sábado, 30 de abril de 2011

A POCAS HORAS DEL DÍA DEL TRABAJADOR - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)


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Trabajador chiquiano

HOLA SHAY:

Estudiosos en la materia subrayan que el espíritu de sacrificio y el afán solidario son impulsos naturales del hombre que lo llevan a dar de sí, sin importar que de por medio estén sus bienes materiales, su salud e incluso su vida. Asimismo señalan, que el sacrificio y la solidaridad implican en su acepción más amplia, la idea del desprendimiento y la generosidad; es la antítesis del egoísmo, que proclama sólo el vivir por sí y para sí. Pero la vida no es ante todo individual, es también colectiva, donde nadie puede ni debe vivir aislado.

Cuando el sacrificio y la solidaridad no se traducen en dádiva, se trasluce en nobles acciones, como por ejemplo, preferir lo difícil a lo fácil, afrontar cualquier peligro para auxiliar a alguien o ayudar al desarrollo de la comunidad. También acudir a donde se necesita ayuda. En fin, sacrificar la propia existencia por valores más altos que los que ella encierra. El espíritu de sacrificio y de solidaridad compartida son propios de hombres de buen corazón; demanda valor y entrega por los demás. En esta oportunidad voy a citar algunos nombres de seres humanos que ya emprendieron el Gran Vuelo y de otros ciudadanos que son ejemplos vivos, intentado recrear sus obras en bien de la comunidad bolognesina.

Llega a mi memoria la imagen del primer “Hombre Araña” que quedó guardada eternamente en mi corazón. Fue una fría mañana de fines de junio del 1961, retornaba de Shincush hasta donde fui gorreando el camión “San Martín”, que iba a Recuay. En circunstancias que sorteaba
la bajada, cortando por tramos la vía, pude ver a don Mateo Barba, trepado a un poste en lo alto del cerro, haciendo lo imposible por unir dos cables de acero de filudas puntas que lo hacían sangrar. No llevaba casco, guantes, tampoco una soga que lo proteja de las hualancas y las puntiagudas piedras que desde abajo lo miraban como vampiros. Nuestro paisano trabajó casi toda su vida en la Oficina de Correos y Telégrafos. Él, cada vez que se producía un corte en el sistema telegráfico tenía que caminar metro a metro los escarpados hasta encontrar la avería y repararlo de inmediato, aun a costa de su integridad y vida, pues seguramente en muchas ocasiones tuvo que hacer su trabajo en terreno hostil. Recuerdo que al acercarme me brindó unos segundos de su tiempo para responder mi saludo; ya cuando estuvo de pie, vi su mirada de satisfacción y sentí su corazón latiendo con fuerza por la emoción de haber cumplido su tarea en bien de la comunicación. Esta vocación de sacrificio es similar al ejemplo de hombres valiosos como Panchito Alva, Alberto Núñez y don “Muchqui” Valerio Aldave, quienes tenían que surcar leguas de leguas cuando eran llamados desde el interior de la provincia para sanar heridas o socorrer a los desvalidos, sin temor a ser contagiados por alguna enfermedad. Seguramente caminaron de noche los abruptos senderos, pues la salud no espera la llegada del alba. De igual modo lo hicieron los amautas Antonio Zúñiga, Juan Fuentes, Teófilo Núñez, Hernán Reyes y los demás maestros rurales llevando conocimiento a los pueblos olvidados. También el Supervisor Provincial Marcos Lemus, visitando una a una las escuelas para cumplir su labor de control, viajando a caballo o a pie y poder entregar los míseros sueldos a los heroicos maestros rurales, las noticias de sus familiares y el azúcar que endulce su agüita de muña.

