martes, 16 de marzo de 2010

La lectura. Cómo llegar a los jóvenes de hoy - Por Ricardo Ayllón

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La lectura. Cómo llegar a los jóvenes de hoy

Por: Ricardo Ayllón

Lima, marzo 2010

Empiezan las clases escolares y, con ellas, las invitaciones de los docentes de Comunicación Integral y coordinadores de Plan Lector para acudir a sus aulas y brindar charlas de motivación a la lectura. Carolina, una entusiasta profesora de un colegio particular del Callao, me invita para que en esta semana me dirija a sus jóvenes alumnos de secundaria y los convenza de que el libro, este artefacto de papel y tinta, quizá uno de los inventos más importantes de la historia, continúa siendo el mejor amigo del ser humano.


“Por favor, señor Ayllón –me pide la profesora– hagamos que los jóvenes le pierdan el miedo a los libros, que sientan que un libro puede ser tan entrañable como cualquier amigo del barrio”. Conozco la intención de sus palabras y todo lo que ello representa, pero yo mismo me pregunto cuán factible es esto. Es decir, si en estos tiempos en que lo audiovisual parece haber triunfado sobre la letra impresa, todavía podemos familiarizarnos con la lectura como lo hicieron nuestros padres y abuelos.

Hasta ahora no dejo de narrar en algunas presentaciones públicas cómo es que llegó por primera vez un libro a mis manos. Es decir, un libro como objeto íntimo, como parte de mis escasos bienes, y al que tuve que dedicarle una atención especial. El primer texto de lectura que tuve fue “Sandokán”, la novela de aventuras de Emilio Salgari, y llegó a mi propiedad por un error, pues mi padre había envuelto dos regalos para Navidad: un juego de química y el libro de Salgari. La noche de Navidad él no pudo estar en casa por razones de trabajo, y encargó a mi madre que nos entregara los regalos a mi hermano y a mí. Pero ella se confundió: el juego de química que era para mí, se lo dio a mi hermano; y el libro de Salgari que era para él, fue a dar a mis manos. Cuando papá nos aclaró el error, un par de semanas después, ya yo había leído casi la mitad de la novela, y había hecho mía aquella historia de piratas como si fuera uno más de ellos.


Allí empezó todo, desde ese día no pude dejar de buscar libros: los pedí prestados, rogué a mis padres que me los compraran, ahorré mis propinas para adquirir otros y – ahora lo recuerdo con curiosidad y escepticismo– llegué hasta a vender gelatina en vasitos descartables para comprar mis primeros libros. De todo esto, ¿cuánto he ganado? Tengo ahora una biblioteca de unos dos mil títulos, de los cuales creo haber leído apenas la mitad, y acá estoy, metido en el mundo de los libros hasta el cuello y procurando dar un testimonio que sea beneficioso para quien aún ve con desconfianza a las bibliotecas.

Esta semana contaré esta historia a los jóvenes del colegio chalaco, pero lo que no sé es cómo redondearé el mensaje. Es decir, qué de bueno he sacado con todo esto. ¿Soy una mejor persona gracias a los libros?, ¿me he desarrollado mejor profesionalmente?, ¿he conseguido todo lo que me propuse?, ¿cuán beneficioso resulta el mensaje de un escritor para unas personas que no buscan precisamente convertirse en escritoras?, ¿es sensata la idea de invitar a escritores para que hablen de libros cuando, obviamente, al tener estos la ventaja de conocerlos mejor, puede resultar arbitrario?

Me pregunto todo esto ahora y me viene a la cabeza la anécdota aquella de Albert Einstein, esa que narra que cuando –luego de recibir el premio Nobel de Física– fue recibido en su tierra natal por la gente humilde de su pueblo, una madre de familia le preguntó qué debía hacer ella por su hijo para que éste fuera un genio como él. Einstein respondió que le hiciera leer libros de cuentos, porque nada como los libros de cuentos para desarrollar la imaginación, y es que es la imaginación aquella que enciende mejor los circuitos del desarrollo cuando la humanidad se encuentra frente a dificultades o retos históricos. ¿Acaso no ha sido con imaginación que nuestros inventores han movido los motores del mundo moderno? Pues bien, quizá por allí deslice el mensaje a los muchachos. Claro que ellos se encuentran en una situación especial, muchos a su temprana edad ya han desarrollado rechazo por la lectura quizá por razones impositivas, equivocadas, de sus padres o anteriores profesores.

Será una tarea difícil, se trata de realizar una motivación diferente, especial. Quizá les diré que nada mejor que su juventud para emprender una aventura nueva y distinta, una que tal vez no lo parezca pero que es tan “loca” o “bravaza” como el ensimismarse en su Nintendo DS o en su Play Station 2; que durante la lectura se ausentarán también del mundo como cuando pulsan con fruición los comandos de sus juegos electrónicos y, por allí, la comparación pueda resultarles atractiva.


Pero más allá de todo, lo que nuestros jóvenes necesitan, creo yo, es que podamos entender su escala de valores. En este mundo donde se cree que el éxito personal está directamente relacionado con la exuberancia económica, con lograr un físico estilizado o recorrer la ciudad con un auto del año; en este mundo en el que el valor de las ciudades no se mide por la calidad humana de las personas sino por la cantidad y el confort de sus edificios comerciales; en este mundo donde el valor de una vida depende del nivel adquisitivo de la persona que contrata los servicios de un sicario, un muchacho vive confundido y tiene poco tiempo para pensar en los beneficios de involucrarse en la lectura de una novela social de Ciro Alegría o un volumen de cuentos cotidianos de Mario Benedetti.

Sin duda, es cuestión de contagiar parte de la mística que algunos encontramos aún en los libros de lectura para inocular la fe en la imaginación, la cual, como decía Einstein, es la manera más inteligente de enfrentar las dificultades humanas, éstas que en tiempos postmodernos resultan cada vez mayores, absurdos y humanamente incomprensibles.

Fuente:


http://www.librosperuanos.com/archivo/ricardo-ayllon9.html
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