EN LA FIESTA DE AGOSTO 2011, ESTUVE EN LA SALVA
Por Agustín Zúñiga Gamarra (Acucho)
Cargado de nostalgia salí de Lima el sábado 27 de agosto a las 14:40 hrs. del Terminal Plaza Norte, vía la concurrida Panamericana Norte.
Mi asiento N° 51, en el primer piso del inmenso ómnibus de dos pisos de Cavassa, bastante cómodo, me permitía leer y escribir. Miraba tras el vidrio, las construcciones dispares del barrio mas emprendedor de Lima: Los Olivos.
Conforme llegábamos a Ancón, las casas trepaban las inmensas lomas de arena, hoy convertidas en pujantes barrios de los inmigrantes provincianos venidos a la capital en búsqueda de trabajo. Volvió por mi mente los escabrosos años de la guerra de Sendero, y la muerte de familiares en manos de esas hordas.
Pasamos el peaje, pronto surgieron las aguas frías del accidentado Pasamayo, plagadas de crucecitas al borde de la pista indicándonos su peligrosidad. Cómo habrían pasado por aquí, los Landauro, Rayo, Ñato, pioneros transportistas de Chiquián, llevando a nuestros hermanos a estudiar a la capital. En la fiesta de 2011, el líder del transporte chiquiano, Rodo, dueño de Cavassa, tirará la casa por la ventana en la fiesta de Agosto, su primogénito, Carlos, será el Capitán.
Las frutas a lo largo de la calle, casi única, de Barranca, y en seguida Pativilca, nos indicaban el fin de la costa, desde aquí subiremos durante 120 km hasta Conococha punto de mi descenso. Luego pasamos las inmensas plantaciones de caña de azúcar, distintivo de la hacienda Paramonga. Entretenido en la lectura, no noté lo rápido que había ido el bus, en solo 2:40 horas había alcanzado Paramonga, con una velocidad promedio de 90 km/hr. Mientras caía la tarde y se oscurecía, pasamos la típica piedra “siqui rumi” de Chasquí, ya en plena subida notamos el ingreso del pueblo de Cajacay, pueblo de nuestros amigos don Jorge Díaz y Rosita Trinidad.
Cuando en la oscuridad, las luces indicaron Km 111, me aproximé a la cabina del chofer para decirle que bajaban en Conococha. A las 7:30 pm, descendimos del ómnibus que seguía su camino a Huaraz. El frio era fuerte. Allí aguardaban numerosos colectivos, subimos 5 personas, a un station wagon, pagamos 8 soles cada uno.
La pista desde Mojón, era otra cosa, primera vez que transitaba por esta vía renovada.
Recordamos los trajines que habíamos hecho durante las gestiones de Leoncio, y luego Milo. Con alegría, notamos que la pista era buena, ancha, cunetas convenientes, curvas amplias, pendientes adecuadas, en algún trecho angosta.
En tan solo 25 minutos estábamos entrando por Humpay a Chiquián, antes se hacía en 60 minutos. La plaza de armas estaba repleta de gente, más que en oportunidades anteriores. Inicié mi periplo, yendo directo a la carretilla de Mario, no estaba, presagié algo malo, menos mal, ahora él laboraba en una mina. Luego de dejar mis cosas en casa del Jr. Sáenz Peña, subí hacia el café de Oso, donde le solicité un chinguirito, él como siempre muy amable hizo algo especial, suave, aromático y sabroso.
Luego visité el Rincón del Recuerdo, saludé a mis amigas Betty y a la poeta María del Pilar, allí encontré a los hijos de los históricos apellidos: Fuentes, Carrillo, Minaya, Rivera, Aldave, en amena conversación, luciendo el poncho habano distintivo de Chiquián.
Al día siguiente, hice el recorrido por las calles que mi memoria exigía, recordaba mi infancia mientras miraba las fachadas de las casas que en aquellos tiempos me causaban gran impresión, en ellas vivían los dueños de haciendas, diputados, senadores, maestros, escritores, jueces, médicos, empresarios, padres de mis amigos. Realmente los que habían escrito la historia de Chiquián: Núñez, Roque, Ramírez, Bracale, Ramos, Espejo, Carrillo, Balarezo, Alvarado, Reyes, Minaya, Márquez, Lara, Fuentes, Barrenechea, Vásquez, entre otros.
Me regocijé volviendo por Ago Calle, mi barrio de infancia, al encontrarme con mis amigas de siempre: Nina, Macu, Edi y Maye. Sonreíamos tocando y caminando sobre las piedras de las esquinas que estaban intactas, donde hacíamos juegos de la correa escondida, bata, garrocha, los carnavales y en las noches cuentos de las guegue alma.