Cómo no recordar a los comuneros en las excelsas figuras de sus presidentes: Arcadio y Juan Ibarra, Pedro Moreno y Abilio Huerta, quienes además de defender nuestras tierras con el grito: 'Romatambo de Chiquián', construyeron canales y caminos en nuestra difícil topografía, estanques y reservorios de agua para el riego, paredes de tapiales interminables y calles por doquier; es decir apuntalaron con sus brazos y sus cerebros el progreso de Chiquián, obras de las que gozamos de niños, adolescentes y en la actualidad. No es menos importante la labor de nuestros panaderos por darnos el pan caliente mañanero y vespertino, quemándose el lomo, las manos y las pestañas durante las largas horas que dura la tarea de amasijo. Cómo no evocar a nuestros mineros de socavón como don Manuel Vicuña y su hijo Apacho, y a don Manuel Roque. Asimismo a los policías e instructores de Pre-Militar que cuidaban nuestro desarrollo: Pedro Cuevas, “Angelito”, Fausto Chirinos, Cesareo Zarazú, Víctor Morán, Lucho Chiri, Antonio Franco, Cástulo Sánchez, Alejandro Dextre, Pancho Sánchez, Víctor Alvarado, entre otros seres de uniforme verde olivo y azul municipal como don Alejandro Alvarado. De igual manera los coheteros Alberto “Limonta” Núñez de Quihuillán, Baldomero Ramírez y Jacobo Palacios, quienes con su esperado ¡PUN! nos llenaban de dicha en las fiestas costumbristas, poniendo en peligro sus dedos y nariz en cada disparo de avellana o tendida de bombardas en la Plaza de Armas y en el estadio de Jircán.

En mis retinas tengo grabados: los helados, las raspadillas y las chalacas, pero de solo imaginarme que para elaborarlas tan sabrosas: Camilo Bravo, Danielito Garro, Gelacio Valderrama y su papá, José Montoro y Gregorio Carrera, tenían que bajar enormes adoquines de hielo desde Tucu y traerlos paso a paso a lomo de burro, siento escalofríos en el cuerpo y en el alma. También integran esta pléyade de valientes del trabajo productivo nuestros paisanos Bonifacio Peña y Juan Ramírez, los hombres de la “luz al final del túnel”, siempre prestos a iluminar nuestras noches, a costa de quedarse electrocutado el primero, y morir intoxicado por monóxido de carbono el segundo. Del mismo modo los picapedreros Factor, Alejandro y Aurelio Yábar, Apolinario Montoro, Felipe Alvarado y Melchor Romero, quienes a mano, cincelada a cincelada, milímetro a milímetro construyeron molinos de uso rural, batanes, morteros, umbrales y soportes de huaros.

Con estos bellos ejemplos, renace ese espíritu de sacrificio por amor al prójimo como estado sublime del alma, alcanzado con sufrimientos e incomodidades, al extremo de convertirse en un hábito, pues los que se acostumbran a experimentar privaciones y molestias, sensibilizan su cuerpo, de tal forma que los más crudos dolores y los más pesados trabajos no dejan huella apreciable en ellos. Cómo no recordar también a nuestros tejedores de antaño: Benito y Pedro Moreno, Marcos y Cesareo Minaya, Florián Rodríguez y Fausto Castillo, quienes confeccionaban de sol a sol: ponchos, frazadas, faldellines, jergas, aperos, pantalones de bayeta, jacus y llicllas. A nuestras tejedoras, bordadoras y costureras: Asunción Aldave, Pili Díaz, Teodora Alva. Goya Anzualdo, Consuelo y Norma Espinoza, Etelvina Tello, Mary Luján, Carmen Montes, Orfila Ocrospoma, Bercilia y Elvira Prudencio, María Rosemberg y Martina Yabar. A nuestra fabricante de coronas Dolorita Aguirre, quien con doña Aquelina de Silva, Dieguita, Orfelinda Portilla, Juanita 'Causa', María Gamarra, Carlos espinoza y la esposa del chofer Leonardo Aldave de Carcas, alegraban nuestros días con sus sabrosos potajes y bebidas al paso.

A los herreros Ambrosio Chávez, Abilio Huerta y David Aldave que forjaban rejas, barretas, racuanas, visagras, aldabas, herrajes, canchanas. A nuestros fabricantes de tejas y adobes Toribio Allauca e Iuchi Ramírez. A los talabarteros Felipe Vicuña, Benancio Valderrama, Felipe Velásquez, a los trenzadores Cosme Padilla y Agripino Cerrate, al pintor con pellejo de cordero Crisólogo 'Bolívar' Vásquez. También a nuestros sastres Miguel e Icha Durand, Natividad Valderrama, José Gamarra, Jorge Bolarte, Alicho Romero, Juan 'Palermo' Gonzáles, Elias Damián. A los carpinteros Toribio y Teodoro Moreno, Nicolás Ramírez, Gaudencio Moreno, Casimiro Alvarado, Lorenzo Yábar, Valerio Jaimes, Juan Díaz, Julio Carhuachín, Elacho Ñato, Maurelio Reyes. A los fotógrafos Perfecto Bolarte, Garrito, Cesareo Zarazú, Pepe Zárate, Pedro Zubieta, Víctor Morán, Pedro Cuevas, Guillermo Arbaiza. A don Abraham Bolarte que mantenía a puntos los relojes a cuerda; a los zapateros Rucu Feliciano, Juan Ñato, Alejandro Anzualdo, Samuel Calderón, Mariano Blas, Pedro Alvarez, Lorenzo Padilla, Gregorio Espejo, Estañiz Gamarra.

