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A las siete de la mañana de un fresco jueves de marzo de 1963, la manada de Tupucancha estaba de pie bajo un cielo azul que anunciaba un día sin aguacero.
Después de tomar desayuno emprendi viaje hacia el poblado de Conococha, acompañando a mi abuelita Catita.
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Durante la travesía llamó mi atención una choza abandonada en un paraje acogedor, por lo que pregunté a mi abuelita a qué se debía este hecho. Ella me narró esta historia:
"Hace muchos años, una bella mujer llamada Julia Dora habitaba la vivienda, que le servía de manada, y también era punto de encuentro de los arrieros que atravesaban la puna con destino a la costa. Uno de ellos fue el joven Ricardo. Él se unió a una de las caravanas, en vista que sus ganancias como zapatero no le alcanzaba para sobrevivir.
Entrada la noche de su primer viaje, Ricardo y sus compañeros se hospedaron en la casa de Julia Dora. A las cinco de la madrugada la despedida entre Ricardo y Julia Dora fue el de un amor a primera vista.
Mientras tanto, para su conviviente los meses marchaban grises por su ausencia. Así pasó medio año, sola y sin pretendientes, pero un día de fiesta de carnavales en una manada cercana, Julia Dora sucumbió ante el galanteo del fornido arriero Eduardo, y acordaron verse a las 9 de la noche.
Minutos antes de la cita, Julia Dora tenía preparado el aposento, quitó el seguro de la puerta y aguardó desnuda.
A las 9 en punto ingresó el amante y tras toparse sus cuerpos ingresaron a un torbellino de movimientos placenteros, quedándose dormidos culminado el clímax.
A la medianoche Eduardo despertó, y en su deseo de continuar amándola la besó, mas sus labios no respondieron al llamado de la carne. Se paró rápido, encendió un palito de fósforos y para su sorpresa vio hilos de sangre discurriendo por las nalgas de Julia Dora. La volteó y quedó horrorizado, al ver que una chaveta de zapatero, rompiendo la tela del colchón y la sábana, había atravesado su espalda".
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LA VENGANZA DEL ZAPATERO
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
A las siete de la mañana de un fresco jueves de marzo de 1963, la manada de Tupucancha estaba de pie bajo un cielo azul que anunciaba un día sin aguacero.
Después de tomar desayuno emprendi viaje hacia el poblado de Conococha, acompañando a mi abuelita Catita.
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Durante la travesía llamó mi atención una choza abandonada en un paraje acogedor, por lo que pregunté a mi abuelita a qué se debía este hecho. Ella me narró esta historia:
"Hace muchos años, una bella mujer llamada Julia Dora habitaba la vivienda, que le servía de manada, y también era punto de encuentro de los arrieros que atravesaban la puna con destino a la costa. Uno de ellos fue el joven Ricardo. Él se unió a una de las caravanas, en vista que sus ganancias como zapatero no le alcanzaba para sobrevivir.
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Entrada la noche de su primer viaje, Ricardo y sus compañeros se hospedaron en la casa de Julia Dora. A las cinco de la madrugada la despedida entre Ricardo y Julia Dora fue el de un amor a primera vista.
Al
retorno de la costa, Ricardo la convenció para convivir, y desde aquel entonces
los días duscurrieron felíces, hasta que una tarde Ricardo
fue picado por un mosquito anopheles en el valle de Colquioc,
contrayendo el paludismo, temida enfermedad que sin el adecuado
tratamiento terminaba con la vida de los arrieros. Ante la fiebre y las
tercianas que se incrementaban, sus amigos lo trasladaron a un hospital
limeño donde empezó una larga convalecencia.
Mientras tanto, para su conviviente los meses marchaban grises por su ausencia. Así pasó medio año, sola y sin pretendientes, pero un día de fiesta de carnavales en una manada cercana, Julia Dora sucumbió ante el galanteo del fornido arriero Eduardo, y acordaron verse a las 9 de la noche.
Minutos antes de la cita, Julia Dora tenía preparado el aposento, quitó el seguro de la puerta y aguardó desnuda.
A las 9 en punto ingresó el amante y tras toparse sus cuerpos ingresaron a un torbellino de movimientos placenteros, quedándose dormidos culminado el clímax.
A la medianoche Eduardo despertó, y en su deseo de continuar amándola la besó, mas sus labios no respondieron al llamado de la carne. Se paró rápido, encendió un palito de fósforos y para su sorpresa vio hilos de sangre discurriendo por las nalgas de Julia Dora. La volteó y quedó horrorizado, al ver que una chaveta de zapatero, rompiendo la tela del colchón y la sábana, había atravesado su espalda".