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HOLA SHAY:
DICIEMBRE, mes NAVIDEÑO y de esperanza por un 2015 más próspero y humano. Mes del reencuentro y de los logros de final de año, pero también de largos viajes en la búsqueda incesante de la tierra prometida lejos de la Patria chica. Cómo no recordar aquellos tiempos "bíblicos" de los sesentas, donde los vientos de Navidad asomaban con las primeras lluvias, recibidas con alegría por el pueblo.
Día tras día los tesoros ocultos se ofrecían visibles a los ojos humanos gracias al sol primaveral, como una munapada de los regalos que soñábamos recibir de Papa Noel.
HOLA SHAY:
DICIEMBRE, mes NAVIDEÑO y de esperanza por un 2015 más próspero y humano. Mes del reencuentro y de los logros de final de año, pero también de largos viajes en la búsqueda incesante de la tierra prometida lejos de la Patria chica. Cómo no recordar aquellos tiempos "bíblicos" de los sesentas, donde los vientos de Navidad asomaban con las primeras lluvias, recibidas con alegría por el pueblo.
Día tras día los tesoros ocultos se ofrecían visibles a los ojos humanos gracias al sol primaveral, como una munapada de los regalos que soñábamos recibir de Papa Noel.
Los arroyuelos subían su torrente hasta desbordarse, inundando el Jr. 28 de Julio (Agocalle), desde Lirioguencha hasta Quihuillán.
Los vecinos de la "Venecia chiquiana" salían corriendo, lampa en mano, para proteger con ripio sus puertas y zaguanes, y así evitar que los jacas se ahoguen en los cuyeros; otros samaritanos sacaban listones de madera y los ponían como puentes al ras del agua que corría imparable hacia Maraurán. Todos felices y contentos chapaleando con los zapatos aquinos implorando un par de estaquillas a Rucu Feliciano, o trepados sobre zancos de eucalipto evitábamos una neumonía.
Con el paso de las semanas los primeros capullos nos prestaban sus alas de fantasía para soñar despiertos. En el horizonte azul la albura del Yerupajá insuflaba de gozo el corazón. Aquellos benditos días de diciembre avivaban la lozanía de las mejillas pispadas, los chacareros reían viendo sus sembríos esmeraldas, y las serenatas afinaban sus raídas cuerdas a la espera de las musas que llegaban de Lima y del Callejón de Huaylas, al término de sus estudios secundarios o superiores.
Ingresar a las cocinitas de adobe y oír el ronroneo de las teteras jugando con el agua bullente para el "cafecito de cebada", que con dos cucharadas de azúcar rubia y un pan de punta era el deleite de grandes, maltones y chicos, fue la mejor antesala del desayuno madrugador.
En las noches de diciembre la Luna era tan clara, que el humo blanco de los fogones crepitantes parecían velos de casamentera buscando oxígeno en el cielo chiquiano que se mostraba preñado de estrellas y luceros.
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Los vecinos de la "Venecia chiquiana" salían corriendo, lampa en mano, para proteger con ripio sus puertas y zaguanes, y así evitar que los jacas se ahoguen en los cuyeros; otros samaritanos sacaban listones de madera y los ponían como puentes al ras del agua que corría imparable hacia Maraurán. Todos felices y contentos chapaleando con los zapatos aquinos implorando un par de estaquillas a Rucu Feliciano, o trepados sobre zancos de eucalipto evitábamos una neumonía.
Con el paso de las semanas los primeros capullos nos prestaban sus alas de fantasía para soñar despiertos. En el horizonte azul la albura del Yerupajá insuflaba de gozo el corazón. Aquellos benditos días de diciembre avivaban la lozanía de las mejillas pispadas, los chacareros reían viendo sus sembríos esmeraldas, y las serenatas afinaban sus raídas cuerdas a la espera de las musas que llegaban de Lima y del Callejón de Huaylas, al término de sus estudios secundarios o superiores.
Ingresar a las cocinitas de adobe y oír el ronroneo de las teteras jugando con el agua bullente para el "cafecito de cebada", que con dos cucharadas de azúcar rubia y un pan de punta era el deleite de grandes, maltones y chicos, fue la mejor antesala del desayuno madrugador.
En las noches de diciembre la Luna era tan clara, que el humo blanco de los fogones crepitantes parecían velos de casamentera buscando oxígeno en el cielo chiquiano que se mostraba preñado de estrellas y luceros.
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En mi particular caso, muy pocas navidades pasé en Chiquián en los sesentas. La mayoría de las veces celebré el Nacimiento de Jesús con la familia y los pastores en Tupucancha, pero de las que viví en "Espejito del cielo", recuerdo que una semana antes de la Noche Buena los niños asistíamos con nuestras mascotas para que reciban las bendiciones del sacerdote durante la Misa de Gallo.
