miércoles, 9 de septiembre de 2015

LOS NIÑOS QUE JUEGAN CON MUÑECAS NO VAN AL CIELO - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)



LOS NIÑOS QUE JUEGAN CON MUÑECAS NO VAN AL CIELO

Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)


Cada día, de lunes a viernes, de abril a diciembre, al finalizar las clases de la tarde, Toribio y sus amigos salíamos volando como tinyacos rumbo a la plaza de armas del pueblo, para contemplar el paso de las chicocas a su salida de la escuelita de mujeres.
Gracias a su rostro angelical, las sonrisas y los guiños de las niñas siempre eran para Toribio. Los demás chiuchis ni rastrojos recibíamos.

Un día, en circunstancias que celebrábamos su cumpleaños número 9 con un encuentro de fulbito en la canchita de su barrio, Toribio tropezó y cayó de rodillas al empedrado. El llanto no se hizo esperar, razón suficiente para acompañarlo hasta su casa. En su habitación, sobre un ropero de madera estaban sentadas 2 muñecas: una rubia y una morena.

- No pienses mal, las muñecas son de mi hermana, estoy ocupando su dormitorio desde que se fue a estudiar a Lima –me dijo sonriente.

Su papá era maestro rural y volvía al pueblo cada fin de mes. Durante el día su mamá atendía un puesto en el mercado de abastos, y entrada la noche retornaba a su morada.

Al día siguiente, domingo, fui a pedirle prestado su pelota a Toribio para jugar un partidito de fulbito con la collera de mi cuadra.

Aprovechando que vivía pasando un callejón sin portón, ingresé y toqué la puerta de su dormitorio. No abrió.

Pensando que se había quedado dormido oteé por la cerradura. La ranura solamente me permitía ver a las dos muñecas sentadas en el ropero. De pronto ingresó Toribio al patio saboreando una rosca bañada, y atendiendo mi pedido me prestó su pelota, y salí raudo.

El domingo entrante volví por un nuevo préstamo, pues Toribio era uno de los dos niños que tenían pelota en el pueblo. El otro niño no prestaba su balón "ni de vainas".

En circunstancias que me acercaba al dormitorio escuché un ruido en el interior, toqué la puerta una y otra vez sin hallar respuesta, entonces puse mi ojo en la cerradura y solamente la muñeca rubia estaba sobre el ropero. No di importancia al ruido pensando que se trataba de un ratón, y me marché.
El domingo siguiente, una vez más toque la puerta del dormitorio de Toribio, y tampoco abrió; oteé nuevamente por la cerradura, pero en esta oportunidad estaba sobre el ropero la muñeca morena, ¿Y la rubia?, me pregunté intrigado, fue cuando me acordé de las santas palabras del sacristán de la iglesia durante las actividades preparatorias para la Primera Comunión: “Los niños que juegan con muñecas no van al cielo”.

El lunes, temeroso de que Toribio sea un chinaco en potencia, y que al culminar su misión en la Tierra no logre pasar del Purgatorio, tan pronto dejamos de observar el paso de las niñas a la salida de la escuela, lo seguí hasta su casa.

Después que entró a su dormitorio y cerró la puerta, caminé de puntillas y miré por la cerradura. Solamente una muñeca estaba en su lugar; y así ocurrió los días siguientes; claro, un día faltaba la rubia y al día siguiente la morena.
 

Con mis preocupaciones y sospechas al tope, pensé: “Tengo que hablar con su mamá, no puede ser que Toribio juegue con muñecas como las niñas”. Cuando cavilaba, una luz de esperanza hizo que notara una grieta en la ventana de madera de la habitación. Me acerqué con sumo cuidado a la grieta, dándome con la sorpresa de que el dominio visual del dormitorio era total. Esta escena disipó mis temores:

Toribio hizo sentar a la morena sobre el ropero, desnudó a la rubia y la puso al filo del tálamo con las piernas en "V" chica, cerró los ojos y pasó su falange cordial por el paraíso vertical.
 
 
Cusco, setiembre de 1975

Fuente:

Libro de bolsillo "Relatos del más acá" de NAB - Ediciones Cachizada.
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