GUIDO VIDAL RODRÍGUEZ, el retorno del arriero
N. de R.- Ayer 10 de febrero falleció en Lima el maestro y escritor GUIDO VIDAL RODRÍGUEZ, natural de Piscobamba. Aquí recordamos una entrevista realizada por Ricardo Ayllón, a manera de homenaje, recuerdo a su memoria y, en especial, mayor acercamiento y conocimiento de su fructífera vida y obra ejemplar de tan ilustre hijo ancashino.
A principios de la década del setenta circuló mucho en los colegios peruanos el libro de cuentos El arriero, volumen con el que su autor, Guido Vidal Rodríguez, obtuviera en 1968 el Primer Puesto en el Concurso Bolivariano de Cuentos “Rafael Arango Villegas”. Han transcurrido más de 30 años de ese hecho y ahora, con 77 años de edad, Vidal Rodríguez no ha cejado en su oficio literario. Tras haber visto galardonada su novela Fin de semana en el paraíso con el Premio Nacional “Horacio” y preparando actualmente la tercera edición de El arriero, nos narra en esta breve charla episodios ineludibles de la literatura peruana y algunos aspectos de su obra.
Entiendo que usted nació el año de 1924 en Piscobamba, Ancash, hecho que lo convierte en un escritor privilegiado al haber sido testigo del despertar y el despegue de la literatura ancashina durante el siglo XX. ¿Nuestra percepción es acertada?, ¿qué recuerdos guarda de los años en que comienza a sentir el llamado de la narrativa?
Bueno, no es muy acertada puesto que he pasado casi toda mi vida en Lima, aunque, por supuesto, manteniéndome al tanto de lo que ocurría en la literatura ancashina. Yo comienzo a interesarme por la literatura durante la década del cuarenta del siglo pasado, los años en que seguí mis cursos de Letras en San Marcos. De aquella época recuerdo mucho a Juan Gonzalo Rose y Francisco Bendezú, mis compañeros de estudios. Pero de quien mantengo una imagen especial es del periodista Lucho Loli, con quien me agradaba sostener extensas charlas sobre filosofía y política. Asimismo de José Carlos Mariátegui Chiappe, el hijo del Amauta, a quien me uní para conformar una fracción comunista integrada también por Doria, Odón Espinoza y muchos otros estudiantes.
¿Y cómo era el ambiente literario durante la década del cuarenta en San Marcos?, ¿qué escritores contemporáneos eran los que más llamaban la atención de los estudiantes?
Bueno, estaba en todo su apogeo Pablo Neruda, con sus esporádicas visitas a Lima; Nicolás Guillén, que llegó a la universidad como uno de los dirigentes del Partido Comunista Cubano. En cuanto a las lecturas, predominaban los escritores rusos prerrevolucionarios y revolucionarios; franceses como André Gide, Barbusse y otros que ya eran personajes aureolados, con un prestigio enorme.
Y según mis cálculos, dentro de la literatura peruana comenzaba ya a sentirse el despegue del indigenismo, ¿no es así? ¿Desempeñaban ya un papel importante Arguedas y Alegría?
En ese entonces Ciro Alegría era más conocido que Arguedas por el éxito de El mundo es ancho y ajeno. Pero Arguedas tampoco era un desconocido puesto que ya habían sido publicados Agua y sus primeros libros, obras que sin embargo se leían principalmente en los círculos comunistas, recuérdese que Alegría tenía por aquella época una fuerte filiación aprista, y el APRA manejaba más adeptos, lo que en el campo literario puede traducirse como más lectores. Pese a ello, ambos eran todavía elementos marginados dentro del ámbito intelectual. Hasta antes de la Segunda Guerra Mundial todo movimiento de izquierda era todavía clandestino, por lo tanto sus escritores estaban condenados a correr la misma suerte. La única excepción era por supuesto Neruda, quien siendo comunista militante era reconocido y bienvenido en todos los países. Sin embargo, te puedo decir que, entre los escritores peruanos, quien era uno de los más leídos por aquellos años era López Albújar, por la aparición consecutiva de sus libros de cuentos; mientras que en poesía muchos sanmarquinos nos interesábamos por lo que hacía Luis Fabio Xammar. En lo personal, mis preferencias se inclinaban hacia los escritores europeos, como Knut Hamsun, Barbusse, Gorki, Dostoievski, Tomas Mann, Sweig, y otros más. Entonces con los libros de todos estos autores tenía mucho material por leer y me quedaba poco tiempo para los peruanos.
Ha tocado lo personal y creo que debemos hablar sobre su trabajo. Usted obtiene el primer puesto en un concurso de cuentos convocado en Colombia, en 1968. ¿Se podría afirmar que en aquel año siente recién seguridad para escribir?
