domingo, 20 de mayo de 2012

SENSIBLE FALLECIMIENTO DEL DILECTO CIUDADANO CHIQUIANO ALEJANDRO RIVERA PALACIOS


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Rutherford, 20 de mayo de 2012

HOLA SHAY:

Tengo el penoso deber de comunicar a la familia bolognesina el sensible fallecimiento de nuestro entrañable paisano y amigo ALEJANDRO RIVERA PALACIOS. Las sentidas condolencias de la familia chiquiana Alvarado Balarezo, a su amada esposa María Castillo de Rivera, a sus queridos hijos Nelly, Panchita, Alejandro "Cholo" y Anita, y familiares, con la esperanza de que su fructífera trayectoria de ciudadano ejemplar y su ferviente amor por Chiquián florezca por siempre en el corazón de nuestro pueblo.

Velorio:

CAFAE MAGISTERIAL, sito en la Av. Petit Thouars Nº 493 - Santa Beatriz (Costado de Radio Nacional del Perú)..
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Sepelio:
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El cortejo fúnebre partirá mañana lunes 21 de mayo, del velatorio de CAFAE a las 2 de la tarde hacia el cementerio "Campo Fe" de Huachipa. 
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Con profundo dolor,
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Nalo


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RECUERDOS
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Estudiosos en la materia subrayan que el espíritu de sacrificio y el afán solidario son impulsos naturales del hombre que lo llevan a dar de sí, sin importar que de por medio estén sus bienes materiales, su salud y su vida. Asimismo señalan que el sacrificio y la solidaridad implican en su acepción más amplia, la idea del desprendimiento y la generosidad; es la antítesis del egoísmo, que proclama sólo el vivir por sí y para sí. Pero la vida no es ante todo individual, es también colectiva, donde nadie puede ni debe vivir aislado.
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Cuando el sacrificio y la solidaridad no se traducen en dádiva, se trasluce en nobles acciones, como por ejemplo, preferir lo difícil a lo fácil, afrontar cualquier peligro para auxiliar a alguien o ayudar al desarrollo de la comunidad. También acudir a donde se necesita ayuda. En fin, sacrificar la propia existencia por valores más altos que los que ella encierra. El espíritu de sacrificio y de solidaridad compartida son propios de hombres de buen corazón; demanda valor y entrega por los demás. En esta oportunidad voy a citar algunos nombres de seres humanos que ya emprendieron el Gran Vuelo y de otros ciudadanos que son ejemplos vivos, intentado recrear sus obras en bien de la comunidad bolognesina.
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Llega a mi memoria la imagen del primer “Hombre Araña” que quedó guardada eternamente en mi corazón. Fue una fría mañana de fines de junio del 1961, retornaba de Shincush hasta donde fui gorreando el camión “San Martín”, que iba a Recuay. En circunstancias que sorteaba la bajada, cortando por tramos la vía, pude ver a don Mateo Barba, trepado a un poste en lo alto del cerro, haciendo lo imposible por unir dos cables de acero de filudas puntas que lo hacían sangrar. No llevaba casco, guantes, tampoco una soga que lo proteja de las hualancas y las puntiagudas piedras, que desde abajo lo miraban como vampiros. Nuestro paisano trabajó casi toda su vida en la Oficina de Correos y Telégrafos. Él, cada vez que se producía un corte en el sistema telegráfico tenía que caminar metro a metro los escarpados hasta encontrar la avería y repararlo de inmediato, aun a costa de su integridad y vida, pues seguramente en muchas ocasiones tuvo que hacer su trabajo en terreno hostil. Recuerdo que al acercarme me brindó unos segundos de su tiempo para responder mi saludo; ya cuando estuvo de pie, vi su mirada de satisfacción y sentí su corazón latiendo con fuerza por la emoción de haber cumplido su tarea en bien de la comunicación. Esta vocación de sacrificio es similar al ejemplo de hombres valiosos como Panchito Alva, Alberto Núñez y don “Muchqui” Valerio Aldave, quienes tenían que surcar leguas de leguas cuando eran llamados desde el interior de la provincia para sanar heridas o socorrer a los desvalidos, sin temor a ser contagiados por alguna enfermedad. Seguramente caminaron de noche los abruptos senderos, pues la salud no espera la llegada del alba. De igual modo lo hicieron los amautas Antonio Zúñiga, Juan Fuentes, Teófilo Núñez, Hernán Reyes y los demás maestros rurales llevando conocimiento a los pueblos olvidados. También el Supervisor Provincial Marcos Lemus, visitando una a una las escuelas para cumplir su labor de control, viajando a caballo o a pie y poder entregar los míseros sueldos a los heroicos maestros rurales, las noticias de sus familiares y el azúcar que endulce su agüita de muña.