A los panaderos Manuel Castillo, Maurelio Reyes, Simón Rayo, Ignacio Calderón Ramírez, Pepel, Policarpo Aldave, Pascual Palacios, Victoria Montoro, Ela García, Lucinda y Faustina Alvarado, Mercedes Moncada, Pili y Pedro Díaz, Guillermo Garro, Pedro Moreno, Benigno Palacios, Alejandro Lemus, Chanti Alvarado, Alejandro Lázaro, Honorio Jara, Alejandro Rivera, Joaquín Chamorro, el chino Félix Jiménez. A los choferes ruteros que traían y llevaban calor familiar uniendo sin pestañear de Lima a Chiquián a los paisanos, entre ellos Benjamín y Segundo Robles, Luis y Carlos Nuñez, Anaya, Amancio, Teobaldo Padilla, Matuco Galvez , José Maturana, Juan Montes, Leonardo Aldave, Zenobio Alarcón, Armando y Chanti Alvarado, Elías Landauro, José Yábar, San Martín, Keclin Carbajal, Cachay, Ocrospoma, Armando Delgado, La Liebre, Tolomeo Padilla, los hermanos Abundio y Manzueto Santos Flores, Peli Balarezo, Luco y Claudio Ñato, Miguel Moncada.

A los techadores Eliseo Calderón, Reymundo Flores, Florentino Alvarado, Teodoro Vásquez (experto en tapiales). A los hojalateros Lolito Rivera, Abraham Bolarte, Manuel Rueda y Bernardo Escobedo. A los productores lácteos Alberto Espejo, Isidro Espejo, Filomeno Meza, Andrés Vásquez, Miguel Romero, Amancio Valdez. A los fabricantes de velas Felipe Ramírez, Accepio Palacios, Lolito Rivera, Daniel Yabar, Mauricio Zubieta. A los albañiles Elías Alvarado, Andrés Lázaro y Perico Izquierdo. A los sombrereros Teófilo Rivera y Rómulo Toro. A don Antonio Padua y su roncadora. A los diestros en bordaduría Eulogio Rivera y don Braulio. A los peluqueros Fidel Balarezo, Pedro Loarte, Chimuco Garro, Elías Rivera, Leonardo Allauca.

De nuestros maestros primarios, secundarios y de la Escuela Normal, hay tanto que decir, pues gracias a su esfuerzo somos seres humanos con mayor conocimiento. Saludo a todos ellos en la persona de los maestros chiquianos que nos acompañan en la ruta Arcadio Zubieta y Pablo Vásquez; del mismo modo a los trabajadores estatales, comerciantes, base del turismo receptivo, en la persona de su Presidenta Norah Espejo Núñez; a los músicos y cantantes representados por el maestro Alejandro Aldave; a los comunicadores sociales y administradores de las páginas chiquianas de la Internet; a los escritores en la persona de Filomeno Zubieta, a los gobiernos locales, autoridades de Gobierno y comunidades campesinas, a las asociaciones y comités de gestión.
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Tejedoras de Chiquián, bajo el liderazgo de Mary Rosemberg

Son unas pinceladas chiquianas como antesala al DÍA DEL TRABAJADOR; sin olvidar: 'Que bordeando el boulevard de los años los recuerdos se esfuman; por eso evoquemos con amor los bellos momentos pasados en Chiquián y no esperemos el último aliento para abrigar a los que hoy nos piden un poco de calor'.

Aprovecho la ocasión para renovar mi saludo de cumpleaños a mis primos Sara Romero Moreno y Eduardo Dextre Balarezo, y mis plegarias por el alma buena de nuestro recordado amigo Tico.

