sábado, 24 de diciembre de 2011

JULIANCITO Y AUTOMARÍA (RELATO NAVIDEÑO) - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)

..Valle del Aynín


JULIANCITO Y AUTOMARÍA
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Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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Fue una tarde fría a puertas de Navidad de 1960 en Chiquián. El viento cortaba el aire y las nubes preñadas de agua bogaban silenciosas sobre Aquia, amenazando con una mangada gris el valle del Aynín.

Cerca del ocaso acompañé a “papá viejo” para arrear becerros, desde la hondonada de Pashpa hasta el empinado Maraurán.
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Todo el trayecto fue un concierto de: “arre, arre” “muu, muu', escoltados por pencas y eucaliptos que se mecían sonoros al compás del viento.

En el frontis del potrero mi abuelito revisó los bolsillos de su saco y no encontró la llave de madera para abrir el portón. En aquel entonces se utilizaban candados de madera para proteger los potreros y sembr
íos, de los dueños de burros, reses y caballos dañeros.
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Cumpliendo el encargo de traer la llave retorné al pueblo. Ya en Quihuillán pude avistar a Juliancito, nuestro recordado “Mudito de Huasta”, recostado con su abultado apachico en la pared de la casa de don Manuel Vicuña.

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En círculo rojo, lugar donde estaba recostado Juliancito
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De pronto una racha de viento le arrebató su sombrero y cuando lo arrastraba hacia el barrio de Alto Perú, la viejecita Automaría, que pasaba por ahí, tiró al piso su atado de leña y corrió tras el sombrero hasta lograr asirlo, entregándoselo a Juliancito con una sonrisa. Todo ello en presencia de cinco personas que estaban paradas sonrientes, observando una partida de póquer, bajo el umbral de la zapatería de 'Rucu Feliciano”.

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Zapatería "Rucu Feliciano"
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Al acercarme vi en los rostros de Juliancito y Automaría, la expresión suprema de la gratitud y la satisfacción por el deber cumplido. El júbilo y gozo de ambos fue indescifrable para mi pequeño corazón, quedando impresa en mi mente la obra de bien de aquella humilde señora que caminaba rauda, dando la impresión de estar flotando en el aire.
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Chiquián - Plazoleta de Quihuillán
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Desde aquel día ha pasado mucha agua por las calles del barrio de Quihuillán, borrando las huellas de mil caminantes, pero los pasos de Automaría y Juliancito, personajes muy queridos por el pueblo, permanecen indelebles en la memoria colectiva.
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Breve comentario:
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Cuando ayudamos al prójimo nos acercamos espiritualmente a sus necesidades, que también son nuestras en el camino de la existencia aterrena. Nuestro corazón vibra de felicidad al socorrer a quien está pasando penurias, y sus bendiciones no tardan en darnos el abrazo fraterno.

Esta experiencia de vida fue mi mejor regalo navideño en Chiquián, pues con el ejemplo de la señora 'Automaría' de Quihuillán, aprendí que el ser humano nunca está demasiado atareado para ayudar, que no es demasiado pobre para dar sin esperar nada a cambio, y que en cualquier circunstancia, por más adversa que esta sea, debemos mostrarnos serviciales.
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Huaraz, 22 de diciembre de 1981

Fuente:

Del Mismo Trigo


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