lunes, 2 de julio de 2012

BAJO LA LLUVIA - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)

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BAJO LA LLUVIA

Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

De niño, como una manera de relajarme de la tensión escolar, visitaba el arroyuelo de Shapash para caminar por la orilla, sintiendo las piedrecillas bajo mis pies desnudos.

Un día de inicios de diciembre de 1962 cuando estaba haciendo un mini safari entre las sacuaras del escarpado retumbó el trueno, levanté la vista, y el cielo que minutos antes estaba azul, se tornó gris y empezó a llover. Me puse los zapatos como pude e inicié el retorno al pueblo.

No sé cuántas veces caí durante el ascenso, lo cierto es que llegué al barrio de Tranca todo empapado y con lodo hasta en los codos. Allí me cobijé bajo un umbral, donde el cansancio hizo que me durmiera. Una buena samaritana que caminaba por ahí se apiadó de mí y me despertó. Serían como las 7 de la noche. Era una linda mujer de unos 37 años, de rostro ovalado, labios carnosos y dientes perfectos. Ella se sentó a mi lado y empezó a tranquilizarme, luego me pidió que la acompañe a su casa para que mi ropa se seque al calor del fogón. Acepté y caminamos por el sendero que va a la plazoleta de Quihuillán. Ya en su cocina puse mi ropa cerca del fuego y abrigué mi desnudez con su pañolón.

Dejando que el calor se encargue de mi ropa ingresamos a su cuarto, se quitó los llanques, la lliclla, el faldellín y se metió a su cama, diciéndome:

- Siéntate en ese qunqu hasta que tu ropa esté seca y te vas a tu casa. No te olvides de cerrar la puerta del zaguán.

Como a los diez minutos me quedé dormido, perdí el equilibrio y rodé al piso. Al oír el ruido se levantó y me recostó en su cama. Gracias a la luz de la Luna, que se filtraba por la pequeña ventana de la habitación, pude ver el torneado perfil de su seductora anatomía. Entonces me hice el dormido y puse mi tez sobre su ombligo, y sentí erizarse sus poros. La acaricié con mi dedo cordial y no me reprochó, por el contrario, comenzó a explorar mi topografía con sus manos; de pronto el sonido de herrajes en el empedrado de la calle, la asustó:

- Es el caballo de mi marido, agarra tus cosas y vete por la chacra del costado.

En un santiamén salté la pirca, luego otra y atravesé Quihuillán corriendo con mi ropa en la mano, mientras la lluvia seguía cayendo...




(De las Memorias de un Tinyaco - 541)