'Si existe una palabra mágica que describe las visiones más sublimes del alma, esa santa palabra es CHIQUIAN: bandas y orquestas, fervor religioso, reencuentro, historia, paisaje azul y verde esmeralda, sanas costumbres, trago de sobra en la Salva y las pinquichidas, caramelos, humo y chichones en la Entrada, toros bravos en las corridas, combo gratis en las casas de los funcionarios y sobre todo las bellas chumajla chinas, constituyen la esencia medular de la fiesta de Santa Rosa'... Enrique Jara Aldave - 30 AGO 2002.
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Plaza de toros de Jircán - Fotografía: Familia Cano Garro
EL GATEADO
Por Vidal Alvarado Cruz
.......El campo deportivo de Chiquián, que tiene dimensiones casi reglamentarias, es un cuadrilátero cerrado por tribunas que llevan el nombre de “barandas”. Las barandas de los lados oriental y occidental están techadas con planchas de calamina y son las más cómodas; pero no cuentan con asientos en gradería sino con espacios planos a donde colocan sillas los eventuales espectadores. Como es lógico suponer el techo tiene su propia gradiente para que el agua pueda deslizarse cuando una lluvia inoportuna interrumpe el partido.
Este estadio, como también lo llaman, se utiliza para las corridas de toros que se realizan generalmente los días 2 y 3 de Setiembre de cada año, con ocasión de las festividades de Santa Rosa de Lina, patrona del pueblo.
Tras la tribuna sur está el encierro que en Chiquián recibe el nombre de “coso” y durante el año sirve de cárcel para los animales que urgidos por el hambre invaden predios ajenos haciendo daño a las sementeras.
Para entrar y salir del estadio, cuyo nombre tradicional es “Jircán”, tiene tres puertas, una principal donde desemboca el jirón Leoncio Prado y dos auxiliares que comunican con los jirones Tarapacá y Figueredo, al sur y norte de Jircán respectivamente.
Para asegurarse de que los toros que están en plena lidia no se escapen, se arman las “barreras” que son cercos de madera fuertemente amarrados.
A pocos metros de la barrera del lado norte vivían las gentes más modestas. Una casita de unos escasos 22 metros cuadrados era el hogar de Laveriano, llamado así por deformación del verdadero nombre Valeriano.
Todo el mundo lo conocía como Laveriano y era muy popular por su afición a los tragos. Vivía alquilando su fuerza muscular para los trabajos agrícolas. Su situación era de pobreza; pero Laveriano la llevaba con resignación y hasta con alegría. Siempre sonriente, de hablar pausado; su actitud tranquila de permanente calma y buen humor hacía de nuestro personaje un actor interesante que se traducía en una corriente de simpatía y amistad que le brindaban los que lo conocían. Diríamos que Laveriano era el más popular de su clase y tenía un elevado rango de aceptación social entre los chiquianos.
En la década de los años 30, la fiesta de Santa Rosa, en Chiquián, alcanzaba contornos solemnes por la competencia entre los encargados de los festejos y con la masiva participación del pueblo que no se sustraía a ninguno de los momentos programados.
Uno de estos momentos fue la corrida de toros protagonizada por Laveriano y el toro “Gateado”.
Las personas comprometidas de ofrecer un toro bravo para las corridas se llaman “comisarios” y están obligados por las ineludibles leyes no escritas de la comunidad, todos los hombres que contraen matrimonio entre el 3 de Agosto y el 4 de Setiembre del siguiente año.
Para esta corrida no se supo quien fue el comisario; pero apenas salió el Gateado y limpió la plaza, la banda comenzó a ejecutar la tonada que se estila ante la salida de cada toro y las pallas cantaban a todo dar “Viva, viva… Comisario.
Mientras tanto el Gateado, plantado en el centro del ruedo miraba arisco a las tribunas, nervioso, elegante, dueño de la situación: Se había “emplazado”.