RECUERDOS...

A LA MEMORIA DE TICO IBARRA DAMIAN

Entrañable compañero de juegos en mis años primeros. A pocos días de tu largo viaje nos encontramos en la Victoria, ibas sonriente a tu colegio "César Vallejo", donde fuiste magisterio viviente. Un fuerte apretón de manos y una franca sonrisa fue tu saludo postrero. Hoy mi alma se estremece recordando tu rostro bajo el vidrio del ataúd...

Parado sobre el frío suelo en silencio sepulcral, sentí que mi corazón naufragó junto a los lirios blancos con lágrimas del propio cielo. Desde aquel día, cuando pienso en Quihuillán, veo torcazas volando sobre el Jirishanca, buscando eterno descanso entre las nubes blancas.

Tico: Siempre te llevo en el arcón de mis recuerdos, corriendo en pleno aguacero tras un barquito de maguey tarapaqueño...


RÉQUIEM: A Tico, mi amigo querido

Está un barquito de maguey
encallado en el Huayhuash;
el alma que lo mantuvo a flote
se fue buscando el arco iris.

El viento ruge en la cubierta
que va perdiendo sus colores,
las cansadas velas tienen sed
y se inclinan para beber del río.

Ya doblan las campanas
es hora de las plegarias,
por aquellos tiernos marineros
que ante Dios fueron los primeros.

!Levántate barquito tarapaqueño¡
y navega hacia el infinito,
que la luz del Faro Divino,
alumbra tu largo camino.

Lima, 27 SET 2005

Armando Alvarado Balarezo (Nalo)


Fuente:

HOLA SHAY - Bodas de Oro del colegio "Coronel Bolognesi" de Chiquián - NAB



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viernes, 29 de abril de 2011

29 DE ABRIL: DÍA MUNDIAL DE LA DANZA - PLAN LECTOR: ALA CON ALA - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

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CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA

Construcción y forja de la utopía andina


EN ABRIL CAE LA SEMILLA
A TIERRA FECUNDA,

POR ESO
HA VUELTO A LA PACHA MAMA

CARLOS EDUARDO ZAVALETA



GUARDAN SILENCIO LOS JILGUEROS E INCLINAN SU FRENTE LAS CLAVELES


PEREGRINACIÓN
A LA TIERRA DE VALLEJO


ENTRE EL 27 Y 29 DE MAYO EN SANTIAGO DE CHUCO


SÁBADO 30 DE ABRIL, 2011 MAGNO EVENTO EN LURÍN:

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IV FESTIVAL VALLEJO EN EL PATIO Y LAS AULAS

INSTITUCIÓN EDUCATIVA JOSÉ FAUSTINO SÁNCHEZ CARRIÓN


Jr. Castilla. Cuadra 5, s/n. Lurín

REALIZA UN TALLER DE ARTE

Inscripciones para participación:
Prof. Segundo Vara: 994-836-801
Teléfonos Capulí: 420-3343 y 420-3860

planlector@hotmail.com


CALENDARIO
DE EFEMÉRIDES:

29 DE ABRIL


DÍA
MUNDIAL DE LA DANZA


PLAN LECTOR
PLIEGOS DE LECTURA

ALA CON ALA


Por Danilo Sánchez Lihón

1. Un aire secretamente altivo

Los maestros integrantes de la orquesta de cuerdas empiezan a llegar a la sala de la casa cuando soy llamado por mi padre para tocar la batería.

Los instrumentos hace días que se afinaban y los ensayos se han hecho continuos para una velada literario-musical, organizada por los planteles educativos.

– Esta noche viene al ensayo el hacendado de Tulpo, –informa mi padre.

Hemos interpretado ya algunas piezas cuando llega un señor alto y jovial, de ademanes desenvueltos, de barba y bigotes castaños, de hablar fuerte y risueño.

Saluda a mi padre con cariño y a todos les tiende la mano, poniendo sobre la mesa una botella de pisco "del bueno", "para abrigarnos", dice con una amplia sonrisa.

Junto a él han ingresado dos niñas, casi señoritas, que permanecen de pie y a quienes yo nunca he visto antes. Tienen un aire secretamente altivo, de rasgos hermosos por la firmeza de sus gestos y lo profundo de sus ojos.


