viernes, 16 de mayo de 2014

LA TÍA DEL SEMINARISTA - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)




LA TÍA DEL SEMINARISTA

Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)


Estaba a punto de viajar a Huaraz para estudiar en el Seminario, cuando mi collera me sorprendió con una fiesta de despedida. A la reunión acudió una chica que había venido a postular a la escuela superior del pueblo. Trigueña, de ojos vivaces, alta, de piernas torneadas... Sin ser una beldad tenía generosos argumentos a la vista, por lo que traté de hacerle conversación:

- Hola, ¿veo que eres nueva en el pueblo?

- Sí, he venido con una amiga a tu despedida. Estaré una hora solamente, no quiero incomodar a la familia que me está alojando.

Después de unos tragos de anisado y de la nada santa Guinda de Huaura, bailamos Santa Bárbara y Qué Viva Changó. Ya cuando nos movíamos al compás del bolero Poema de los hermanos Arriagada, me habló al oído:

- Bailas bien, ¿tu chica debe estar contenta contigo?

- Si tuviera una chica serías tú -le contesté, parafraseando el verso universal de Bécquer.

Se apretó tiernamente a mi pecho y sentí los latidos de su corazón, entonces decidí besarla.

- Cuidado, nos pueden ver -la melodía llegó a su fin.

Después de una amena charla con los amigos, nos despedimos y caminamos tomados de la mano hacia su alojamiento. Cuando llegamos, bajando la voz susurró:

- Creo duermen, entremos al pasadizo para despedirnos.

Entramos, todo estaba oscuro, sólo la luna coloreaba moribunda la noche pecadora, nos besamos y empezó la diversión... En el éxtasis empujé un balde que cayó con fuerte ruido, motivando que la luz de un candil ilumine el corredor, y no tuve más remedio que interrumpir el jolgorio y salir corriendo dejando a Cupido a merced del frío. Al amanecer viajé a Huaraz.

Cuando volví en las vacaciones de medio año no la encontré, había desaprobado el examen de ingreso, quizá de tanto pensar en mí, y retornó a su pueblo.

Cinco años después fui a realizar mis prácticas espirituales en una capillita del Callejón de Huaylas, cercana al lugar donde vivía mi tío Cornelio, quien al verme caminando me ofreció posada en tanto conseguía una casa pensión.

Recuerdo, fue domingo después de la misa del mediodía. Al entrar a la casa de mi tío la sorpresa fue de infarto, pues su warmi era ella. Mi tío nos presentó y besé su mano con delicadeza clerical. Se había convertido en una agraciada mujer de 23 abriles, más maciza que la adolescente que conocí en mi fiesta de despedida.

Las horas vespertinas pasaron con anécdotas familiares. Casi al finalizar la tertulia mi tío comentó que su esposa había vivido unos días en nuestro pueblo. Guardé silencio y luego me retiré a descansar con muchas preguntas rondando mi mente.

A las 7 de la mañana mi tío se despidió y salió a trabajar. A las ocho bajé con sotana a desayunar. Al ver a mi tía le dije:


- No esperaba volverla a ver, menos convertida en mi tía.

- Te aclaro sobrino, conocí a Cornelio sin saber que era tu tío. Espero que guardes el secreto.

- Claro tía, no se preocupe - se levantó y salió del comedor.


Al cabo de una semana encontré una casa pensión donde mudarme.

Como a las 9 de la mañana del día fijado para dejar la casa, mi tía entró a la habitación y se puso colorada al ver que una toalla de manos cubría mi anatomía. En la radio cantaba Sergio Murillo que escuchamos embelesados: "Serás el agua en mi sed de amor y mi estrella en su fulgor, serás tibieza en mi soledad y la luz de la verdad. Jamás a nadie ya podré querer como a ti, tan sólo a ti. Serás rezó y religión...". Después que terminó la canción me dijo.

- Discúlpame la imprudencia, pensé que habías salido, menos mal que estoy con bata, vine por un libro.

- Te ves espléndida tía.

- También tú sobrino.

El estar en paños menores hizo que los decibeles de nuestros latidos suban sobremanera.

- Tía, tienes un hermoso cuerpo.

- Gracias Macario, eres muy galante, pero el hecho de ser mi sobrino no te obliga a mentir.

- No son mentiras tía, desde que llegué he tratado de reconstruir aquella noche y la emoción me embarga...

- Me voy sobrino, porque si me quedo, de repente me olvido que eres seminarista... -y se marchó.

Llegado el momento de la partida decidí aclarar ciertas dudas. Toqué la puerta de su cuarto, un “pasa” autorizó mi entrada -ella estaba con un pareo de tul que dejaba traslucir los frutos prohibidos.

- Tía, ¿qué recuerda de aquella noche de la despedida en mi pueblo?.

- Con esa oscuridad no recuerdo mucho ¿y tú?

- ¿Me permite acercarme tía?

- Me pones nerviosa sobrino, es mejor que te vayas cuanto antes a tu nueva pensión.

Entonces recité dulcemente los versos: "Fue mía una noche, locamente mía: me quema los labios su sed todavía", de José Ángel Buesa, mientras acariciaba su piel.

Para mi asombro, casi susurrando, pronunció:

- Macario, amor mío, como nunca más estaremos a solas, cumplamos ese dicho aijino: ¡EN LA REPETICIÓN ESTÁ EL GUSTO!

Huaraz, SET 81


Fuente:
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"El Juguete y Otros Cuentos..."