miércoles, 25 de diciembre de 2013

AIRES NAVIDEÑOS EN CHIQUIÁN - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)


AIRES NAVIDEÑOS EN CHIQUIÁN

DICIEMBRE 2013

Imágenes: Nalo Alvarado Balarezo




























RECUERDOS

Chiquián - PERÚ.

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HOLA SHAY:
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DICIEMBRE, mes NAVIDEÑO y de esperanza por un 2014 más próspero y humano. Mes del reencuentro y de los logros de final de año, pero también de largos viajes en la búsqueda incesante de la tierra prometida lejos de la Patria chica. Cómo no recordar aquellos tiempos "bíblicos" de los sesentas, donde los vientos de Navidad asomaban con las primeras lluvias, recibidas con alegría por el pueblo.
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Día tras día los tesoros ocultos por el sol primaveral se ofrecían visibles a los ojos, como una munapada de los regalos que soñábamos recibir de Papa Noel. Los arroyuelos subían su torrente hasta desbordarse, inundando el Jr. 28 de Julio (Agocalle) desde Lirioguencha hasta Quihuillán.


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Los vecinos de la "Venecia chiquiana" salían corriendo, lampa en mano, para proteger con ripio sus puertas y zaguanes, y así evitar que los jacas se ahoguen en los cuyeros; otros samaritanos sacaban listones de madera y los ponían como puentes al ras del agua que corría hacia Maraurán. Todos felices y contentos chapaleando con los zapatos aquinos implorando por un par de estaquillas a Rucu Feliciano, o trepados sobre zancos evitábamos una neumonía.
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Con el paso de las semanas los primeros capullos nos prestaban sus alas de fantasía para soñar despiertos. En el horizonte azul la albura del Yerupajá insuflaba de gozo el corazón. Aquellos benditos días de diciembre avivaban la lozanía de las mejillas pispadas, los chacareros reían viendo sus sembríos esmeraldas, y las serenatas afinaban sus cuerdas a la espera de las musas que llegaban de Lima y del Callejón de Huaylas, al término de sus estudios secundarios o superiores.



Ingresar a las cocinas y oír el ronroneo de las teteras jugando con el agua bullente para el "cafecito de cebada", que con dos cucharadas de azúcar rubia y un pan de punta era el deleite de grandes, maltones y chicos. En las noches de diciembre la Luna era tan clara que el humo blanco de los fogones crepitantes parecían velos de casamentera buscando oxígeno en el cielo chiquiano.


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En mi particular caso muy pocas navidades pasé en Chiquián en los sesentas. La mayoría de las veces celebré el nacimiento de Jesús con mi familia y los pastores en Tupucancha, pero de las que viví en "Espejito del cielo", recuerdo que una semana antes de la Noche Buena los niños asistíamos con nuestras mascotas para que reciban las bendiciones del sacerdote durante la Misa de Gallo.
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Al primer repique de campanas, con Anchita, Patuco y Arti pasábamos la voz a la collera que no había pegado las pestañas esperando el gran momento. Unos caminaban dormitando con sus huachis, perros, gatos y conejos a cuestas, otros con palomas, chacuas, cariocos, gallinas ponedoras y culecas; aunque no faltaban los que cargaban cuyes o llevaban empujando algún orejudo que salió con más de tres rojos en la libreta.
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Recuerdo que muchos chiuchis nos apretujábamos debajo de las andas para dormir abrigados por nuestros animalitos, entre balidos, cánticos, ladridos y ronquidos, mientras otros más audaces atrapaban murciélagos en los oscuros recovecos que conducían al depósito de las imágenes de los apóstoles, fabricados por Lolito Rivera, con yeso, pintura y palos de maguey.
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La construcción de los nacimientos familiares corría a cargo de los niños. Las imágenes de San José, de la Virgen María, del Niño Jesús, de los Reyes Magos, de Papá Noel, los animalitos y los juguetes eran adquiridos por nuestros padres de los mercachifles y de las tiendas de los paisanos: César Machuca, Faustina Romero, Asunción Aldave, Crisólogo Ramírez, Orfila y Zalatiel Cachay, Gliceria Espinoza, Carlos Bisetti, Juan Alva, Lucho Castillo, Zenobio Alarcón, Manzueto y Abundio Santos. De la tienda de la familia Huerta, de los recordados camiones "San Martín", comprábamos a 10 por un sol: pitos en formas de aves y ollitas de barro pintadas de colores que reposaban sobre paja brava en enormes cuntus cocidos al horno. 

