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Hace
unos años visité Chiquián para pasar en familia la fiesta patronal de Santa Rosa de Lima.
La noche de la Salva, parado de poncho y sombrero bajo un alero de Jircán, escuché conversar a dos jóvenes mujeres que se detuvieron en la esquina de la cuadra.
La noche de la Salva, parado de poncho y sombrero bajo un alero de Jircán, escuché conversar a dos jóvenes mujeres que se detuvieron en la esquina de la cuadra.
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Ambas vestían abrigo oscuro y cubrían sus cabellos y rostro con un chal blanco. Solamente los ojos se les veía. Acá el diálogo:
-¿Ves la casa que está iluminada?.
-Sí.
Recuerdo que a las 7 de la noche de un sábado de julio fui a prestarme un disfraz de Caperucita Roja para una velada. Tenía 15 años, han pasado 17 y todo viene a mi mente como si fuera hoy.
-¿Qué pasó?, estás temblando...
-No me hagas caso, fueron cosas de chiquillos.
-Cuéntame, para que te sientas más tranquila.
-Tú sabes, en aquellos tiempos éramos inocentes.
-Sí, claro, ahora somos pecadoras.
-No te burles. Resulta que no encontré a mi amigo Carlos Cañita y mientras lo esperaba para que me preste el disfraz, me puse a jugar "Lobo estás" con los niños de Jircán...
-No te quedes callada, sigues temblando.
-¡Cómo se ha ido el tiempo amiga! y ahora al pasar por esta esquina viene a mi mente lo que ocurrió. Tú sabes, retorno después de muchos años y los recuerdos llegan y me agobian.
-Anda, cuéntamelo todo y te sentirás mejor.
-Recuerdo que estaba buscando un escondite bajo un camión, de repente un niño abrió la puerta de la caseta y me pidió con señas que me esconda allí, acepté y nos quedamos agachados, escuchando los pasos del lobo. Mejor otro día te sigo contando, vamos a llegar tarde a la casa de la Estandarte.
-Sé lo que te digo, cuéntamelo o seguirás sufriendo.
-Bueno, pasaban los segundos y el estar tan pegaditos me puso nerviosa, sobre todo sabiendo que era un niño travieso que se paraba en la esquina de las raspadillas viendo pasar a las colegialas, cuando de un momento a otro sentí su aliento en mi boca y un no sé qué, hizo que lo besara...
La risa de ambas me causó gracia y no tuve más remedio que morderme los labios para no delatarme. Cerré los ojos y vi pasar por mi mente imágenes de mi infancia, mientras escuchaba:
-Entonces empezó a acariciarme y yo a él. No te imaginas lo que sentí, todo me dada vueltas y vueltas. Luego de unos minutos me aparté como un resorte, quise abotonar mi blusa y mi falda, pero los botones se habían caído; felizmente me prestó su casaca, bajé de la caseta del camión y me fui. Desde aquel entonces, cada vez que lo veía me ponía más colorada que un tomate maduro. Pasó el tiempo y no lo volví a ver. Ahora solamente me quedan su pequeña casaca y este recuerdo que me acompaña como una sombra...
-¿Ves la casa que está iluminada?.
-Sí.
Recuerdo que a las 7 de la noche de un sábado de julio fui a prestarme un disfraz de Caperucita Roja para una velada. Tenía 15 años, han pasado 17 y todo viene a mi mente como si fuera hoy.
-¿Qué pasó?, estás temblando...
-No me hagas caso, fueron cosas de chiquillos.
-Cuéntame, para que te sientas más tranquila.
-Tú sabes, en aquellos tiempos éramos inocentes.
-Sí, claro, ahora somos pecadoras.
-No te burles. Resulta que no encontré a mi amigo Carlos Cañita y mientras lo esperaba para que me preste el disfraz, me puse a jugar "Lobo estás" con los niños de Jircán...
-No te quedes callada, sigues temblando.
-¡Cómo se ha ido el tiempo amiga! y ahora al pasar por esta esquina viene a mi mente lo que ocurrió. Tú sabes, retorno después de muchos años y los recuerdos llegan y me agobian.
-Anda, cuéntamelo todo y te sentirás mejor.
-Recuerdo que estaba buscando un escondite bajo un camión, de repente un niño abrió la puerta de la caseta y me pidió con señas que me esconda allí, acepté y nos quedamos agachados, escuchando los pasos del lobo. Mejor otro día te sigo contando, vamos a llegar tarde a la casa de la Estandarte.
-Sé lo que te digo, cuéntamelo o seguirás sufriendo.
-Bueno, pasaban los segundos y el estar tan pegaditos me puso nerviosa, sobre todo sabiendo que era un niño travieso que se paraba en la esquina de las raspadillas viendo pasar a las colegialas, cuando de un momento a otro sentí su aliento en mi boca y un no sé qué, hizo que lo besara...
La risa de ambas me causó gracia y no tuve más remedio que morderme los labios para no delatarme. Cerré los ojos y vi pasar por mi mente imágenes de mi infancia, mientras escuchaba:
-Entonces empezó a acariciarme y yo a él. No te imaginas lo que sentí, todo me dada vueltas y vueltas. Luego de unos minutos me aparté como un resorte, quise abotonar mi blusa y mi falda, pero los botones se habían caído; felizmente me prestó su casaca, bajé de la caseta del camión y me fui. Desde aquel entonces, cada vez que lo veía me ponía más colorada que un tomate maduro. Pasó el tiempo y no lo volví a ver. Ahora solamente me quedan su pequeña casaca y este recuerdo que me acompaña como una sombra...
Huaraz, 28 de agosto de 1983
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