SEMANA SANTA EN PISCOBAMBA
Juan Rodríguez Jara
Después del Domingo de Ramos, en que las palmas vitorean a Jesús a su paso por las calles del pueblo cabalgado en un pollino, flanqueado por los mayordomos que siguen avivando la tradición católica en la Sierra Oriental de Ancash, en especial la Provincia de Mariscal Luzuriaga, con su capital la muy generosa ciudad de Piscobamba, se inicia la Semana Santa.
Los católicos hereditarios de la religión traída en la conquista española, sobreponiendo a la creencia quechua, construyeron en varios lugares edificaciones dedicadas al culto, como son los grandes conventos e iglesias matrices, capillas y oratorios. Muchos de ellos instalados sobre palacios de los emperadores del Tahuantinsuyo, allí levantaron hermosos y costosos retablos y altares maravillosos para impresionar a Dios y a los feligreses, demostrando el poder de la Religión Católica y del conquistador.
Por esas cosas maravillosas de la vida, mi tierra Piscobamba fue premiada con una iglesia matriz, imponente y única. Tal vez estuvo al nivel de la catedral del Cusco, y en Ancash, como la de Tauca. También construyeron un convento y varias iglesias. Por la indiferencia de los Ministros de Dios, de las autoridades y del pueblo en general, esta iglesia, con su convento, se cayó por una simple gotera, más pudo la lluvia que destruyó la obra de los conquistadores y de mis antepasados aborígenes, quienes con sus manos encallecidas forjaron sus muros. Poco a poco su imagen se irá desvaneciendo de la mente de los creyentes, y sólo Nuestro Señor Crucificado iluminará desde las alturas nuestras conciencias en las noches oscuras.
La campana de la antigua iglesia matriz no llama más a misa. Sus tañidos profundos ya están en el lejano recuerdo. Las actuales campanas se parecen a la de mi vieja escuelita. Así lo quiso Dios y ahora tenemos un nuevo altar de oracioó.
JUEVES SANTO
Ayer, Jueves Santo, visité siete iglesias
de la gran Lima católica.
Mucha gente orando de rodillas,
otros fotografiando la grandeza
de los bellos retablos, que hicieron
las manos divinas en los altares.
Cada iglesia me fascinaba,
me embrujaba con sus tallados;
sus santos numerosos
junto a ardientes velas
trayeron a mi memoria
recuerdos de mi infancia
cuando teníamos una iglesia.
En Piscobamba, iglesia virreinal,
con dos torres de campanario,
con sus tallados incomparables,
ahora desparecidos por descuido,
quizá porque dejaron de ser católicos
permitieron que se destruya el templo.
Del convento solo queda el nombre;
se marcharon hasta los vecinos,
y sus piedras de granito, labradas,
se están llevando a escondidas.
¡Cuándo nos olvidamos de nuestro gran pasado!
La creencia de nuestros pueblos andinos se está desvaneciendo, los valores para la vida dejaron de ser moldeados en el hogar; los jóvenes toman estos días santos como una semana de vacaciones, para ir de campamento, de caminata y de otras cosas más que distraen la fe católica.
Recordamos a nuestros padres quienes en Semana Santa guardaban su religiosidad con respeto, cariño y confraternidad, disfrutando de generosos dulces servidos en todas las mesas sin distingos de ninguna clase. Ellos concurrían con devoción a los actos religiosos. Meditaban en silencio con recogimiento para sentir la bendición del Señor.
A estas horas se queman los cirios,
en las iglesías y andas del dolor
derramando lágrimas en su cuerpo.
Los afligidos también lloran
y los viajeros cargan su cruz.
El pastor lejano mira al vacío
y sueña en un Jesús,
que algún día llegara
a su rebaño abrazar.
Lima, 6 de abril de 2012