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El piso de "champa" lo traíamos del Pesebre y del oconal de Umpay en pequeños bloques de tierra húmeda con algunos gusanos de yapa. De sólo pensar en los resbalones que nos dábamos en los caminitos empinados, cuando íbamos a traer arcilla de las "minas" para fabricar ollitas, torcazas y carritos navideños con llantas de chapa de cerveza y gaseosa Concordia o Triplecola, me veo con la ropa cubierta de lodo, esperando el shilpi y la amenaza de ser conducido de grado o fuerza al reformatorio de Lima junto a mi primo Calolo Ramírez.
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Conseguíamos musgo húmedo en Tranca y sacuaras en Shapash, y hacíamos germinar trigo en pequeñas latas de conserva, para darle un toque de naturaleza viva al Nacimiento. La construcción de puentes con carrizos no se dejaban esperar, también cascadas, cerros, quebradas, jalcas, glaciares y valles en miniatura con ríos pintados de celeste sobre papeles de bolsas de azúcar, pocitas de agua teñidas con “Azul Brasso” donde flotaban patitos y peces de plástico y maguey seco. Asimismo forrábamos cajitas de fósforos con papel de regalo, fabricábamos estrellas con papel lija y como nieve utilizábamos algodón artificial que picaba como ortiga.
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Los regalos nos entregaban la mañana del 25, después de llevar al Niño a la iglesia para su adoración por los Negritos. El cura y sus asistentes invitaban chocolate caliente, tajadas de panetón y bizcochos en forma de Cristo, animalitos andinos y muñecas, que donaban las panaderías chiquianas de manera anónima.



Los varones recibíamos pequeñas matracas de madera, trompos, boleros, carritos, yoyos, bolas de cristal, cartucheras, también mallas, raquetas y pelotitas de pimpón, rifles con balas de corcho sujetas a un pabilo, pelotas, soldaditos de plomo, caballitos y vaqueros de plástico, ropa y zapatos aquinos ecológicos. Las mujercitas recibían muñecas, ollitas y cocinitas de aluminio, panderetas, juegos de yases, binchas de plástico de diferentes colores, mini juegos de té de loza china, vestidos y zapatos “caramelo”.



Todos los 6 de enero realizábamos la “Bajada de Reyes”, para contar con un "sencillo" y adquirir nuevas imágenes sacras y los animalitos necesarios para el año venidero... qué tiempos aquellos, tan diferentes en filosofía de vida de las grandes urbes. En nuestro terruño era una verdadera fiesta del pueblo, como sólido puente de unión y hermandad cristiana, que va perdiendo consistencia por la azuela de la globalización.
 
 
LOS RECUERDOS
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Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo) 
 
.Muchos años dejamos correr,
olvidándonos de aquel ayer,
mas de pronto vemos caer
gotas acerbas que oradan el Ser.
 
 
Son lágrimas penitentes
que de las grutas del alma
bajan directas al corazón,
nunca bañan las mejillas.

En tanto oír una vieja canción
o leer un amado verso de amor:
son momentos de añoranza,
 
gratas horas para recordar.
 
 Evocaciones del ayer
que nos hacen suspirar;
una imagen distante,
un intenso palpitar.
 
 
Así vemos el tiempo pasar:
unos al compas del reloj,
otros aguardan la noche
para volver a so
ñar.

 
RELATOS NAVIDEÑOS, BREVES
 
 