Al primer repique de campanas, con Anchita, Patuco y Arti pasábamos la voz a la collera que no había pegado las pestañas esperando el gran momento. Unos caminaban dormitando con sus huachis, perros, gatos y conejos a cuestas, otros con palomas, chacuas, cariocos, gallinas ponedoras y culecas; aunque no faltaban los que cargaban cuyes o llevaban empujando algún orejudo que salió con más de tres rojos en la libreta de notas.
Recuerdo que muchos chiuchis nos apretujábamos debajo de las andas para dormir abrigados por nuestros animalitos, entre balidos, cánticos, ladridos y ronquidos, mientras otros más audaces atrapaban murciélagos en los oscuros recovecos que conducían al depósito de las imágenes de los apóstoles, fabricados por Lolito Rivera, con yeso, pintura y palos de maguey.
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En mi particular caso, muy pocas navidades pasé en Chiquián en los sesentas. La mayoría de las veces celebré el Nacimiento de Jesús con la familia y los pastores en Tupucancha, pero de las que viví en "Espejito del cielo", recuerdo que una semana antes de la Noche Buena los niños asistíamos con nuestras mascotas para que reciban las bendiciones del sacerdote durante la Misa de Gallo.
Al primer repique de campanas, con Anchita, Patuco y Arti pasábamos la voz a la collera que no había pegado las pestañas esperando el gran momento. Unos caminaban dormitando con sus huachis, perros, gatos y conejos a cuestas, otros con palomas, chacuas, cariocos, gallinas ponedoras y culecas; aunque no faltaban los que cargaban cuyes o llevaban empujando algún orejudo que salió con más de tres rojos en la libreta de notas.
Recuerdo que muchos chiuchis nos apretujábamos debajo de las andas para dormir abrigados por nuestros animalitos, entre balidos, cánticos, ladridos y ronquidos, mientras otros más audaces atrapaban murciélagos en los oscuros recovecos que conducían al depósito de las imágenes de los apóstoles, fabricados por Lolito Rivera, con yeso, pintura y palos de maguey.
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La
construcción de los nacimientos familiares corría a cargo de los
niños. Las imágenes de San José, de la Virgen María, del Niño Jesús, de
los Reyes Magos, de Papá Noel, los animalitos y los juguetes eran
adquiridos por nuestros padres de los mercachifles y de las tiendas de
los paisanos: César Machuca, Faustina Romero, Asunción Aldave,
Crisólogo Ramírez, Orfila y Zalatiel Cachay, Gliceria Espinoza, Carlos
Bisetti, Juan Alva, Lucho Castillo, Zenobio Alarcón, Manzueto y
Abundio Santos. De la tienda de la familia Huerta, de los recordados
camiones "San Martín", comprábamos a 10 por un sol: pitos en formas de
aves y ollitas de barro pintadas de colores que reposaban sobre paja
brava en enormes cuntus cocidos al horno.
El piso de "champa" lo traíamos del Pesebre y del oconal de Umpay en pequeños bloques de tierra húmeda con algunos gusanos de yapa. De sólo pensar en los resbalones que nos dábamos en los caminitos empinados, cuando íbamos a traer arcilla de las "minas" para fabricar ollitas, torcazas y carritos navideños con llantas de chapa de cerveza y gaseosa Concordia o Triplecola, me veo con la ropa cubierta de lodo, esperando el shilpi y la amenaza de ser conducido de grado o fuerza al reformatorio de Lima junto a mi primo Calolo Ramírez.
Conseguíamos musgo húmedo en Tranca y sacuaras en Shapash, y hacíamos germinar trigo en pequeñas latas vacías de conserva, para darle un toque de naturaleza viva al Nacimiento. La construcción de puentes con carrizos no se dejaban esperar, también cascadas, cerros, quebradas, jalcas, glaciares y valles en miniatura con ríos pintados de celeste sobre papeles de bolsas de azúcar, pocitas de agua teñidas con “Azul Brasso” donde flotaban patitos y peces de plástico y maguey seco. Asimismo forrábamos cajitas de fósforos con papel de regalo, fabricábamos estrellas con papel lija y como nieve utilizábamos algodón artificial que picaba como ortiga.
Los regalos nos entregaban la mañana del 25, después de llevar al Niño a la iglesia para su adoración por los Negritos. El cura y sus asistentes invitaban chocolate caliente, tajadas de panetón y bizcochos en forma de Cristo, animalitos andinos y muñecas, que donaban las panaderías chiquianas de manera anónima.
