martes, 23 de diciembre de 2014

"RACHICUNCA" EN LA MISA DE GALLO - POR JUAN JOSÉ ALVA VALVERDE (PEPE)

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"RACHICUNCA" EN LA MISA DE GALLO


 Por Juan José Alva Valverde (Pepe) 

En mi niñez la Misa de Gallo se iniciaba al rayar la aurora, por lo que antes de acostarme ponía al alcance de mi mano los animalitos de barro que había moldeado en la pradera de Rumichaca.

Con mi amigo Raúl Rivera Lecca, emulando a los grandes ceramistas, a mediados de diciembre de 1962, le pusimos nombres a nuestras creaciones. A un torito de Pucará que me salió con el cuello bien erguido, le pusimos “Campeón”, a otro que salió con el cuello fracturado lo bautizamos como “Rachicunca”, defecto de fábrica que hizo que se convierta en mi preferido.

Ni bien escuchaba el ¡kikiríqui! de los gallos del vecindario, me vestía, cogía los animalitos de barro y enrumbaba hacia la Iglesia.

El “Dominus vobiscum” cantado por el cura Martín Tello, era interrumpido por el balido de los corderos y el canto de los gallos, de los niños que esperaban con ansias la bendición de sus animales.

Imicha, una niña delgada, de carita triste y cabello lacio, en cada misa tenía la mirada fija en los animalitos de barro que llevábamos. Después de la bendición cada quien cogía lo suyo y retornaba a su casa.

Durante la última misa de aquel año, llevada a cabo antes del 24 de diciembre, pude advertir que Imicha no tenía nada en las manos. Solamente contemplaba cabizbaja los animalitos de los demás niños.

Viendo muy apenada a Imicha, me acerqué diciéndole:

- Ten Imicha a mi “Rachicunca”, cuídalo por favor.

- Gracias Pepito, lo cuidaré -el brillo de sus ojos y la sonrisa que dibujó en su rostro mi pequeño regalo, aún perdura con nitidez en mi memoria...
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Hace unos meses me encontraba degustando un “churrasco a lo pobre” en un restaurante del centro comercial “Gamarra” de La Victoria.


La carne estaba tan dura, que los comensales de las mesas contiguas se dieron cuenta de mis intentos por triturar la presa. Para mi sorpresa, una dama con rulos que comía con su familia en la mesa del costado, me dijo sonriente:

- Pepito, esa carne debe ser del “Rachicunca” que me regalaste en Chiquián, al finalizar la Misa de Gallo, ¿recuerdas?.

La verdad, no reconocí a Imicha al levantar la vista del plato, pues, en los 45 años que dejé de verla había cambiado notablemente. Lo que sí vino a mi mente como un relámpago, fue la imagen de aquella niña delgada, de cabello lacio y de ojos tristes, cuyo rostro se iluminó de alegría cuando le obsequié mi torito “Rachicunca”, en la Iglesia Matriz de Chiquián.
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