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Cómo no recordar a los comuneros en las excelsas figuras de sus presidentes: Arcadio y Juan Ibarra, Pedro Moreno y Abilio Huerta, quienes además de defender nuestras tierras con el grito: 'Romatambo de Chiquián', construyeron canales y caminos en nuestra difícil topografía, estanques y reservorios de agua para el riego, paredes de tapiales interminables y calles por doquier; es decir apuntalaron con sus brazos y sus cerebros el progreso de Chiquián, obras de las que gozamos de niños, adolescentes y en la actualidad. No es menos importante la labor de nuestros panaderos por darnos el pan caliente mañanero y vespertino, quemándose el lomo, las manos y las pestañas durante las largas horas que dura la tarea de amasijo. 
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Cómo no evocar a nuestros mineros de socavón como don Manuel Vicuña y su hijo Apacho, y a don Manuel Roque. Asimismo a los policías e instructores de Pre-Militar que cuidaban nuestro desarrollo: Pedro Cuevas, “Angelito”, Fausto Chirinos, Cesareo Zarazú, Víctor Morán, Lucho Chiri, Antonio Franco, Cástulo Sánchez, Alejandro Dextre, Pancho Sánchez, Víctor Alvarado, entre otros seres de uniforme verde olivo y azul municipal como don Alejandro Alvarado. De igual manera los coheteros Alberto “Limonta” Núñez de Quihuillán, Baldomero Ramírez y Jacobo Palacios, quienes con su esperado ¡PUN! nos llenaban de dicha en las fiestas costumbristas, poniendo en peligro sus dedos y nariz en cada disparo de avellana o tendida de bombardas en la Plaza de Armas y en el estadio de Jircán.
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En mis retinas tengo grabados: los helados, las raspadillas y las chalacas, pero de solo imaginarme que para elaborarlas tan sabrosas: Camilo Bravo, Danielito Garro, Gelacio Valderrama y su papá, José Montoro y Gregorio Carrera, tenían que bajar enormes adoquines de hielo desde Tucu y traerlos paso a paso a lomo de burro, siento escalofríos en el cuerpo y en el alma. También integran esta pléyade de valientes del trabajo productivo nuestros paisanos Bonifacio Peña y Juan Ramírez, los hombres de la “luz al final del túnel”, siempre prestos a iluminar nuestras noches, a costa de quedarse electrocutado el primero, y morir intoxicado por monóxido de carbono el segundo. Del mismo modo los picapedreros Factor, Alejandro y Aurelio Yábar, Apolinario Montoro, Felipe Alvarado y Melchor Romero, quienes a mano, cincelada a cincelada, milímetro a milímetro construyeron molinos de uso rural, batanes, morteros, umbrales y soportes de huaros.
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Con estos bellos ejemplos, renace ese espíritu de sacrificio por amor al prójimo como estado sublime del alma, alcanzado con sufrimientos e incomodidades, al extremo de convertirse en un hábito, pues los que se acostumbran a experimentar privaciones y molestias, sensibilizan su cuerpo, de tal forma que los más crudos dolores y los más pesados trabajos no dejan huella apreciable en ellos. Cómo no recordar también a nuestros tejedores de antaño: Benito y Pedro Moreno, Marcos y Cesareo Minaya, Florián Rodríguez y Fausto Castillo, quienes confeccionaban de sol a sol: ponchos, frazadas, faldellines, jergas, aperos, pantalones de bayeta, jacus y llicllas. A nuestras tejedoras, bordadoras y costureras: Asunción Aldave, Pili Díaz, Teodora Alva. Goya Anzualdo, Consuelo y Norma Espinoza, Etelvina Tello, Mary Luján, Carmen Montes, Orfila Ocrospoma, Bercilia y Elvira Prudencio, María Rosemberg y Martina Yabar. A nuestra fabricante de coronas Dolorita Aguirre, quien con doña Aquelina de Silva, Dieguita, Orfelinda Portilla, Juanita 'Causa', María Gamarra, Carlos espinoza y la esposa del chofer Leonardo Aldave de Carcas, alegraban nuestros días con sus sabrosos potajes y bebidas al paso.
