viernes, 10 de julio de 2015

EL PEQUEÑO VIDENTE - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)

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Jircán, nuestro amado barrio chiquiano

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EL PEQUEÑO VIDENTE 

Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo) 

Mañuco, quien hoy viernes 10 de julio apaga velitas, más que un niño hiperactivo fue un infante con una enorme vitalidad imaginativa en los albores de la década del sesenta. Despierto y locuaz desde sus primeros balbuceos, siempre haciendo preguntas a todo el mundo sobre el acontecer diario del pueblo.

Mañuco estaba en todas las jugadas que le deparaba el destino. Infalible en las tareas comunales: reparto de agua; techa de casas; siembra, riego, chacmeo y cosecha en Huacacorral; construcción de pircas y tapiales; faenas de limpieza en los reservorios y canales; etc. Listo para poner el hombro en los avatares cotidianos de todos.

En los meses de lluvia, rayos, truenos y relámpagos, dejando de lado: zancos, trompos, cangas, aros, lecherongas y runrunes, corría con su lampita al hombro hacia Agocalle, para proteger con ripio las casas solariegas del aniego que bajaba incontenible de Umpay.

Experto en el uso del shoguet y en el lanzamiento de globos y cuilumpis carnavaleros en las calles chiquianas, fue perseguido por las damiselas a pedrada limpia, salvándose de milagro en todas ellas, gracias a las bendiciones recibidas como acólito en la misas domingueras y liderar en las procesiones de Semana Santa, la cuadrilla de pequeños santos varones de blanco atuendo.

En el mes primaveral recorría las veredas del pueblo vendiendo votos para el reinado, no de una, sino de todas las candidatas; concursos donde no siempre lograban cetros y coronas las chicas más populares, sino las que vendían una vaquita o empeñaban los aretes de la abuelita; muchos padres se jugaron el sueldo del mes para tener una reina, o aunque sea una damita en casa. Nunca subió al carro alegórico vestido de paje, él prefería caminar pegadito al vehículo dando hurras con los puños en alto.

En el intercambio de figuritas nos mantenía al tanto sobre el avance del llenado de álbumes en cada barrio. Andaba con decenas de figuritas en el bolsillo, todas ellas quintuplicadas y ajadas. “Me falta unita”, decía, mas nunca  nos mostró un álbum lleno, ni siquiera una munapada de lejos.

En ocasiones lo vi uniformado de miliciano cuidando de los niños depredadores el "Huerto de Judas" de Semana Santa. Para poner orden asustaba a los que pugnaban por una calabacita en botón o un par de oquitas huancachas, blandiendo su chicote de chiligua sin lograr un chasquido siquiera.

Solidario en las circunstancias luctuosas: en los velorios brindando sus manos pispadas durante el reparto del cafecito fraterno, y en los entierros portando el agua bendita o balanceando el incienso, al lado del sacerdote de raída sotana.

Participaba como actor de reparto, nunca como estrella fugaz, en las veladas del barrio y en los cuentos de vereda del Jr. Leoncio Prado. Atento en los ensayos de los diablitos, negritos, jijas, viejitos, huarastucoj y de las comparsas del Inca y del Capitán, aprendizaje que décadas más tarde le serviría para interpretar danzas nativas al son del tincunacunacun cuna cuncun.

 Cada 15 de agosto avisaba de puerta en puerta a los vecinos de Jircán, la llegada del Inca y Rumiñahui buscando pallas.

En las fiestas costumbristas caminaba delante de las bandas de músicos, de las orquestas y del bombito de don Antonio Padua, nuestro recordado pregonero.

Entendido como ninguno en el uso del pulgar derecho como manija de inflador, ayudaba a don Bonifacio Peña a encender las lámparas "Petromax" que iluminaban las principales arterias del pueblo.

Fue el inventor de la pelota de fuego que abrigó nuestras noches frías de invierno en la canchita de cascajo y champa de Jircán. Muchos ponchitos habanos resultaron chamuscados por las patadas que en llamarada emulaban al emperador romano  Lucio Domitio Claudio Nerón.

No se alejaba, como sí lo hacíamos los demás niños por precaución o temor, de los coheteros que elevaban avellanas al cielo avivando el entusiasmo de la fiesta patronal del pueblo. Mañuco ayudaba a levantar castillos de fuegos artificiales en la plaza de armas y en el colocado de tendidos de bombardas en la plaza de Armas y en el estadio de Jircán.

Durante el desfile de faroles, en el mes patriótico, derribaba todo lo que encontraba flotando a su paso con su poderoso avión de cartón y fleje, forrado con inofensivo papel cometa blanco.

