Calle
de La Soledad, camino a la "Casa Santa"
LA CUARESMA EN EL ANTIGUO HUARAZ
Por José Antonio Salazar Majía
La antigua Semana Santa huaracina estaba precedida
por el período litúrgico de la Cuaresma, los 40 días de preparación que corrían
entre el Miércoles de Ceniza y la Víspera del Domingo de Ramos. La Cuaresma se
vivía en el antiguo Huaraz con verdadera unción, los fieles abarrotaban los
templos ávidos de escuchar los clásicos sermones de los cinco domingos
cuaresmales: el primero sobre “la tentación”, el segundo sobre “la
transfiguración”, el tercero sobre “el buen samaritano”, el cuarto “los cinco
panes y los tres peces”, mientras que el último domingo el sermón era sobre “la
resurrección de Lázaro”.
La Cuaresma era un período de verdadera penitencia.
Se observaba rigurosamente el ayuno y la abstinencia. De modo que en los dos
mercados que existían en la ciudad se vendía pescado salado pues nadie osaba
contravenir la norma de la abstinencia (no comer carnes rojas). En Cuaresma se
realizaban los retiros en la “Casa Santa” creada por Monseñor Fidel Olivas
Escudero con esa finalidad. La primera semana el retiro era para los varones, la
segunda para las mujeres y las dos últimas para la gente del campo. Los
franciscanos realizaban las célebres “misiones” allí donde no había
párrocos.
La Casa Santa (Foto: tamaño original)
Antes de la existencia de la “Casa Santa” la
costumbre era ir a la Iglesia Matriz (posteriormente llamada Catedral) donde las
confesiones eran públicas en cuaresma. El sacerdote hacía una terrible
descripción del infierno y luego preguntaba quién cometió tal o cual pecado. La
gente se levantaba y públicamente reconocía su falta. Se les alcanzaba un
silicio y con él se flagelaban en expiación por sus
culpas.
Construcción de la segunda torre del templo de La
Soledad
En la Cuaresma, los esposos no cohabitaban. Quienes
vivían holgadamente dormían en cuartos separados. Pero quienes no tenían esa
facilidad, colocaban “la tabla de planchar” en medio de la cama matrimonial para
evitar la tentación de la carne.
Don Santiago Maguiña Chauca, en su excepcional
trabajo sobre la historia de la Semana Santa huaracina, señala que “durante este
tiempo, todo es arrepentimiento, rezos matutinos, confesiones, retiros, ayunos y comuniones”. El
mismo autor recuerda que en la zona rural, los llamados “envarados”, los martes
y viernes reunían a los campesinos en una auténtica cruzada religiosa preparando
la Visita Pastoral, donde cada párroco recorría el campo recibiendo limosnas,
primicias, diezmos y “cuaresmas”; confesaba imponiendo duros castigos
corporales, para finalizar celebrando las Misas de comunión, matrimonio y de
buena cosecha.
Tanto en la zona rural como en el medio urbano, por
esos días, los devotos o “alféreces” realizaban el consabido reparto de dulces
para comprometer entre amigos y familiares la participación de “angelitos” y
sahumadoras. Así se veía circular jaleas de membrillo, arroz con leche y
mazamorra morada, acompañados de bizcochuelos y molletitos; en el campo, a este
obsequio se le conocía como el “dulsitsquí”.
En el campo se
vivía la Cuaresma con unción
Otra costumbre de la Cuaresma era la colecta
dominical para la compra de los ramos en la ciudad y el recorrido de las
sandalias de “Taita Ramos” por los caseríos, con el mismo fin. Una comisión de
autoridades campesinas viajaba a “la selva” a traer las “palmas” que luego
tejían artísticamente y vendían en las puertas de los templos el Domingo de
Ramos.
Los Viernes de Cuaresma se realizaba el “Vía
Crucis” en las parroquias; y el último viernes, llamado “Viernes Dolores”,
dedicado a la Virgen Dolorosa, se cubrían de paños morados los altares. En el
campo se vivía con especial unción el “Inti viernes” y el “Viernes
Dolores”.
La Cuaresma era un tiempo de total arrepentimiento,
de preparación para la solemne Semana Santa huaracina.