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A los trabajadores de la Oficina de Correos y Telégrafos: Pepe Zárate Durand (Jefe), Ana Márquez Ibarra, a nuestra recordada Loyolita, Luz Romero Milla, Pedro Díaz Anzualdo, Mateo Barba Zubieta, Juan Garro Aldave, Antonio Ortiz y Agripino Carrera.
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A los herreros Ambrosio Chávez, Abilio Huerta y David Aldave que forjaban rejas, barretas, racuanas, visagras, aldabas, herrajes, canchanas. A nuestros fabricantes de tejas y adobes Toribio Allauca e Iuchi Ramírez. A los talabarteros Felipe Vicuña, Benancio Valderrama, Felipe Velásquez, a los trenzadores Cosme Padilla y Agripino Cerrate, al pintor con pellejo de cordero Crisólogo 'Bolívar' Vásquez. También a nuestros sastres Miguel e Icha Durand, Natividad Valderrama, José Gamarra Ñato, Jorge Bolarte, Alicho Romero, Juan 'Palermo' Gonzáles, Elias Damián. A los carpinteros Toribio y Teodoro Moreno, Nicolás Ramírez, Gaudencio Moreno, Casimiro Alvarado, Lorenzo Yábar, Valerio Jaimes, Juan Díaz, Julio Carhuachín, Elacho Ñato, Maurelio Reyes. A los fotógrafos Perfecto Bolarte, Garrito, Cesareo Zarazú, Pepe Zárate, Pedro Zubieta, Víctor Morán, Pedro Cuevas, Guillermo Arbaiza. A don Abraham Bolarte que mantenía a puntos los relojes a cuerda; a los zapateros Rucu Feliciano, Juan Ñato, Alejandro Anzualdo, Samuel Calderón, Mariano Blas, Pedro Alvarez, Lorenzo Padilla, Gregorio Espejo, Estañiz Gamarra.
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A los panaderos Manuel Castillo, Maurelio Reyes, Simón Rayo, Ignacio Calderón Ramírez, Pepel, Policarpo Aldave, Pascual Palacios, Victoria Montoro, Ela García, Lucinda y Faustina Alvarado, Mercedes Moncada, Pili y Pedro Díaz, Guillermo Garro, Pedro Moreno, Benigno Palacios, Alejandro Lemus, Chanti Alvarado, Alejandro Lázaro, Honorio Jara, Alejandro Rivera Palacios, Joaquín Chamorro, el chino Félix Jiménez. A los choferes ruteros que traían y llevaban calor familiar uniendo sin pestañear de Lima a Chiquián a los paisanos, entre ellos Benjamín y Segundo Robles, Luis y Carlos Nuñez, Anaya, Amancio, Teobaldo Padilla, Matuco Galvez , José Maturana, Juan Montes, Leonardo Aldave, Zenobio Alarcón, Armando y Chanti Alvarado, Elías Landauro, José Yábar, San Martín, Keclin Carbajal, Cachay, Ocrospoma, Armando Delgado, La Liebre, Tolomeo Padilla, los hermanos Abundio y Manzueto Santos Flores, Peli Balarezo, Luco y Claudio Ñato, Miguel Moncada.
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A los techadores Eliseo Calderón, Reymundo Flores, Florentino Alvarado, Teodoro Vásquez (experto en tapiales). A los hojalateros Lolito Rivera, Abraham Bolarte, Manuel Rueda y Bernardo Escobedo. A los productores lácteos Alberto Espejo, Isidro Espejo, Filomeno Meza, Andrés Vásquez, Miguel Romero, Amancio Valdez. A los fabricantes de velas Felipe Ramírez, Accepio Palacios, Lolito Rivera, Daniel Yabar, Mauricio Zubieta. A los albañiles Elías Alvarado, Andrés Lázaro y Perico Izquierdo. A los sombrereros Teófilo Rivera y Rómulo Toro. A don Antonio Padua y su roncadora. A los diestros en bordaduría Eulogio Rivera y don Braulio. A los peluqueros Fidel Balarezo, Pedro Loarte, Chimuco Garro, Elías Rivera, Leonardo Allauca.
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De nuestros maestros primarios, secundarios y de la Escuela Normal, hay tanto que decir, pues gracias a sus enseñanzas somos seres humanos con mayor conocimiento. Saludo a todos ellos en la persona de los maestros chiquianos que nos acompañan en la ruta Arcadio Zubieta, Pablo Vásquez, Eduardo Aldave, Anatolio Calderon, Belisario Pardo; del mismo modo a los trabajadores estatales, comerciantes, base del turismo receptivo, a los músicos y cantantes representados por el maestro Alejandro Aldave; a los comunicadores sociales y administradores de las páginas chiquianas de la Internet; a los escritores en la persona de Filomeno Zubieta, a los gobiernos locales, autoridades de Gobierno y comunidades campesinas, a las asociaciones y comités de gestión.
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Nalo Alvarado Balarezo



