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De niños, cada dos días, mi mamá encendía una vela a las cuatro y media de la madrugada (en ese entonces Chiquián no contaba con luz eléctrica), y se ponía a bordar manteles o zurcía nuestras ropas, mientras esperaba impaciente el sonido del claxon del camión de papá, anunciándonos desde Caranca su llegada. Mi hermano y yo, cuidando que ella no lo notara, nos despertábamos a la misma hora y encendíamos una vela en el cuarto que compartíamos, y leíamos nuestros libros; fue así, en el silencio de la noche, que aprendimos amar la lectura.
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También aprovechábamos de ese preciado tiempo para hablar bajito. Felipe me contaba lo mucho que aprendía de su maestra ALBINA ALDAVE ALVA, y lo feliz que se sentía compartiendo el Segundo Año “B” con sus amigos: Vicente Palacios Romero, Cuco Lastra Espinoza, Hugo Durand Silva, los hermanos Lucho y Carlos Rueda Balarezo, Leoncio Rivera Arana, Miguel Allauca Laura, Mario Yabar Lemus, Coco Saldívar Alva, Mario Díaz Valderrama, Francisco Carbajal Larrea, Víctor Gaitán Jaimes, Florentino Ramírez Ñato, Javi Zubieta Aldave, Dioge Bolarte Camones, Kique Pardo Cáceres, Avelino García Ortega, Bruno Lázaro Ranírez, Iván Leoncio Bolarte Sánchez, Kique Minaya Torres, Jesús Gervacio Castillo, Germán Pérez Lazo, Carlos Gamarra Calderon, Carlos Reyes Gamarra, Geroncio Antaurco Carmen, Adrián Teófilo Romero Gaitán, Eusebio Ramírez Ortega, Alberto Reyes García y Florentino Ramírez Ñato.
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Aquel lunes 3 de abril salí al mediodía de mi escuelita de Quihuillán y corrí hasta mi casa de Jircán. Tomé una taza del comedor, la llené de agua y bebí todo lo que pude hasta quedar poco menos que asfixiado. Es que me moría de hambre y de sed, y mi mamá no estaba, había ido al Jardín de la Infancia a recoger a mi hermanito Felipe. Así inauguré en 1961 el 4to. de Primaria en el 378 de Chiquián..
Quince minutos de espera para un estómago acostumbrado a comer a toda hora, era demasiado tiempo, por lo que preferí descansar para apaciguar a la lombriz. Ya en mi habitación, al verme tan diferente a los angelitos blancos de una estampita de la Primera Comunión que estaba junto al espejo, levanté los brazos, y a la luz solar observé la mitad de mis dedos de un color más oscuro que el resto de la mano... "¡Ahhh!, es por causa de los mitones que usé en la Puna para sentir menos frío", pensé. Atrás quedaron los días de vacaciones en Tupucancha...
De pronto:.
Final de la escalera que conduce al 2do. piso - casa de Jircán
Felipe subió corriendo las gradas y apareció en el cuarto arrastrando su cartapacio.
- Flato, mi maestra es la Señorita Zoila, hija de doña Estersita, me siento en el salón con Vichi, nos hemos demorado porque mamá estuvo conversando con la directora -y se fue a darle la buena nueva a mi hermana Mirtha que acababa de llegar, también de su primer día de clases.
Así ingresó doña ZOILA CÁCERES DE PARDO al pequeño mundo de los hermanos Alvarado Balarezo, porque desde ese día, Felipe nos tuvo al tanto de sus avances en la “Sección Verde”, siempre sonriente.
Ella fue la dulce Maestra que le enseñó el alfabeto, también a contar, escribir, cantar y a recitar; pero sobre todo, le enseñó el camino que perfila al hombre de bien.
Ha pasado el tiempo... y como ayer, continuamos con nuestras reuniones familiares los fines de semana, donde repasamos con papá, mamá y mis hermanos, los gratos momentos que han sido importantes en nuestra existencia.
Ahora, después de dos décadas que nos han sucedido cosas buenas y malas, vamos triunfando contra la amnesia y no podrá borrar de nuestras mentes y corazones lo que compartimos con los maestros, compañeros, vecinos y amigos. Sabemos que es un pequeño triunfo semanal, como son todas las victorias humanas contra el olvido, pero ahí vamos, intentado vencerlo, gracias a personas tan especiales como la maestra chiquiana ZOILA CÁCERES DE PARDO.
Huaraz, SET 1981
Chiquián