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NAVIDAD EN TUPUCANCHA
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Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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Diciembre, mes de campos perfumados de lluvia y orqo waraqos en la Puna. Mes de 31 noches azules contando estrellitas bajo el cielo tupucanchino. Qué fácil era aprender a sumar y a multiplicar así en mis cortos años, mientras mi abuelita Catita narraba cuentos de Navidad, que el viento traía a su memoria como vellones blancos.
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Recuerdo que uno a uno desgranaba los relatos de la mazorca popular en las noches henchidas de ichu y cosmos. 
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Después me quedaba contemplando la pampa que empezaba a vestirse de escarcha y luna, sin más abrigo que un poncho, una quena de carrizo y mi tierna piel curtida por la helada.
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Cuántas constelaciones agrupadas en galaxias unía con la mirada en la Vía Láctea; cuántos furtivos luceros y veloces meteoritos atrapaba con la red de mi pensamiento peregrino.
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Cuánta paz galopaba silente en la densa neblina; cuántos misterios reflejaban los farallones rocosos de Shajsha Machay con el resplandor del acerado Tucu Chira.
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Cuánta agua pura le daba la pródiga laguna de Conococha al feraz Callejón de Huaylas, que todos admiran.
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Cuántas sonrisas dibujaba en mi rostro antes de quedarme dormido; cuántos sueños con alas de fantasía volaban el Oc
éano Cósmico en cada despertar.
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Cuántos juguetes de arcilla forjé junto al puquial con las manos entumecidas de frío, que me llevaron a mundos imaginarios.
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Cuántos recuerdos como aves temporarias vendrán en mi lento andar...
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Laguna de Conococha, DIC 1994
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 LA PANDERETA AZUL
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Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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El domingo 6 diciembre de 1959, los estantes y vitrinas de las tiendas del pueblo empezaron a exhibir juguetes navideños desde muy temprano.

A mediados de mes
una pandereta azul llamó mi atención, transportándome a un mundo de fantasía.
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Cada tarde, al salir de la escuela, corría hacia la tienda para verla, y allí estaba la pandereta; hasta que la mañana del domingo 20 de diciembre no la encontré.
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Con un dolor difuso en el pecho caminé pensativo bajo la llovizna de diciembre, martillando en mi mente el villancico:
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Una pandereta suena,
una pandereta suena,
yo no sé por donde irá...
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Ya en casa escribí pidiéndole a Papá Noel una pandereta, sin señalar color ni tamaño. Ese mismo día deposité la carta en el buzón del correo.
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Durante la Misa de Gallo oré con devoción para que mi pedido a Papá Noel se haga realidad. Al salir de la iglesia escuché los latidos de mi corazón en el silencio de la madrugada. Una gran fe inundó mi ser.
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Como de costumbre, a las 6 de la mañana del 25 desperté y junto a la almohada estaba la panderera soñada, con su estructura azul brillante, y el dorado fulgente de sus arandelas iluminaron mi alma, para seguir creyendo que los sueños se cumplen si se emprenden con devoción..

Cusco, 25 de diciembre de 1974
 
 

Valle del Aynín


JULIANCITO Y AUTOMARÍA
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Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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Fue una tarde fría a puertas de Navidad de 1960 en Chiquián. El viento cortaba el aire con fuerza, y las nubes preñadas de agua bogaban silenciosas sobre Aquia, amenazando con una mangada gris el valle del Aynín.

Cerca del ocaso acompañé a “papá viejo” para arrear becerros, desde la hondonada de Pashpa hasta el empinado Maraurán.
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Todo el trayecto fue un concierto de: “arre, arre” “muu, muu', escoltados por pencas y eucaliptos que se mecían sonoros al compás del céfiro vespertino.

En el frontis del potrero mi abuelito revisó los bolsillos de su saco y no encontró la llave de madera para abrir el portón. En aquel entonces se utilizaban candados de madera para proteger los potreros y sembr
íos, de los dueños de burros, reses y caballos dañeros.
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Candado de madera
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Cumpliendo el encargo de traer la llave retorné al pueblo. Ya en Quihuillán pude avistar a Juliancito, nuestro recordado “Mudito de Huasta”, recostado con su abultado apachico en la pared de la casa de don Manuel Vicuña.

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En círculo rojo, lugar donde estaba recostado Juliancito
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De pronto una racha de aire le arrebató su sombrero, y cuando lo arrastraba hacia el barrio de Alto Perú, la viejecita Automaría, que pasaba por ahí, tiró al piso su atado de leña y corrió tras el sombrero hasta lograr asirlo, entregándoselo a Juliancito con una dulce sonrisa. Todo ello en presencia de cinco personas que estaban paradas sonrientes, observando una partida de póquer, bajo el umbral de la zapatería de 'Rucu Feliciano”.

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Zapatería "Rucu Feliciano"
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Al acercarme vi en los rostros de Juliancito y Automaría, la expresión suprema de la gratitud y la satisfacción por el deber cumplido. El júbilo y gozo de ambos fue indescifrable para mi pequeño corazón, quedando impresa en mi mente la obra de bien de aquella humilde señora que caminaba rauda, dando la impresión de estar flotando en el aire.
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Chiquián - Plazoleta de Quihuillán
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Desde aquel día ha pasado mucha agua por las calles del barrio de Quihuillán, borrando las huellas de mil caminantes, pero los pasos de Automaría y Juliancito, personajes muy queridos por el pueblo, permanecen indelebles en la memoria colectiva.
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Breve comentario: 


Cuando ayudamos al prójimo nos acercamos espiritualmente a sus necesidades, que también son nuestras en el camino de la existencia aterrena. Nuestro corazón vibra de felicidad al socorrer a quien está pasando penurias, y sus bendiciones no tardan en darnos el abrazo fraterno.

