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PANCHITO
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Autor: Manuel Nieves Fabián
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Pancho,   Panchito, así lo llamábamos. Su cabecita redonda jugueteaba sobre su   pescuezo acolchado. Sus ojitos negros y vivaces me miraban con la   sonrisa de un niño inocente. Su lana suave, esponjosa, completamente   blanca, parecía dormir sobre su cuerpo, como si fueran nubes carmenadas   sobre las rocas.
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Así   era Pancho, ese amigo inolvidable de mi infancia. Dulce, tierno,   cariñoso. Hoy, sólo me queda el recuerdo, y cada vez que lo hago, un   nudo de nostalgia se me ahoga en la garganta.
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Una   mañana, cuando aún dormía, mi padre, suavemente lo posó sobre mi cama y   palmeándome cariñosamente la frente, muy bajo me dijo: «Es tuyo».
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Era   blanco, cándido e indefenso. Tímidamente se paró con esas sus patitas   que más parecían copos de nieve. Levantó sus orejitas y quiso balar,   pero apenas le salió un sonido inacorde que me estremeció el alma.
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Parecía   un juguete. Sí, era idéntico a los que usaban los niños del pueblo en   días de fiesta. Sus ojos llenos de dulzura, al encontrarse con los míos   se confundieron con ternura infinita. Triste, melancólico y dolorido   sacudió su cabecita y a través de su mirada llena de misterios parecía   soñar con su madre y sus altas y escarpadas punas. De pronto, nervioso,   quiso correr. Mis manos lo sujetaron. Encabritándose, berreando y   respirando fatigosamente, trató de liberarse. Después de tanto inútil   forcejeo, rendido, se quedó dormido plácidamente sobre mi cabecera.
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Contemplarle así, entregado al sueño, era como un cuadro al natural que cualquier pintor hubiese querido tenerlo.
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Su   blancura y su dulce dormir llenó de alegría mi ser. Fue entonces que  le  bauticé con ese nombre que suena a pan y cariño: Panchito.
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Después   de esa mañana, vinieron muchas más; hasta que un día, en esa su   cabecita redonda le salieron dos cuernos puntiagudos como dos pequeñas   estacas. Así se veía como un adulto. Gordo, esponjoso, parecía rebotar   cuando corría.
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Con   él, las mañanas y las tardes siempre nos sonreían porque éramos sus   amigos. También los chiquillos y los animales con los que nos   encontrábamos en el camino gozaban de nuestras ocurrencias y travesuras.   A menudo, especialmente en los atardeceres, entre el silbido del  viento  y la oración de despedida de los pajarillos, los dos, juntos,  nos  sentábamos a escuchar la maravillosa sinfonía que se regaba por el   campo; entonces, Pancho, contagiado por esa armonía cautivante,  plantaba  bien sus patitas en tierra y alzando el hociquito al cielo  empezaba a  balar fuerte, tan fuerte, hasta que mis brazos llenos de  ternura y amor  lo aquietaban perdiéndose entre sus sedosas y  blanquísima lanas.
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De aquella mañana, recordar no quiero, porque sólo con hacerlo, el alma se me llena de tristes y amargos desencantos; sin embargo, las imágenes de esas horas recorren por mi mente como si lo estuviera viendo.
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De aquella mañana, recordar no quiero, porque sólo con hacerlo, el alma se me llena de tristes y amargos desencantos; sin embargo, las imágenes de esas horas recorren por mi mente como si lo estuviera viendo.
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Cuando   desperté no había nadie en casa. Todos habían madrugado. De pronto   escuché los balidos desesperados de Pancho. Era él quien me llamaba.   Sobresaltado corrí, y vi a la propia muerte hundiéndole los dientes   sobre su pescuezo blanco y apergaminado. Él, saltaba de un lado para   otro. Luchaba. Se abatía con fuerza. Inútilmente trataba de romper las   ligaduras que le aprisionaban las patitas lanudas de blanco marfil. Así,   encorajinado y defendiéndose heroicamente permaneció largo rato; hasta   que finalmente, el cuerpo se le estremeció y un suspiro lento y   entrecortado acabó con su agonía. La sangre tibia y burbujeante corrió   como río embravecido por el patio empedrado; luego, poco a poco tornóse   roji-oscura, hasta coagularse.
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No   comprendí lo que estaba pasando. Aquellos minutos fueron como sueños  de  mal gusto. Inmensamente horroroso, terrorífico. Desde el primer   momento, cual inmensas y monstruosas alucinaciones, se dibujaban ante   mis ojos la cara feroz del asesino y el inmenso cuchillo que reverberaba   ante los rayos del sol de las primeras horas de aquella mañana.