Los varones recibíamos pequeñas matracas de madera, trompos, boleros, carritos, yoyos, bolas de cristal, cartucheras, también mallas, raquetas y pelotitas de pimpón, rifles con balas de corcho sujetas a un pabilo, pelotas, soldaditos de plomo, caballitos y vaqueros de plástico, ropa y zapatos aquinos ecológicos. Las mujercitas recibían muñecas, ollitas y cocinitas de aluminio, panderetas, juegos de yases, binchas de plástico de diferentes colores, mini juegos de té de loza china, vestidos y zapatos “caramelo”.
Todos los 6 de enero realizábamos la “Bajada de Reyes”, para contar con un "sencillo" y adquirir nuevas imágenes sacras y los animalitos necesarios para el año venidero... qué tiempos aquellos, tan diferentes en filosofía de vida de las grandes urbes. En nuestro terruño era una verdadera fiesta del pueblo, como sólido puente de unión y hermandad cristiana, que va perdiendo consistencia por la azuela de la beata globalización.
El piso de "champa" lo traíamos del Pesebre y del oconal de Umpay en pequeños bloques de tierra húmeda con algunos gusanos de yapa. De sólo pensar en los resbalones que nos dábamos en los caminitos empinados, cuando íbamos a traer arcilla de las "minas" para fabricar ollitas, torcazas y carritos navideños con llantas de chapa de cerveza y gaseosa Concordia o Triplecola, me veo con la ropa cubierta de lodo, esperando el shilpi y la amenaza de ser conducido de grado o fuerza al reformatorio de Lima junto a mi primo Calolo Ramírez.
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Conseguíamos musgo húmedo en Tranca y sacuaras en Shapash, y hacíamos germinar trigo en pequeñas latas vacías de conserva, para darle un toque de naturaleza viva al Nacimiento. La construcción de puentes con carrizos no se dejaban esperar, también cascadas, cerros, quebradas, jalcas, glaciares y valles en miniatura con ríos pintados de celeste sobre papeles de bolsas de azúcar, pocitas de agua teñidas con “Azul Brasso” donde flotaban patitos y peces de plástico y maguey seco. Asimismo forrábamos cajitas de fósforos con papel de regalo, fabricábamos estrellas con papel lija y como nieve utilizábamos algodón artificial que picaba como ortiga.
Los regalos nos entregaban la mañana del 25, después de llevar al Niño a la iglesia para su adoración por los Negritos. El cura y sus asistentes invitaban chocolate caliente, tajadas de panetón y bizcochos en forma de Cristo, animalitos andinos y muñecas, que donaban las panaderías chiquianas de manera anónima.
Los varones recibíamos pequeñas matracas de madera, trompos, boleros, carritos, yoyos, bolas de cristal, cartucheras, también mallas, raquetas y pelotitas de pimpón, rifles con balas de corcho sujetas a un pabilo, pelotas, soldaditos de plomo, caballitos y vaqueros de plástico, ropa y zapatos aquinos ecológicos. Las mujercitas recibían muñecas, ollitas y cocinitas de aluminio, panderetas, juegos de yases, binchas de plástico de diferentes colores, mini juegos de té de loza china, vestidos y zapatos “caramelo”.
Todos los 6 de enero realizábamos la “Bajada de Reyes”, para contar con un "sencillo" y adquirir nuevas imágenes sacras y los animalitos necesarios para el año venidero... qué tiempos aquellos, tan diferentes en filosofía de vida de las grandes urbes. En nuestro terruño era una verdadera fiesta del pueblo, como sólido puente de unión y hermandad cristiana, que va perdiendo consistencia por la azuela de la beata globalización.
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LOS RECUERDOS
LOS RECUERDOS
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Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
.Muchos años dejamos correr,
olvidándonos de aquel ayer,
En tanto oír una vieja canción
o leer un amado verso de amor:
son momentos de añoranza,
olvidándonos de aquel ayer,
mas de pronto vemos caer
gotas acerbas que oradan el Ser.
gotas acerbas que oradan el Ser.
Son lágrimas penitentes
que de las grutas del alma
bajan directas al corazón,
nunca bañan las mejillas.
nunca bañan las mejillas.
En tanto oír una vieja canción
o leer un amado verso de amor:
son momentos de añoranza,
gratas horas para recordar.
Evocaciones del ayer
que nos hacen suspirar;
una imagen distante,
un intenso palpitar.
que nos hacen suspirar;
una imagen distante,
un intenso palpitar.
Así vemos el tiempo pasar:
unos al compas del reloj,
otros aguardan la noche
para volver a soñar.
unos al compas del reloj,
otros aguardan la noche
para volver a soñar.
AIRES NAVIDEÑOS EN CHIQUIÁN
DICIEMBRE DE 2013
Imágenes: Nalo Alvarado Balarezo