El Gateado era un hermoso animal que pesaba unos 500 kilos; el color de su pelo era idéntico al de un gato montés, de ahí su nombre. Tenía la cabeza erguida, el pescuezo corto, el cuerpo bien compartido, además tenía franjas rojizas y amarillentas, la cola era larga y poblada, las extremidades jaspeadas parecían dispuestas a correr al ataque, permanecía como marcando el paso, mientras miraba en torno suyo como desafiando a todo el mundo.
Este es “toro del monte”, bravísimo, comentaba la gente; en efecto, apareció en el ruedo, lo hizo con una velocidad tan impresionante que a los miles de espectadores se les escarapeló el cuerpo.
Los toreros de “a caballo” intentaron recibirlo con sus capas, seguros de que, como en la mayoría de los casos, no serían embestidos, pero el gateado escogió a uno y lo correteó por todo el ruedo hasta cogerlo por el vientre; jinete y caballo cayeron juntos para levantarse después apresuradamente y ser evacuados de inmediato por la barrera abierta precipitadamente. Mientras el toro corría por el campo, jinete y caballo salieron respirando fatigosamente.
Las barreras fueron nuevamente cerradas con la premura del caso.
En aquel momento ni una mosca se atrevía a volar. Una perrita que Dios sabe cómo fue a parar al estadio, tan pronto como fue avistada por el Gateado fue víctima de su persecución con tal fiereza, pero la perrita se salvó al desaparecer por las rendijas de la barrera principal.
Ahora el gateado estaba emplazado y se percibía un público sobrecogido de temor, pese a encontrarse en los improvisados palcos, la banda de músicos que no cesaba de tocar, y el “viva, viva Comisario” de las pallas era todo lo que se escuchaba.
El Gateado, solo, en el centro de la plaza, parecía una estatua en un día de lluvia.
De repente, de la baranda de occidente se deslizó un hombre mediano y se puso frente al toro que se encontraba a unos 40 metros de distancia.
Era nada menos que Laveriano. El toro al verlo hizo un gesto con la cabeza, como diciéndole ¡Retírate!.
Laveriano dio un paso adelante, sacó su pañuelo y bailando invitó al toro a embestirlo.
El Gateado se agachó y comenzó a arañar la tierra con las pezuñas delanteras… El silencio era total, presagio de una inminente tragedia, solo, Laveriano frente al Gateado pasaba su pañuelo blanco de una mano a otra, bailando alegremente y haciendo muecas ignorando el destino que le esperaba segundos después. Estos desplantes de Laveriano colmaron la paciencia del Gateado.
El toro enarcó el lomo, levantó la cola a la que enrolló sobre el anca y se disparó como una flecha sobre Laveriano que en un abrir y cerrar de ojos fue a parar al techo de la baranda por efecto de una feroz cornada. Acto seguido, mientras el terrible animal miraba al techo, cayó Laveriano sobre su lomo y después al suelo de cúbito dorsal.
El público grito ¡Ay!... Y se produjo unos segundos de silencio, el toro se alejó en lenta carrera: muuuuuuu! – muuuuuuu! Mugía.
El terrible toro a sentir el golpe en los lomos, parece que se asustó y se alejó del lugar dejando tendido a Laveriano en el suelo, en la posición que presentaba Túpac Amaru cuando los españoles pretendieron descuartizarlo.
Seguía en la misma posición, inmóvil, muerto decían los espectadores y el Gateado al alejarse rugía como un león muuu, muuuu.
Los que se reían de la escena decían “el toro se está riendo” y los que lloraban decían “está llorando el pobre animal”.
En tanto Laveriano era recogido por sus amigos, soltaron cinco vacas madrineras para que el Gateado, que curiosamente no quería volver al coso, se uniera a ellas y volviera a él.
“Muy buena la corrida” decían los espectadores que habían acudido de los pueblos vecinos.
“Un muerto y un caballo herido…” manifestaban con emoción al relatar la corrida.
Al día siguiente, con alegría y sorpresa, vieron a Laveriano, vivito y de pie con su inseparable sonrisa, aunque un poco avergonzado.
¡Laveriano no había muerto!. ¡Estaba vivo!.
oooOooo
FUENTE:
- Libro: ESTAMPAS CHIQUIANAS, de Vidal Alvarado Cruz - 1996