2. Crepitación de latidos

Mientras el hacendado ya en su asiento ríe y sirve, alargando sus rodillas y estirando sus brazos, expresa:

– Estas son mis hijas, don Pascual. Veremos si acompasan en el baile.

Tienen ambas un gran parecido, pero la mayor posee una belleza acaramelada, ojos vivaces y rasgos muy definidos. La menor de grandes ojos negros. Y el color capulí en su rostro es de un brillo tornasolado.

Después de los brindis, mi padre dirigiendo una mirada a la orquesta indica:

– Vírgenes del sol.


Marcando el compás con un leve movimiento de cabeza y hundiendo luego su brazo para levantar el arco del violín, da la orden de empezar.

Unos bordones profundos de guitarra, de mandolinas y violines resuenen en la sala. Yo, con el bombo, sigo los acordes del fox incaico que, como una crepitación de latidos, desciende hasta los abismos y luego se eleva hasta los picachos más empinados.


3. Notas que yo jamás había escuchado

Las dos muchachas salen hacia adelante, haciendo primero una honda inflexión y luego siguiendo la danza con un compás libre y ungido a la vez.

Avanzan con una actitud agraciada y ceremonial; con una faja de arco iris que cogen con una mano y, en la otra, un pañuelo que agitan en el aire.

Ambas tienen faldas negras con flecos de colores, cosidos a los bordes. Sus pantorrillas, al hacer los giros, se ven límpidas y perfectas.

Es tan hermoso el ritual, los pasos, los movimientos de sus brazos y el revuelo de sus faldas, que su padre las mira orgulloso.

Alzando su vaso en silencio el señor brinda con los maestros-músicos que tocando siguen la escena.

Todos están sorprendidos, fascinados, arrancando de sus instrumentos notas que antes yo jamás he escuchado.

A mi padre muy pocos hechos y asuntos llegan a satisfacerle plenamente. Cuando algo verdaderamente le conmueve, abstrae su mirada hacia el cielo raso de la sala, sin dejar de tocar y sin decir una sola palabra.


4. Se afinan las mandolinas

Pero, yo le conozco bien, cuando algo le hace gozar muy en lo recóndito de su alma: se le acentúa un haz de arruguitas en torno a las sienes, que es para mí su sonrisa íntima, señal de que ocurre algo extraordinario dentro de él.

En dichos momentos la mirada se le va a las nubes, como si estuviese en un espacio y en un tiempo inalcanzable.

Esta vez cuando termina la pieza hay un silencio de arrobamiento.

– Bailan precioso las niñas, –se atreve a decir don Panchito Miñano, rompiendo el encantamiento.

– Nunca había sentido tan bella esta danza –acota, con la dulzura en sus ojos, y visiblemente entusiasmado, don Luchito Donet, que abraza a su mandolina.

Mientras los maestros se sirven y afinan otra vez sus mandolinas y guitarras, las dos hermanas han tomado asiento con los rostros arrebolados y siempre con el embrujo de sus ojos de ensueño mirando a lo alto.

Es hermosa la altivez de ambas, como vicuñas que erguidas otean el horizonte desde las cumbres intactas.


5. Sobre los abismos

– ¡La pampa y la puna!

Dice con énfasis mi padre. Noto en su voz una inusitada agitación, rara dentro de su talante calmado y severo. ¡Tan inusitado es en él que deje trasparentar una emoción!

Nuevamente los instrumentos arremeten con fuerza, pero esta vez con una cadencia y profundidad que oprime el pecho. Desde la batería yo comprendo que todos somos arrollados por las aguas de un río turbulento y recóndito, por un destino solemne e inextricable.

Otra vez las hermanas avanzan al centro, bailando con un compás de mujeres que afrontan su designio; enlazándose y separándose con el ritmo de sus pasos.

Envolviendo la faja en sus cinturas, colgándola levemente en el extremo de sus hombros, juntando con ella sus caderas y dando ágiles vueltas, como si sortearan peligrosos remolinos.

Son dos flores y espigas de luces y colores primorosos pendiendo sobre los abismos.

– ¡Maravilloso! –musita esta vez don Julio Geldres, distendiendo su gesto adusto y retraído y a quien hasta ahora nunca lo había oído decir "ésta boca es mía".


