domingo, 9 de septiembre de 2012

SEGUNDO DOMINGO DE SEPTIEMBRE, DÍA DE LA FAMILIA - PLAN LECTOR: EL HERMANO AUSENTE - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
2012, AÑO
DE LA DEFENSA DEL AGUA PARA LA VIDA Y
CONSTRUCCIÓN DE LOS ANDENES NUEVOS
 
SEPTIEMBRE, MES DE LA PRIMAVERA,
DE LOS DERECHOS CÍVICOS
DE LA MUJER, EL NIÑO Y LA FAMILIA
 
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CALENDARIO
DE EFEMÉRIDES
 
SEGUNDO DOMINGO
DE SEPTIEMBRE, DIA 9
 
DÍA
DE LA
FAMILIA
 
PLAN LECTOR,
PLIEGOS
DE LECTURA
 
 
 
EL
HERMANO
AUSENTE
 
 
 
Danilo Sánchez Lihón
 
“Pero hay un sitio
vacío en la mesa”
Abraham Valdelomar
 
1. Pero,
hoy regresa
Hoy regresa nuestro hermano, después de nueve meses de doliente ausencia. Tuvo que ir a estudiar el primer año de Educación Secundaria en la Gran Unidad Escolar San Juan de Trujillo.
Hoy es 24 de diciembre y estallan avellanas y bombardas en el cielo. Y llegan jirones de música que entona algún coro que participará por la noche en la Misa de Gallo. Y llegan voces sencillas, alegres e inocentes de la gente que pasa. Y se escuchan comparsas de labriegos y pastoras que bajan de los caseríos de uno y otro confín.
Cuando volvimos con mi madre después de dejar a Juvenal en Trujillo, lloramos a lo largo todo el viaje. Y durante los nueve meses de su ausencia todo ha sido aflicción en nuestra casa. Pero, hoy regresa.
Antes ningún miembro de nuestra familia se ausentó por tanto tiempo. Mi padre una vez se demoró 15 días en una excursión, durante la cual yo enfermé con fiebre continua hasta el día en que él volvió a entrar por el portón de nuestra casa.
Y otra vez, con la orquesta de cuerdas que él dirige, fue a Usquil, durante cinco días. Y la tristeza solo se desvaneció la noche cuando retornó cargando en las fundas de guitarras y mandolinas, frutas que iba recogiendo para nosotros en todos los caminos:
Naranjas, manzanas, guayabas, pacaes, limas, chirimoyas, mandarinas y todo lo que dan los árboles convertidos en flores, y estas en frutos, y que había acomodado hasta en los breves espacios que quedaban libres en el estuche de su violín.
2. ¡Qué
suerte!
A su llegada las regó arriba y en el tablero de abajo de la mesa grande cuya fragancia inundó la sala a oscuras donde, él tendido de largo en las sillas, nos relató hasta el mínimo detalle de sus peripecias en el viaje, mientras mamá y nosotros escuchábamos embelesados hasta altas horas de la madrugada.
Pero Juvenal ha terminado la Educación Primaria en nuestro pueblo y debe estudiar la Educación Secundaria en Trujillo, porque aquí no hay colegio. Y a él le encanta estudiar, hacer sus tareas, trazar y colorear sus mapas.
Para escribir utiliza además de la azul, tinta roja y verde, como alumno aplicado y brillante que es. Las páginas que escribe en sus cuadernos yo las contemplo maravillado, como joyas de buen gusto, cuidado y primor.
Ha viajado y vuelto con papá de rendir examen de ingreso en la Gran Unidad Escolar de San Juan, obteniendo uno de los primeros puestos, haciéndose merecedor a la beca integral; que abarca el uso gratuito del internado en ese centro de estudios y tener allí su habitación, comida, lugares de recreo, biblioteca, como estudiar dentro del mismo plantel.
Pero a punto estuvo de perderlo todo, porque el mínimo reglamentario de edad para ingresar es de once años y él tenía diez. Cuando ya todo parecía perdido los mismos profesores de ese colegio al ver sus notas encontraron lo que parece un ardid: que tenía 10 años y medio, porque nació en agosto, y eso le han hecho valer. ¡Qué suerte!, ¿no?
3. Verdaderos
tesoros
Pero Trujillo para nosotros queda en realidad al otro lado del mundo, en la costa, al borde del océano, pasando la cordillera de los andes.
