jueves, 7 de enero de 2010

BAJO LA LLUVIA DE DICIEMBRE - POR ARMANDO ALVARADO BALAREZO (NALO)

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BAJO LA LLUVIA DE DICIEMBRE

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Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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De niño, como una manera de relajarme de la tensión escolar, visitaba el paraje de Shapash para caminar descalzo por la orilla del arroyuelo, sintiendo las piedrecillas bajo la planta de mis pies.

Cierto día de inicios de diciembre de 1962 estaba haciendo un mini safari entre las sacuaras del escarpado, cuando retumbó el trueno. Levanté la vista, y el cielo, que minutos antes estaba azul, se tornó gris y empezó a llover. Me puse los zapatos como pude e inicié el retorno al pueblo.

No sé cuántas veces caí durante el ascenso, lo cierto es que llegué al barrio de Tranca todo empapado y con lodo hasta los codos. Allí me cobijé bajo un umbral, donde el cansancio hizo que me durmiera. Una buena samaritana que caminaba por ahí, se apiadó de mí y me despertó. Serían como las 7 de la noche. Era una mujer de unos 37 años, de rostro ovalado, labios carnosos y dientes perfectos. Ella se sentó a mi lado y empezó a tranquilizarme, luego me pidió que la acompañara a su casa para que mi ropa se seque junto al fogón. Acepté y caminamos por el sendero que va a Quihuillán. Ya en su cocina puse mi ropa cerca del fuego y abrigué mi pequeña desnudez con su pañolón.
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Dejando que el calor se encargue de mi ropa, ingresamos a su dormitorio, se quitó los llanques, la lliclla, el faldellín... y se metió a su cama, diciéndome:

- Siéntate en ese qunqu hasta que tu ropa esté bien seca y te vas a tu casa, no te olvides de cerrar la puerta antes de marcharte.

Como a los diez minutos me quedé dormido, perdí el equilibrio y rodé al piso. Al oír el ruido se levantó y me recostó en su cama. Por la ventana ingresaba la luz de la luna que brillaba con las gotas de aguacero y pude ver el torneado perfil de su cuerpo. Entonces me hice el dormido y puse mi tez sobre su ombligo y sentí erizarse su piel. La acaricie y no me reprochó, por el contrario, comenzó a explorarme con sus manos; de pronto el sonido de herrajes sobre el empedrado de la calle, la asustó:

- Es mi marido, agarra tus cosas y vete por la chacra del costado -en un santiamén atravesé Quihuillán con mi ropa en la mano, mientras la lluvia seguía cayendo...


(De las Memorias de un Tinyaco - 541)