6. Loco y hechizado

– ¡Viva el Perú, carajo! –Se exalta con toda justeza el hacendado–. ¡Es grandioso nuestro pueblo! ¡Es único! –voltea a decirme convencido.

A mi padre se le han puesto los ojos como unos manantiales. Cuando para la música, al recibir su copa, la levanta verticalmente y vacía el licor directo a su garganta haciendo un ruido áspero y pleno.

Nunca lo había visto hacer eso. Pasa el puño por los labios mientras ordena:

– India bella.

Trinan las mandolinas. Se hacen elevaciones y descensos en los diapasones de las guitarras. Los dedos vibran en las cuerdas de los violines, ¡y yo atrueno en el redoblante y en los platillos!
Me he puesto casi de pie para golpear el pedal del bombo, tamborilear hasta con los dedos de mis manos en el redoblante. Golpeo la madera de los aros de la tarola hasta con los codos.

Y con el envés de las baquetas hago volar los platillos, extrayendo sonidos de clarines y en otros momentos vagidos susurrantes.

Definitivamente estoy loco y hechizado.


7. Mirar tan hondo a la vida

La faja que ahora ellas levantan en el aire es de mil colores. Y las hermanas la cogen en lo alto, con las dos manos. Se empinan alzándola más arriba de sus cabezas. Ora dan saltos en fuga, ora son lentos y maternales; a ratos con la cabeza erguida, a ratos profundamente inclinadas hacia sus senos y vientres.

¿De qué oquedades aflora esa gracia y ese genio bravío? ¿Cómo es posible que surja repentina tanta belleza absolutamente perfecta?

He podido mirar en ese momento tan hondo a la vida, sentir su pulso y su talle. Y estos rostros de almendra, como frutos supremos de nuestros árboles, de nuestros campos y de nuestras peñas, ¿cómo es que han brotado?

¿Y al fondo, detrás, al infinito, el cielo que vuelve a crearse en una conflagración de ventarrones, truenos y arcos iris?

– ¿Este chico es su hijo, don Pascual? ¡Qué bien marca el compás y hace maravillas con la batería! ¡Es de oro puro, oiga usted!


8. Sus latidos con mis latidos

Eso dice el hacendado con un talante cordial y transparente, mirándome orgulloso.

Es ese instante que siento como un fulminante esos ojos negros y lentos de la hija menor, que atraviesan mi pobre corazón totalmente inerme.

Desprevenido e ignorante yo de que pudieran haber relámpagos más intensos y enceguecedores que los que caen en las tempestades de febrero y de marzo.

– ¡El cóndor pasa! ¡El cóndor pasa!

Clama literalmente, esta vez sí obsesionado, mi padre.

Todos los instrumentos juntos se elevan como un viento huracanado, y ellas entonces sólo son alas y pañuelos en el firmamento, más allá de las paredes estremecidas de la sala de mi casa y más allá del cielo infinito.

He podido morir en ese vendaval, porque se pierde la tierra bajo mis pies. Todo se vuelve eternidad y el instante se convierte en una torcaza envuelta en miles de colores, que baila rozando sus alas con mis alas, sus latidos fundiéndose con mis latidos, su destino con mi destino, en el espacio infinito y en el relámpago crucial.


9. Bajo la bóveda sideral

Cuando termina la música estamos exhaustos. Un silencio imponente nos embarga, pasmado más aún por el estallido de los instrumentos que han cesado tajantes.

Solo los rostros de las hermanas permanecen fulgurantes y diáfanos.

Y los ojos de la menor detenidos para siempre dentro de mis ojos, como si hubiera un misterio que me perteneciera desde el principio y el final del tiempo.
Los maestros tienen aún la mirada arrobada y húmeda de emoción cuando alzando nuevamente las copas el hacendado dice gravemente:

– ¡Brindemos!... ¡Por el Perú!

– ¡Por el Perú eterno! –dicen todos a una voz.

Terminados los saludos de despedida, el padre y sus hijas, que se echan unos pañolones a sus hombros, salen al frío y a la oscuridad de la calle empedrada bajo la bóveda sideral.


10. Encontré esos ojos

Esta noche al irme a dormir, me sorprendo encontrarme vivo. Me lacera tanta felicidad. Siento ser dueño de algo inconmensurable que jamás he soñado ni imaginado que existiera en el mundo. Es una emoción profunda, mezcla de hondo dolor y de un gozo sin límites.