Trujillo es industria, pesca, comercio; en cambio nosotros somos sierra: agricultura, ganadería y explotación minera.
Trujillo es transportes y bullicio, autos y camiones. Nosotros nos servimos de burritos, de mulos y caballos. Y se oye tarde y mañana el piído de los pájaros y hasta si alguien raja leña en algún bosque.
Mañana viajamos con mamá y Juvenal a dejarlo instalado en la Gran Unidad Escolar de San Juan. Esta tarde ha abierto sus cajones y ha empezado a regalarme todas sus pertenencias. Verdaderos tesoros que yo he admirado y ahora pasan a mis manos.
– Todo lo que es mío ahora es tuyo. –Me ha dicho.
Nosotros, sus hermanos menores, le hemos rodeado y obsequiado una cinta de serpentina que hemos tejido entre todos para él, con acordeones y ventanas de varios pisos, combinando los colores rojo, amarillo, azul, verde y blanco que hemos juntado de las fiestas de carnavales, que ha guardado entre la ropa que lleva.
Me abruma llenarme de tantos obsequios que siempre había codiciado. Y que él ahora me los da límpidos como él sabe conservarlos: tinteros, porta fotos, álbumes de figuras recortadas, cajitas de latón, ¡un prisma!
4. De pie en la vereda
lluviosa
¡Es que nos hemos criado tan unidos!, dejándonos azotar juntos por hacer las mismas travesuras, haciéndonos cómplices de todas las malacrianzas, alegrándonos al igual y entristeciéndonos también.
De la misma tela nos han hecho siempre los mismos ternos, como también abrigos y pantalones. Y de todo se ha comprado de a dos: tirantes, cinturones, maletines, gorras. Hemos ido juntos y en la misma tarde al mismo peluquero. Y el corte tenía que ser idéntico. El mismo zapatero nos ha medido los pies y el mismo día para confeccionarnos idénticos zapatos.
Las visitas a los familiares las hemos hecho juntos. Si él pateaba la pelota yo la tapaba. Y si yo pateaba él era quien la atajaba. Nos hemos perdido y vuelto a encontrar por los mismos senderos.
Nos hemos demorado ambos en jugar en algún recodo que ahora de miedo nos frotamos las manos al acercarnos a casa. Yo le digo “Hoy nos van a castigar, hermanito” Él ha estado pensando lo mismo, porque retorciendo las mangas de su uniforme me confía:
– Voy a decir que yo fui quien empezó a jugar. Que tú te querías venir y que yo te atajé, para que no te peguen a ti. Que tú querías venirte. Que tú no tienes la culpa de nada. ¡Que a ti no te tienen que pegar!
Así fue nuestra infancia.
Ya tenemos puestos nuestros abrigos para el viaje. Mi padre nos despide de pie en la vereda lluviosa de la esquina al pie de nuestra casa.
5. Sin aleros
ni tejados
Estamos atascados tres días en la jalca. Las ruedas traseras del camión han patinado tanto en el barro que han quedado hundidas. Y por último se ha roto una pieza del embrague del camión en que viajamos.
Desayunamos, almorzamos y merendamos solo panes con queso que traíamos para obsequiar y que nuestra mamá parte a pedazos con sus manos, porque no hay cuchillo. Y nos acurruca porque el frío de la puna durante dos noches nos ha entumecido los huesos y tenemos los pies como dos bloques de hielo.
Después de tres días ha pasado un camión llevando madera para las minas de Quiruvilca. A él hemos subido y llegado hasta aquí para hacer un trasbordo.
Pasamos por la fundición de Shorey, bajamos por Cerro Sango, por donde se ruedan y caen los carros al abismo donde corre el río rugiente y barroso; entramos a Samne que el camión alumbra con sus faros, escondido entre árboles frutales.
¡Qué pendientes y barrancos de pavor y de miedo! ¡Qué fríos inclementes! Y después qué climas calurosos, ardientes y sofocantes.