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LA NIÑA DEL ABRIGO ROJO
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Por Juan José Alva Valverde (Pepe)
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En la Plaza de Armas de Chiquián, una tibia tarde de 1958, cuando la luz del día iba cediendo paso a la noche, una niña de 4 años, con abrigo rojo y carita asustada lloraba y suspiraba buscando a su padre.

Una dama que pasaba por allí, se le acercó.

- ¿Por qué lloras niñita?, ¿quién es tu papá?...

- Mi papá se llama Fico, quiero ir a mi casa. Mi papá me dijo que en mi manito está escrito mi nombre y la dirección donde vivo -le mostró la palma. Al no ver nada escrito, la dama pensó: "seguramente se ha borrado", y trató de consolarla:

- Sí, acá está, te llamas Bonita, y tu papá vendrá a la misa. Antes que entremos a la iglesia vayamos por unos biscochos a la panadería de don Alejandro Rivera Palacios, ¿quieres?.

- Sí -respondió la niña, secándose las lagrimas.

Ya en la panadería:

- ¿Qué hace con esa niña, doña Rosita?, preguntó el dueño de la panadería.

- ¡Ay don Alicho, la he hallado frente de la iglesia, estaba llorando, ¿no sabe quiénes son sus padres?.

- Déjeme recordar, ¡si, ¡si, ya recuerdo, es la hijita de mi primo Federico.

En ese momento se oyó la voz de un hombre que desesperado llamaba:

- ¡Mechiiii! ¡Mechiiii! ¡Mechiiii! -la niña dejó caer el biscocho que golosamente comía y corrió con los brazos abiertos.

- ¡Papá! ¡papá! ¡papá!

- ¡Mechiiii! ¡Mechiiii!

Se abrazaron. Ambos lloraban. La niña de alegría por tener a su padre cerca, y el padre, por encontrar a su querida hijita, una y otra vez, secándole las lágrimas con la punta de su poncho. La niña, con la emoción de su inocencia infantil, le contó a su padre:

- Papá Fico, la señora Biscocho dice que me llamo Bonita, dice que len la palma de mi mano está escrito.

-¿Señora Biscocho?, ¿y quién es la señora Biscocho, hijita?

Desde la puerta de la tienda, don Alejandro Rivera y la Sra. Rosita, lo contemplaban todo. Al verse descubiertos por la mirada de don Federico, don Alejandro retorno al mostrador y la dama, guardando el pañuelo con el que acababa de secar sus lágrimas, se alejó del lugar.

-¿Como has llegado hasta acá Mechita?

- Papito, al ver que no llegabas mi abuelita me dijo, anda mirando en la puerta a tu papá,… y tú no venías, cuando miré hacia acá, vi tu poncho y vine corriendo pero no te encontré, me dio miedo, en eso la señora Biscocho....

***

Federico fue fruto del amor juvenil de sus padres. Desde muy niño sobresalió por su picardía y locuacidad; tenía el cabello ondulado, casi ensortijado. Cuando las travesuras rebasaban la paciencia de su mamá, ella le decía:

- ¡Eres igual que tu padre!, jodido huallanquino, amansador de caballos! -Federico, con la intención de conocer un poco más de su progenitor le preguntaba:

- ¿Mamacita por qué no me llevas donde mi papá?, quizá yo también pueda amansar caballos y con eso te compraría un pañolón, porque ese que usas está viejo?, además mi tío Francisco me ha dicho que Huallanca está cerquita, y se va por Aquia.

- Cerquita está el agua que vas a traer para churcucur (poner a sancochar) las papitas que me dio tu tía Ana, por el lavado de su frazada, ¡agarra el balde y no te demores!

- ¡Churcucur, churcucur! -arrastrando los pies y refunfuñando en voz baja salió Federico a traer agua del puquial.