Esta experiencia de vida fue mi mejor regalo navideño en Chiquián, pues con el ejemplo de la señora 'Automaría' de Quihuillán, aprendí que el ser humano nunca está demasiado atareado para ayudar, que no es demasiado pobre para dar sin esperar nada a cambio, y que en cualquier circunstancia, por más adversa que esta sea, debemos mostrarnos serviciales.
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Huaraz, diciembre de 1981
 
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MI AMIGO VILKA
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Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

Cuando desperté el viernes 23 de diciembre de 1960, las estrellas parpadeaban en el cielo. Un profundo silencio cuajaba la Puna.
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Mientras alistaba mi equipaje, los corrales de la manada de Tupucancha iban perdiendo sus contornos en la tenue claridad de la aurora.
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A diez para las seis de la mañana todo estaba preparado para viajar a Chiquián por Navidad. Al poco rato apareció por el cerro colindante mi abuelita Catita, reflejando en su rostro honda tristeza. Había salido de madrugada a buscar a 'Laura', una borrega preñada, muy querida por ella, que en la tarde anterior se perdió en la neblina.

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Charlamos un rato y postergamos el viaje para el día siguiente; entonces llamé a 'Vilka', uno de los perros ovejeros, y tomamos la posta de búsqueda.
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A las 06:30 sorteamos el bosque de piedras de Shajsha, donde las aves entumecidas por la escarcha estaban acurrucadas en las cornisas morenas.
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Empezó a aclarar. Las cumbres de granito brillaban con los primeros rayos solares; de pronto una vizcacha chilló en la cima del roquedal llamando mi atención, y pensando que muy cerca andaba "Laura", emprendimos el ascenso.
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Al coronar una cúspide rocosa me sentí fatigado y tuve que sentarme a descansar. "Vilka" seguía subiendo jadeante el desfiladero.
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Después de unos minutos reinicié el ascenso, levanté la mirada y no vi por ningún lado a "Vilka". Lo llamé varias veces. Al no escuchar sus ladridos descendí bordeando el roquedal.
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Los minutos pasaban sin señales de "Vilka". Preocupado trepé una mole de piedra desde donde podía dominar la parte norte del bosque de rocas. Para mi asombro allí estaban "Laura" y "Vilka", frente a frente, suspendidos en el enorme peñasco vertical que besaba el cielo. Ninguno de los dos podía avanzar, ni retroceder, menos dar vuelta en la estrecha senda; un traspié, y 50 metros abajo la muerte era la única salida.
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Cuando menos lo esperaba "Vilka" se echó al piso, estirándose lo más que pudo. "Laura" descendió pisando su cuerpo peludo. Luego "Vilka" se paró y caminó hasta un recodo donde dio vuelta, y también descendió. Finalmente los abracé y emprendimos el retorno a casa.
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Durante el trayecto con el viento flagelando mi poncho me pregunté: ¿cuántos humanos seguimos las enseñanzas de solidaridad y tolerancia de los que llamamos animales irracionales?, sólo el eco me contestó una y otra vez hasta perderse en el infinito... Al día siguiente, antes de rayar el alba, fui a despedirme de "Laura" y la hallé convertida en mamá de un lindo corderito...
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Desde su puesto de vigilancia "Vilka cuidaba el rebaño", sin advertir que en unos minutos más nos despediríamos hasta el próximo año...
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PAMPA DE LAMPAS
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Cuentos y fábulas de mesetas frías,
con tambores de paz, no de guerra,
sin armas letales, ni nefastas teorías,
sino con enseñanzas que da la Sierra.
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Son los abuelos los que dan cálido abrigo,
con sus relatos telúricos de dulce trigo,
marcando con sus huellas el camino,
que iluminan el andar campesino.
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Por eso, así como el arroyo hermano
acompaña día y noche al caminante
dándole a su cansancio una mano,
y el agua para su sed errante.
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Así también en la puna peruana,
se cosechan lecciones de vida,
que siembra la Naturaleza:
en el alma y la cabeza.
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Nalo Alvarado Balarezo 15651