Y he aquí Trujillo, una ciudad extraña, desconocida, colonial; con otras costumbres y otra gente. No se entiende su manera de hablar. No dicen ni pronuncian como nosotros. Hablan un castellano rápido, agudo y lleno de sonidos extraños, en “costeño”.
Trujillo es ciudad de casas achatadas, sin aleros ni tejados, con olor a vaho, a humedad. Y el agua tiene el sabor a cañería estancada.
6. ¿Dónde
está?
Pero, cuando ya se ha ido acercando el día en que volvamos mamá y yo, a Juvenal se lo ve nervioso, cabizbajo y compungido.
– ¿Cuándo se regresan a Santiago, mamá?
– Será el domingo en la noche, porque tus clases ya empiezan el lunes, hijito.
– Yo no quiero quedarme, mamá. ¡Júrame, que no me vas a dejar aquí! –Le dice repentinamente–. ¡No me dejes, te ruego, mamá!
Al principio ha sido tan entusiasta de seguir sus estudios, pero ahora ante la inminencia de quedarse a estudiar solo ha empezado a angustiarse y a llorar inconsolable.
– Me voy a morir si tú me dejas, mamá. No quiero quedarme solo, sin ti, sin papá y sin mis hermanos.
Mamá también llora apretándolo contra su pecho, con un rictus de tormento y dolor en el alma no sabe ni siquiera consolarlo porque ella sufre más. Y yo lloro también.
Es que hasta ahora, basta que uno solo faltara en nuestra casa y ya estábamos averiguando a cada momento:
– ¿En dónde está?
– ¿A qué hora vuelve? –Sea chico o grande.
7. La vida
no ha sido vida
A partir de este momento todo movimiento nuestro es vigilado estrictamente por él.
Está pendiente de cada uno de nuestros pasos. Si salimos a comprar corre tras de nosotros, si entramos él entra. ¡Pobre Juvenal!
Según ha prometido nada del mundo hará que nos volvamos sin él.
– ¡Júrame, mamá que no me vas a dejar!
Y mamá sin poder hablar, también sufre viéndolo sufrir.
Nuestro ómnibus de regreso ha partido a medianoche cuando él estaba dormido. Salimos en puntillas de pies. Mi hermano dormía.
El ómnibus nos ha llevado por calles oscuras.
El amanecer no apaga nuestros sollozos, ni seca nuestras lágrimas, ni borra de nuestros ojos su imagen.
Nos contaron después que al despertar y no encontrarnos se golpeaba la cabeza contra el muro. Y tuvieron que tenerlo abrazado.
Que estuvo gimiendo en los brazos de mi tía Blanca. Que se quedó dormido y suspiraba en su sueño.
Nosotros todo el camino de regreso también lloramos con mi madre.
Y la vida no ha sido vida durante estos nueve largos meses en que él ha estado ausente y que para nosotros ha sido una eternidad.
8. Una voz
quebrada
En realidad, no sabíamos antes cuánto sufriríamos por no tenerlo entre nosotros.
Cuando mi madre amanece contenta y hace una fritura, nos sentamos a la mesa y al estar sirviendo, dice:
– ¿Estará comiendo mi hijo? ¿Estará abrigado? ¿Estará contento?
Y ahí nos viene la pena. Y ya nada es igual. O cuando llega la hora del almuerzo, escuchamos su llamado:
– Ya, bajen a comer. ¡La mesa está servida!
Hay cuy con mote de trigo y papas revueltas. Y caldo de cordero humeante, que a mí me gusta tanto. Al centro de la mesa hay habas verdes, cancha ¡y choclos!
Papá en la cabecera de la mesa acaba de sentarse. Y esperamos todos con la cuchara en la mano para iniciar la comida.
En lo más alegre volteamos a ver a alguien que está derramando lágrimas.
– ¿Algo te duele? –Es la pregunta, llena de ansiedad y zozobra. Y se oye una voz quebrada:
– ¡Mi hermano! –Es la respuesta, entre gimoteos.
Allí sentimos cómo se nos encoge el corazón en el pecho. Se mueven los ojos en nuestras órbitas tratando de que las lágrimas no se desborden.
Y si tenemos algo en la boca y lo queremos pasar se atraganta en el nudo que tenemos en el cuello.
9. Ahí
nos miramos
Pero mamá es quien más resiste y disimula su pena. Cuando está sirviendo algo rico tenemos que voltear para verla:
– ¿Pero tú mamá, a qué hora vas a comer?
– Ahorita. Aquí está mi plato.
– Primero empieza tú mamá.
Y lo hace. Y todos miramos. Se lleva el primer bocado y ahí se detiene.
– Pero sigue comiendo, mamá.
– ¡No puedo! ¡No puedo! –Y se encoge a llorar.
Y ahí se queda agachada, mirando primero la lejanía. Y después solo vemos su espalda gimiendo.
Entonces cesa el tintineo de todas las cucharas o tenedores en los platos. Y todos miramos hacia el lado vacío donde se sienta Juvenal.
Ahí nos miramos los hermanos. Y, uno y otro se va agachando y empiezan a caer grandes goterones al mantel y hasta a la sopa caliente.
Y si vamos pasando los alimentos lo hacemos con un golpe duro en la garganta para poderlo pasar.
10. ¿Y, cuántos días
faltan?
Y hay un silencio sepulcral que nada lo interrumpe. Y una silla vacía. Y un aire hueco.
Papá, dándonos valor, trata de consolarnos y nos anima diciéndonos:
– Él está bien. –Y enternece su voz.
Y vuelve por undécima vez a leer textualmente la carta que coge de la repisa o del fajo en la alacena. Y volvemos a oír los párrafos ya sabidos de memoria de la última misiva que él remitiera.
Papá es recio, pero también se le humedecen los ojos cuando lee. Y siempre culmina con aquello de:
– Debemos enviarle buen ánimo, porque su hermano disputa el primer puesto de su colegio con Alberto Cahuano, un estudiante magnífico. Pero ¡qué gracia!, él tiene a toda su familia en Trujillo que lo apoya. En cambio su hermano está solo y luchando como un gladiador, dejando bien el nombre de su familia, de su pueblo y de la serranía. Por eso no debemos de llorar. Por eso debemos estar contentos. Él es juicioso, él es... –Y ahí se le quiebra también la voz. Carraspea, disimula y se recupera:
– El día 22 reparten las libretas, el día 23 se embarca y el día 24 estará aquí entre nosotros.
– ¿Y cuántos días faltan papá?
– Apenas, ¡un mes!
11. Cumbres nevadas
y peligrosos abismos
– Pero hoy llega a nuestro pueblo y a nuestra casa Juvenal, el hermano ausente. Y esta noche no dormimos.
La casa desde inicios del mes ha sido un alboroto.
Hemos clavado repisas, alineado muebles, colgado cuadros, puesto adornos, pulido las mesas, empapelado cuartos, acomodado camas.
Papá desde aquí compró el pasaje hace meses, el asiento Nº 1 del ómnibus de la Empresa Ágreda.
Es que para esta fecha viajan repletos y se lucha por cada asiento, pues regresan todos los jóvenes de Santiago de Chuco que estudian en Trujillo.
Hace unos días vimos un ómnibus que llegaba. ¡Es el Ágreda! ¡Es el Ágreda! Saltamos.
¡En un ómnibus como este va a venir nuestro hermano!, gritamos.
¡Ómnibus fabuloso! Verde con blanco. Y bordes plateados.
Llegará hoy a las tres de la tarde. Ya ha salido ayer y ya está en camino.
A mi madre le ha vuelto la luz a los ojos. Y el color de sus mejillas es rosado, como el de una chiquilla. ¡Está linda!
Pero, aún nos separan de Juvenal ríos, cumbres nevadas y peligrosos abismos.
12. Hasta
el cielo añil
Hoy día la comida está lista desde muy temprano. Mamá cocinó de madrugada.
Ya estamos cambiados.
Las horas se desplazan lentas, pero estamos felices.
De un momento a otro saltamos de contentos y nos damos de volantines.
Mamá ya sirvió el almuerzo, aunque son las once de la mañana. Vamos a esperarlo en la Piedra Bruja.
Es la una, y ya estamos aquí, mirando la carretera serpenteante. Mejor sería esperarlo en Las guitarras.
Y vamos subiendo más y más. Yendo más lejos. ¿Por qué no esperarlo mejor en La Colpa?
– ¡Claro! ¡Mejor! Desde ahí caminamos con él para que vea lo hermosa que es su tierra. ¡Miren las colinas de flores amarillas y violetas, que se elevan hasta el cielo añil donde bogan nubes blancas!
– Y el olor a alcanfores y a manzanilla.