Volvieron por mi memoria, la imágenes de doña Estela, don Lucho, don Arturo, don Abel, parados en la puerta de sus casas, y a doña Macshi Gamarra, hilando sentada en su banquito frente a la puerta de su tiendita oscura con olor a alcohol.
En la noche del día de la Salva, todo fue esplendor, las bandas llegaron, a la plaza de armas, el pueblo los esperaba con inquietud y alegría. Las 7 bandas uniformadas oportunamente para pasar tocando toda la noche, traían unos 30 a 35 integrantes, qué diferencia con las bandas de mi época , cuando no pasaban de 15. Las bandas eran las afamadas: Llipa, Huasta, Catac, Chiquián, Mangas, Pomapata. Luego, también aparecieron las orquestas. La plaza estaba abarrotada. El local del Club Social de Chiquián, saciaba la sed y el hambre a los visitantes, con la buena atención de Coco Vásquez.
A las 22:00 hrs, los visitantes, nos dirigimos hacia algún funcionario, aquél que mas afinidad te otorgaba. Allí, nos esperaba la banda, baile y el delicioso caldo de carne, único, pues la esencia es natural, unido al calor humano que condimenta su celestial sabor.
Amigos venidos desde el extranjero, nos devolvieron recuerdos, de la primaria, secundaria y travesuras de la juventud. Aquí estábamos juntos todos: generales, coroneles, ingenieros, científicos, doctores, empresarios, ricos o pobres, compartiendo, abrazos, saludos, y tragos. Todos parecíamos buenos y alegres. O es que durante la fiesta ocultamos muy bien nuestros pesares.
La noche de la Salva, la pasamos bailando con todas las bandas, visitando a todos los funcionarios: Capitán, Estandarte, Mayordomos, Inca, Rumiñahui.
El final fue de apoteosis, en el Concejo Provincial a las 3:30 de la mañana, el alcalde recepcionó a todos los funcionarios, destacándose el histórico baile entre el Capitán y el Inca y sus Pallas, finalizamos saliendo en procesión con el Niño en las manos de la Estandarte, Rocío Vásquez hija de nuestro amigo Julio.
Recorrimos la ciudad, volviendo con la luz del día, a los locales de los funcionarios, para terminar desayunando el sabroso caldo de cabeza.
A las 7 de la mañana, ingresé a casa a descansar, cargado de recuerdos, música y chinguirito. Ahora creo que tienen razón aquellos que dicen, “lo que más me gusta de la fiesta es La Salva”.
Mi asiento N° 51, en el primer piso del inmenso ómnibus de dos pisos de Cavassa, bastante cómodo, me permitía leer y escribir. Miraba tras el vidrio, las construcciones dispares del barrio mas emprendedor de Lima: Los Olivos.
Conforme llegábamos a Ancón, las casas trepaban las inmensas lomas de arena, hoy convertidas en pujantes barrios de los inmigrantes provincianos venidos a la capital en búsqueda de trabajo. Volvió por mi mente los escabrosos años de la guerra de Sendero, y la muerte de familiares en manos de esas hordas.
Pasamos el peaje, pronto surgieron las aguas frías del accidentado Pasamayo, plagadas de crucecitas al borde de la pista indicándonos su peligrosidad. Cómo habrían pasado por aquí, los Landauro, Rayo, Ñato, pioneros transportistas de Chiquián, llevando a nuestros hermanos a estudiar a la capital. En la fiesta de 2011, el líder del transporte chiquiano, Rodo, dueño de Cavassa, tirará la casa por la ventana en la fiesta de Agosto, su primogénito, Carlos, será el Capitán.
Las frutas a lo largo de la calle, casi única, de Barranca, y en seguida Pativilca, nos indicaban el fin de la costa, desde aquí subiremos durante 120 km hasta Conococha punto de mi descenso. Luego pasamos las inmensas plantaciones de caña de azúcar, distintivo de la hacienda Paramonga. Entretenido en la lectura, no noté lo rápido que había ido el bus, en solo 2:40 horas había alcanzado Paramonga, con una velocidad promedio de 90 km/hr. Mientras caía la tarde y se oscurecía, pasamos la típica piedra “siqui rumi” de Chasquí, ya en plena subida notamos el ingreso del pueblo de Cajacay, pueblo de nuestros amigos don Jorge Díaz y Rosita Trinidad.
Cuando en la oscuridad, las luces indicaron Km 111, me aproximé a la cabina del chofer para decirle que bajaban en Conococha. A las 7:30 pm, descendimos del ómnibus que seguía su camino a Huaraz. El frio era fuerte. Allí aguardaban numerosos colectivos, subimos 5 personas, a un station wagon, pagamos 8 soles cada uno.