Aún escucho en mis tímpanos los sonidos agudos de los violines y el ritmo de esos pasos como cruzando precipicios. Como si la ternura se atreviera a retar y vencer lo aciago de la vida, del destino y de la muerte.

Hoy amaneció radiante y he salido a mirar largamente los balcones de recios balaustres de la casa grande y vetusta que tiene la hacienda Tulpo en el pueblo de Santiago de Chuco.

Varias veces paso delante de sus ventanales y cuando me decido a regresar, al voltear la esquina y alzar la mirada, en uno de ellos encuentro esos ojos negros en ese rostro encantado.

Es ella, envuelta en un pañolón verde oscuro que hacen su frente y sus mejillas más encendidas todavía, con un mechón de su cabello que cae hacia un costado.


11. Nunca acaban, ni con el fin del mundo

– ¡Hola! –digo, ahogándome.

– ¡Hola! –contesta sonriente. Y después de unos segundos interminables pregunta–. ¿Cómo estás?

– Bien. Y tú, ¿siempre vienes a Santiago de Chuco?

– Siempre. Pero mañana ya nos vamos.

– ¿Y volverán pronto por aquí?

– Ya no. Y a mí me da pena. –Y se queda en silencio mirándome. Y yo mirando no sé qué, quizá lo simple y fatal.

Hay vértigos y precipicios en que el ave venturosa del destino aletea sobre nuestras cabezas, pero no tiene dónde posarte, porque debajo hay un torrente incontenible que todo lo envuelve y sepulta.

Sobre ellos se erigen soplos, alientos, temblores o quietudes que son una eternidad, de una lentitud inacabable en la tarde silente y lluviosa.

O miradas que nunca acaban, ni con el fin del mundo.


12. Mi largo e inabarcable camino

Esta noche hasta altas horas de la madrugada está encendida mi lámpara. Y he escrito una carta de amor ferviente y exaltado. Cada detalle que veo o sonido que escucho a esta hora, es nítido y sublime.

Tengo ganas de despertar y abrazar a todos, de ser bueno y generoso con la crisálida que a esa hora se posa en el vidrio de mi ventana, con la herida en la pared que deja ver el adobe carcomido.

Ser bueno con el gusano que horada la madera de la mesa donde escribo, con las estrellas de la noche hacia donde me asomo tratando de entender algo de la inmensidad del universo.

He vislumbrado lo bello y lo cierto. Sus ojos son mi largo e inabarcable camino. Su rebozo y su falda son mi abrigo bienhechor y mi defensa perfecta.

Hoy día es sábado y a mediodía salimos del colegio por la calle del campanario. Nos hemos detenido a conversar un grupo de amigos en esta esquina de la Plaza de Armas, frente al local del Municipio.

– ¡Mira, es la camioneta del hacendado de Tulpo! –dice Octavio.


13. El relámpago atroz y lento

Disimulo como puedo mi sobresalto.

– Está viajando con sus hijas a Estados Unidos, ¿sabes? No quiere que estudien aquí. –Acota Tito.

El vehículo se detiene frente al correo. Baja el hacendado y con pasos largos entra a la oficina.

¡Luego baja ella y avanza a la vereda que contornea la plaza! Y, pronto, la sigue la hermana mayor.

– ¡Mira! ¡Qué bonitas son! –Dice Isidro embelesado.

– Parecen vicuñas. –Acota tímidamente César.

Visten casacas y faldas ceñidas y unos pañuelos de colores intensos se mecen en sus cuellos.

Pronto vuelve el padre introduciendo en sus bolsillos unos papeles. Arranca el motor de la camioneta y antes que ella entre por última vez el relámpago atroz y lento de esos ojos negros se eternizan para siempre en mis ojos.


14. Manantiales prontos a desbordar

– ¡Oye, has visto cómo te ha mirado hasta aquí esa chiquilla! Acaso, ¿te conoce?

Yo me despido casi sin hablar, por el nudo que me oprime la garganta.

Al subir hacia mi casa avanzando por la esquina del Convento me encuentro con Alberto quien me pidió que le escribiera una carta de amor para Estela, de quien está enamorado. Ahora otra vez me insiste.

