jueves, 20 de septiembre de 2012

LOS NIÑOS QUE JUEGAN CON MUÑECAS NO VAN AL CIELO - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)



LOS NIÑOS QUE JUEGAN CON MUÑECAS NO VAN AL CIELO 

Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

Cada día, al finalizar las clases, Toribio y sus amigos nos parábamos en la esquina de la escuela prevocacional de mujeres, para contemplarlas embelesados, mientras ellas enrumbaban hacia sus casas.

Gracias a su rostro angelical, todas las sonrisas y guiños de las niñas eran para Toribio. Los demás pequeños ni rastrojos recibíamos.

En circunstancias que celebrábamos su cumpleaños número 9 con un encuentro de fulbito en la canchita de su barrio, Toribio tropezó y cayó de rodillas al piso de cascajo. El llanto no se hizo esperar, razón suficiente para acompañarlo a su casa. En su habitación, sobre un ropero de madera color nogal, estaban sentadas 2 muñecas: una rubia y una morena, ambas de rostro juvenil.

- Las muñecas son de mi hermana, estoy ocupando su dormitorio desde que se fue a estudiar a Lima –me dijo sonriente.
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Su papá era maestro rural y retornaba al pueblo cada fin de mes. Durante el día su mamá atendía un puesto que tenían en el mercado, y entrada la noche volvía a su casa.

Al día siguiente, domingo, fui a pedirle prestado su pelota para jugar un partidito con los amigos de mi cuadra.

Aprovechando que vivía al fondo de un callejón sin portón, ingresé al patio y toqué la puerta de su dormitorio. No abrió. Pensando que se había quedado dormido oteé por la cerradura. La ranura solamente me permitió ver a las dos muñecas sentadas en el ropero. De pronto ingresó Toribio al patio saboreando una rosca bañada, y atendiendo mi pedido me prestó su pelota, y salí raudo.

El domingo entrante volví por un nuevo préstamo. Cuando me acercaba al dormitorio escuché un ruido, toqué la puerta una y otra vez sin hallar respuesta, por lo que miré por la ranura de la cerradura y sólo la  muñeca rubia estaba sobre el ropero. No le di importancia al ruido pensando que se trataba de un ratón, y me marché.

El domingo siguiente toqué la puerta, y tampoco abrió, pero en esta oportunidad  estaba sobre el ropero la muñeca morena, ¿Y la rubia?, me pregunté intrigado, fue cuando me acordé de las palabras del sacristán durante las actividades preparatorias para la Primera Comunión: “Los niños que juegan con muñecas no van al cielo”. 

El lunes, temeroso de que Toribio sea un chinaco en potencia, y que al culminar su misión en la Tierra no logre pasar del Purgatorio, tan pronto dejamos de observar el paso de las niñas a la salida de la escuela, lo seguí hasta su casa.

Después que entró al dormitorio caminé de puntillas y miré por la cerradura. Solamente una muñeca estaba en su lugar; y así ocurrió los días siguientes; claro, un día faltaba la rubia y al día siguiente la morena.

Esta situación incrementó mi preocupación y mis sospechas. “Tengo que hablar con su mamá, no puede ser que Toribio juegue con muñecas como las niñas”, pensé. Cuando cavilaba, una luz de esperanza para desentrañar mis dudas hizo que notara una grieta en la  ventana de la habitación. Me acerqué, dándome con la sorpresa de que a través de la grieta el dominio visual del dormitorio era total. Esta escena disipó mis temores:

Toribio hizo sentar a la morena sobre el ropero y tomó a la rubia, la desnudó despacio, muy despacio, luego la puso al filo del tálamo, cerró los ojos y pasó su dedo cordial por el paraíso vertical.

Cusco, 20 de setiembre de 1975

Fuente: 

Libro de bolsillo "Relatos del más acá" de NAB - Ediciones Cachizada.
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