Su espíritu aventurero hizo que Federico emigrara muy joven a Lima, donde trabajó en mil oficios y conoció a una joven muy bonita de tez blanca, ojos pardos y cejas pobladas. Cuando Imelda se enojaba, sus cejas se crispaban y sus mejillas se encendían; ambos trabajaban en Barranco. Con el tiempo procrearon a su única hija y le pusieron como nombre Mercedes. Alquilaron un cuartito y se turnaban en la crianza de la niña. Federico trabajaba de noche en una panadería.

A los dos años de convivencia, Federico comenzó a tomar licor los sábados y domingos. Imelda le suplicaba que no lo hiciera, pues sería el culpable de sus desgracias, pese a los ruegos, Federico no dejaba de tomar.

Cuando Mercedes cumplió 3 años y medio, Federico al despertarse por el llanto de la niña, notó que no estaba la maleta. Desesperado salió a la puerta y divisó por todos lados. Al no ver a nadie cogió a la niña y se dirigió a la casa de los patrones de Imelda, quienes se sorprendieron, pues Imelda les había dicho que los tres viajaban a provincia, Federico, pensando "seguro se ha ido a la casa de algún familiar para asustarme, ya volverá en la noche", esperó toda la noche, otra y otra. Imelda no volvió y nadie supo de ella.

***

Muy apenado por lo sucedido, Federico viajó a Chiquián con su hijita. Llegó al pueblo y se dirigió a su casa hallando a su madre sentada en el patio, escogiendo granos de trigo.

- ¡Hijo mío!, has traído a mi nietecita ¿cómo se llama? -preguntó la madre entre lágrimas.

- Se llama Mercedes, como tú mamita.

Federico como panadero que era, consiguió trabajo en el horno de un amigo, mas la pena por la ausencia de su querida Imelda lo arrastraba al licor. Cada vez que llegaba ebrio a su casa, abrazaba a su hijita, y lloraban ambos hasta quedarse dormidos. Al ver este cuadro se le partía el alma a doña Mercedes.

No se sabe si fue de pena o por alguna bacteria, que la niña enfermó. La fiebre era alta en las noches. Mechita llamaba a su madre y estiraba sus bracitos, tal vez porque la veía en su delirio. "Es por la fiebre decía la mamá de Federico". El cabello de la niña, también se llenó de liendres.

- Hijo, cuando aparecen piojos en la cabeza así no mas, es de mal agüero, no vaya ser que tu hijita muera.

Federico, lloraba, oraba, maldecía y odiaba. Mas como no hay mal que dure cien años, Mechita creció hermosa como una flor silvestre. Tenía la cabellera larga y la sonrisa de miel. Su mirada tenía un no se qué, que envolvía y turbaba. Cuando reía lo hacia casi a carcajadas, alegrando la vida e iluminando el alma. A los 14 años fue "Reina de la Primavera" por el Primer Año de Secundaria del colegio Santa Rosa de Chiquián.

Conocí a Mercedes en aquella fiesta primaveral. Ella lucía más bella que la reina del colegio. Recuerdo que a la distancia le dije ¡hola!, me contestó levantando la mano y le envié un beso volado. Unos días después nos topamos en el mercado de abastos, me reconoció y charlamos un rato.

Tres meses después, días antes de Navidad, llegó a Chiquián una hermosa señora, de tez blanca, ojos pardos y cejas pobladas, que cuando se enojaba sus cejas se crispaban, y sus mejillas se encendían. Indagando llegó a la casa de Federico, llamó a la puerta y salió Mechita, se miraron por buen rato, el corazón de ambas se reconocieron, se escuchó: "¡hija, hija mía!" "¡mamá, mamacita!", fueron testigos los pichuichancas que a esa hora rezaban a Dios todopoderoso, por lo bello que es la vida, la naturaleza y sobre todo el AMOR; el amor de madre a hija, ese amor que llevó a Imelda a buscarla.

Federico, comprendiendo que fue el culpable del abandono de su conviviente, pidió disculpas y dejó en manos de Imelda a su hijita. Así, con la bendición de su padre y de su abuelita, después de pasar juntos la Navidad, el 27 de diciembre de 1968, Mechita, aquella niña del abrigo rojo y su mamá, se despidieron de Chiquián, con las bendiciones de Federico y doña Mercedes...

Lima, 5 de Septiembre del 2,008

Plaza de Armnas de Chiquián