sábado, 5 de julio de 2014

BAJO LA LLUVIA - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)

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BAJO LA LLUVIA

Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo) 


De niño, como una manera de relajarme de la tensión escolar, visitaba el arroyuelo de Shapash para caminar por la orilla, sintiendo las piedrecillas bajo mis pies desnudos.

La tarde del sábado 8 de diciembre de 1962, cuando estaba haciendo un mini safari entre las sacuaras del escarpado retumbó el trueno, levanté la vista, y el cielo que minutos antes estaba azul, se tornó gris y empezó a llover. Me puse los zapatos como pude e inicié el retorno al pueblo.

No sé cuántas veces caí durante el ascenso, lo cierto es que llegué empapado al barrio de Tranca. Allí me cobijé bajo un umbral, quedándome profundamente dormido. Una buena samaritana que caminaba por ahí se apiadó de mí e ingresó a mi sueño. Aquí, el episodio: 


Serían como las 7 de la noche. Era una hermosa mujer de unos 37 años, rostro ovalado, labios carnosos y dientes perfectos. Me invitó a su casa para que mi ropa se seque al calor del fogón, y caminamos por el sendero que va a la plazoleta de Quihuillán. Ya en su cocina puse mi ropa cerca del fuego y abrigué mi desnudez con su pañolón. Luego ingresamos a su cuarto, se quitó el faldellín y se metió a su cama, diciéndome:

- Siéntate en ese quncu hasta que tu ropa esté seca, y te vas a tu casa. No te olvides de cerrar la puerta del zaguán. 

Como a los diez minutos me quedé dormido, perdí el equilibrio y rodé al piso. Al oír el ruido se levantó y me recostó en su cama.

La luz del alumbrado que se filtraba por la ventana dejaba al descubierto sus contornos junto al mío. Ni corto ni perezoso aproveché la mágica visión que me daba el destino y acaricié su cáliz, por fortuna, sin reproche alguno; de pronto el sonido de herrajes en el empedrado de la calle ahogó su gemido, y exclamó: 

- Es el caballo de mi marido, agarra tus cosas y vete por la chacra del costado. 

En un santiamén salté la pirca y corrí hacia la plazoleta con mi ropa en la mano, mientras la lluvia seguía cayendo...

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(De las Memorias de un Tinyaco - 541)