortalizándose para la
historia humana de los pueblos del mundo.
6. Santo
y seña
Porque ya no solo son héroes nuestros. Ellos
representan a todos quienes defienden la vida frente a las hordas de la muerte.
Representan al género humano frente al infame, al
alevoso y al criminal.
Es nuestra misión, ahora velar en la torre. Es nuestra
misión entonces recoger la estela de su magisterio.
Haciendo constar que nosotros siempre nos defendimos,
nunca atacamos n i invadimos lo que no nos pertenece ni es nuestro.
Nuestro afán no ha sido nunca ni de agresión ni de
conquista, sino defender la heredad de nuestros ancestros y antepasados.
Más importante que cualquier victoria es el sentido
moral de los hechos ante la historia.
Más radiante y florido que cualquier día de primavera
es la limpidez de la conciencia humana que se guía por el bien, la verdad y la
belleza.
Y, en este contexto, el que hay deberes sagrados qué
cumplir. Es el santo y seña que hoy y siempre recogeremos, ¡oh, mi Almirante!
7. Una
bandera
Porque Grau, niños, es el quien vigila y se erige en
baluarte. ¡Y eso mismo hay que serlo!
Es quien tiene la moral del valor y el que se consagra
a defender lo que es justo e ineludible.
Es la luz de una lámpara titilando en la lobreguez de
la noche. Es una nave con la proa hendida en el infinito, inhiesta en lo
eterno.
Desde entonces es la noche de la espera, es la noche
de la víspera, es la noche que da inicio al alba.
Y el Perú es lo que amanece y la mañana en esta noche
honda y larga de Punta Angamos.
A partir de entonces es sagrado el ser íntegros y
valerosos. Y afrontar los retos en defensa de lo digno y verdadero.
Y Angamos es el espacio mítico donde ha quedado izada
para siempre una bandera.
Y con Grau reconocer que más importante que incluso el
mar, el sol, la luna y las estrellas, lo es el corazón del hombre.
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