 
 
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TRAS LAS HUELLAS DE UNA LEYENDA:
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 LA FLOR DE LA CANTUTA
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 Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo) 
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Aquel domingo 23 de diciembre de 1962 salí a las 9 de la mañana de Chiquián con uno de los camiones de la familia, para pasar la Navidad en Tupucancha. 
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Una hora y media después estábamos cargando reses en el paraje de Mojón, a 4,190 m.s.n.m. El viento de la Puna peinaba los manojos de ichu. A corta distancia el glaciar Tucu Chira le regalaba su albor a los pajonales con los destellos del sol matinal, que por ratos se ocultaba.

Culminado el embarque proseguimos por la encalaminada pista de cascajo suelto de la Pampa de Lampas, arribando a Conococha al mediodía.

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En el pequeño poblado almorzamos bajo un techo de paja con el chofer Teobaldo Padilla (Pecho), el dueño de las reses Teobaldo Suárez y el ayudante Baldomero Ramírez (Hualu). Este último me obsequió un tucumán de lana que me puse en su presencia como muestra de agradecimiento. Después del almuerzo bajé mis pertenencias del camión, que continuó su marcha hacia Lima.

Equipaje al hombro empecé el descenso caminando por una explanada de lajas que bordeaba la laguna de Conococha. Luego trepé con dificultad un sendero empinado hasta coronar la parte más alta de la ruta (4,200 m.s.n.m.). Allí me puse a descansar.


Sentado en una piedra contemplé la inmensidad de la llanura, donde el trío de gigantes: cielo, agua y tierra, me hicieron sentir la fuerza inconmensurable de la Puna. En este desolado paraje donde es difícil que sobreviva el mal, el frío ingresaba a mi piel atravesando el poncho y la ropa gruesa que llevaba puesta, como queriendo 'darle la contra' a los rayos solares que caían famélicos al erizado pajonal.
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Ya llevaba media hora descansando, cuando se ocultó el sol, y la neblina empezó a descender, acariciando los cerros vestidos de paja y rocas calvas que le daban un aire misterioso al vaporoso paisaje.

Al cabo de unos minutos me sentí flotar sobre un inmenso vellón, por lo que me puse de pie y reanudé la marcha siguiendo con la mirada las huellas dejadas por las recuas de carga. "Qué lejos quedó la mañana cuando en Mojón seguí con la mirada el paso de las nubes viajeras sobre el Tucu Chira" -pensé, al no observar nada a través de la tupida neblina.
 
 
Cuando iba a medio camino sentí sed y bebí un par de sorbos de agua, que a mi paso por la laguna envasé en una botella. Nunca imaginé que el líquido elemento supiera tan delicioso en circunstancias hostiles.

Después de orillar los cerros cubiertos de ichu y los pelados roquedales de Shajsha, donde se encuentra la "Cueva del Bandolero", por fin pude apreciar a un kilómetro de distancia la silueta de la manada de Tupucancha, con sus enormes corrales de piedras, paja y tierra, sus paredes blanqueadas con cal y sus tejas rojas que la llenaban de vida.

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Faltando cien metros para llegar a la casa, vinieron a mi encuentro dando brincos y ladridos los perros pastores “Vilka” y “Zambo”, viejos amigos a quienes no veía desde hacía once meses. En momentos que uníamos los latidos con abrazos y lamidos, salió de la cocina mi abuelita Catita, seguida por una joven señora de faldellín negro y dos “niñas” con polleras floreadas y shucuy de pellejo de carnero. Las dos pequeñas tenían los pómulos rojos como manzanas y ondeaban al viento sus trenzas entrelazadas con hilos blancos de lana.
 
 
Una hora después, en circunstancias que festejábamos el encuentro con panes y bizcochos, que antes de partir me obsequió mi abuelita Victoria en Chiquián, hizo su aparición una "niña" más. Por su estatura inferí que se trataba de la mayor. Tenía más o menos mi edad y talla: un metro con cuarenta centímetros y medio. Hasta me emocioné al verla, pero después que su mamá lo llamó Nicéforo, mis ilusiones quedaron regadas en el piso. Finalmente las “otras dos” también resultaron ser 'santos varones'. En ese entonces era costumbre en la Puna, vestir a los chiuchis con polleras hasta los diez años, edad en que celebraban el rutuchi o quitañaque (ceremonia ancestral del primer corte de pelo). 
 
