viernes, 4 de marzo de 2011

EL MATRIMONIO DE LA TÍA AMANDITA (CUENTO) - POR ADDHEMAR H. M. SIERRALTA

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EL MATRIMONIO DE LA TÍA AMANDITA


(Cuento)

Por Addhemar H. M. Sierralta

La tía Amandita, la novia eterna de Heriberto, realizó finalmente un inesperado matrimonio por amor.

Cuarentaicinco años de novia tenía la tía Amandita cuando, un domingo ante todo el clan familiar, hizo el sorpresivo anuncio :

¡Querida familia, el próximo domingo me caso con Heriberto!

Demás está decir que a la abuela se le atragantó el “quaker” en pleno desayuno, mi padre abrió los ojos cual búho gigante, mi madre esbozó una nerviosa sonrisa y mis hermanos y yo nos empezamos a arrastrar de risa…solo imaginarnos a la huesuda prima del viejo en traje de novia sería todo un vacilón…y ni qué decir de su novio misma momia andante –mayor que ella- de edad incalculable, referente en el barrio de los tiempos bíblicos de Matusalén. El revuelo empezó esa mañana.

Según las largas lenguas de las amistades y otras más largas de las tías menores, Amandita y Heriberto, eran esos enamorados a la antigua que nunca estuvieron solos y obviamente se especulaba que ella seguía tan virginal como cuando era feto en la panza de su madre y don Heri –del que sospechábamos su hipocresía- se almorzaba a una zambita que era su vecina. La negra realmente estaba como para afanarla y darle sin misericordia. El “tío” se las sabía todas.

Para nosotros –los más chicos de casa- la tía Amandita tenía todos los años y arrugas del mundo. Seguía vistiendo a la usanza del ochocientos y sus modales de señorita muy bien educada por las monjas del Belén, destacaban en cuanta reunión se tenía.

Por su parte Heriberto tenía una cara de menso superlativo. Aunque, cuando sonreía en ausencia de su noviecita, esbozaba una sonrisa de pendejerete que nos afianzaba en nuestra creencia que le hacía el avión a la tía.

Total no hay plazo que no se cumpla y el matrimonio, que estaba organizado –en secreto- meticulosamente y con la anticipación debida, se llevaría a cabo en la Iglesia del Sagrario, al costado de la Catedral. La novia, con un vestido blanco de encaje y mantilla española con velo y todo, lucía lo mejor posible para su edad. Hasta nos emocionó su sonrisa de alegría y nos alejó la idea de reírnos y burlarnos de ella. Don Heri parecía que se había colocado una tabla en la espalda para no parecer tan encorvado como era usual en él y estaba con una sonrisa de oreja a oreja. La ceremonia transcurrió sin problemas y asistimos solo los familiares directos. Fotos por aquí y fotos por allá y para festejar el acontecimiento fuimos caminando hasta el Hotel Maury para el almuerzo de bodas.

Los brindis y buenos deseos a los recién casados se repetían a cada momento. Mientras tanto hubo un instante en que vimos a la tía Amandita que lloraba…todos pensaron que de la emoción y de la alegría. Ella, que estaba a mi lado, tomó mi mano y sentí un apretón nervioso y sus uñas que se clavaban. Tal vez fui el único en pensar que ella lloraba de dolor o por algún sufrimiento ignoto. La conocía lo suficiente para percatarme de ello. Algo similar había sucedido cuando falleció su madre y la abracé para darle el pésame algunos años antes.

Los flamantes esposos viajaron –diz que de luna de miel- a Huacachina y regresaron en tres días. La tía decidió vivir en la vieja casa de su madre, con Heriberto, y una chica que la ayudaría en los quehaceres del hogar.

No había transcurrido ni tres meses del suceso cuando nos llamaron a la sala, una tarde de invierno, para avisarnos que la querida tía Amandita estaba hospitalizada. Fuimos a visitarla y la vimos muy deteriorada. Ella dio órdenes a médicos y enfermeras que no nos comentaran nada de su enfermedad y que dijeran que se curaría pronto. Eso lo supe después.

La semana siguiente, un domingo por coincidencia, estando todos desayunando nos avisaron que la tía Amandita había fallecido. Nuevamente nos trasladamos al hospital y allí su médico de cabecera, amigo de la familia y de ella, le entregó un sobre cerrado a mi padre.

El viejo abrió el sobre, leyó la carta silenciosamente y brotaron lágrimas de ese rostro siempre serio y adusto…qué dice, preguntó mi madre…y sobreponiéndose a su emoción leyó lo siguiente : “Querido primo, cuando leas esta misiva estaré con el Señor. No sufran porque me voy con alegría. Nunca, a la edad que tengo, pensé ya en casarme con Heriberto, pese a que él me lo pidió desde hace décadas reiteradamente. Fue cuando el doctor Ramírez me dijo que tenía un cáncer de páncreas muy agresivo y que apenas me quedaban tres meses de vida cuando decidí hacerlo. Especialmente para darle una alegría y porque siempre fue un caballero y su gran deseo fue casarse conmigo. No supo nunca de mi enfermedad debido a que no quería que sufriera por mí. Por favor querido primo alégrense por mi partida y recuérdale a Heriberto que me ponga el vestido de novia para mi funeral. Un beso amoroso a todos mis seres queridos, ustedes, que siempre estarán en mi corazón. Amanda”.

Esa mañana todos lloramos por la tía Amandita y Heriberto nunca más sonrió. Murió justo al año. Ambos estarán juntos y felices.


Fuente:



Año 3 Nº 117 de 4 MAR 2011

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