Pero mejor sería que nos vea en la curva de Pueblo Nuevo. Y si avanzamos a Huayatán. Ahí siempre se apea la gente.
13. Entre pencas,
alisos y tunales
– ¡Vamos!
Estamos ya en la colina. Una parvilla de niños multicolores con mamá a quien la ilusión le abrillanta los ojos. Con Amelia, nuestra prima. Y Elvia, quien nos acompaña siempre.
Ya muchas veces hemos hundido nuestra cara en los guijarros de la carretera para percibir el rumor de algún carro que se acerque. Y siempre nos ha parecido escuchar que ya está a la vista.
Ya nos hemos equivocado tantas veces de mirar la lejanía, creyendo ver el humo de un carro en lontananza.
Pero, a eso de las tres de la tarde mamá grita:
– ¡Ahí está! ¿Ven? ¡Ahí está! ¡Es ese! ¡Es ese! ¡Miren! ¡Allá! ¡Arriba!
– ¡Ahí está! ¡Ahí está!
– ¡Sí! Es el Ágreda.
– ¿Dónde?
– ¡Arriba, miren! ¡Por entre esos cerros!
– ¡No veo nada!
Ahora ya apareció a retazos, entre los árboles, las lomas y los arreboles de las nubes. Entre pencas, alisos y tunales.
14. Una llama
de fuego
El corazón nos palpita aceleradamente.
Ya aparece, bufando por la Pampa de los Arrieros. Esta vez sí vemos al ómnibus inmenso y deslumbrante, cargado de bultos y maletas en su techumbre.
– ¡Todos agiten una prenda para que el ómnibus pare! ¡Todos!
– ¡A ver, empiecen a dar aviso para que el chofer nos vea y se detenga!
– ¡Ya está en la curva! ¡Agiten! ¡Agiten las prendas!
– ¡Ustedes de abajo! ¡Agiten más! ¡Que el chofer nos vea. Y pare!
Ya el ómnibus entró a la última vuelta. Y ahora debe aparecer por la curva blanca de la carretera, donde estamos parados nosotros.
Empezamos a saltar y agitar con nuestras chompas, chales, sombreros.
– ¡Ahí está! ¡Ahí está!
– ¡Fuerte! ¡Que pare! ¡Oiga, pare! ¡Pare!
– ¡Juvito! ¡Juvito! ¡Juvito!
Nada. El ómnibus pasó como un bólido, sacando chispas de las piedras. Y con una llama de fuego relumbrando en su cola. Y desaparece carretera abajo.
Y ahí viene el desamparo y el abatimiento. ¿Y, ahora?
– ¡Corran! Ahí va su hermano. ¡Corran! ¡Pobrecito su hermano!
– ¿Quién va a recibirlo?
15. Cerros
y quebradas
– ¡Yo lo he visto!
– ¡Agitó su mano!
Y todos nos lanzamos en estampida, con el golpeteo de nuestros latidos en el tambor de nuestros pechos.
El ómnibus ya se pierde distancia abajo por la curva de las peñas de Sáuca.
– Yo no pude verlo, mamá.
– Yo tampoco.
Somos una gavilla de niños que corren detrás de su madre. Y con Elvia, que va atrás.
– ¿Tú, lo viste?
– ¡Sí! ¡Saludó con su mano!
– ¡Yo no vi nada! –Se queja Mauro.
– ¡Yo sí lo vi! ¡Era mi hermano! ¡Es mi hermano!
– ¡Corran!
Y corremos por el campo, atravesando cerros y quebradas, y a veces chacras sembradas. Mamá tiene al bebé en la espalda y, además, coge de la mano a la hijita más tierna.
Elvia tiene las cosas que hemos preparado y hemos traído para comer con Juvenal, en la campiña.
16. Viene
del alma
Vemos al ómnibus que ya dobla La piedra bruja, la última curva antes de ingresar a Santiago de Chuco. Y nosotros estamos tan lejos.
De aquí ni volando como águilas llegaremos para recibir a nuestro hermano en la Plaza de Armas. Una angustia muy honda nos oprime.
Jaime zapatea de llanto.
El ómnibus llegará a la agencia y no habrá ninguno de nosotros para recibirlo. Por eso partimos en desbandada.
Rosita llora a gritos corriendo por el bosque.
– ¡Juvito! ¡Juvito!
Yo alzo a Sofía y la echo en mis hombros y alcanzo a Rosita que llora inconsolable, tiene las mejillas encendidas y un gesto de profundo dolor en su rostro, que le viene del alma.
La abrazo y la calmo.
¡Cálmate! ¡Cálmate! Ya vamos a llegar.
Hemos corrido desde Huayatán y ya estamos en La colpa. Ya pasamos el bosque del molino. Ya doblamos corriendo la curva del bosquecillo de capulíes. Hemos cortado camino bajando a Los palitos. Ya ganamos la subida a La piedra Bruja.