– ¿Y, por qué crees que yo podré escribirla? –interrogo abstraído y aún mirando las aguas feroces y turbulentas de ese río que es el destino.

– Porque tú eres poeta pues.

– Mira. –Le digo, para que no siga hablando–. Aquí está, ya la tengo hecha.

– ¡Ya ves! –Y, asombrado pregunta– Y, ¿desde cuándo la tenías escrita?

No le respondo por los manantiales prontos a desbordar en que se han convertido mis ojos.


15. Todo el temblor de mis latidos

Días después me habla:

– Gracias hermanito. Tu carta ha sido decisiva y ya la convenció. Pero primero me ha preguntado si yo la había escrito y le he dicho: ¿Y quién más puede sentir tanto amor y cariño como yo hacia ti? ¡Bueno!, me contestó, si tu cariño es así entonces te acepto. Ahí sentí que el cielo se me abría grande y luminoso y mi pensamiento corrió hacia a ti, poeta, para agradecerte por haberme escrito esa carta.

Alberto y Estela con el tiempo se casaron en Santiago de Chuco y formaron un lindo hogar. Me hicieron padrino de su primer hijo y ella me preguntó un día:

– ¿Alberto escribía en el Colegio? ¡Porque fue con una carta que conservo cómo él me conquistó! Esa carta la releo siempre. ¡Qué hermosa es! ¿Quieres leerla?

– No, Estela. –Le dije–. ¡No!

– ¿Por qué? –Me acosa mirándome a los ojos–. ¿Esa carta es tuya, no es cierto? ¿Para quién la escribiste?

Ella sabe, por lo menos, que esa carta estuvo en el bolsillo de mi pecho, donde la tuve guardada.

Debe ella haber sentido que se agita en ella aún el desvelo de mi corazón y todo el temblor de mis latidos.

Texto que puede ser reproducido citando autor y fuente

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jueves, 28 de abril de 2011

IMÁGENES DE LOS FUNERALES DEL ILUSTRE ESCRITOR PERUANO CARLOS EDUARDO ZAVALETA RIVERA - 27 ABR 2011 - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)

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https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgd3134T7nrLnIiw9fwHb1WU-GKaphjHiGiJ9-snLAi3O_5Z8-CHgq7yPb66GryJmTuVgdSkXHPXdtuezTMW_wKJW66BqS7WA1jSny1bX-oD1I2z4IFonK4sBcdcvPGosA9QEexOjFNba5F/s1600/NALO+ALVARADO+BALAREZO+556.jpg



GLORIA PARA CARLOS EDUARDO

Por Juan Rodríguez Jara (AEPA)

Generoso fuiste en la vida, camino a la gloria.

El Redentor te llamó, y partiste un día nublado,

respirando el perfume de tu Ancash querido.

Te vas con muchos adioses, a un encuentro,

invitado por la Asociación de Escritores del cielo.

Tu viejo lapicero y las hojas en tu escritorio

permanecerán para nuestro recuerdo eterno.

Gracias maestro por haber sentido tu compañía.

Hasta luego BUEN MAESTRO.

Lima, 27 ABR 2011




FUNERALES DEL ILUSTRE ESCRITOR PERUANO

CARLOS EDUARDO ZAVALETA RIVERA


https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjrnlwlrTpiBotM7WLkNATr-Sk9xmHjtGspshF9UUxHYS5CWy-_t4jklIKzeTbhI6_gp5olAWn9joMBvDGS021RpjZhdfH9gvDeSbZ17quxNJmOcAVsyaDxr0J9QjRApWuwjoGeRUNJE6M/s1600/NALO+ALVARADO+BALAREZO+038.jpg
Carlos Eduardo Zavaleta - 14 OCT 2010 - Foto: Nalo



CENTRO CULTURAL DE LA UNMSM - LA CASONA - 27 ABR 2011


IMÁGENES:
Armando Alvarado Balarezo (Nalo)





HOMENAJE DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS



ORACIÓN FÚNEBRE



CAMINO A SU ÚLTIMA MORADA EN LA TIERRA,

GLORIA ETERNA EN EL CORAZÓN DEL PERÚ


FUNERALES DEL ILUSTRE ESCRITOR PERUANO


CARLOS EDUARDO ZAVALETA RIVERA

IMÁGENES: Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

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