Mira, yo dudo mucho de reconocerme como escritor, me considero más un buen aficionado a la literatura. El cuento que ahora mencionas y con el que gano el Concurso de Cuento “Rafael Arango Villegas”, fue “El arriero”, ese texto ya lo había venido trabajando desde la década del cincuenta, al igual que “Nicanor Julca” y las otras historias que integran el libro donde aparece “El arriero”. Con todos estos cuentos es que comienzo a trabajar un poco de forma sistemática. Y el caso de “El arriero” sucedió dentro de circunstancias muy particulares, lo termino de revisar pensando expresamente en el concurso durante mi internamiento en el Hospital del Empleado tras un accidente.
Sobre el tema de “El arriero”, es reconocible el escenario andino que definitivamente debe provenir de sus orígenes, ¿pero existen elementos de otro tipo que van a definir su elaboración?
Aunque no lo parezca, “El arriero” lo escribí en principio por una razón ajena a la literatura. Siempre me causaron una gran emoción los paisajes de la Cordillera Blanca y conservaba mucho mis recuerdos de niñez transcurridos en aquella zona, por eso lo que me propuse en principio fue únicamente describir la belleza de la zona. “El arriero” no viene a ser más que el condimento de ese trabajo inicial. Aun así la descripción del paisaje fue un elemento fundamental puesto que Ebel Botero, quien se encargó de comentar el cuento, destacó la acertada inclusión de la descripción paisajística. Y ello mejoró con mis experiencias personales, puesto que pude ser testigo directo de la forma dura en que se trasladaban los hombres por los caminos agrestes de la cordillera. Aun así, una de las intenciones que puede rescatarse de los cuentos que integran este libro, fue enfocar la problemática del campesino indio desde un punto de vista social a partir de tres vertientes principales: el indio en sus actividades cotidianas, el indio que después de la cosecha no tiene nada que hacer y entonces emigra hacia la selva buscando un sustento temporal y de paso proveerse de coca, y el indio que emigra a la costa para conocer otro tipo de vida y también proveerse de víveres propios de esa región.
Pese a todo ello parece que usted no aprovecha la oportunidad, la importancia de haber ganado nada menos que un concurso latinoamericano de literatura.
En su momento el premio obtenido fue muy bien difundido en los principales diarios de Lima, sin embargo lo que me faltó fue una captación del hecho en su real dimensión. Y ello ocurre porque me encontraba demasiado absorbido por mi labor de educador, en aquellos años estaba empeñado en sacar adelante un instituto que acababa de fundar. Esta actividad no me ayudó a ver las posibilidades reales que ofrecía la literatura, y te lo digo porque un tiempo después, cuando edito 5000 ejemplares de El arriero en una segunda edición, logré venderlos rápidamente en centros educativos de Lima y del interior del país.
Sin embargo, sus próximos libros aparecen recién en la década del 90. ¿Qué ocurrió durante todo ese período de silencio, había comenzado a escribir con menos temperamento?
Definitivamente jamás pensé en hacerme un escritor famoso ni cosa por el estilo. Luego comencé a escribir de forma sosegada por el simple afán de querer hacerlo. Tuve un amigo a quien le debo mucho el hecho de continuar escribiendo, el antropólogo cusqueño Gustavo Alencastre Montúfar, quien me animaba mucho y me decía algo que seguramente va a sonar un poco soberbio, pero sé que lo decía por el mero afán de alentarme, él me decía: “Escribe, Guido, porque más me gusta lo que escribes tú que lo escribe Vargas Llosa” (risas). Y lo que escribí posteriormente sin embargo ya no fueron propiamente cuentos, sino textos un poco amplios y que yo puedo considerarlos como relatos largos o, inclusive, novelas cortas. Mira, luego de mi primer libro y de El juramento, que incluye todavía relatos relativamente cortos, me definí por trabajos de largo aliento…
…como Fin de semana en el paraíso, novela con la que consiguió obtener en 1996 el primer puesto en el Premio Nacional “Horacio”.
Sí, creo que sí. Esta es una novela que a pesar de haber sido subtitulada como de ciencia ficción, constituye un libro que lo que en el fondo propone es alentar la actividad creadora con un sentido optimista de la vida, todo ello en el afán de ir acorde con los tiempos modernos en que se estimula mucho y se da primera importancia a la creatividad. Lo cual te dirá que no estoy tan desviado de los temas que más interesan al hombre de los actuales tiempos.
Sixtilio Rojas Gamboa, Víctor Hugo Alvítez, Manuel Arteaga Rosales, Guido Vidal Rodríguez,
Milton Pastor y Áureo Sotelo Huerta; en frontis del Templo Palacio Sechín -
Encuentro de Escritores Ancashinos en Casma, 2001. Foto@rte Pisadiablo.
Milton Pastor y Áureo Sotelo Huerta; en frontis del Templo Palacio Sechín -
Encuentro de Escritores Ancashinos en Casma, 2001. Foto@rte Pisadiablo.
Fuente:
Escritor Víctor Hugo Alvítez Moncada
Escritor Víctor Hugo Alvítez Moncada
Víctor Hugo Alvítez Moncada, en Chiquián
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