Con el ocaso llegó arreando el ganado lanar el pastor Moreno, esposo de la joven mujer y padre de los tres niños. Me dio un apretón de manos como bienvenida, que por poco hace machihembrar mis delgadas falanges. Luego metimos las ovejas y las reses a los corrales e ingresamos a la cocina para merendar. Como postre les comenté sobre mis compañeros de la Escuela Primaria 378 de Chiquián. Hasta por un momento escuché resonar en mis oídos el eco de las risas de Miguel Barrenechea, Antonio Núñez y Máximo Alarcón, con quienes iba a la hora del recreo a la plazoleta de Quihuillán a trepar, hasta blanquear los ojos, el asta tubular del monumento a Bolognesi. Al concluír mi relato la mamá de Nicéforo nos narró esta leyenda sobre la “FLOR DE LA CANTUTA”, que según nos comentó, aprendió de una ancianita del pueblo de Cuspón:
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“Cierta vez, una viejecita, a quien de cariño llamaban Pancha, y su nieta salieron de Roca llevando semillas de papa para venderlas en Matara. Cuando estaban cerca del pueblo se sentaron a descansar sobre una piedra. La abuelita se quedó dormida por unos instantes y al abrir los ojos observó a la niña contemplando las flores que orlaban el camino de herradura. Se acercó y le dijo:

- ¿Te gustan las ccantuhuaytas hijita?, son tan lindas y perfumadas.

- Si abuelita, mira que bello color rojo tienen..
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- Ese color, es por la sangre de una pequeñita como tú, que se marchó de este mundo hace mucho tiempo.
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- ¿Cómo ocurrió aquello, abuelita?.
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- Hijita, a mí también me lo contó mi abuelita. Ella decía que hace muchos años una huerfanita muy bonita, fue raptada por un zorro. Sus abuelitos, con quienes vivía, corrieron para relatarle lo sucedido a un cóndor que habitaba las alturas de Carhuaspunta..
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El ave sobrevoló el lugar, logrando ver al zorro devorando a la niña, y descendió lo más rápido que pudo, arrebatándole los restos de la pequeña, salpicando de sangre los campos de Matara. Con el paso de los días germinaron bellas flores de la cantuta en los lugares donde cayeron las gotas de sangre.
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- ¿Y que pasó después con el cóndor y el zorro, abuelita?.

- Ah, el cóndor contó lo sucedido a los animales más pequeños de la zona y les aconsejó que se alejaran del zorro. Desde ese entonces vaga solitario por las altas punas al acecho de las ovejas más débiles.

- Una última pregunta abuelita ¿y que pasó con los abuelitos de la huerfanita?

- Con ellos, ...”.

Cuando nos iba a relatar lo ocurrido con los abuelitos, ladraron los perros y salimos al corral de las borregas, temerosos de la presencia de algún zorro. Felizmente se trataba de un comerciante “shilico” que pedía alojamiento.

Esa noche, vísperta de Navidad, me quedé dormido contento de haber hecho nuevos amigos en un rinconcito de la Puna, donde el frío cala hasta el tuétano; pero también, donde la solidaridad de los seres humanos abriga los corazones haciéndonos convivir como hermanos...
VOCES NATIVAS

Ccantuhuayta:

Flor sagrada de los Incas.

Shilico:

Natural de Celendín - Cajamarca

Chiuchis:

Niños

Faldellín:

Vestido de mujer del ande.

Matara:

Paraje, hábitat de los bosques de ccantuhuaytas.

Mojón:

Paraje chiquiano, a más de 4,150 m.s.n.m.

Recuas:

Acémilas de carga

Shucuy:

Mocasines de piel de oveja.

Tucumán:

Gorro de lana con orejeras.

Tupucancha:

Manada de reses y ovejas
Huaraz, DIC 1981

Bosque de cantutas
Cuspón (Bolognesi - Ancash) - Fotos: Marco Calderón Ríos
 
 
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"Sones que en una noche callada tocan y abrazan recuerdos lejanos que duermen en la Puna fría”. Nalo A.B. AGO 2002
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LA MELODÍA DEL VIENTO
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Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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Fue la noche más cruda de aquel invierno. La Puna estaba cubierta de escarcha, sólo la Luna daba vida a los pajonales que centelleaban convirtiendo las gotas de rocío en millones de pequeños luceros, como si el aterciopelado cielo reflejará todo su albor en los pastizales. Faltaban 24 horas para la Navidad, y en su corta existencia, Joaquín pasaría su tercera Noche Buena sin su madre. Ella, una madrugada de agosto se marchó tras sus sueños dorados para no volver...