La pista desde Mojón, era otra cosa, primera vez que transitaba por esta vía renovada.
Recordamos los trajines que habíamos hecho durante las gestiones de Leoncio, y luego Milo. Con alegría, notamos que la pista era buena, ancha, cunetas convenientes, curvas amplias, pendientes adecuadas, en algún trecho angosta.
En tan solo 25 minutos estábamos entrando por Humpay a Chiquián, antes se hacía en 60 minutos. La plaza de armas estaba repleta de gente, más que en oportunidades anteriores. Inicié mi periplo, yendo directo a la carretilla de Mario, no estaba, presagié algo malo, menos mal, ahora él laboraba en una mina. Luego de dejar mis cosas en casa del Jr. Sáenz Peña, subí hacia el café de Oso, donde le solicité un chinguirito, él como siempre muy amable hizo algo especial, suave, aromático y sabroso.
Luego visité el Rincón del Recuerdo, saludé a mis amigas Betty y a la poeta María del Pilar, allí encontré a los hijos de los históricos apellidos: Fuentes, Carrillo, Minaya, Rivera, Aldave, en amena conversación, luciendo el poncho habano distintivo de Chiquián.
Al día siguiente, hice el recorrido por las calles que mi memoria exigía, recordaba mi infancia mientras miraba las fachadas de las casas que en aquellos tiempos me causaban gran impresión, en ellas vivían los dueños de haciendas, diputados, senadores, maestros, escritores, jueces, médicos, empresarios, padres de mis amigos. Realmente los que habían escrito la historia de Chiquián: Núñez, Roque, Ramírez, Bracale, Ramos, Espejo, Carrillo, Balarezo, Alvarado, Reyes, Minaya, Márquez, Lara, Fuentes, Barrenechea, Vásquez, entre otros.
Me regocijé volviendo por Ago Calle, mi barrio de infancia, al encontrarme con mis amigas de siempre: Nina, Macu, Edi y Maye. Sonreíamos tocando y caminando sobre las piedras de las esquinas que estaban intactas, donde hacíamos juegos de la correa escondida, bata, garrocha, los carnavales y en las noches cuentos de las guegue alma.
Volvieron por mi memoria, la imágenes de doña Estela, don Lucho, don Arturo, don Abel, parados en la puerta de sus casas, y a doña Macshi Gamarra, hilando sentada en su banquito frente a la puerta de su tiendita oscura con olor a alcohol.
En la noche del día de la Salva, todo fue esplendor, las bandas llegaron, a la plaza de armas, el pueblo los esperaba con inquietud y alegría. Las 7 bandas uniformadas oportunamente para pasar tocando toda la noche, traían unos 30 a 35 integrantes, qué diferencia con las bandas de mi época , cuando no pasaban de 15. Las bandas eran las afamadas: Llipa, Huasta, Catac, Chiquián, Mangas, Pomapata. Luego, también aparecieron las orquestas. La plaza estaba abarrotada. El local del Club Social de Chiquián, saciaba la sed y el hambre a los visitantes, con la buena atención de Coco Vásquez.
A las 22:00 hrs, los visitantes, nos dirigimos hacia algún funcionario, aquél que mas afinidad te otorgaba. Allí, nos esperaba la banda, baile y el delicioso caldo de carne, único, pues la esencia es natural, unido al calor humano que condimenta su celestial sabor.
Amigos venidos desde el extranjero, nos devolvieron recuerdos, de la primaria, secundaria y travesuras de la juventud. Aquí estábamos juntos todos: generales, coroneles, ingenieros, científicos, doctores, empresarios, ricos o pobres, compartiendo, abrazos, saludos, y tragos. Todos parecíamos buenos y alegres. O es que durante la fiesta ocultamos muy bien nuestros pesares.
La noche de la Salva, la pasamos bailando con todas las bandas, visitando a todos los funcionarios: Capitán, Estandarte, Mayordomos, Inca, Rumiñahui.
El final fue de apoteosis, en el Concejo Provincial a las 3:30 de la mañana, el alcalde recepcionó a todos los funcionarios, destacándose el histórico baile entre el Capitán y el Inca y sus Pallas, finalizamos saliendo en procesión con el Niño en las manos de la Estandarte, Rocío Vásquez hija de nuestro amigo Julio.
Recorrimos la ciudad, volviendo con la luz del día, a los locales de los funcionarios, para terminar desayunando el sabroso caldo de cabeza.
A las 7 de la mañana, ingresé a casa a descansar, cargado de recuerdos, música y chinguirito. Ahora creo que tienen razón aquellos que dicen, “lo que más me gusta de la fiesta es La Salva”.
Fuente:
En la Fiesta de Agosto 2011: Estuve en La Salva
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Agustín Zúñiga Gamarra