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Perdido   en el tiempo y en el mundo caminaba sin rumbo mientras el ardor   insoportable devoraba mis intestinos. Eran horas de confusión, agonía y   muerte.
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Aquel   atardecer cuando aún lloraba, arrancándome los cabellos, golpeándome,   maldiciéndome, mi madre, que ya había vuelto del trabajo, al enterarse   del triste fin de Pancho, en silencio se me había acercado. Recuerdo  que  sentí sus manos amorosas sobre mis hombros y con los ojos llenos de   lágrimas me envolvió entre sus brazos. Así llorando, me susurraba al   oído palabras, palabras que Pancho, ese amigo memorable, hubiese querido   que las escuchara.
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Aquella   noche, la casa entera estaba de duelo. La muerte, después de haber   bebido sangre aún festejaba punzando nuestros cuerpos heridos.
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Mis   hermanos que también lo amaban, lloraron conmigo. Cómo no lo íbamos   hacer, si Pancho era el centro de nuestras ternuras y alegrías. Si aquel   animalito, que sólo le faltaba hablar, era como un hermano más, ya que   su vida era parte de nuestra vida.
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De   tanto llorar, ya a la hora en que los gallos acostumbran cantar, nos   quedamos dormidos, dejando los últimos balidos de Pancho en esas horas   inermes, llenas de tragedia.
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Hoy, con los pelos que me pintan canas y a pesar de haber transcurrido los años, todavía te recuerdo Pancho.
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Hasta   ahora no logro comprender el corazón de las gentes. No concibo tanta   maldad, tanto rencor. Por una travesura en la casa del vecino no creo   que hayas merecido la pena capital. No creo que el delito haya sido tan   grave para que él mismo te sentenciara y ejecutara.
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Hoy   como ayer, tú estás vivo Pancho. Tus ojos lánguidos, tu color blanco   marfil lo estoy palpando, y acariciándote entre mis brazos te sigo   llorando amigo, mientras tú, sigues agonizando como un mártir en el   tiempo.
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Relato difundido por cortesía de Felipe Alvarado Balarezo.
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MANUEL NIEVES FABIÁN
MANUEL NIEVES FABIÁN
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 .Natural del distrito de Canis, provincia de Bolognesi, del departamento de Ancash, radicado en la ciudad de Huánuco. Ya en la Facultad de Letras y Educación de la Universidad Nacional Hermilio Valdizán, Manuel Nieves Fabián fundó y dirigió el "Círculo Literario Ciro Alegría". Al iniciarse la docencia, junto con un grupo de jóvenes progresistas fundaron el "Grupo Ateneo" y luego "Jatun" que apuntalaron hacia el cambio y la transformación de esta sociedad. Fue RIKCHARY, la revista que fundó y dirigió en la Gran Unidad Leoncio Prado. En sus páginas, lo primero que incertó fueron las narraciones orales de nuestro medio, constituyéndose así el primero en su género. A partir de ese momento comenzó a investigar y recopilar la rica herencia de nuestros antepasados a nivel de todas las provincias del departamento.
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Durante el gobierno de la dictadura militar fue perseguido, apresado, encarcelado y sobrojado por ser dirigente del SUTEP. Ha publicado: Literatura Huanuqueña (1977), Mito y Leyendas de Huánuco (1978), La Sangre Arenga (1978), Tradiciones Huanuqueñas (1988), Anécdotas y Adivinanzas Quechuas Huanuqueñas (1988), Zorro Grande y Zorro Chico (1989), Huaracuy (1990), Narraciones Andinas (1991), Tres Momentos y una Gloriosa Historia (1993), Canis, Narrativa y Lírica Oral (1999).
Durante el gobierno de la dictadura militar fue perseguido, apresado, encarcelado y sobrojado por ser dirigente del SUTEP. Ha publicado: Literatura Huanuqueña (1977), Mito y Leyendas de Huánuco (1978), La Sangre Arenga (1978), Tradiciones Huanuqueñas (1988), Anécdotas y Adivinanzas Quechuas Huanuqueñas (1988), Zorro Grande y Zorro Chico (1989), Huaracuy (1990), Narraciones Andinas (1991), Tres Momentos y una Gloriosa Historia (1993), Canis, Narrativa y Lírica Oral (1999).
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http://www.webhuanuco.com/manuelnieves.htmCanis - Imagen: http://canisbolognesi.wordpress.com/canis/
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