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A la medianoche dos abigeos incursionaron en la manada. Primero dieron muerte al perro pastor, luego al padre de Joaquín, y se marcharon llevándose el ganado lanar. El pequeño se ocultó bajo unos pellejos de carnero, y permaneció allí hasta el amanecer, añorando los últimos días que pasó con su mamá, amados recuerdos perdidos en los misterios del Rosario que le dejó en la almohada, la madrugada que lo abandonó.
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Al rayar la aurora Joaquín salió corriendo hacia la choza donde vivía una centenaria viejecita ciega. La buena samaritana le ayudó a dar cristiana sepultura a su padre y le prodigó alimento durante el día.

En la noche (24 de diciembre), retornó a su casa, y permaneció sentado entre los manojos de ichu con la mirada perdida en la pampa, donde los rayos plateados de la Luna reverberaban los mantos de escarcha.

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Unos segundos antes de las medianoche el viento empezó a silbar una dulce melodía. Joaquín se paró y caminó acompañado por las gotas de rocío que brillaban como bolitas de cristal en la paja brava. Conforme avanzaba iba escuchando con mayor claridad los sones del viento. De pronto la Luna alumbró la línea del horizonte y apareció su padre, cubierto con un poncho blanco de lana. Caminó hacia él, y le tomó de la mano. El viento sopló fuerte haciendo un remolino, el poncho ondeó como poderosas alas, y los dos se elevaron al cielo.

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Desde lo alto la Luna seguía iluinando la Puna fría.

Huaraz, 24 de diciembre de 1994.
 
 
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EL JUGUETE
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Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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A las 3 de la tarde del viernes 24 de diciembre de 1919, el Sol duerme aletargado en los sembríos de Matara. Sentada en un banquito, junto a la puerta de su casa, doña Marcelina hila copos de lana en su viejo huso. Frente a ella, su pequeño nieto Manuel juega con su perro “pichicho”, su único amigo en la periferia del pueblo. De pronto: "Patacán, patacán, patacán, patacán". Llega su vecino Cipriano Aldave, cabalgando un brioso alazán.

- Doña Machi, el parroco de Chiquián va a repartir juguetes después de la Misa de Gallo, dicen que hay para todos, vaya rápido –le sugiere Cipriano.
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- Gracias don Shipico –contesta, y piensa: "por fin mi Mañuquito tendrá su primer juguete" –ella enviudó muy joven y vive en Matara con su nieto, desde que su única hija falleció durante el parto. Sobre el padre de Manuel nadie conoce su nombre, pero comentan que es un rico hacendado.

Doña Machi ingresa a su casa y prepara el fiambre: un poco de cancha y otro de shinti que envuelve en un pedazo de tela.
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Pone al niño su poncho y su bufanda en el patio, y se persigna mirando el apu Carhuaspunta...
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En su rostro cuajado de surcos que el gañán de los años ha arado, brilla un destello de esperanza...

- Ojalá Diosito le haya enviado una pelotita a mi huerfanito –dice doña Machi y dibuja un pequeño balón en su pensamiento...

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Enrumba hacia Chiquián con su faldellín ondeando al viento, llevando de la mano a Mañuquito. A su paso se acompaña con el aroma de la ccantuhuayta, del mito y la verbena, que crecen a la vera del sendero.