Nadie como él, recogiendo caramelos despostillados regados en el piso a la hora de la Entrada de la fiesta de Santa Rosa, esquivando las patas de los caballos y de las mulitas, con elasticidad insuperable.

En las tardes taurinas comandaba el batallón de niños que oteábamos con los ojos desorbitados los encantos de las musas que estaban paradas en las palincas, temblando ante la arremetida de un bravo jirishanquino. También anunciaba la llegada de las bandas de músicos para la Fiesta de Santa Rosa, y la llegada de los toros y madrineras en las corridas de setiembre.

Nos ponía al tanto de los paisanos que arribaban de Lima, Huacho, Supe, Barranca y Pativilca en los ómnibus de Landauro y TUBSA, y de Huaraz en la góndola azul de Keclin.

Durante la llegada, permanencia y despedida de los excursionistas, no se separaba de ellos, ídem de los alpinistas que permanecían aclimatándose en Chiquián, antes de retar al temido glaciar Carnicero.

Como hábil ayudante en las labores de amasijo, y experimentado vendedor de empanadas y periódicos, fue amigo de los mercachifles, sobre todo de los amigos “chunchos”, y en ocasiones fungió de  “gancho” en los juegos de azar durante la fiesta patronal de agosto.

Acertado en los pronósticos cuando jugaba el Cahuide o el Tarapacá con un equipo de menor ralea, nunca daba una cifra, solamente decía “será por goleada”, y como era de esperarse, así resultaba el score, pero en “Los clásicos Cahuide / Tarapacá” se hacía humo, inubicable en las calles del pueblo y en su casa; hasta que un día fue descubierto en la tribuna del Cahuide, pese a estar con una bufanda hasta la nariz. Allí fue obligado a dar su pronóstico, y no tuvo más remedio que decir:

- Ganará 1 a 0.

- ¿Pero qué equipo? -le preguntaron desesperados en coro.

- El Cahuide –dijo trémulo, casi susurrando.

Durante el partido los niños Gelacio Valderrama Ramírez y Patuco Allauca Calderón, hinchas hasta el tuétano del invencible Cahuide, lo sujetaron de los brazos para que no huya. Para su desdicha el travesaño del Tarapacá impidió que se abriera el marcador en 3 ocasiones. Ni bien el árbitro dio el pitazo final,  empezaron a apanar a Mañuco por el empate, felizmente un conciliador terció, así:

- De repente Mañuco ha perdido momentáneamente sus poderes, démosle una oportunidad más  –los pequeños lo soltaron, bajo amenaza de ser linchado si fallaba en otro “Clásico”.

Ante este error de cálculo nunca más pronosticó resultado alguno en el estadio de Jircán, ni acudió como espectador, viéndose obligado a cambiar de rubro.

Viene a mi memoria el domingo 7 de agosto de 1960. Al culminar la Misa un grupo de niños nos sentamos a charlar en el muro de la pileta de la plaza de armas. Mañuco  se nos acercó y señalando con un guiño a una jovencita que pasaba, nos dijo:

- Esa costilla está con calzón verde.

Ante su asombro fue asido fuerte del brazo por un niño grande, siendo llevado hasta la jovencita. Aquí el diálogo que logramos escuchar a unos metros de distancia:

- Primita, ¿con qué color de calzón estás?

- ¿Y por qué, ah?

- Por nada primita, es una preguntita para ganar una apuesta –y la jovencita le habló al oído a su primo.

Ambos retornaron al grupo, y el primo nos dijo que Mañuco había acertado, motivando que los demás niños lo retemos, pensando que sólo era un golpe de suerte. Entonces Mañuco, con ciertos aires de adivino, señaló con el índice derecho a 3 chicas que salían de la iglesia, y dijo:

- La más grande tiene calzón morado, la mediana azul y la pequeña tiene calzón de bayeta blanca.

Picones, en lo que restaba del domingo, y valiéndonos de nuestras hermanas y primas los niños presentes en la pileta, averiguamos si Mañuco había acertado o no. Entrada la noche nos juntamos en el barrio, y media docena de datos fiables le devolvieron el título de  vidente que perdió durante un “Clásico Cahuide / Tarapacá” en el estadio de Jircán.

Pero como no todo dura en la vida, dos años después, en una pinquichida, la palma derecha de una palla silbó en el aire antes de aterrizar con fuerza en el rostro pálido de Mañuco, y en cuestión de segundos el espejito "miracalzón" quedó hecho añicos junto a la punta de los zapatitos del pequeño vidente.
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Fuente:

Un trocito DEL MISMO TRIGO

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