domingo, 20 de junio de 2010

3º domingo de junio. Día del Padre. Plan Lector.

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INSTITUTO DEL LIBRO Y LA LECTURA,

INLEC DEL PERÚ, Y CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA


TERCER DOMINDO
DEL MES DE JUNIO

DÍA DEL PADRE


PLAN LECTOR,
PLIEGOS DE LECTURA


PADRES DEL MUNDO Y DE LA VIDA


Por Danilo Sánchez Lihón



En el Día
del Padre elevo mi homenaje
a quienes
se hicieron padres del mundo
y de la vida.
A quienes reconocen como sus
hijos
a los niños sin hogar, sin padre
ni madre.
Y los defienden, protegen y por
ellos dan todo
lo que tienen, incluso su último
aliento.
A quienes al ver a un hombre
indefenso,
asaltado por bandidos van en
su ayuda,
arriesgando con ello la vida. A
quienes
al ver a un niño que se ahoga,
sea
en el mar o en el río, se arrojan
sin dudarlo.
Y yendo tras la criatura pierden
ambos
la vida, pero que sin acciones
como
ésta, el género humano ¿de qué
serviría?
¡A quienes prestaron refugio al
perseguido!
¡A quienes murieron defendiendo
principios!
quienes se baten por un orden
social
nuevo, quienes anteponen ante
todo
la justicia entre los hombres de
la tierra, a
quienes son honrados, veraces,
abnegados,
esos son los verdaderos padres
del mundo
y de la vida. Por ellos es que
el sol
amanece y brilla cada día.



HOMENAJE A UN MAESTRO DE ESCUELA


1.

A ti padre
dedico estas hojas escritas
y que
se arruman en torno mío.
Porque
tú las propiciaste e hiciste
posibles,
haciendo que yo tuviera una
mesa
siempre al lado tuyo, donde
trabajase,
y en la cual dibujé cometas
y arco iris
y garabateé mis primeras
sílabas.
Lo dedico al trompo y a ese
boliche
inmenso que tú guardabas
en el bolsillo
de tu saco, para prestarle
al niño
a quien vieras triste en el
recreo.


2.

Lo dedico
a los bolsillos de tu atuendo
de maestro
de escuela, lleno de tizas y
cachivaches
tantos que arrugaban la tela
haciéndola
colgarse, dándote el pobre
aspecto
de maestro rural, tal y cómo
rezaba
en tu diploma que Juvenal,
y yo,
jugando en la sala, rompimos
de un pelotazo.
Y que ahora nos duele tanto,
porque
al agacharnos a juntar contigo
los vidrios,
vimos que nos escondías por
primera
vez una lágrima. Quizá, digo
yo ahora,
porque conseguir ese diploma
fue
el tremendo y gran sacrificio
que
hiciste junto con mamá.


3.

Dedico
este homenaje a tu obstinación
y testarudez
para no abandonar tu pueblo
natal,
pese a que tus hijos, primero, y
tu esposa
después de nosotros, optamos
finalmente
por emigrar y abandonarte. A tu
intransigencia
para no renunciar a tu escuela
aduciendo
siempre que tenías niños que
aún no
sabían leer. Que tenías primer
o segundo
grado. O que ese año tenías
que sacar
promoción. “¡Solo pretextos!”
decía
como regañaba y lamentaba
mamá.


4.

Padre:
lo dedico a tu silencio simple
y resignado
cuando familiares y paisanos,
en general,
te tildaban de tonto por seguir
trabajando
gratis para el Estado, porque
tu sueldo
íntegro podías percibirlo bien
sentado.
en casa. Pese a tener aquel
sueldo
asegurado, amena y pacífica
jubilación,
seguías afanoso y laborando
con denuedo.
A tu secreto para hacer callar
a cualquier
niño que llorase desconsolado.
¿Qué
hacías, en verdad? Al violín
que tocabas
en la sala o bien en el corredor
haciendo
que las gallinas fijas dejaran
de parpadear.
A tu hondo sentido del deber
y del honor.
A tu puntualidad anacrónica,
inútil,
y, para muchos, hasta de mal
gusto.


5.

Lo dedico
a tu santa paciencia para
curar
las heridas de tus alumnos,
sean llagas,
aftas, erisipelas o verrugas.
Para
hacerles sonar y limpiarles
la nariz
con un pañuelo que lavabas
en casa.
A tu insistencia candorosa
para que yo,
enterado que había ingresado
a trabajar
en el Ministerio de Educación,
consiguiera
cuadernos, lápices y útiles para
el alumnado
de tu escuela. A esa solicitud
que guardo,
porque la dirigiste a mi nombre,
pidiéndome
un estandarte para el desfile;
y en donde no
sé si el ingenuo eras tú o era
yo por darle
un trámite inverso y conseguir
comprarlo
simulando donarlo de parte del
Estado.


6.

Dedico
este homenaje a tus manos
sutiles
que sabían templar taroles
como hacer
faroles o cometas imbatibles
en el aire.
Lo dedico a tu sentido acerca
del mundo y
la vida que te hizo despertar
de tu letargo
ya en el Hospital de Santiago
de Chuco,
y dijeras: “Está lloviendo”. Y
al divisar
a una mujer que atendía a un
enfermo
la llamaras con el nombre de
mamá:
“¡Elvira! ¡Elvira!” Y, finalmente,
antes de
morir nos alentaras con esta
fórmula
clave o consigna: “Es hondo,
niños,
pero lo podemos cruzar “.


7.

Lo dedico
a lo que hiciste –y no hiciste–
para que
después de sepultado y cuando
apoyado
en la tapia me despedía de ti,
una parvada
de chiquillos surgiera de entre
los matorrales
y arremolinados sobre tu tumba
la cubrieran
de flores silvestres, deshaciendo
los terrones
para hacerlos suaves con sus
manos
pequeñas. Y después regarlas
con baldes
y botellas de agua que no sé
cómo
habrían podido conseguirlas
llevarlas
hasta esa colina. ¿Por qué?


8.

A tu
fibra de maestro para recurrir
siempre
a las fuentes, a la consulta de
diccionarios y
enciclopedias, guías y normas,
actitud
que era digna de compasión.
¿Quién
te enseñó que el sonido de la
zeta
debe pronunciarse fricativa e
interdental?
Felizmente no exigías que lo
hiciéramos
tus hijos. O que se te imitara.
Pero
tú dale a pronunciar corazón
con zeta.
Este corazón, ¡padre amado!,
que hoy
se abraza a ti, emocionado y
trémulo
con la certeza de que hombres
ingenuos
y candorosos como tú salvan
el mundo
y redimen la historia ya para
siempre.


Texto que puede ser reproducido citando autor y fuente


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