Ya son las siete, y los chuluc empiezan a tocar sus violines puliendo el silencio de la noche estrellada. La Luna brilla... el camino le parece corto y en su mente garabatea la sonrisa de su nieto recibiendo un juguete.
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Su corazón se le agiganta paso a paso; hasta que por fin divisa el pueblo. Junto a la cascada de Putu, el señero Capillapunta vigila Chiquián...
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Cerro Capillapunta - Chiquián
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Doña Machi y Mañuquito arriban al barrio de Oropuquio y toman un sorbo de agua en Chinapila. En eso repican las campanas llamando a misa y apuran su andar junto a unas sombras con llanques que caminan presurosas hacia la iglesia. La mayoría lleva en sus brazos: aves y corderos para la Misa de Gallo. Todos ingresan al templo, menos algunos bípedos que chinguirito en mano se quedan rebuznando en la plaza.
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Plaza de Chiquián
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- Como dice Jesucristo: “Dejad que los niños vengan a mí... la generosidad es dar antes de que se nos pida” –con estas cristianas palabras culmina el párroco la Misa y centenas de niños con sus padres se apretujan en una interminable cola para recibir sus juguetes.
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Algunos pequeños duermen en el regazo de sus madres, otros más grandes dormitan parados tiritando de frío. No hay bizcochos, ni chocolate, sólo un manto de fe abriga a los niños.
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A cuarto para las dos de la madrugada abuelita y nieto están frente al párroco y al sacristán. Algunos niños más "vivos" que otros han recibido hasta dos juguetes. También una que otra "mamá" sin hijos ya recibió su regalo.
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Doña Machi baja la mirada y observa la pelota que el sacristán tiene en sus manos. El corazón se le quiere escapar del pecho, mientras oye el sonido que dejan escapar las quenas, los rondines y los pitos de arcilla que los niños chiquianos acaban de recibir por Navidad.

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.- ¡Y ustedes!, ¿qué hacen en la cola? –pregunta el párroco.

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.- Padre, somos de Matara, mi nieto es huerfanito, por favor una pelotita –contesta Machi en tono de ruego.

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.- Solamente hay juguetes para los niños del pueblo, además ustedes no asisten a misa los domingos.

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.- Es que vivimos lejos, Padrecito, somos católicos y oramos todos los días en nuestra casita de Matara...
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- ¡Retírense!,... ¿quién sigue?... –doña Machi se pone a un costado con su Mañuquito y levanta la mirada. Sus ojos brillan de tristeza, hasta parecen dos lágrimas suspendidas entre el cielo y la Tierra...

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Sin haber recibido un mendrugo emprenden el retorno a Matara. Beben un nuevo sorbo de agua en Chinapila y ascienden silenciosos el cerro San Juan Cruz... De pena se olvidaron de probar su fiambre.

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.- Apúrate Mañuquito.
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- ¿Y mi pelota mamita?

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.A la distancia serpea cuesta arriba el camino de herradura. Mañuquito se queda dormido y su abuelita lo ata a su espalda con su jacu de lana. Doña Machi no quiere mirar atrás para no ver el pueblo sin rostro ni manos de solidaridad que no les brindó un abrazo navideño, siquiera.

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..A las cuatro de la madrugada corona sudorosa la cumbre, contempla la cordillera Huayhuash que le regala su resplandor blanco y murmura con la dulzura de sus 80 años: “El próximo año será”.
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Cordillera Huayhuash
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Son las cinco de la mañana del sábado 25 de diciembre, el camino se le hace largo y pesado, su pensamiento se confunde y el corazón se le comprime; eleva la vista al cielo y ve plomiza la Luna que alumbra como iris de invidente.
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El viento azota las ramas de los quisuares y huaromos. Pronto comienzan a caer cortinas de aguacero y el desfiladero se torna resbaladizo, trastabilla y suelta el atado con la cancha y el shinti que se pierden entre las hualancas y las pitajayas. Se persigna y continúa su lenta marcha por el abrupto sendero, ella tiene que llegar a casa antes que asome el alba de oro, para abrigar el sueño de Navidad del huerfanito...
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Matara
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NAVIDAD DE LOS POBRES
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 Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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.Si pudieras ver Navidad...
todo lo que mis ojos
cada día contemplan...
seguro que los tuyos
enceguecerían de pena.
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Si pudieras oír Navidad...
las cosas que escucho
y mi mente interpreta...
seguro que preferirías
vivir con tu sordera.
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.Si pudieras presentir Navidad...
todo lo que mi corazón
en cada despertar siente...
seguro que el tuyo,
otra vez se detuviera.
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.Pero no todo es tristeza,
hay millones de niños felices,
sólo ablándales el corazón
para que compartan sus juguetes.
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.A los niños del Huayhuash:
regálales la luna llena,
miles de estrellitas brillantes
y un bello Sol diariamente.
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.Sólo así reirás al verlos Navidad,
alegres bajo el cielo azul;
y disfrutarás con ellos,
jugando a la ronda..
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 !Ay¡, si tú supieras HUMANO,
las sorpresas que da la vida,
cada día celebrarías la Navidad
y nunca más, habría orfandad...
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.Chiquián, DIC 1975
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