La angustia todavía nos golpea, como un cielo anubarrado que quiere desatar sus truenos.
17. Todos
juntos
Ya estamos subiendo, siempre corriendo, por la Parva de la Virgen, felizmente todos reagrupados. Estos son terrenos de la iglesia, donados a la Virgen de la Merced, madre de nuestro Señor Jesucristo.
Cruzamos por un campo de trigo, ya maduro de espigas.
Al alzar la vista vemos a papá con un joven que se echa a correr hacia nosotros. ¡Es nuestro hermano!
¡Qué alto ha crecido! Y nos abrazamos todos, ahogados por la emoción, entre el rumor del viento en los árboles y casi hundidos entre los tallos y las altas espigas de una chacra de trigo, con el sol que ya se inclina para este lado en el cielo sereno.
– Papá, ¿felizmente tú lo esperabas en la agencia?
– Sí, allí también lo esperaba. –Comentamos ya sentados en la mesa–. Pero también estaba junto a ustedes.
Y lloramos todos abrazados. Y enlazados avanzamos hacia nuestra casa. Unidos en un abrazo interminable.
– ¿Cómo estás hijito?
– ¡Bien mamá! –Y no puede hablar más. Solo después recuperándose dice:
– ¡Qué felicidad inmensa volver a estar todos juntos! –Y se enjuga las lágrimas que se precipitan por sus mejillas.
18. Hoy,
de noche
– ¡Nos viste, Juvito!
– Si, ¿nos viste?
– ¡Sí los vi en Huayatán!
Después de estar en la mesa él quiere entregarnos los regalos que nos ha traído. Para cada uno de nosotros ha traído un presente y obsequios que va entregando uno a uno.
Una mantilla preciosa para mamá, una casaca fuerte para papá, un pañolón para la abuela, instrumentos para la orquesta.
– Esta muñeca es para Rosita.
– El pingüino a cuerdas, es para ti Mauro.
– Para Jaime es esta pelota.
– Tú eres Fredy, ¿no? –Pregunta, y todos reímos.
– ¡Sí, hermano!
– Este disco volador, es para ti.
Lo que iba sacando del baúl parecía inagotable. Después nosotros le enseñamos nuestros tesoros. Los trabajos manuales que habíamos hecho durante el año y conservábamos para que él los viera.
Hoy, de noche, es Navidad.
19. Hay
regocijo
En el cielo estallan los cohetes. Por las calles de oyen bandas de músicos.
– ¡Pasen a tomar asiento! –Dice mamá.
– ¡Y vayan por su abuelita!
– Estoy haciendo humitas para la cena.
Irradia de contenta el rostro de mamá.
En el lonche mamá sirve mate de cedrón y toronjil, en tazas de loza, con pan fresco recién horneado.
Temprano puso a hervir el mejor jamón, preparado por ella misma para esta ocasión.
Por fin nuestra casa rebosa de alegría.
Salimos a jugar al campo. ¡Somos otra vez felices!
A la hora de comer tintinean las cucharas en los platos.
Hay regocijo. Reímos sin saber por qué.
O, como nunca, sí sabiendo por qué. Porque están completas todas las sillas de la mesa.
20. No hay nadie
quien nos falte
No hay ningún vacío ni al lado ni al frente ni arriba ni al fondo.
No hay ninguna ausencia. Ni aquella lacerante pregunta:
– ¿Dónde estará? ¿Qué estará haciendo? ¿Habrá comido ya?
Todos no cabemos de gozo. Miramos a nuestro hermano, cómo coge cada cosa, con unción. Y nos mira con ternura
Ha ido con nosotros a dónde hemos querido enseñarle: al nido donde la gallina está ovando. Al techo nuevo que hemos reparado.
Le hemos enseñado los dibujos y pinturas que hemos hecho. La máquina de coser que recién hemos adquirido.
Todo lo mira con atención, lo acoge, lo aprecia. De todo trata de ver sus virtudes.
Sentados a la mesa, Rosita con la luz en sus ojos, mirándonos a todos, envolviéndonos con la mirada ilusionada, dice:
– Ahora somos dichosos, porque estamos todos juntos, en nuestra casa. Estamos completos. ¡Y no hay nadie quien nos falte!
Y sonreímos felices.
 
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