sábado, 18 de abril de 2015

EL CABALLO ENVETADO Y LOS HERRAJES DE DON OSWALDO - POR JUAN JOSÉ ALVA VALVERDE (PEPE DE CHIQUIÁN)



EL CABALLO ENVETADO Y LOS HERRAJES DE DON OSWALDO

Por Juan Jose Alva Valverde (Pepe)


Don Oswaldo Prado, maestro de la Escuela Primaria de Ticllos. Natural de Chiquián querido, afincado en Jana barrio, todos los lunes en la madrugada ensillaba el caballo que su compadre Manuel López le alquilaba. En dos alforjas acondicionaba velas, fósforos, chancaca, coca, jabones de pepita y todo lo que podía llevar. Nada era para su consumo, sino para cambiarlos con papas u otros productos; y como alma en pena enrumbaba por la subida de Racrán, tratando de llegar a la hora en que sus alumnos estaban en formación, para cantar juntos el Himno Nacional.


Un lunes fatídico demoró más de la cuenta en despegarse del colchón; ensilló a la velocidad de un rayo al cuadrúpedo, puso las alforjas, y a punta de rienda y espuelas trepó la falda de Putu.

Cuando llegó a la escuela de Ticllos, sus alumnos ya habían cantado el Himno Nacional, siguiendo las indicaciones del maestro César, compañero suyo, salvándose así de una llamada de atención del director.

En el recreo, cuando los maestros Oswaldo y César desensillaban el caballo, vieron que el equino estaba empapado en sudor y temblaba a punto de caerse. César, conocedor de estos menesteres, dijo muy apenado.

-El caballo está envetado y va a morir.

-Seguro anoche mi compadre Manuel me lo envió así.

-Oswaldito, si es tú como dices el caballo no habría amanecido vivo. Lo cierto es que has exigido demasiado al animalito tratando de llegar temprano.

En estas circunstancias el caballo se fue de bruces. Temblando y resoplando se despidió de este mundo. César fue a lavarse las manos y antes de ingresar al salón de clases dio una ojeada. Grande fue su sorpresa al contemplar lo que Oswaldo, alicate en mano, hacía.

-¿Qué haces con el pobre animal?

-Trato de sacarle los herrajes, son nuevecitos.

-No seas malo shay, déjalo así, salvo que tú los uses.

Después de las cinco de la tarde, en la oficina de correos, el maestro Oswaldo trataba de comunicarse con su esposa y su compadre Manuel.

-¡Aló, aló Chiquián!, don Mateo, es una emergencia, soy Oswaldo, hablándole desde Ticllos, por favor dígale a mi esposa que se apersone al correo con mi compadre Manuel, tengo que comunicarle lo que le ha ocurrido a su caballo.

Al paso ligero el cartero Garrito atendió el pedido.


Minutos después, llamó su esposa:

-Aló Oswaldo, que ha pasado.

-El caballo del compadre Manuel ha muerto envetado, estoy seguro de que el jovenzuelo que anoche lo trajo a la casa es el causante de la desgracia.

-Oswaldito, perdóname, yo recibí al caballo, no me di cuenta de su estado. Aquí está el compadre Manuel, infórmale por favor.

-Compadrito Manuel, anoche el jovenzuelo nos trajo envetado el caballo y acaba de morir en Ticllos ¿usted dirá cómo arreglamos el asuntito?

-No se preocupe compadre, el jovenzuelo, como lo llama usted, es el mismo que todos los domingos en la noche le entrega a usted el caballo. Un caballo no se enveta de la noche a la mañana, usted sabe a conciencia de que le ha exigido demasiado durante el viaje, y como le debía cinco mil soles, con la muerte de mi caballito la cuenta esta saldada.

-¡No puede ser compadre, es un abuso, no es justo, el Señor de Conchuyacu lo va a castigar¡

-Compadre, usted es maestro de escuela y no es bueno mentir menos blasfemar. Don Feliciano me ha preparando un chinguirito, no se vaya a enfriar, salud compadre -y cortó.

-¡Aló compadrito Manuel, aló, aló, aló, compadrito Manuel, aló, aló, com...
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